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España España · badajoz
Críticas de deivi
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Críticas 95
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
19 de marzo de 2010
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un producto tan educado formalmente como Shutter Island podría pasar a simple vista por ser uno de los trabajos con mayor vocación comercial de Martin Scorsese. Un autor monumental que solo con la imponente firma de su presencia se basta para ser imprescindible dentro de la historia, que el cine, tiene escrita en sus representantes, los cuales no solo engrandecen al medio, sino redefinen conceptos conglomerándolos todos en un arte universal. Esto bastaría para tachar contundentemente la hipótesis inicial de que Shutter Island sea únicamente un concluyente ejercicio de estilo, es más, puede tomarse, si es posible captar todo su contenido en un insuficiente primer visionado, en retrospectiva del pensamiento ideológico de Scorsese, capaz de rodar uno de los mejores ejemplos de perturbación humana y encarar los mecanismos de la locura en un empírico juego de caracteres que, difícilmente, lograrían coexistir en las manos de otro.

La última cinta del genio neoyorquino es la etimología incorporada a un idioma audiovisual que, redefine la sustancia de la que se valen los estudios multifuncionales con propiedades curativas para honrar, intensificar, reforzar al cine. Shutter Island atrapa con psicología terapéutica al cinéfilo que se enorgullece de ello, probando un nutritivo fármaco alucinógeno con el que el realizador de Taxi Driver nos conduce de la mano por laberintos tenebrosos de gótica paranoia interna, y nunca termina de cerrarse en circulares pasillos esquizofrénicos. No hace falta rebuscar en sus brillantes ademanes para etiquetarla como un film deducido de varios ramajes artísticos, resultados de la pintura cubista que solo Picasso enmarcaría en los sueños deformes de un lienzo expresionista, o de la filosofía genérica que reparte el pensamiento de ilustres figuras platónicas – el mito de la caverna y la complicada distinción de lo real y lo que se proyecta como tal- también se acentúan las leyes mecanicistas de Thomas Hobbes – el hombre es lobo para el mismo hombre – o su antagónico derivado de Rousseau – nacemos libres pero por dondequiera que estemos nos encontramos con cadenas, en metáfora del enfermo que es raptado por sus miedos sin ser capaz de afrontarlos- una fuerte capa psicoanalítica del cerebro engañoso que nos impide ver cuál es la absoluta materialidad de las cosas – los recuerdos lynchianos, oníricos del protagonista – y la metamorfosis, mutación de los acontecimientos con repetidos ecos kafkianos.

En un plano exclusivamente óptico, es este, el título más Hitchcokniano de la carrera de Scorsese, en especial sus referencias a Vértigo – toda la parte final – a Recuerda – el confuso vaivén en forma de pesadillas dentro de la cabeza de Teddy, un tremendamente seguro Leonardo DiCaprio – a Rebeca – la desasosegante estampa del centro psiquiátrico Ashecliffe es semejante a la que provocaba la espectral mansión de Manderlay- y los movimientos de especialista superdotado.
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deivi
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7
10 de marzo de 2010
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sureña geografía USA siempre ha encontrado en los arruinados ídolos caídos de su propia historia americana un género expandido que, puntualmente, y al menos una vez al año, vuelve a recordárnoslo con sus leyendas. Los últimos outsider del mapa polvoriento de territorios secundarios y ambientes rurales se resisten a desaparecer, y con ellos la esencia “indie” de las estrellas country que en el cine han escrito con sus lamentos parte fundamental del poético sonido popular del hemisferio yanqui. El vaquero que lame sus heridas con alcohol y autodestrucción empieza en el western clásico (El quebrado “DUKE” de Hawks, el Eastwood de El Aventurero de medianoche, con el country nuevamente a domicilio, o el Steve McQueen de Peckinpah), y continúa a día de hoy en títulos como este.

CRAZY HEART justifica su estética decorosa de TV movie por el mero sentido de que nada debe ensombrecer el proverbial trabajo de Bridges. El actor se ata los machos para ofrecernos, como no podría ser de otra forma, un largo rosario de matices, un sincero listado de talento con el que viajamos por los lugares más desolados de la cuna del fracaso. Bad Blake intenta en el crepúsculo de su vida poner su cuenta kilómetros a cero con un amor – su ángel de la guarda - inesperado, dejando momentáneamente aparcado en alguna sucia cuneta los fantasmas del alcoholismo, y agarrando con urgencia un tren con vía rápida de redención.

