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España España · West Coast
Críticas de Dabi
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Críticas 113
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
16 de enero de 2024
19 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de nada, tengo que decir una cosa porque si no, reviento: no me puede importar menos que una película sea "fiel a los hechos reales" o no, y también me da bastante igual si estoy de acuerdo con su mensaje (si es que lo tiene) o no. Son cuestiones que, en mi opinión, ni le restan ni le suman valor a una obra de arte. Me parece muy triste encontrar, en una página que supuestamente es de cine, reseñas que no se molestan en hacer ni una sola apreciación sobre los elementos cinematográficos de la película que comentan y solo se dedican a despotricar porque no comulgan con su mensaje o porque se desvía de la realidad. Yo, cuando me enfrento a una película, no estoy buscando que me den la razón. Lo que busco es a un cineasta que sepa exponerme su visión del mundo, esté yo de acuerdo con ella o no. En otras palabras: me interesa el cómo, no el qué, porque el arte es un espacio libre que puede reflejar la realidad y dialogar con ella, pero que no le debe absolutamente nada. Basta de utilizarlo como arma ideológica o como documento historiográfico. Basta de reducir una obra a un simplista "o está de acuerdo con lo que yo opino o es una mierda". Seamos un poco menos superficiales. Y ahora, hablemos de la película.

Sofia Coppola es una de las figuras clave del cine norteamericano independiente del siglo XXI, una realizadora que ha demostrado su talento en numerosas ocasiones a lo largo de su filmografía, a través de la cual ha conseguido crear un sello propio marcado por un lenguaje que te puede gustar más o menos, pero que es inconfundiblemente suyo. Priscilla, su octavo trabajo, se basa en las memorias de Priscilla Presley para contarnos su relación con Elvis desde que se conocieron en 1959 hasta su divorcio en 1973.

Hay obras que se aprecian mejor cuando ampliamos el foco y nos paramos a mirar cómo encaja en el corpus del artista que la firma. Priscilla, es, en mi opinión, una de ellas, ya que aúna todos los elementos temáticos que han conformado el universo de Coppola: la fascinación por la fama, la angustia adolescente, el aislamiento y el hastío que vienen con el privilegio y las tribulaciones del deseo femenino y el primer amor. No es de extrañar que la directora se haya interesado tanto por una figura como la de Priscilla Presley.

La relación que retrata Coppola está marcada, de principio a fin, por el desequilibrio. Ya desde el primer momento impone ver a un Jacob Elordi de casi dos metros de altura al lado de una Cailee Spaeny que apenas supera el metro y medio, y esta desigualdad física se traduce a todos los aspectos. ¿Quién puede culpar a una adolescente de catorce años de quedar absolutamente rendida ante los encantos del mayor ídolo de masas que ha dado la música popular estadounidense? Coppola medita sobre las dinámicas de poder de una pareja envenenada en la que el estatus de ambos integrantes diverge tanto que se hace algo insondable, y nos muestra a una joven totalmente indefensa ante un hombre controlador y emocionalmente inestable. En numerosas ocasiones vemos a Priscilla en el encuadre, sin hacer ruido, siendo poco más que un satélite en la vorágine constante que es la vida de Elvis. Y, a pesar de todo esto, hay momentos de innegable ternura entre ellos. Es muy interesante la elección de Coppola de hacer a la protagonista dueña y señora de su propio deseo, pero la fijación de Elvis por Priscilla no es sexual (comprensible, dado que el sexo rara vez ha sido el foco en la filmografía de Coppola). Para él, tan demolido por la muerte de su madre, tan sobrepasado por su propia fama, Priscilla es más un soporte que un individuo con voluntad propia. Es cuanto menos curioso que, aun siendo el antagonista (que no el villano), el Elvis de Priscilla acabe siendo más humano y más tridimensional que el del estridente biopic de Baz Luhrmann. Por desgracia, la película pisa el acelerador de manera incomprensible en su última media hora, privándonos de presenciar con más detalle el desmoronamiento del matrimonio. En un trabajo que tiene en la calma su principal baza, es paradójico que su impaciencia por llegar al desenlace acabe siendo el mayor de sus defectos.

