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Vida para Ruth

Drama Cuando la hija de John Harris es gravemente herida en un accidente de navegación, el hospital le dice que ella va a necesitar una transfusión de sangre urgente. Debido a sus creencias religiosas, Harris se niega a dar el permiso y la niña muere. Cuando la investigación libera a Harris de toda culpa, el médico a cargo del caso intenta llamar a la policía para presentar cargos de homicidio contra Harris. (FILMAFFINITY)
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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
1 de febrero de 2015
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película cierra toda una estupenda etapa en la filmografía del realizador británico Basil Dearden, al que ya he tenido la ocasión de disfrutar previamente en títulos como “El Faro Azul”, “Barrio peligroso”, “Sapphire” (“Un crimen al atardecer”) o “Víctima”. Todos estos filmes se caracterizan por abordar, de manera más o menos directa, problemas sociales del Reino Unido de finales de los 50 y principios de los 60, ya sea la juventud desarraigada y lindante con lo criminal de los barrios obreros, el racismo o la proscripción legal de la homosexualidad.

En el presente caso, de nuevo se aborda un tema nada fácil y no resuelto por la legislación británica de la época, como es el límite de las atribuciones que los padres pueden arrogarse para con sus hijos. La muerte de una pequeña, provocada por la negativa de su padre a permitir una transfusión de sangre a causa de sus creencias religiosas, permite poner de relieve de forma rotunda y eficaz el alcance del dilema. ¿Hasta qué punto puede un padre, en función de sus creencias, de su conciencia, permitir, aunque sea por omisión, la muerte de un niño? ¿Hasta dónde puede intervenir el estado en las creencias individuales de los ciudadanos sin caer en el abuso? Este es el tema de fondo de la película, aunque esté planteada como un juicio, a raíz de la denuncia por homicidio que interpone el médico a cargo del caso contra John Harris, padre de la pequeña Ruth. Por tanto, aunque en el juicio se dirima la inocencia o culpabilidad de Harris, lo que de verdad importa es lo arriba apuntado, y así lo demuestra una breve secuencia, en la que el juez que preside el tribunal, durante un receso, expresa la postura de realizador y guionistas.

Es de alabar la exquisita elegancia con la que la película aborda a los personajes; en vez de caer en un retrato de trazo grueso y pintar a Harris como un fanático, el guión nos lo muestra como un buen hombre, convencido de que lo que ha hecho –más bien lo que ha dejado que ocurra- era lo correcto, en función de sus creencias. Este tratamiento introduce además otro aspecto interesante, concerniente al relativismo cultural, pues ¿cabe siempre respetar las ideas del otro sólo por el hecho de que en su grupo o sociedad sean comúnmente admitidas y practicadas en conciencia? Por muy respetuoso que uno quiera ser, hay actitudes, tradiciones y comportamientos que son inherentemente injustos o abusivos, y la circunstancia de que estén justificados por ser expresión de una identidad cultural no los hace más dignos de respeto. Precisamente será la toma de conciencia en torno a este problema la que motive una acertada evolución en Harris, personaje bien complementado por el de su esposa, atrapada entre la lealtad y amor que siente hacia su marido y sus sentimientos personales. Igualmente, el tratamiento de los restantes personajes es siempre rico, matizado, construyendo así una verdadera reflexión sobre el tema, y no un mero espectáculo de “buenos y malos”.

Adaptación de una obra teatral, el filme huye del clásico encorsetamiento que el medio original hubiera proporcionado de haberse desarrollado casi todo el metraje en el tribunal; sabiamente, el realizador demora la entrada en la sala, reduciendo e interrumpiendo la duración de las sesiones, evitando así hacerse pesado. La realización es, como siempre en Dearden, clásica y convencional (tal vez la única película con aspectos formales más personales sea la citada “Sapphire”), privilegiando la inteligibilidad de la historia y el realismo de personajes y situaciones. Las interpretaciones son notables, transmitiendo eficazmente las dudas, convicciones y actitudes de los personajes; destacan Janet Munro, como madre de la niña, y el siempre eficaz Mc Goohan, interpretando al doctor, si bien el papel con más jugo recae en un correcto Michael Craig.

