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¡Qué verde era mi valle!

Drama En un pueblo minero de Gales viven los Morgan, todos ellos mineros y orgullosos de serlo y también de respetar las tradiciones y la unidad familiar. Sin embargo, la bajada de los salarios provocará un enfrentamiento entre el padre y los hijos; porque mientras éstos están convencidos de que la unión sindical de todos los trabajadores es la única solución para hacer frente a los patronos, el cabeza de familia, en cambio, no quiere ni ... [+]
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Críticas 103
Críticas ordenadas por utilidad
7 de abril de 2006
354 de 457 usuarios han encontrado esta crítica útil
A los dos minutos de película te das cuenta de que es una obra maestra.
A la media hora piensas que puede que sea la mejor película que hayas visto jamás.
Una hora después estás convencido de que lo es.
Cuando acaba deseas que venga un ser maligno del espacio exterior y te borre la película del cerebro para poder verla de nuevo por primera vez.
Al día siguiente te pones otra peli de Ford, El Delator, por ejemplo, y el proceso se repite.
Ese era John Ford. El mejor cineasta de todos los tiempos. Sólo Chaplin puede comparársele.
Si te crees un tipo duro e insensible incapaz de soltar una lagrimita viendo una película, te recomiendo que no veas esta peli.
Si eres una chica sensible que llora con "tienes un e-mail", antes de ver "Que verde era mi valle" baja al semáforo de la esquina y cómprale a un rumano tres o cuatro paquetes de Klínex.

En la película hay planos memorables como el del pueblo, dominado por ese monstruo en lo alto que es la mina.
Hay escenas virtuosas, como aquella en que los hijos dejan la casa durante las oraciones.
Hay personajes inolvidables. Hasta el cura moderno y bonachón que interpreta Pidgeon, típico personaje que podría caer en el sentimentalismo fácil y moralista, está, en manos de Ford, inconmensurable. Ídem para el niño, el padre, los hermanos...
Mención a parte el de la madre, una mujer de una pieza.
En fin, yo no tengo ni idea de los aspectos técnicos e históricos del cine, pero sé si una peli me gusta o no. Y distingo una bazofia de una obra maestra. Y este es, sin duda, uno de los mejores dramas que jamás se hayan rodado.
Sines Crúpulos
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27 de octubre de 2008
165 de 182 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Cómo se puede explicar lo que uno siente cuando por primera vez lee “La isla del tesoro”? ¿Sabe alguien decirme que pasa la primera vez que te enamoras? ¿Puedes explicarme la sensación de ahogo que te entra cuando por primera vez notas que a tu lado viaja la injusticia? ¿Cómo te sientes cuando ves a un ser querido partir y conoces que jamás podrás volver a verlo, a escucharlo, sentirlo? ¿Te encuentras con fuerzas de mirarme para recordar cuando conociste la muerte?

Son cuestiones difíciles, verdad. Muchos filósofos están aún dando vueltas al asunto. Mucha gente se encierra buscando respuestas desesperadas. ¿Sabes quién me contestó a todas estas preguntas sin respuesta?

La mirada de un niño.

(Sí, lo hizo Ford).
Chagolate con churros
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25 de enero de 2010
91 de 100 usuarios han encontrado esta crítica útil
En off, la voz de un hombre que un día lió sus pertenencias en el pañuelo de su madre, y se fue de Gales para no volver, describe su recuerdo (que no distingue qué es real y qué no) en forma de canciones e historias del valle de la infancia, vivo y verde, antes de que el carbón lo tiñera de gris y se pegara a la piel de los hombres como tatuaje.
Son evocados los Morgan, numerosa familia minera, orgullosos, rezadores. El patriarca, serio y justo, bíblico, es el cabeza de familia; la madre, el corazón. Los hijos traen cada día la paga y ella organiza la casa. El narrador es el pequeño y una convalecencia le despertará el afán de leer.
Contra lo que parece (por lo coreografiado del relato, el tono jovial y las canciones, que dan aire de musical), no se ahorran críticas ni asperezas.
Junto a la gran fiesta comunal de la boda, cánticos hilarantes y bebida a raudales, se evoca la racanería de los patrones, la hambruna en las casas por recortes salariales, la emigración forzada, la inquisitorial vigilancia de costumbres por el cura carca, el brutal colonialismo del maestro de la Escuela Nacional, el atormentado amor con el reverendo progresista de la hermana (luminosa Maureen O’Hara: ese plano sublime del velo de la novia alzándose ingrávido, la silueta de Pidgeon plantada al fondo, plano que vale mil diálogos), el activo cotilleo, las habladurías dañinas de las lenguas beatas … Se evoca, en fin, la épica de la mina, ganar la supervivencia con riesgo y dolor, junto a explosiones mortales y derrumbamientos de galerías.