Visualmente, Priscilla no es el más ostentoso de los largometrajes de Coppola, eso está claro. Carece de la apabullante exuberancia de María Antonieta o de las gustosísimas composiciones con luz natural de La seducción. No abunda la cámara en mano, recurso más presente en los primeros trabajos de la directora y del que se ha ido alejando de manera progresiva. Sí que permanece el buen gusto a la hora de seleccionar las canciones que conforman el soundtrack y que acompañan a los múltiples montajes en los que vemos a la pareja en sus mejores momentos, ya sea jugueteando en el dormitorio o en una fiesta en la piscina. También está intacta la capacidad de retratar el aislamiento de manera visual, con Priscilla deambulando sola por esos amplios interiores y con esos planos tan de Coppola de la protagonista, sola y encarcelada, tras los cristales de la ventana, observando pasivamente un mundo al que no puede acceder. Los protagonistas de Coppola viven siempre en mundos pequeños y contenidos, y el buen ojo de la directora hacen que una mansión como Graceland parezca, emocionalmente, poco más que un zulo.

En cuanto a las interpretaciones, todo es positivo. Cailee Spaeny compone un retrato exquisitamente delicado y sutil de su personaje. Su Priscilla es, por las circunstancias, inactiva y sumisa (lo cual no creo que deba malinterpretarse como plana o insustancial), y el físico menudo y la mirada dócil y dulce de Spaeny casan a las mil maravillas con la naturaleza del personaje. Con Elordi tenía mis dudas, pero creo que su trabajo es también notable y, a diferencia de Butler el año pasado, no se queda en la mera imitación y consigue representar las luces y las sombras de Elvis y darle una dimensión considerable.

(Dejo mi conclusión en la sección spoilers por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Dabi
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6
5 de enero de 2024
27 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bueno, no sé si tiene mucho sentido hacer esta reseña a estas alturas, pero vamos a ello. La sociedad de la nieve es la quinta película del catalán Juan Antonio Bayona, director que a mí, la verdad, me suele entusiasmar bastante poco. Tenía las expectativas por lo suelos, más que nada porque, aunque su debut con El orfanato fuera bastante sólido, cada nueva película que ha ido estrenando Bayona me ha parecido peor que la anterior. A eso hay que sumarle que, independientemente de su director, La sociedad de la nieve es un tipo de película que me suele dar bastante pereza, estas superproducciones basadas en hechos reales tan grandilocuentes, súper lacrimógenas e híper previsibles que son tan del gusto de Hollywood. En muchos aspectos, el nuevo proyecto de Bayona es esa clase de cine, pero tengo que admitir que, en este caso, hay bastante más calidad de la habitual.

Para quien no lo sepa, La sociedad de la nieve narra las tribulaciones de un grupo de individuos que fueron víctimas de un catastrófico accidente de avión en la cordillera de los Andes y que, al no ser rescatados, tuvieron que enfrentarse a condiciones extremas durante dos meses para sobrevivir. La progresión narrativa del guion es, en muchos aspectos, impecable. La historia atraviesa sus valles y sus picos a un ritmo medio y muy digerible, dosificando la acción y dándole las riendas a la trama, que manda por encima de la atmósfera. Toma la arriesgada decisión de meterse de lleno en faena a costa de apenas presentar a los personajes protagonistas. En cosa de quince minutos, el avión ya se ha estrellado. Esa falta de desarrollo que para muchos es un defecto, para mí es una de sus mayores virtudes. Como en Dunquerque, en La sociedad de la nieve el suplicio es colectivo, no individual. Las tribulaciones a las que se enfrentan los convierten en una unidad. En una situación de penuria tan exacerbada, la personalidad se desdibuja. Que seas una cosa u otra es lo de menos. Para Bayona, debes empatizar con estas personas no porque las conozcas, sino porque son personas, personas que sufren, reaccionan y se comportan como lo haría cualquier ser humano.

A lo largo del metraje, Bayona se encuentra con muchas oportunidades de caer en la lágrima fácil y de manipular al espectador, oportunidades que, para un realizador con sus vicios, sin duda son muy tentadoras. No diré que las resiste todas, porque desde luego hay más de una línea de diálogo, más de una subida de violín y más de un flashback innecesario que hacen que las manos del titiritero se asomen más de la cuenta, pero por lo general creo que el pornodramómetro se mantiene en niveles bastante tolerables durante casi toda la película, lo cual, dadas las circunstancias, tiene bastante mérito. Creo que es en los momentos más solemnes en los que más aflora la humanidad de sus personajes y la honestidad de Bayona hacia el material que adapta. Es cierto que se le va un poco la olla al final, pero bueno, tampoco es algo que descarrile todo lo construido anteriormente.

