Icíar Bollaín, como en todas sus películas, se sale de los tópicos. Es inteligente y no se conforma con hacer una película que ya esté contada. Arriesga. Y en El Olivo vuelve a hacerlo. Y vuelve a conseguir una película magnífica, entretenida, tierna, dulce, hermosa.

Diálogos precisos, escuetos, como corresponde a personas criadas entre el gallinazo y los olivos, cuyos vientos vuelven loco, según la tradición. Y entre el gallinazo y los olivos, un padre amargado y un abuelo que fue padre padrone, ha crecido esta niña que ya es una mujer... y no carente de personalidad, por cierto.

Con una fotografía nada sensacionalista, bellas localizaciones, unos personajes de carne y hueso, unas miradas que hablan por sí solas... con cine, con auténtico cine, nos cuenta una historia -un cuento- de orgullo, de resistencia, de amor, de tristeza, de alegría, de paro, de trabajo, de injusticias, de lucha... ¡de vida!

No puedo dejar de mencionar a Pep Ambrós, que está sensacional, en un papel tan poco lucido y que, gracias a su actuación, parece brillar más de lo que en un mundo real hubiera brillado. Me encantan esos papeles que nos han permitido siempre disfrutar de grandes actores en papeles secundarios. Cuando Icíar eligió a Anna Castillo sabía lo que hacía: está impresionante. Javier Gutiérrez, inmenso, como siempre. El resto de actores, perfectos.

En resumen... una película para sentirse orgulloso.

Ya desde el trailer del la película, creía que la desnudez en la puesta en escena como el estatismo de los actores, iba encaminado a homenajear a Aki Kiarostami, pero, una vez vista, lejos de las metáforas cinematográficas del director finés, Carlos Vermut se entretiene intentando contar una historia... y, la verdad, sin dejar de ver algún acierto, como el hecho de utilizar a Sacristán en uno de sus mejores papeles, pues no tiene que hacer de intelectual, a mí me deja la película un poco planchado. Me falta chicha...

No la has comprendido, me podría decir el guionista.

¿Tú crees? Pues será eso.

Disfrazadas entre los muertos vivientes, los thrillers, los psicópatas, los ladrones superinteligentes, los superhéroes, los policías corruptos y los otros y los traficantes de droga, algunas veces, sobre todo desde el cine independiente, nos llegan desde los Estados Unidos estas maravillosas cintas de sencilla belleza.

"No pasa nada", dicen los críticos que no les ha gustado. Como si no pasar nada y, al mismo tiempo, pasar todo, fuese tan sencillo.

Hacer una película destrozando coches o helicópteros, derrochando jugo de tomate, poniendo a todos los actores disfraces de monstruos o muertos o tirando de ordenador es sencillísimo. Sólo tiene un problema, que YA HEMOS VISTO TODAS y ninguna nos dice nada nuevo. Pero en obras como estas, donde lo que hay que deducir está en los gestos, en las miradas, en las canciones que suenan y en las lágrimas... ¡hasta en el rubor real que se aprecia en ciertos momentos en la cara de una niña! Eso es mucho más difícil de hacer. Y esta lo consigue.

Al menos, a muchos de nosotros, como se puede ver en las críticas, nos mantuvo sentados sin quitar la vista de la pantalla en las escasas tres horas que dura. Por mi, podría haber durado más, que lo hubiera visto sin problema... era como estar sentado en el salón de una casa en la que pasa la vida. Pero no es la vida, es una obra de arte en la que lo estás viendo. Por eso el título de mi comentario.

Algunas veces, sobre todo leyendo las críticas de otras personas, me parece que le tenemos un miedo terrible a parecer blandos.

Nos encontramos ante una película de una factura casi perfecta, con un tema conocido, pero muy bien tratado. Alguien ha dicho que el tema está muy manido... (¿Hay algún tema que no esté manido... gánsters, asesinatos, policías corruptos, chantajes, superhéroes, supervillanos...?) A ratos tierna, a ratos trágica, a ratos simpática... pero siempre de una factura impecable. Paisajes, personajes, música, fotografía, casting, localizaciones... es magnífica. Y un canto a la vida, lo que puede parecer una paradoja, proveniente de la actitud vital de una moribunda.

Sin caer en el melodrama, hacía tiempo que una película no me hacía llorar con tanto merecimiento... quizá, desde "Las normas de la casa de la sidra".

Muy recomendable.

Con placer, he comprobado que había ya otra crítica de esta película y que coincide mucho con mi idea de la cinta. Para mí fue un descubrimiento el de Doris Dorrie, quien, poco a poco, ha ido decayendo, hasta el punto de que no se estrenen sus películas en España.
En esta película, que he buscado, primero en VHS y después en DVD o blue-ray (sin éxito) creo que esta directora alemana estuvo muy inspirada. Para mí es un paradigma de las relaciones de pareja.
Si alguien se entera dónde se puede conseguir o si la van a poner en alguna cadena, me encantaría volver a verla. Han asado más de treinta años y a lo mejor ya tenemos el recuerdo desvirtuado, pero creo que sigue teniendo actualidad.