Una película que invita a reflexionar, y que como todas las que he mencionado anteriormente, hacen urgente y necesaria la revalorización de este director británico, tan poco conocido.
Quatermain80
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4 de septiembre de 2015
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras un grave accidente en el mar una niña necesita una transfusión de sangre pero por convicciones religiosas sus padres se niegan y la niña muere. Este es el polémico punto de partida para este admirable drama del interesante director británico Basil Dearden quien con una gran economía de medios expresivos y un dramatismo seco, sincero y directo, sin sentimentalismos, construye un profundo drama sobre ciencia y religión, sobre ética y piedad. Lo interesante de la propuesta de Dearden es que no emite juicios, no condena y muestra todos los puntos de vista con inteligencia y distancia, desde las dudas y el arrepentimiento de los padres a la indignación del médico pasando por el furor de la masa siempre vociferante. Con un excelente guión de Janet Green basado en su propia obra de teatro y magníficos diálogos cuenta con actuaciones de gran nivel Janet Munro y Michael Craig como padres de Ruth y de Patrick McGoohan como el doctor que atiende a la niña. Rodada en el estilo neorrealista británico influido por el free cinema del momento con sus escenarios de suburbio y sus tonalidades documentales, puede servir para iniciarse en las más que interesantes obras – otra magnífica es “Victim” (1961) con Dirk Bogarde- de este gran director británico.
Gould
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6 de junio de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Vida de Ruth, del director británico Basil Dearden (1911-1971), pertenece a ese tipo de cine que, tras hacer una exposición sucinta de hechos dramáticos, incomoda al espectador con un bombardeo de cuestiones como: ¿tú que harías si estuvieras en el lugar de cada uno de los protagonistas?, no solo pensando como piensas, si no trasplantando su pensamiento al tuyo...; ¿y si esto te sucediera en los años sesenta del pasado siglo, en según qué sociedad?; ¿nuestros principios deben ser inamovibles?; ¿hasta dónde alcanza el respeto a las ideas de los demás?; ¿las leyes y la ciencia deberían marcar pautas y pasar por encima de espiritualidades y religiones?...

Se encoge el corazón, desde nuestra perspectiva actual, cuando alguien tiene la capacidad de decidir sobre la vida de otros; y más si estos otros son seres inocentes que parecen no contar. Ruth es el corderito del sacrificio, el precio que hay que pagar, según algunos, para que las deidades estén satisfechas por la entrega sin fisuras de aquellos que pertenecen a su rebaño o comunidad. Claro que esto último es solo la opinión de un ateo.

Pero puestos a elucubrar sobre las consecuencias de una decisión que marcará de por vida a los más próximos, sobre todo a quienes se llaman creyentes, ¿no sería más ético sufrir cargos de conciencia, ya que siempre van a estar ahí, escogiendo la vida en lugar de la muerte?; ¿por qué este culto y tributo a la autodestrucción y el dolor, tan alto es el precio del más allá?