Bridges se deja el alma y la garganta en los punteos desgarrados de un rol con callos en los codos de haberse pasado media existencia apoyado en las esquinadas barras de cualquier tugurio de mala muerte, y con llagas sangrantes a juego con diarreas de whisky o borbotones de amargura en destartalados moteles de carretera. La película del debutante Scott Cooper es un claro ejemplo del tributo manifiesto al deber interpretativo, y no hay casualidad en la veterana presencia de Robert Duvall - uno de los abundantes productores del film - años después de su papel en Gracias y Favores (por la que también ganaría un Oscar al mejor actor), la cual es mucho más que un modelo para Cooper.

Corazón rebelde es, incluso con un itinerario de sobras conocido, una simpática road movie que no tropieza con el sobrepeso moral del melodrama lacrimógeno, y que nos mantiene con deferencia prolongada a ras de un artista musical, Blake/Bridges, maravilloso.
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deivi
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7
2 de marzo de 2010
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un cada año más en forma Martin Campbell, causante de uno de los mejores números Bond, concretamente el 21, de la historia, vuelve, como ya hiciera para la BBC en la exitosa serie Edge of Darkness emitida por la cadena británica en 1985, a ponerse tras las cámaras en su templada consumación a la gran pantalla. El realizador neozelandés echa, con efectiva maña, el guante al denostado subgénero de venganzas con una astucia gatuna de artesano laborioso, sin dejarse engatusar por las corrientes de lo políticamente correcto se recrea en una película extrañamente anacrónica, la cual podría, evitando ciertas normas presentes del pensamiento activista y de oportuna concienciación ecológica, haberse filmado en los setenta, aunque con la recia y cada día más perdida figura del justiciero firme y obcecado del que el rostro arrugado de una vieja gloria del star system ochentero como es Mel Gibson, extrae todo el material para personificar a ese hombre de una pieza que no descansará hasta encontrar a los asesinos de su hija.

Campbell hace que un producto arropado de inequívoca vulgaridad acabe siendo una gema cortada y pulida con una profesionalidad excelente, no errando en los peligros del moderno cine de acción ni en los planos mareantes que impidan al espectador encontrarse con unos diálogos adultos e inteligentes. Para ello escarba en las posibilidades estéticas del buen thriller político y cambia las tramas de paranoia conspiratoria por las no menos recurrentes del corporativismo nuclear, el negocio armamentístico, y la escrupulosidad inexistente de los gobernantes, que llevarán a toparnos con un alarmista análisis del poder empresarial y las inmorales argucias dentro de las altas esferas. Un trabajo que honra en sus esquemas a un puñado de cintas – el Payback del mismo Gibson y a su vez el original en el que se basó, la sangrante A quemarropa del genial John Boorman - y a las miradas especializadas de cineastas no solo americanos, sino también ingleses, con unas formas muy expeditivas de contar los hechos.

Es un honor pues, que Campbell, ponga sus miras en unos encuadres precisos e impactantes amén de una fotografía extraordinaria de Phil Méheux y, sobretodo, un montaje voluntariamente lento, con un tempo dilatado no apto para generaciones de consolas y espectadores acostumbrados a un planteamiento de la acción completamente diferente, basado en el agotador lenguaje del videoclip y los acoplamientos acelerados de una estructura precipitada que no deje respirar a los protagonistas.

Aquí el salvaje “Mad Mel” rastrea un papel doloroso donde puede lucirse con absoluta tranquilidad, sabemos que el polémico artista es mucho mejor director que actor, pero aun con esas sigue siendo un icono preferente con bastantes más recursos de los esperados.
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deivi
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3
13 de febrero de 2010
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la mayoría de los casos cuando un proyecto parte, ya desde sus primeros pasos, con una sucesión encadenada de imprevistos, de contratiempos y reajustes constantes en su desafortunado rodaje, uno puede tomárselo desde dos posturas, una bastante más optimista de poder estar ante una de esas películas malditas que, a base de sacrificios y dificultades consiguen finalmente sobreponer sus titubeos o vacilaciones comentadas en un despropósito extravagante, fallido, pero con dotes para pescar algún escollo de aprovechamiento en sus desvaríos, o por el contrario y, siendo esta la opción más familiarizada, un descalabro tieso y mutilado en donde no solo será dificilísimo sacar provecho sino especulativo el atinar a ubicar la menor coherencia en sus planteamientos. Este último es, y no por esperado o temido menos lastimoso, el carril elegido por The Wolfman. Una cinta que desgraciadamente venía con la predisposición condescendiente de patinar con nota en su retrasado, polémico y recompuesto estreno.

