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El cuarto mandamiento

Drama A finales del siglo XIX, la mansión Amberson es la más fastuosa de Indianápolis. Cuando su dueña, la bellísima Isabel, es humillada públicamente, aunque de forma involuntaria por su pretendiente Eugene Morgan, lo abandona y se casa con el torpe Wilbur Minafer. Su único hijo, el consentido George, crece lleno de arrogancia y prepotencia. Años más tarde, Eugene regresa a la ciudad con su hija Lucy, y George se enamora de ella. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 56
Críticas ordenadas por utilidad
1 de marzo de 2009
93 de 101 usuarios han encontrado esta crítica útil
Segundo largometraje de Orson Welles (1915-1985). El guión, del propio Welles, adapta la novela “The Magnificent Ambersons” (1918), de Booth Tarkington, ganadora del Pulitzer (1919), de la que había realizado una adaptación radiofónica. Se rueda en escenarios exteriores de California (Hollywood, San Bernardino National Forest...) y en los platós de RKO Studios (Hollywood, CA) y RKO Pathé Studios (Culver City, CA). Es nominado a 4 Oscar. Producido por Orson Welles para Mercury y RKO, se estrena el 10-VII-1942 (EEUU).

La acción dramática tiene lugar en una pequeña ciudad del Medio Oeste en los años 70 (primeras escenas) y en los años 90 del s XIX, con prolongación hasta los primeros años del XX. Eugene Morgan (Cotten) se enamora de Isabel Amberson (Costello), pero ella prefiere al rico industrial Wilbur Minafer (Dillaway). Los Amberson encarnan la vieja aristocracia, rica, vanidosa, indolente y altiva. El ingeniero Eugene Morgan encarna el progreso industrial. Es diligente, trabajador, inteligente y educado. Isabel es ambiciosa, culta, melómana y codiciosa. Le falta coraje para aceptar su amor verdadero. George (Holt), hijo de Isabel, es autoritario, egocéntrico, altivo, antipático y colérico. Fanny (Moorehead), hermana de Isabel, es soltera, agria y envidiosa.

El film desarrolla un drama de época que deriva en un potente melodrama familiar. Welles lo realiza de acuerdo con el contrato firmado con RKO para el rodaje de dos películas: “Ciudadano Kane” y ésta. Según el contrato disponía de un amplio margen de libertad, si bien a última hora renuncia al “final cut” de la segunda por compromisos de trabajo: la producción de “Estambul” y la realización de un film por capítulos (“It’s All True”) por encargo del Gobierno de los EEUU, que comienza y no puede acabar. George Schaefer, productor ejecutivo del film, encarga a Robert Wise la reducción de 50 minutos del metraje y la sustitución del final dramático por otro del gusto del público. Welles había entregado un montaje de 131 minutos. El nuevo montaje, que incluye cortes y filmaciones adicionales, es de 88 minutos. El gran dislate de Schaefer se produce cuando ordena la destrucción del material filmado no incluido en el montaje de Wise.

El tema de fondo viene dado por la sustitución de lo viejo por lo nuevo, las antiguas formas de organizar la producción y la actividad económica por las innovaciones aportadas por los avances técnicos. Los cambios en la industria imponen cambios en la organización del trabajo, nuevas costumbres y nuevas actitudes personales y sociales. La antigua aristocracia rentista, anquilosada, pasiva y aferrada a viejos privilegios no tiene cabida en la nueva sociedad. Las historias de los Amberson, los Morgan y la ciudad, evolucionan en paralelo. Mientras se hunde la cultura de los privilegios de clase, se consolida y avanza la cultura de la innovación, la competencia, la adaptación al cambio y el riesgo.

(Sigue en el “spoiler” sin desvelar partes del argumento)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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24 de junio de 2013
77 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conforme avanza la película, y hasta la cuarta quinta parte de su desarrollo, no dejo de disfrutar con la belleza, la inteligencia y los matices de este magnífico melodrama. Mi placer se duplica por la novedad y la sorpresa: ni la había visto, ni había leído sobre ella, ni tenía prejuicios de ningún tipo. Disfruto virgen y de madrugada (sin riesgo alguno de dar una cabezada) como el que se lee por primera vez un novelón clásico decimonónico. Y por ser mi placer novato tan gustoso... más doloroso aún es comprobar como en pocos minutos el desenlace final se desliza hacia el coitus interruptus jodidamente ridículo. Dolido por el gatillazo entro en filmaffinity para informarme, y comprendo entonces que ciertos mentecatos decidieron joderle el peliculón a Orson Welles. Qué asco y qué injusticia. No me extraña que en sus fotogramas finales sonría la solterona rencorosa. Alguien untó de pringue el final para adecuarlo a un público tonto, patético, moña... e intentar sodomizar a los espectadores exigentes. Duele. Hubiera sido un peliculón memorable. Su potencial es tan elevado que a pesar del maltrato y de la mutilación sigue siendo notable. La solterona sonríe, claro... porque sabe que todos, como ella, nos hemos quedado escozidos y sin orgasmo.
Yanpol64
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27 de febrero de 2009
76 de 111 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fecha de Ingreso: 1942
Fecha de Alta: por determinar

