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Ella

Thriller. Drama Michèle, exitosa ejecutiva de una empresa de videojuegos, busca venganza tras ser violada por un desconocido en su propia casa.
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Críticas 200
Críticas ordenadas por utilidad
5 de octubre de 2016
271 de 418 usuarios han encontrado esta crítica útil
Buscaba algo de suspense para esta noche y apenas me encontré con la frialdad no exenta de buenos gestos de la protagonista. Buena interpretación para una película mediocre, en la que Paul Verhoeven acumula sin sucesión ni orden, perversiones, sentimientos, traumas, personajes entrelazados todos con todos, infancia y madurez.
Debería haber sospechado y recelado de esta película por varios detalles, pero cuando no me fío de mi instinto y acudo a valores objetivos o a mi faceta racional, siempre me acabo arrepintiendo. El primer detalle es que la Academia Francesa de Cine haya propuesto esta película para los Oscar de 2016: suelen ser películas pretenciosas y raritas, tratando de impresionar a los jurados americanos con el tipo de películas que se realizan en Europa. El segundo detalle que debería haberme impedido ir a ver esta película es que todos los críticos profesionales, sin excepción, la calificaban positivamente: casi nunca coincidimos en gustos los críticos y yo, porque yo soy de gustos más sencillos; no veo ni la décima parte de películas que ellos y no estoy tan harto de historias sencillas, en las que cuenten una historia con un hilo argumental lineal y sostenido.
Creo que este es el mayor problema de esta película, concentra demasiados temas, casi uno por escena, sin demasiado orden, hasta el punto de que en algunos momentos se pierde el sentido narrativo, el guión se viene abajo y pierde cualquier atisbo de intensidad. Abre una trama y no la cierra, plantea una perversión y acaba dándola por buena, inicia una relación y deja que campe a sus anchas sin enfocarla ni de lejos ni de cerca.
Me hubiese gustado centrarme en alguno de los temas, en dos o en tres, pero no dispersarme en la docena de debates que plantea el director y que hacen perder todo interés por cualquiera de ellos, hasta conseguir que el metraje se vuelva incomprensiblemente extenso. Lo siento, no me ha gustado!
Quiscol
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7 de julio de 2016
155 de 207 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corría el año 2006 cuando Paul Verhoeven se dejaba ver por última vez detrás de las cámaras. Lo hacía con el enésimo acercamiento del cinematógrafo a un contexto temporal y geográfico tan trillado como el de la segunda guerra mundial en Europa. Sin embargo, conociendo las filias del director neerlandés, podíamos estar seguros que el filme estaría teñido con los excesos, deseos y cuestionamientos morales a los que nos tiene acostumbrados a lo largo de su filmografía. Verhoeven deshumanizaba a sus personajes, independientemente del bando que defendieran, y ello le servía para realizar una crítica mordaz y cruda de la sociedad holandesa. Es algo que hemos visto, con mayor o menor predominancia, en su filmografía y Elle, su última joya, no está desligada de estas bondades.

Elle se abre con una mirada: la de un gato en contraplano que observa, altivo e impasible, la violación de su dueña a manos de un desconocido. La idea principal con esta escena inicial era de hacerla en un plano único, a distancia, como si los ojos del gato fueran los nuestros. En la sala de montaje, el propio Verhoeven decidió prescindir de ello ya que, en sus propias palabras, empezar el filme con un plano tan largo, incluso en nombre de Haneke, era demasiado. Su estatus de autor no le impidió que su costado hollywoodiense llegara al galope para dotar con algo más de dinamismo una escena seca, dura, que sin duda consigue dejarnos con mal cuerpo.

Volvemos a la mirada del gato por dos razones: primeramente porque nos da la sensación que esa contemplación entre indiferente y soberana es la del propio Verhoeven en esos diez años de silencio (si no tenemos en cuenta su producto televisivo Steekspel, en 2012) ante el panorama cinematográfico que pasaba ante sus ojos. Y segundo, porque ese carácter felino, que el director neerlandés consigue captar únicamente con un plano, describe a la perfección a la protagonista de Elle, Michèle, interpretada majestuosamente por una Isabelle Huppert que consigue una de las interpretaciones más fascinantes de los últimos años (por comedida y ambigua, un absoluto lujo de actriz).

Michèle es el punto de anclaje sobre el que los otros personajes de la película orbitan. Es ella quien decide cómo es cada una de sus relaciones interpersonales, es ella quien ostenta el poder y sobre la cual sus familiares y amigos consiguen avanzar. Su actitud para con ellos no dista en exceso de la que tiene su gato ante la escena de violación: los trata con la misma frialdad y mala leche con la que suelen deleitarnos los mininos. Y, contrariamente a lo que podríamos pensar sobre un supuesto thriller de venganza, aquí el retrato de personajes y cómo se relacionan en sociedad es primordial. No echaremos en falta ningún tipo de relación social: desde la que tenemos entre familiares y amigos, pasando por las relaciones de subordinación o autoridad que encontramos en el trabajo o las de cordialidad con los vecinos y conocidos.

