Algo extraño me sucedió al ver esta peli. Los personajes los siento cercanos, vivos. Los lugares por donde transitan, parecen fusionarse de una forma tal que sintetizan el cotidiano del tiempo. Hay una profundidad que a simple vista no aparece, y que la disfraza la sinceridad y la pasión por lo que se cuenta. Son tres historias que a la vez se sudividen en seis o diez. Creo que eso es lo que eleva a esta película por sobre otras chilenas contemporánea. Hay una mirada amable y original por desnudar aspectos de los que mucha gente no habla, no por que no quiera, o los considere tabú, simplemente por que se han normalizado a tal punto que no perciben esa belleza que se les escapa (o lamentablemente se les escapó para siempre). Y no hablo de un tema estético, si no de belleza propiamente tal. Belleza por el lente desde donde la juventud observa el cotidiano. Todas las frustraciones, obsesiones, deseos y obstáculos que nos presenta la peli son parte de esa misma belleza. Una belleza que nace desde una misma urbe. Que nace desde sus matices y diversidad y que sus desdichas afloran igualmente que sus virtudes.

Pienso esta película como imágenes relevantes de un momento moribundo. Imágenes que despiertan en la noche y te sacuden por su emoción. No por su fuerza explícita, ni por su carácter, ni por su ruido, si no por la emoción, sutileza y verdad con la que están tratadas. Relevante es el peso de Max Salgado y Claudia Zúñiga. Relevante es el montaje que descubre en la simultaneidad de eventos, siempre a un mismo personaje, el personaje de la pasión juvenil por devorarse ingenuamente el mundo, antes que terminen por devorárselo a uno. Relevante es el paisaje de Quilicura, que pareciera que en cada rincón se escondiera una historia. Por eso creo que Piola trasciende algunos aspectos de un cine Chileno ahogado por la "industria" del nuevo cine comercial "de autor", del cine hecho para seducir a la crítica y la moda ideológica imperante, al gusto elitista, y me atrevo a decir, a la mediocridad creativa.

Pasando a otro tema, agregar que hay ciertos pasajes del film que el director estira contemplativamente de más, creo, debido a su apego por su lugar de origen y por el peso relevante de la música que envuelve a esta obra. Pero esos caprichos se pueden entender y logran pasar "piola". También eché de menos a los personajes expresando ese talento que se enfatiza pero nunca se muestra. Y ahí puede radicar la esencia de esta obra, y que hace que una película sea una buena película, ya que el trasfondo creativo pasa a un segundo plano cuándo lo realmente interesante es como el contexto va nutriendo a esa pasión.

Por último, me atrevo decir que Piola no marca un tiempo específico y que puede funcionar como un rayado, que aunque sea original, bello, feo, ordinario, flaite o de denuncia, nace de una misma sed por plasmar un estado del ser imperturbable, ese estado de fascinación por la libertad. Por todo esto, agradezco la existencia de piola, y recordando a una letra que rapea uno de los personajes, nadie te dirá jamás el cómo mirar, la belleza está en el ojo sensible de quién se atreve a mirar y así, descubrirse en sociedad.

Esta película es de las irresistibles de Woody Allen y principalmente te absorbe por la impactante actuación de Blanchett. Y lo interesante es que la trama parece sencilla, incluso cae en clichés deliberados, pero todo funciona a la perfección para contar la decadencia de su personaje principal, que carga con un pasado de aparente éxito mundano, pero que no es más que una imagen que solo existe en su cabeza y que tarde o temprano se va transformando en una profunda neurosis, que es lo que termina sostieniendo todo el guión. Lo acompaña también un montaje intrépido que comprime el tiempo con talento y va jugando, a modo de la mejor ironía Allen, con la decadencia del personaje. Es ese poder de síntesis narrativo lo que hace una película tan elegante. Los acompañan también actores bajo papeles carismáticos que contraponen la temática ansiosa del guión y le aportan el respiro de la que tanto se aleja la protagonista. Da la impresión de que el universo de la película se mueve entre flirteos y placeres mundanos, pero eso no quita que sea una película profunda en su visión de como lo patriarcal invade todos los rincones emocionales humanos y terminan, en ocaciones, apoderándose de nuestra voluntad y de nuestra identidad... y donde el color de una flor, pocas veces, puede opacar.

Como todas las pelis del Koreano, esta una vez más logra esa intimidad y honestidad para con sus personajes, que si bien siempre parecen ser los mismos, cada uno te abre a un universo, a simple superficial, pero que terminan desarrollandose de una forma tan vasta y profunda, que es inevitable no quedarse contemplando esos rostros por días y al mismo tiempo, acabando por aceptar un presente, que pese a que sus personajes lo rechazan, terminan aceptándolo tal cómo es. Y ahí radica la belleza de este cineasta, maestro del voyerismo humanista por antonomasia. Esta película transcurre cada vez más lenta, y da la impresión que su cine es cada vez más pequeño, relajado, fluido y sin ningún ánimo de aparentar nada más que una simples reflexiones que salen desde el corazón de sus personajes, y que no es otra cosas que el corazón del director proyectado en distintas almas. Sin bien sus películas transcurren dentro de un marco de tiempo, da la impresión de que este se desvanece, mientras al mismo tiempo se habla de él. Da lo mismo. Su cine se sostiene en pequeños fragmentos que hilvana con sensibilidad bajo interpretaciones siempre perfectas y una cámara perezosa que paradójicamente te pega un shot empcional. Gracias Hong, mientras como chocolate...

La primera vez que vi esta peli fue cuándo recién estaba mirando el cine desde una perspectiva más analítica, o estéticamente comprometida. Era de esas pelis que tenían algo tan sutil y escondido, que te dejaban pensando el porqué te gustó tanto, si superficialmente parece una historia muy cliché, como dice uno de sus personajes. El guión está tan bien escrito que la estructura desaparece y la historia emerge intensa y penetrante. La vi de nuevo recién y solo puedo decir que la amo nuevamente, y más que antes. Hoffman hace uno de sus mejores papeles a mi juicio. Laura Linney también, son de esos guiones que crecen desde el corazón de los mismo actores. La química entre ellos es tal que forman un solo personaje, exponiendo sus lazos fracturados y descubriendo que el fortalecimiento de esos vínculos automáticamente mejoran la calidad de vida individual. Película que te muestran esas heridas familiares que pocas veces las asumimos. Y que cuando pasa, nos damos cuenta, a veces de lleno, que todo eso nos fundamenta desde lo más racional hasta lo más emocional y mundano. Gracias Tamara por tan sincera obra de arte.

Más allá de si es una buena o mala película, creo que esta experiencia cinematográfica es de lo más profundo que he visto en los últimos años. Son de esas películas que a simple vista transcurren de manera delicada, simples en su forma, pero que por debajo se esconde todo un entramado emocional inteligente, que aquí Shrearer sabe hilar de manera fulminante y reveladora. Homenajeando claro a grandes clásico cómo Bresson o Bergman, la película nos va revelando y a la vez desenmascarando las múltiples capas de dolor, culpa y cuestionamientos religiosos de una reverendo en plena decadencia existencial y con un pasado amenazante. Su Dios ya no está cerca por decisión propia y lo intercambia por apegos hacia objetos mundanos como una triste y bonita iglesia que utiliza como refugio ante un mundo que se cae a pedazos... Una serie de personajes se le cruzan por su camino pero sus fútiles (y penetrantes) palabras no sirven de apoyo ni a él ni a nadie. Solo el encanto ingenuo de una mujer embarazada quizá logra sacarlo de un inminente encuentro final con el Diablo.