Numerosos cambios en los puestos de dirección, del primeramente contratado Mark Romanek al fichaje residual del insulso de Joe Johnston, reajustes precipitados tanto en las diferentes escrituras del guion como en los insertos desesperados de escenas adicionales, agregados de socorro para rehacer, no solo aspectos técnicos sino también ajustes de montaje - la llamada desesperada de Walter Munch, habitual en la nómina de Francis Ford Coppola - y sospechosos mareos en la responsabilidad final del entuerto no han promulgado, ni por asomo, al desenlace armónico de lo que a simple vista intentaba ser la refundición licantrópica en tono remake directo del clásico de la Universal que inmortalizaría Lon Chaney Jr. en 1941. Si las intenciones eran volver a dar protagonismo al mito del monstruo legendario y a un cine perdido que abogaba por un arte del horror totalmente abolido y gradualmente infantilizado, esta era una excelente oportunidad, pero si pretendíamos llevar el proceso a cabo mediante una arquitectura desfigurada, con olor a gótico de salón, y fundida con soplete de cartón piedra no negaré que la faena les salió redonda.

The Wolfman 2010 convalida el pecado de que una atmosfera sugerente y un atuendo decorativo no son suficientes para camuflar alarmantes carencias y desperfectos en cuanto a un texto unidireccional, simplón y anestesiado y unos personajes unidimensionales que no estimulan o interesan. Se traba en su rudimentaria escritura y en no acertar con la diana que la coloque en el centro de alguna parte.
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deivi
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10
24 de enero de 2010
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Debemos ser justos con el cine, los amantes del séptimo arte tenemos la tarea de pregonar con enorme satisfacción los elementos que pueden separar la mediocridad predominante de la genialidad mas oficiosa, por eso cuando aparecen riquezas artísticas del tipo El secreto de sus ojos uno siente, con orgullo de espectador, la obligación de recomendar, aplaudir, adular y deificar, los valores básicos que reglan lo que se reconoce, desde los parámetros cinematográficos, como una obra emocionante. En la nueva cinta de Juan José Campanella se dan, en una feliz unión de compromiso, las claves del éxito de lo que viene a llamarse el “toque” Campanella, un director que ha sido muy capaz de transmitir nostalgia y sentimientos en una filmografía inconstante la cual en ocasiones se ha complementado con elevadas dosis de glucosa, pero con una especial inclinación al melodrama de personajes, a la participación de los esquemas norteamericanos donde se pueden juntar, en un idioma universal, el mejor canto porteño con la escuela del cineasta clásico que siempre se cuida de tratar con mimo a sus historias.

El secreto de sus ojos raspa con un afeitado impecable los anteriores y esporádicos defectos de la carrera de Campanella para convertir, en este su último trabajo, el mejor ejemplo de sencillez y amor al corazón de una trama excelentemente construida, mejor adaptada de la romántica novela de Eduardo Sacheri, con unos actores prodigiosos, con un profesional control de los resortes técnicos y, especialmente, con la mejor de las predisposiciones para no ceder en el empeño, loable y honesto, de no frustrar al oyente que, sentado en una butaca se deja manipular con gusto por Campanella, y adentrarse en los reductos de un guion de líneas horizontales que se va encontrando por el camino numerosos picos entrecruzados de unas almas vinculadas con el pasado y presente (un montaje que juega con maña y astucia dando una lección de complicidad narrativa), de 25 años de supervivencia.

Hay una secuencia deslumbrante, insólita en nuestro cine, la del enorme plano secuencia (trucado o no, poco importa), en el estadio de futbol donde se desarrollará una escena clave dentro del relato y que rompe de manera impresionante la contención visual del resto de la película. Campanella fascina explícitamente uno de los momentos circenses más espectaculares del 2009 (seguramente haría palidecer de celos al propio Brian De Palma si pudiera contemplar un planazo como el que se ha marcado Campanella),pero no separa lo que guarda implícito en su intriga sentimental, en sus episodios de intima belleza, de paseos por la soledad y la muerte, de coloración noir (o deberíamos decir marrón, la tonalidad expandida por las estanterías de esas cuatro paredes de una gris oficina de justicia, de la cual la fotografía de Félix Monti extrae milagros),y, por supuesto, de sincronización meditada de una humanidad inmejorable.
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deivi
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