Al parecer estamos ante una opera prima, y espero que, con un poco de suerte, el director no repita la hazaña. Esta película no es que sea simplemente del montón, como ha dicho algún crítico, sino que es mala con avaricia, hasta extremos casi insuperables. Todo en ella suena a hueco, desde los conflictos interpersonales y familiares hasta la intriga política. Los pésimos actores y los diálogos subnormales tampoco desentonan del resto, niña repelente incluida. En fin, un verdadero bodrio.

Su único interés radica en que, como tan menudo sucede con los productos y subproductos que salen de Hollywood, bajo el disfraz de la ficción se nos dice a la cara lo que los telediarios callan. Así que si antes tenía algunas dudas sobre la capacidad de la geoingeniería para provocar catástrofes y sobre su instrumentalización con el fin de instaurar una dictadura mundial, ahora ya no me queda ninguna.

Vi esta obra por primera vez cuando se estrenó, hará unos cuatro años. Aunque por entonces ya se adivinaban curvas peligrosas, aún podía uno pillar de vez en cuando alguna que otra película interesante, y esta lo es. Al poco tiempo alguien apretó el acelerador y casi todo fue ya propaganda y adoctrinamiento en la degeneración. Luego, en el 2020 llegó lo que todos sabemos y ya nada fue como antes.

Tal vez como consecuencia de todo ello volver a ver esta cinta hace unos días me ha producido un impacto bastante mayor que la primera vez que la vi. La historia de una familia de “outsiders” que vive a salto de mata tiene dos ejes: por un lado la figura del padre, un renegado social que se obstina en perseguir quimeras, y, por el otro, una hija que oscila entre la admiración y el rechazo hacia la figura paterna. Finalmente, esta se rebela para seguir su propio camino, que, irónicamente, la lleva a intentar integrarse en la sociedad convencional. Por último, en una especie de pirueta circular, termina reconciliándose con la figura del padre y cerrando heridas.

El peso de la narración recae sobre los hombros de la protagonista, interpretado por Brie Larson, y también sobre el actor que encarna al padre, un más que excesivo, pero convincente, Woody Harrelson. Lo cual no quita para que el resto de actores, en sus papeles de apoyo, estén magníficos también. Y esto vale tanto para los adultos como para los actores infantiles, de una naturalidad que te desarma.

Creo que muchos podemos identificarnos con este relato, narrado con competencia y honestidad y que no llega nunca a decaer. Tal vez sea ese el motivo de que, al menos a mí, me haya conmovido a pesar del huracán que ha pasado mientras tanto sobre nuestro mundo y que no ha dejado piedra sobre piedra.

Ladislao Vajda, si no me falla la memoria, es también autor de otra película antológica, "El cebo". Difícilmente se pueden concebir dos polos más opuestos y, sin embargo, existe un nexo de unión entre las dos obras, pues en ambos casos la mirada del director está cargada de compasión.

Apenas recordaba nada de "Marcelino, pan y vino", película que debí ver en la noche de los tiempos y de la que solo me quedó un eco lejano. Volverla a ver estos días ha sido una verdadera sorpresa, pues nunca imaginé que la historia llegara a conmoverme lo más mínimo a estas alturas.

Apenas sé nada sobre la trayectoria de Vajda, pero es evidente que las dos obras proceden de un verdadero maestro del cine. Esta película al enfatizar la humanidad de Cristo logra emocionar al espectador, pues el mensaje evangélico siempre encuentra resonancia en quienes hemos crecido en un país católico, seamos o no creyentes. El cristianismo es la única religión, que yo sepa, en que Dios se hace hombre. Uno podrá pensar lo que quiera sobre la iglesia católica y sobre los curas, pero resulta difícil obviar este hecho y lo que conlleva.

Volviendo a la película, creo que uno de los mayores aciertos del director fue la elección del niño Pablito Calvo para el papel protagonista. Él por sí solo llena la pantalla con su increíble expresividad, y resulta imposible imaginar esta cinta con un protagonista diferente. Lo cual no es óbice para que el resto de los actores-frailes estén magníficos también en sus papeles. La verdad es que uno tiene la impresión de que la estructura de la película es casi matemática y que todos los movimientos de cámara están perfectamente medidos y calculados para obtener un determinado resultado, cuyo punto culminante se alcanza con la escena de Jesús extendiendo la mano desde la cruz.

Todo esto de haber caído en manos menos hábiles es probable que hubiera dado lugar a un auténtico bodrio. Y, sin embargo, milagrosamente (y nunca mejor dicho) "Marcelino, pan y vino" aún puede conmover a cualquier persona que la vea sin prejuicios. ¿Qué más se le puede pedir a una obra de ficción?

Como ha dicho alguien en esta misma página, esta es una película muy sobrevalorada. Aclaro que en su día me encantó, supongo que porque a todo el mundo le parecía una maravilla y también porque era demasiado joven para tener criterio propio.
El caso es que la he vuelto a ver hace poco pensando pasar un buen rato, y me he llevado un gran chasco. No consigo entender qué es lo que me hacía tanta gracia entonces. La trama que me parecía sutil, es demasiado artificiosa y aburre, los diálogos supuestamente ingeniosos resultan alambicados y, en fin, para mi gusto solo se salva la interpretación.
A mí me ha servido para darme cuenta de hasta qué punto somos poco objetivos cuando valoramos las cosas en función de nuestras ideas previas. Y también me ha hecho ver hasta qué punto la imagen que tenemos del Tercer Reich es resultado de la propaganda de los vencedores y de Hollywood. Seguramente si Alemania hubiera ganado la guerra los ridiculizados serían los aliados.

Forzado por las circunstancias, llevo una temporada haciendo una especie de recorrido sentimental por el cine del pasado, en especial el español. Después de leer un puñado de críticas sobre esta película me llama la atención la miopía de gran parte de las mismas. Alguien escribe "la España más gris que he visto nunca", otro desbarra sobre la censura franquista y el tercero sobre la penuria de viviendas de la época. La España de entonces a algunos les parece gris porque nos llega en películas en blanco y negro, no porque lo fuera realmente; la censura de entonces era una broma comparada con la que ahora padecemos y lo de la vivienda se comenta solo. Muchos harían bien en mirar a su alrededor antes de concluir que viven en el mejor de los mundos posibles y hablar del pasado con tanta condescendencia.
De las dos películas que conozco de la etapa española de Marco Ferreri yo prefiero "El cochecito", pero es una mera cuestión de gustos. En ambas obras hay humor negro, pero es en "El pisito" donde Ferreri (y Azcona) carga más las tintas. El resultado es una vez más un mosaico de vidas que tiene algo de barojiano: un enjambre de personajes de los más variados pelajes, que parecen tener como leitmotiv la mera supervivencia en un entorno precario.
En una película coral como esta no existe un verdadero protagonista central. O tal vez sí, pero múltiple, pues todo gira en torno al trío formado por José Luis López Vázquez, Mary Carrillo y Concha López Silva. Sorprende el nivel interpretativo y la calidad humana que rezuman los actores de esta época, secundarios o no. A mí me resulta especialmente inolvidable el papel de la anciana interpretada por Concha López Silva, pero todos los demás también dejan su sello propio.
A los que sostienen que la España de Franco era un páramo cultural no les haría ningún daño echar un vistazo a las obras de Ferreri, Berlanga, Ladislao Vajda o incluso algunas obras de Bardem, y luego otro al panorama actual de cine embrutecedor y degenerado.