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Medianoche en París

Comedia. Romance. Fantástico Un escritor norteamericano algo bohemio (Owen Wilson) llega con su prometida Inez (Rachel McAdams) y los padres de ésta a París. Mientras vaga por las calles soñando con los felices años 20, cae bajo una especie de hechizo que hace que, a medianoche, en algún lugar del barrio Latino, se vea transportado a otro universo donde va a conocer a personajes que jamás imaginaría iba a conocer... (FILMAFFINITY)
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Críticas 453
Críticas ordenadas por utilidad
13 de mayo de 2011
389 de 435 usuarios han encontrado esta crítica útil
Definir esta película en pocas palabras es fácil, pero cruel, innecesario e injusto. Lo haré, de todas formas: es una película que transpira buen humor, transpira amor, respeto por las calles que pisa y por las figuras clásicas que expone, cariño hacia la figura que Woody Allen fué, agrado hacia el presente y nostalgia hacia el pasado. Es una película blanca, limpia, ajena a maldad alguna más allá de provocar a los que creen que lo barato es barato y el respeto es comunismo. No hay ningún plano equivocado, no hay ninguno que se aleje del propósito de contarte una historia, pues aunque es un escaparate de sueños, nunca deja de avanzar, de desgranar la figura del artista, pasado y presente, y lo hace con una mano meticulosa, precisa, fina en los movimientos de camara y fotógrafa en los planos fijos. No hay un actor desubicado, ni incorrecto. Es una película que en su sencillez ronda la perfección y en su originalidad, en su forma, se hace irrepetible.

Lo mejor de toda ella, es la sonrisa que te acompaña desde que Owen Wilson habla de París hasta que cae la lluvia y se cierra el telón. Es una sonrisa feliz, inconsciente, de la que es imposible separarse. Si el cine es emociones, pocas películas me han atado nunca tanto a una emoción, sea cual sea.

En resumen, en pocas palabras: Blanca, pura, casi perfecta.
0Gilthas0
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18 de mayo de 2011
174 de 185 usuarios han encontrado esta crítica útil
Podría analizarla al detalle, hablar del guión, del ritmo, de la fotografía e incluso hacer referencias a películas anteriores del genio neoyorquino. Pero esta película es un placentero viaje para dejarte llevar y disfrutar de un cuento mágico, esperanzador y donde la esencia de un cerebro brillante como Allen nos va pintando un lienzo mientras se nos dibuja una sonrisa en la cara.

El tiempo lo dirá, pero yo he tenido la sensación de haber asistido a una de las obras maestras de Woody Allen.

Es una película limpia, amable, sin burlas. Una declaración de respeto y admiración a París y a las figuras clásicas que él tanto admira y que van desfilan por la pantalla dejando pinceladas maestras. Todos ellos personajes tratados con un cariño que conmueve. Cada plano, cada calle por las que camina son un poema de amor en si. Incluso su brillante sentido del humor, más agudo que nunca, se aleja del sarcasmo y nos regala unos diálogos donde las bromas parecen dichas desde el cariño, desde la mas dulce de las nostalgias... bajo la lluvia de París .

Una película mágica , un viaje con billete de ida y vuelta, de la que sales con un estado muy parecido al de la felicidad.
play it again Sam
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12 de mayo de 2011
158 de 188 usuarios han encontrado esta crítica útil
Salvo alguna honrosa excepción, el periplo por el viejo continente de Woody Allen (iniciado hará ya más de un lustro) no se estaba saldando con demasiada buena nota. Un resultado por lo menos curioso, sobre todo teniendo en cuenta la fama de "autor europeo" que le ha perseguido casi desde los orígenes de su larga y fecunda carrera, y que de algún modo venía a ser una explicación algo simplona de por qué sus películas parecían tener siempre una mejor acogida en el otro lado del charco (el nuestro, se entiende).

Agarrándonos a esta concepción de las sintonías allenianas, no deja de ser paradójico que las visitas de este veterano autor a ciudades tan emblemáticas como Londres o Barcelona se tradujesen en productos tan mediocres dentro de su historial. Y no deja de ser preocupante que sus mejores productos a lo largo de estos últimos años surgieran bien de sutiles revisiones de alguna de sus obras mayores (es el caso de 'Match Point', versión más agria de 'Delitos y faltas'), bien de recuperar guiones que llevaban décadas abandonados, y que de paso le servirían para volver a los Estados Unidos ('Si la cosa funciona').

En ningún lugar como en casa. Una filosofía que delata un más que evidente chobinismo, que de esto saben mucho en Francia... más aún en la gran capital. París, esa ciudad siempre con ambición de acapararlo todo en el sí del país galo, tiene algo especial. "París me excita", afirmó el genio neoyorquino en la rueda de prensa de presentación en Cannes de su última obra. Rueda de prensa en la que no perdidó la ocasión de mostrarse -una vez más- tímido ante los medios de comunicación, y de presentar un aspecto que, por qué no decirlo, de buen seguro hiz sufrir a más de uno por su estado de salud. Afortunadamente, la película que trajo bajo el brazo dejó mejores sensaciones. ¿Podemos hablar de la mejor película de esa especie de "European Tour" de Allen? Sin duda. Es más, 'Medianoche en París' hace méritos suficientes para entrar, quizás no en el grupo de obras cumbre de Allen, pero sin duda en el de las que con el paso de los años vamos a recordar con mucho cariño.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
reporter
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28 de mayo de 2011
129 de 145 usuarios han encontrado esta crítica útil
Midnight in Paris comienza con un pequeño ciclo de postales. Acto seguido, una familia de pijos estadounidenses (superficiales, bufos, repulsivos), entra en escena. Todo huele a crítica feroz de espuma y palomitas: personajes de una pieza, buenos chistes, técnica impoluta, un sosias –otro más, pero ninguno me complace tanto como el genuino– del propio Woody Allen en el papel protagonista.

