Una cámara inquieta desplazándose con rapidez y precisión, unos diálogos más ocurrentes que lógicos, unas buenas interpretaciones y el espacio endogámico de una todopoderosa empresa americana de comunicación dan el pego de modernidad a la primera temporada para describir aparentemente la crudeza del capitalismo. ¡Qué malos son los ricos!
Cuando el esquema de las terribles contradicciones familiares se reproduce en la segunda temporada, a los que tenemos menos luces que el jurado de los Emmy y los críticos cinematográficos nos parece todo un “dejà vu”. Los ricos siguen siendo muy malos.
Pero a la tercera temporada todo tiene un límite. Repetimos personajes y enfrentamientos endogámicos con algunas variaciones que prometen alargarse a la cuarta temporada. Observo estupefacto las valoraciones de críticos y aficionados. Me salto cuatro capítulos para situarme al final de la temporada…y allí encuentro a los cuatro hermanos y al padre dándole vueltas por enésima vez a su infierno brutal. ¡Qué malos son los ricos, mejor quedarse como uno está! Es imposible encontrar una serie tan conservadora, o tan reaccionaria, como esta! Alguien lo tenía que decir.