No es nuestra intención desenmascarar una trama rica en matices como la que nos sirve en bandeja un Verhoeven pletórico. Sólo queremos dejar constancia que, lejos de ser un thriller de manual, es una película de la que pueden recogerse diversas lecturas aún más interesantes, como la visión mordaz de la familia, las alianzas contra natura (los instintos básicos) o la perversión del ser humano. Así, la base sobre la cual el director neerlandés apuntala su film es la de un humor negrísimo que acaba dotando al conjunto de un tono ambiguo y viciado, señas características de un realizador que nunca deja indiferente.

No dejemos de remarcar, eso sí, que este último proyecto de Verhoeven funciona perfectamente como historia de venganza y que en su estructura narrativa podemos encontrar los rasgos característicos del relato vengativo que comenzó con la Orestíada de Esquilo y que tan buenos resultados ha dado tanto en la literatura como en el cine. Sí, la estructura clásica está ahí: el hecho inductor (la violación), la acción firme por parte de la protagonista (la búsqueda de la venganza) y el juicio. No desvelaremos nada más: conocemos los cimientos de Elle, pero somos conscientes que Verhoeven jugará con ello y sabrá encontrarnos desprevenidos. Ese es su estilo. Y que siga siendo así.

Reseñada en www.cinemaldito.com
Filiûs de Fructüs
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9 de octubre de 2016
115 de 139 usuarios han encontrado esta crítica útil
I.

En la escena inicial, de lacerante brusquedad, el director ya nos impele a ser suspicaces: Michèle sufre un asalto sexual y lo asimila con una mezcla de resignación e indiferencia, y eso nos parece inaudito. Su impasibilidad nos alarma pero más aún: en cierta manera nos ofende. En dos escenas posteriores la vemos ser objeto de la inquina y el odio de compañeros de trabajo e incluso de extraños.

Verhoeven nos ha posicionado, rápida e inesperadamente, en contra de Michèle. En lugar de apiadarnos de su condición de víctima, pensamos que algo anda mal en ella. En una filigrana de puro cinismo, Verhoeven limita la perspectiva a Michèle; ya no nos separamos de su punto de vista, y nos obliga a acompañarla, pese a la extrañeza que nos provoca.

II.

¿Qué amparo proporciona una casa, la de Michèle, donde parece pulular a su antojo un delincuente? El desconocimiento de su identidad acentúa la aprensión hacia su posible presencia y aparición en otros lugares también.

¿Qué amparo proporciona una película, la de Verhoeven, en la que un violador tiene tanta ventaja sobre los demás personajes, tanta que ni siquiera es objeto de denuncia?

[La cerrazón ambiental, la opresión de los espacios, pueden llevarnos a Luis Buñuel. La fotografía, pulcra y agria, a Michael Haneke. El desarrollo, repleto de impacto y sorpresa, al incipiente Carlos Vermut]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Nuño
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2 de octubre de 2016
117 de 158 usuarios han encontrado esta crítica útil
Respetando sus constantes cinematográficas, Verhoeven nos introduce de nuevo en su perturbador universo.
Lo aparente se cubre o maquilla de moralidad y éxito profesional, no importa que ese maquillaje sea el catolicismo fanático o el triunfo empresarial basado en la violencia, el mal gusto o las finanzas. En ese mundo de apariencia agradable habitan los monstruos, magistral, bien medida, referencia constante al pasado familiar de la protagonista. Todos los universos familiares que se nos muestran, presentan un nivel de degradación sólo posible en el arte de verdad. La familia como microuniverso de apariencias, escondite de monstruos.
Otro acierto de la película, absolutamente determinante, es la esencialidad de sus 130 minutos, se cuenta lo que hay que contar de una manera desnuda y sincera, pasando de una secuencia a otra con total rotundidad para no dejar demasiado espacio a los sentimientos, solo espacio a la perplejidad y al desasosiego.
Las mujeres capitanean la inteligencia de la historia, una inteligencia que Verhoeven siempre considera retorcida y morbosa porque en su cine son inseparables deseo, pulsión, instinto y razón. Los hombres configuran el espacio de la estupidez disfrazado de moral protectora. Y de todo ello surge Elle, una película que golpea con extrema dureza la moral hipócrita de nuestra sociedad, una moral tan frágil como perversa, máscara de la auténtica condición humana.
"Gracias por satisfacer sus deseos durante un tiempo". Cuando escuchen esta frase, vean quien la pronuncia, dentro de qué contexto y puedan entender con ella todo el lodo que acaban de presenciar, entenderán también la valentía y la sinceridad de una propuesta. Verhoeven siempre ha sabido que todo esto ya se hallaba en el cine del maestro Hitchckock, pero ahora no hay censura. El instinto prevalece. El gato se come al pájaro. El inconsciente es un videojuego.
rambleta44
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27 de septiembre de 2016
84 de 109 usuarios han encontrado esta crítica útil
”La cogí del cuello, la tiré al colchón
me lancé hacia ella, le di un palizón”