A algunos podría parecerles que casi sesenta años después de la adaptación de esta obra de Janet Green, también guionista en esta ocasión, estas situaciones ya están superadas. Desgraciadamente, cada poco tiempo, la prensa nos sigue trasladando sucesos parecidos que siguen reflejando las angustias y presiones a que están sometidos aquellos que adoptan un modo vivendi dictado por sospechosos guías y popes.
Sinhué
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18 de diciembre de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soy cinéfilo y escritor de novelas, las cuales muestran una cierta influencia cinematográfica. Filmaffinitty es un punto de referencia para todo aficionado al cine, que desea saber si una película merece o no la pena, a pesar de que opiniones las hay como estrellas en el firmamento. De buena a mala, o simplemente pasable, la película que nos ocupa merece el calificativo de: BUENA.
Una curiosa, valiente y hermosa cinta sobre la credulidad humana y sus devastadores efectos. Ha sido uno de mis mejores hallazgos dentro de mis recientes viajes por el ancho mundo de aquel añorado séptimo arte. Una excavación provechosa en tierras del imperio británico. Patrick McGoohan conduce la historia, como abnegado paladín de la justicia, en un mundo donde el fundamentalismo religioso se vuelve algo nefasto para el propio individuo y para quienes lo rodean. Es una historia descarnada y real, como la vida misma. Yo he conocido casos similares. Casos que nos hacen ver la parte más negativa de la mente humana, cuando se niega a utilizar su capacidad para racionalizar. El filme aborda todos los puntos de tan nefando proceder, y abre una lúcida reflexión sobre los peligros de las religiones creadas por el hombre, capaces de cercenar lo más preciado. Una película aleccionadora que recomiendo vivamente. Lamentablemente para algunos, solo se puede conseguir en versión original subtitulada. No obstante, merece la pena. Atrapará de inmediato a todo aquel que se acerque a ella, y no lo soltará hasta su final.
Jose Ramon Sales
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8 de diciembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un correcto drama en el que Dearden expone con claridad el dilema no resuelto del todo a día de hoy, por lo menos en muchos países, sobre el derecho que asiste a los progenitores a decidir por cuestiones de conciencia, sobre la integridad física o moral de sus hijos, debatiendo en ella, si el Estado de derecho debe intervenir o no.
Cuando Ruth, una niña de ocho años, sufre un accidente en el mar, el médico comunica a sus padres la gravedad del estado de la niña y la urgencia con la que necesita una transfusión de sangre.
Pero los padres se niegan rotundamente a darle el consentimiento, pues su religión les prohíbe hacerlo. Como consecuencia la niña fallecerá y el doctor, pondrá una demanda al padre por homicidio.
A partir de aquí la película se convierte en un drama judicial interesante, que de manera equidistante y con objetividad, plantea muchas cuestiones a través del abogado defensor y el fiscal que hace que el espectador se interrogue sobre muchas cuestiones, así como se dé cuenta de los agujeros y debilidades del sistema, en el que la protección del niño no siempre está garantizada.
Podría parecerle al espectador que este tema ya está superado y que en nuestros países occidentales, los derechos de los niños están garantizados. Y es posible que sea así. Desde luego dudo que hoy, se diera un caso así en un país como Inglaterra y que haga falta pedir autorización para practicar cualquier operación que puede salvar la vida de un niño, al margen de las ideas o religión de sus progenitores. Pero ya ven que, hasta hace nada, era así.
Lo que no cabe duda es que los derechos de los niños todavía son una asignatura pendiente en muchos países.
Y todos hemos oído hablar de las triquiñuelas que utilizan algunos padres inmigrantes provenientes de algunos países africanos que llevan a sus niñas a sus países de origen de vacaciones y aprovechan para practicarles la ablación, por ejemplo, así como en algunos países, es legal todavía casar a niños sin que ninguna ley internacional de protección a la infancia pueda prohibirlo.
Por lo tanto, este tema no está superado ni mucho menos. Y no dudo que todos esos padres crean hacer lo mejor para sus hijos. Cada uno tiene su cultura y sus creencias y hay que respetarlas. Pero ninguna fe, cultura, creencia o tradición debería dar potestad a una persona a decidir por la integridad de otra, por mucho que se trate de tus propios padres.
Nuestros hijos no nos pertenecen. Sólo se pertenecen a sí mismos. Por lo tanto nuestra obligación para con ellos es cuidarlos y protegerlos hasta que sean capaces de decidir por sí mismos.
Interesante y recomendable película. Sólo una pena y es su brusco y fácil final.
Izeta
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