Ford filma un mundo recreado en la memoria y modelado por la emoción. No es un informe sobre la realidad sino una canción de recuerdos indelebles, fuera del tiempo. No hay ideología sino narración pura. No hay opinión sobre sistema social sino supremo arte de contar. Muestra a una familia espartana que lucha por sumar jornales para cubrir el coste diario. Es lo que daba de sí el Gales evocado. Le iba a Ford: hijo de emigrantes irlandeses, soñador de una patria celta, y menor de muchos hermanos. Convirtió la nostalgia de la patria idealizada en un río de inspiración. Si algo no se le puede reprochar es falta de generosidad. La dureza cotidiana está testimoniada, y el egoísmo del patrón capitalista, atento sólo al beneficio. Pero Ford replica con la brava lucha, la humana riqueza de los caracteres, la convicción de que la vida acaba prevaleciendo sobre cuanto quiere empobrecerla, aunque el triunfo termine por producirse en un plano ideal. Ahí, la memoria, la utopía y la buena madera dibujan un mundo noble donde existir. Y si no es posible en lo real (ya se supone que los mineros no iban al tajo en perfecta formación y cantando polifonía como el Orfeón Donostiarra), ahí está el cine: seres tan reales en el recuerdo del narrador como lo fueron entonces; un valioso mundo que ya no existe ni en Gales ni en Irlanda ni en la Tierra, salvo en las películas de John Ford, por los siglos de los siglos.
Archilupo
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20 de julio de 2007
94 de 108 usuarios han encontrado esta crítica útil
... porque, aunque acabo de ver esta maravilla por primera vez (¡envidiadme como Mister Gruffyd envidia a Huw porque va a leer La Isla del Tesoro también por vez primera!), no hablaré de aspectos técnicos o narrativos que en este momento me importan muy poco. Sólo quiero dejar constancia del torrente de sentimientos que me ha proporcionado el maestro Ford; tantos que me llevaría un día entero escribir los que conozco y posiblemente toda la vida descubrir otras sensaciones que me han invadido y no sabría definir. Y eso ahora que la acabo de ver; cuando actúe el recuerdo, idealizándola, no sé qué será de mí.

Sobre los primeros quince minutos que alguien tacha de ñoñería, me gustaría dar mi punto de vista: esos minutos son los primeros recuerdos del joven Huw, y por tanto es natural que todos a su alrededor le parecieran felices y que no hubiera habido ninguna muerte en la mina (no las había habido para él). Incluso creo que Ford nos brinda un guiño para tal interpretación en esos primeros minutos en el papel de la tendera a la que Huw va a comprar toffees, a la que éste debía ver como una bruja cuando era pequeño, diríase, pues viste un sombrero y lleva una escoba (como sacada de El Mago de Oz), aunque Huw la recuerda ahora amable y sonriente.

En fin, no diré que tras ver esta película puedo morir tranquilo, no; diré que puedo morir feliz. Por cierto, si al final existe el Eterno Retorno será un placer volver a ver esta película por primera vez y volver a amar a Maureen O'Hara con 66 años de retraso y a 35 mm de distancia.
sergi
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9 de junio de 2008
73 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando la mina tatúa en la piel la pátina indeleble del carbón, nada puede borrarla.
Cuando la mina sangra, de sus entrañas telúricas arroja las lágrimas de un pueblo entero.
Cuando la mina se torna de infierno en sepultura, y de sepultura en infierno, arrastra consigo el lamento de cientos de almas.
La mina, benefactora y tumba áspera, ruda, cruel y caprichosa que hace aspirar polvo de carbón y sudar sangre a quienes viven de ella.
En los tiempos de las grandes explotaciones mineras con las que unos cuantos poderosos británicos de escasos escrúpulos y gran ojo para las libras esterlinas se enriquecían espectacularmente tanto dentro como fuera de Gran Bretaña, miles de humildes mineros se hacinaban en poblaciones que se creaban y se sostenían merced a esas entrañas ingratas excavadas en una tierra sometida a la industrialización que codiciaba sus tesoros minerales.
Las famosas y legendarias minas galesas de carbón crearon a su alrededor pueblos de esforzados mineros.
La de minero es una de las profesiones más duras, peligrosas y malsanas que hayan podido existir, sobre todo en países y en políticas cuyas leyes sólo favorezcan la caja de caudales de los poderosos en detrimento de las condiciones laborales de los obreros que se dejan la piel y la salud entre las vetas de mineral tan costosas de obtener.
El incontestable John Ford, llevando magistralmente al cine una novela de Richard Llewellyn, agitó esa varita suya que contenía toda clase de genialidades.
Con un movimiento de varita, creó un pueblo minero dotado de un vívido espíritu colectivo, de tradición y de esa belleza irrepetible que poseen los lugares donde uno ha crecido. Incluso si ese sitio respira el aliento del carbón, nunca habrá un valle más verde que el que fue pisado por los pies del niño que habrá de rememorarlo para siempre.
Con otro movimiento de su varita, dio vida a una familia que se alzaría en el pódium de las familias más entrañables del cine.
Ford viene a contarnos algo que ya sabemos, pero que no nos cansamos de escuchar ni de ver.
Nos cuenta que nada ilumina más el camino de la infancia que esos padres que se arrancarían los ojos por nosotros. Que se desloman por nosotros. Que nos preparan, con amor y enarbolando su espada protectora, para la dureza que aguarda agazapada y esperando su momento para saltar.
Nos cuenta lo efímera pero sólida que es esa seguridad suprema del niño que crece entre esos pequeños grandes héroes cotidianos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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