Analítica: Revisión sin alteraciones significativas con respecto a primeras impresiones.
Efecto proustiano inmejorable: techos y escaleras en encuadres que parecen bosques de recuerdos. Carruajes de tiempo perdido sobre el invierno y el otoño. Faldas con armazón relleno y chaquetas ajustadas al talle. Choque industria pionera y tradición crepuscular terrateniente.
Choque de ideales artísticos; paradójicamente, el director que redefinió el cine fue capaz de acercarlo a la literatura decimonónica para despedirse de una forma de leer y una forma de mirar.
Tim Holt se come una tarta sin rechistar.
Welles entremezcla un estilo horizontal, de cine anticuado, con tomas basadas en despliegue de ambición técnica (el choque de mundos se ve representado también en la forma de presentar las imágenes).
Efecto lechoso en blanco y negro de bruma sosegada.
Llega el automóvil midiendo fuerzas con el tílburi, su bocina y humo dibujan a Shakespeare en castas familiares y orgullos acosados.
Largas tomas sin cortar, tenues fundidos, para redundar en la sensación de vida que pasa sobre el mármol de los rostros.
Ausencia de punto único de vista, preponderancia de perspectiva autoral, ojo totalizador que narra desde una puesta en escena omnisciente, motor del metraje por encima de diálogos o interpretaciones.

Administración de contraste intravenoso.
Radiografía.

Guión:
Enfisema subcutáneo en reescritura de escenas.
Graves contusiones en la descripción coral de las distintas personalidades que componen el reparto.

Montaje:
Fractura del quinto metatarsiano de travelling sostenido.
Erosión 45 minutos de metraje con derrame, decisión última del estudio, golpe provocado por objeto contundente de nombre Robert Wise.
Abrasión de la idea original de mostrar la evolución de una ciudad, no únicamente de unos personajes.

Resolución:
Elongación ósea de secuencia en el hospital dirigida por un sujeto de segunda unidad mientras el Sr. Welles partía rumbo a Estambul.

Interpretaciones:
Sin evidencia de patología, en este punto parece ser que Robert Wise no recibió órdenes de ajusticiar a los actores.

Impresión diagnóstica:
Cortes y contusión en escenas.
Arritmia de saltos abruptos en montaje.
Fractura arco costal posterior del 4º Mandamiento.


Y sin embargo, gira.
Bloomsday
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28 de octubre de 2007
42 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
El sorprendente Orson Welles también nos sorprende con esta dirección cinematográfica, donde el guión es ni más ni menos que el desarrollo de esta profecía lanzada por una vecina del lugar sobre una muchacha que se casa con un pretendiente recién llegado a su vida y deja de lado al novio que en verdad quería: "Tendrá los hijos más maleducados que se hayan visto jamás, porque se ha casado con un hombre al que no ama y por tanto volcará su amor sobre los hijos que tenga". Una gran verdad que suele verse por doquier más a menudo de lo que sería deseable. Así sucede también en este caso y la profecía se cumple: tiene sólo un hijo, al cual envuelve en tantos mimos amorosos que lo malcría, lo añoña, lo hace un pequeño repelente y engreído, es decir, hace de su hijo un mal candidato a poder cumplir con el 4º mandamiento del Decálogo de Moisés: HONRARÁS A TU PADRE Y A TU MADRE.

La historia se sigue con mucho interés, con una estupenda actuación del siempre carismático y excelente actor Joseph Chesire Cotten (gran amigo de Orson Welles con quien trabajó en varias películas de renombre en la Hª del cine) —¡¡¡Por cierto, le hago saber a los responsables de Filmaffinity, que el apellido de este actor es Cotten, no Cotton!!!—y también una mención muy especial para la actriz secundaria Agnes Moorehead, probablemente en su papel más serio y con fuste de toda su carrera, actriz que no triunfaría en el cine y sí en cambio en la TV, donde años más tarde se hizo mundialmente famosa con su papel de bruja madre de Samantha, en la serie "Embrujada" que tanto caló en las mentes y corazones de los que accediamos a la pequeña pantaña cuando ésta empezó a formar parte de los hogares de la gente común y corriente.

Fej Delvahe
Fej Delvahe
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19 de febrero de 2008
35 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Demostrado su talento de forma sobrada y mítica en "Ciudadano Kane", Welles acometió su segunda película, un melodrama clásico acerca de la aristocrática familia de los Ambersons, quienes anquilosados en un brillante y autosuficiente pasado pierden el tren del progreso y la identidad años después en el presente y, lo que es peor, para el futuro. En medio de ello, pues, una reflexión magistral acerca de dos formas diferentes de ver el mundo, dos concepciones distintas en dos clases sociales diferentes: unos varados en lo tradicional y rancio; otros, rastreadores y patentadores de progresos (el automóvil) y riesgos. Y por estos dos espectros y micromundos, la historia de dos amores imposibles, uno maduro y el otro joven.
Película sobre la hipocresía, la vanidad cegadora que oscurece un luminoso futuro, sobre la frustración del ser humano cuando sus deseos son quimeras y se da de bruces con la esquiva e inexcusable realidad. Welles hizo con "El cuarto mandamiento" una obra maestra indiscutible y un extraordinario melodrama, una demostración de su sobresaliente capacidad sintética y creativa y fue la confirmación suprema de su divino y excesivo genio. Quizás por ello también, y tras un primer visionado que al público no le gustó, los productores masacraron el montaje previo de Welles y comenzaron así el linchamiento, a veces vejatorio e imperdonable (y dejemos a un lado las obvias y únicas excusas que pueden acusar a Welles de tipo insoportable: ¿y qué, si a cambio te regala genialidad y arte?), del posiblemente mayor talento y menos afortunado cineasta que haya parido el séptimo arte en su profusa y sobada Historia. Fue, por lo tanto, su segunda película y su segunda obra maestra, pero fue también el comienzo de un camino demasiado tortuoso. Qué pena.
kafka
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