Es una auténtica pena que una buena historia se malogre de esta manera. Empezando por un guion plano y acelerado que no solo traslada estos defectos a la trama, que se desarrolla sin dejar un segundo al suspense, sino que se traduce en los diálogos exactamente de la misma manera. Parece que la película se quisiera acortar, contar todo como sea en unos metros escasos de celuloide porque no hay dinero para más.
Inexistente es la dirección de actores, ninguno de ellos se consolida en el personaje ni se hace creíble, ni siquiera el de Olalla. Menos aún el de los inspectores, tan inocentes y titubeantes en todo momento ante su personaje, los actores reflejan un cuerpo de policía que si existiese así, NY sería una cuidad sin ley. Parecen literalmente estar jugando a polis y cacos y hasta las voces parecen un mal doblaje. Lo secundarios, pero esos secundarios de casi cameo, como taxistas y algunos pocos más, están muy por encima de los protagonistas y esto ya es significativo. NI que decir de la Happy Flower de la Hija y el pretendido siniestrismo del hijo; de primero de primaria cinematográfica todos. La única a la que puedo salvar es a la ciega, secundaria igualmente, pero con cierta dignidad y gracia.
De la fotografía ya ha hablado el compañero y nada más que decir. Lo expresa perfectamente.
Los intentos de intriga con algunos golpes de efecto pueriles, hacia el desenlace de la película, rayan lo ridículo ante un final tan previsible desde el principio como desconectado de toda la investigación policial que resulta totalmente descolgada, aunque se podría justificar perfectamente por la alta incompetencia con la que los actores dotan el carácter de sus personajes sin intención de hacerlo.
Muchas cosas dejan sin sentido alguno el hilo argumental que sigue el guion en el intento de desviar la atención. Cosas que ante el desenlace no tienen sentido alguno ni deberían haber ocurrido (zona spoiler)
A uno le queda la impresión, y le deja ese amargo sabor en la boca, de que sin gastar el escaso presupuesto en el viaje soñado a rodar en NY, colocada la historia en Castilla, Cataluña, Galicia o en las Hurdes, empleados los dineros en el guion, una buena dirección y algunos metritos de celuloide, hubiese podido estar a la altura de las grandes películas de asesinos en serie.

Cabe preguntarse cómo se puede conseguir hacer una película tan fría sobre la vida y obra de un pintor de emociones, pero la verdad es que la película no genera la más mínima emoción.
Si es lo que el director pretendía, lo consigue con creces.
No hay una sola escena apasionante. Ni siquiera mínimamente desconcertante. Tampoco belleza alguna en la cámara, en los colores que caracterizan a Munch o en el pretendido expresionismo del blanco y negro.
Toda la película es un puzle en el que parece que el director busque la originalidad sin encontrarla. Le faltan piezas, cohesión, profundidad y, sobre todo, pasión.
Nada en la película nos acerca a la atribulada mente de Munch. Y no es que no lo intente. El director recurre a todo tipo de trucos, incluso extemporáneos, para intentar acercar a nuestra realidad más moderna una comprensión del tormento, de la autodestrucción, de la agonía. Y aunque se pueda llegar a entender el objetivo, solo se queda en eso, en objetivo.
Uno aguanta hasta el final por puro pundonor. Ni siquiera le queda la esperanza de un desenlace final que lo arregle.