Acomodados en la butaca, dispuestos a disfrutar de este paseo en bateau-mouche por las aceras de ‘Paris, la nuit’, un coche antiguo nos recoge…

…y nos conduce a otra París idealizada (esa luz, nocturna y ocre, es menos de la capital francesa que de Allen), retratada en brillo (no en profundidad), con personajes bufos de una pieza, buenos chistes, técnica impoluta y el sosias de Woody campando alucinado por los Campos Elíseos de una pasión que en él es llama doble: el arte (los artistas) y el eterno femenino.

Los artistas, esos cómicos, son satirizados sin piedad y con cariño; en el fondo, se nos dice, son inocuos en vida y fértiles en obra. Los otros, los no artistas –el profesor pedante, la mujer florero, los padres ultraconservadores y clasistas, la idea gris del funcionario made in Hollywood– son caricaturizados sin atisbo de cariño y sin piedad, pero con mucha gracia.

El conjunto es algo desigual y francamente divertido. Woody Allen, en la orilla de su vida, se nos muestra nostálgico y mordaz. Se parapeta frente al miedo ante la muerte con sus dos queridas y canónicas eternidades: el Arte y la Mujer.

Existe, para él, la Edad de Oro. Y es que cada uno de nosotros alberga en su interior una pléyade particular de genios y poetas –es curioso observar cómo se imbrica el arte en el tejido de la vida, cómo se teje y se desteje nuestra historia personal en el tapiz de obras, sitios y recuerdos que configuran la memoria.

El tiempo pasa, la Edad de Oro adopta la forma idealizada de un pretérito irreal –o, más bien, hiperreal en tanto que evocación perfecta, plena y muy presente del pasado.

El eterno femenino, para Allen, es una carrera de relevos en la que, en toda época y lugar, habrá una jovencita que nos lleve de la mano en dirección contraria a la guadaña. Ya se sabe que Eros es el gran antagonista de la Muerte.

¿Y el Arte? El Arte es un divertimento. Los artistas son ridículos farsantes con encanto. Pero sin esa farsa, el aire de este mundo sería irrespirable.

===

Woody, el viejo Woody, no puede ser más transparente en su mensaje: que exista siempre una mujer con quien sentir, a orillas de algún Sena, el penúltimo disco de Cole Porter.
Servadac
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12 de junio de 2011
147 de 220 usuarios han encontrado esta crítica útil
La entrada de Woody Allen en el panteón de los dioses crea situaciones embarazosas a la hora de evaluar su último cine. La mayoría del público se desnuca mirando hacia la atalaya en la que lleva unos años acomodado, bien ensalzándole por el mero hecho de devolverle el favor de haber escrito algunas páginas gloriosas del séptimo arte, bien por una actitud de nula exigencia hacia su obra o bien por la inercia acrítica de quienes se conforman con opinar lo que diga la rubia, digo el crítico. Nos encontramos ante la decadencia de un clásico en vida, esa complicada condición en la que la condescendencia y el esnobismo se vuelven moneda de cambio habitual.

El fondo de sus grandes películas aborda las relaciones humanas en toda su complejidad, a veces en plan liviano y otras con cierta gravedad, mientras los rasgos formales suelen concentrarse en el periplo de un tipo tartamudo e ingenioso, una amalgama de señoras y caballeros de bolsillo abultado que verbalizan todo lo que les pasa por la cabeza, alguna pullita al paletismo supuestamente inherente a los votantes republicanos y bellas estampas de las ciudades más románticas y cosmopolitas del mundo, todo ello engalanado con referencias culturales de alto nivel. Esto era hasta hace unos años, porque ahora ya no hay fondo, solo estos rasgos formales.

La consecuencia principal de que Woody Allen se haya convertido en un imitador de Woody Allen es que "Medianoche en París" parece un "Torrente" no ya para esnobs, sino todavía peor, para pringaos que quieren ser esnobs. Así lo atestigua la retahíla de cameos insustanciales (hola Carla Bruni, hola Adrien Brody) y las referencias culturales anecdóticas colocadas a huevo para que el aspirante a listillo se sienta realizado al reconocer a los artistas de principios del siglo XX que pululan por la pantalla sin aportar nada que se aleje mínimamente del tópico. Se trata por tanto de pensar "qué gracia, si es Buñuel", en lugar de pensar "qué interesante es el personaje de Buñuel". Ni siquiera los personajes principales están bien perfilados. No lo digo por Owen Wilson, cumplidor y majete en su labor de alter ego de Allen, sino por la novia, los padres de esta y el repelente personaje de Michael Sheen, todos ellos caricaturas que invitan a desempolvar la guillotina.

No puedo hablar de decepción, porque daba por hecho que estaba sobrevalorada, pero me esperaba algún destello de los buenos tiempos,sobre todo ahora que andaba deslumbrado con la fuerza de su talento en "Delitos y faltas". Procederé pues a comerme con patatas mis siete euros y a pensar en Allen en pasado en lugar de en presente. Con un cine como este, es normal que se muestre más pesimista que nunca en las pocas entrevistas que concede, porque seguramente es el primero que sabe que se ha dejado vencer por la pereza y que sus últimas entregas no son más que alpiste para los conversos. Si no dedica un mínimo de dos años a cada película, podemos ir despidiéndonos del genio.
Felipe Larrea
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