Acabo de terminar el último capítulo de Lights Out. Qué maravilla de serie. Son trece capítulos redondos, del primero al último. Una película magnífica dividida en trece partes donde todas las piezas encajan a la perfección.

Hace unos días, cuando descubrí que Lights Out no iba a continuar me entró una pena enorme, pero al acabar la serie he llegado a la conclusión de que es mucho mejor así. No tiene sentido continuarla. La historia que nos querían contar ya está contada, y el sabor que deja en la boca es el de algo grande, el de saber que has visto una serie redonda, perfecta.

Holt McCallany -que hasta el resto de sus días ya siempre será Patrick "Lights" Leary- está soberbio. Es el tío que todos querríamos ser, o el amigo que todos querríamos tener. Porque esta serie no trata sobre boxeo, no. Esta serie trata del amor hacia los tuyos, del honor, de la dignidad, de la integridad, de asumir que estás en el hoyo y sacar fuerzas de donde no las hay para salir de él.

Los secundarios sean posiblemente lo mejor de la serie. Barry K, Death Row Reynolds, Ed Romeo, el gran Stacy Keach o la aparición fugaz de David Morse en un papel memorable consiguen que el interés de la serie no decaiga jamás.

Otras series magníficas de una sola temporada -como Rubicon- podían, y debían, haber seguido. Pero Lights Out no. Cuando algo es perfecto es mejor no tocarlo y recordarlo así toda la vida.

Modern Family me parece el paso evolutivo posterior al interminable número de sitcoms familiares que llevamos viendo desde los años 70. Con sólo diez capítulos vistos ya me atrevo a decir que esta serie marcará una época en las comedias. Está rodada en formato documental -tipo The Office- y el guión y los actores son sencillamente geniales.

De las familias clásicas (Bill Cosby, los problemas crecen, el príncipe de Bel Air... y todas las que se te ocurran) pasamos a la familia del siglo XXI, desestructurada, con gays que adoptan bebés, parejas con 30 años de diferencia, y niños que piden a sus padres que si les quieren decir algo se lo cuenten por SMS.
Pero la gracia está en la frescura de los gags, en esas miradas de reojo a la cámara cuando meten la pata, en Phil (el padre que piensa que es genial)... en definitiva, en el humor -y amor- que desprende cada capítulo.

Y otra cosa, si creciste en los 80, el capítulo 8 pasará a convertirse en un clásico para ti desde ya mismo.

El principal problema con el que se va a encontrar esta serie es la expectativa que supone ser "la nueva serie del tío de Perdidos". Las comparaciones van a ser constantes, y compararse con Perdidos es perder casi siempre. Pero si se olvida ese detalle y se empiezan a ver los capítulos sin esperar que aparezca Locke en silla de ruedas en cualquier momento, se descubre una serie muy bien hecha (se nota que el presupuesto es elevado) que te atrapa enseguida con sus misterios constantes.
Desde el minuto 1 no puedes dejar de pensar en Expediente X, aunque los sexos de los protagonistas se inviertan claramente. Además, aquí no se repite el error de su predecesora de meter capítulos de bulto; todo gira en torno a la trama principal aunque en cada episodio se trate un caso distinto. La mayor sorpresa que me ha deparado la serie hasta ahora es la presencia de Walter Bishop, nuestro querido Senescal de Gondor, que borda un papel entre Hannibal Lecter, Rain Man y Bambi que enseguida te conquista.
Tras ver los primeros capítulos estoy deseando ver el siguiente, y eso siempre es una buena noticia. Una serie muy recomendable.

Se trata de una adaptación muy fiel de uno de los mejores libros del siglo XX. La estética gris y deprimente está muy bien conseguida y John Hurt es un Winston Smith perfecto. Creo que es una película obligatoria hoy en día para comprender el mundo en que vivimos, y para que algún adolescente descubra quién es realmente el Gran Hermano. Eso sí, creo que se disfrutará más si antes se ha leído el libro.

Kevin Smith ha destacado entre la nueva oleada de directores jóvenes por mostrar sin ningún tapujo sus aficiones, que llegan a convertirse casi en obsesiones: los cómics de superhéroes y Star Wars (aunque el sexo y la religión siempre subyacen también). Son dos constantes que se repiten en todas sus cintas, aunque Mallrats es el paradigma, sobretodo en lo que a los cómics se refiere. No engaña a nadie. Si compartes sus aficiones, te encantarán sus guiños constantes. Si no las compartes no entenderás porqué se ríe tanto ese tío de la butaca de al lado con una camiseta de Yoda. Mallrats es la película que todo fan quiso hacer un día. Porque ¿qué lector de cómics no deseó preguntarle un día a Stan -the Man- Lee acerca de las características sexuales de los personajes que creó en los 60? Ah, inolvidable el guiño de Brenda.