No Te Modernices, Niña. El Payo Juan Manuel

Diez años después de tocar en El Libro Negro dos posibilidades que arrastraban en todo debate un anatema quizá sólo equiparable a todo lo que concierne al terrorismo y la pedofilia, tras aquello que hizo de mostrar la plausibilidad de existencia de nazis buenos y judíos malos durante la II Guerra Mundial, vuelve Paul Verhoeven. Y lo hace más cafre, más desatado y más de vuelta de todo que nunca. Quizá cosas de saberse más con un pie –por edad- en el camposanto que sujeto a abucheos de mentes estrechas. El caso es que el genio inspirador de Chris Morris alcanza en Elle unas cotas de ambigüedad y relativismo moral que parecían difíciles de lograrse tras esa marca autofijada en la ya citada El Libro Negro. Elle es una comedia negrísima ante todo, y de altísimo nivel en lo que respecta a hacer reír; lo de la cena de navidad es antológico. De este palo a uno se le viene a la cabeza Very Bad Things, las obras del gran Paul Bartel y 4 Lions, si bien todas –salvo la última- palidecen comparadas con Elle. Y esto es porque Verhoeven es, de nuevo, una especie de máquina de esas que usan los bateadores para entrenar a solas, de las que les bombardean a pelotazos. Solo que él lo que lanza son dilemas, perspectivas y tabúes para que te replantees no pocas cosas.

Isabelle Huppert es una alta ejecutiva que se comporta con altivez en todas las facetas vitales que rigen a la clase media: familia y trabajo son campos de juego donde delimita las reglas e incluso impone a los demás. En lo tocante al libreuso de su sexualidad igual sucede. El ámbito familiar es ella siendo dueña de la vida de los demás y en el laboral otro tanto de lo mismo. Lo único que le tose es su nuera –igual de echada para adelante que ella con el añadido de la juventud y la carencia de su status economicosocial- y un notas de la empresa en la que trabaja. En ningún caso problema alguno ni la una ni el otro, excepciones a ese dominar todo ámbito de juego que pisa. Cuando Elle no lleva ni un minuto un enmascarado con pasamontañas Quechua irrumpe en el sacrosanto hogar de la Huppert –ese perímetro de status y seguridad que es la casa en toda burguesía- y le da una golpiza mientras la viola. El gato de Isabelle mira, y al espectador se le ofrece la imagen desde la mirada del felino. Mirada que comprende un encuadre dentro de otro: esa puerta que sólo deja ver parcialmente a Isabelle primero sola y luego con el violador ya nos dice que no sabemos todo, que tenemos muchos detalles que aún no se pueden conocer.

Isabelle no denuncia. Asume esa decisión porque su padre hizo en su día algo a ojos de la ley bastante peor que lo que supone la agresión que ha vivido. Se da a entender que es para que los medios no irrumpan de nuevo en su vida, pero tampoco se puede determinar sin fallo que sea por esa razón: Isabelle no está acostumbrada a ser la víctima, y una denuncia le hace asumir al instante ese rol. De hecho lo comenta con sus allegados del trabajo, todos altos cargos, todos de su status; un ámbito en esas posiciones donde cualquier indicio de debilidad es aprovechado en beneficio de quien mueva ficha, algo que tan bien narraría el Demonlover de Assayas, película con la que tiene ciertos paralelismos en lo laboral Elle, y no sólo por las animaciones 3D a lo Urotsukidoji. El caso, decía, es que lo comenta, así como su intención de no denunciar; algo que viene a ser enunciar a sus competidores que ni eso la va a doblegar, que le ha sucedido algo horrible que en vez de debilitarla le hará más fuerte. Y así es: asume el rol de cazadora. Se arma. Hace rondas nocturnas por su casa para rociar gas antiviolación ante cualquier sospechoso. Incurre en no pocos delitos en su empresa para vigilar y monitorizar todo lo que hacen sus subalternos a resultas de un mail choteándose de ella.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jark Prongo
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