El aparato visual de La sociedad de la nieve es, a mi juicio, contundente, pero a ver, tampoco nos flipemos. No puedo decir que me impresionen demasiado los planos generales de los Andes, que sí, son bonitos pero básicamente porque los Andes nevados son bonitos, no porque Bayona (ni su director de fotografía, Pedro Luque) haga nada particularmente sugerente con ellos. Sí que me interesa más el inteligente empleo de los grandes angulares en algunos primeros planos para mostrar la sensación de enajenación y desorientación de los supervivientes, que vale, no es que esté inventando la rueda con este recurso, pero hay que saber utilizarlo. Bayona también demuestra tener un buen ojo para los planos conjuntos, jugando con los actores como parte importante de la puesta en escena para crear composiciones grupales bastante sólidas. De la escena del accidente, poco tengo que decir. A Bayona se le da bien rodar catástrofes y lo ha demostrado en más de una ocasión. Aquí, además, recurre a un montaje seco que resulta muy efectivo a la hora de añadirle crudeza a las secuencias, convirtiendo la angustia en algo palpable. Y en cuanto al elenco, ninguna queja. Al no tener los personajes arcos muy pronunciados más allá del evidente que comparten todos, los actores tampoco es que puedan lucirse demasiado, pero la verdad es que todos están bastante bien. La solvencia es uniforme y nadie destaca ni desentona.

En resumen: cuando hablamos de cine, yo creo (y sé que muchos me tacharán de gafapasta por decir esto) que podemos hacer una distinción entre autores y artesanos. Bayona no es y probablemente nunca será un autor, pero en La sociedad de la nieve demuestra ser un buen artesano. Tal vez no sea un realizador con un estilo único y un universo propio, pero tiene oficio y recursos, y sabe qué hacer para ofrecer a la audiencia un producto digno, de corte claramente comercial, muy convencional en los palos que toca pero de acabado pulido, y, para ser él, consigue alejarse lo suficiente de la sensiblería insoportable. Creo que es una película bastante recomendable y que puede agradar y emocionar a un público bastante amplio, y ese era, probablemente, el objetivo de su director, así que poco más se puede pedir. Probablemente sea la mejor cinta que ha rodado Bayona desde El orfanato. Seguramente su cine, por cuestión de preferencias, nunca me enamorará, pero al menos en esta ocasión consigo disfrutar moderadamente de su propuesta, que ya es más de lo que me esperaba. Es la típica película que, si estuviera rodada en inglés, sería una candidata al Oscar indiscutible.

Calificación: Recomendable
Dabi
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8
22 de diciembre de 2023
236 de 285 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me he acercado a Salburn sin tener mucha idea de qué esperarme. El tráiler resultaba muy llamativo, pero las críticas profesionales no han sido demasiado amables con el nuevo trabajo de Emerald Fennell, aunque eso tampoco es de sorprender. Cuando un realizador debuta de manera tan contundente como lo hizo Fennell (su primer largometraje, Una joven prometedora, tuvo una enorme acogida que se acabó materializando en un Oscar al mejor guion original), no es poco común que se lleve unas cuantas hostias cuando estrena su segundo trabajo. Le pasó a Kenneth Lonergan con Margaret, a Shyamalan con El protegido o incluso al mismísimo Orson Welles con El cuarto mandamiento, películas a las que el tiempo ha tratado bastante bien y que se han acabado reivindicando con el paso de los años. Tal vez sea demasiado pronto para determinar si Saltburn va a pertenecer a este mismo grupo dentro de una década, pero tengo que decir que por lo menos yo me lo he pasado del carajo viéndola.

Ni la premisa de la película ni su desarrollo son algo nunca visto, no nos vamos a engañar. Uno no puede evitar pensar en el Mr. Ripley de Patricia Highsmith (por la caracterización de su personaje protagónico), en la Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh (por la premisa y porque el mismo Ollie la menciona en una línea de diálogo) o en la Teorema de Pasolini (por el desarrollo de su historia), y una parte de mí estaría encantado de saber lo que pensaría Pasolini si viera la lluvia de testarazos de perversión y libertinaje con la que nos embiste Saltburn durante dos horas. Tal y como le sucedió en su debut, Fennell sigue brillando como guionista cuando da rienda suelta a su sentido de la ironía y del humor negro, del que aquí hace gala en múltiples ocasiones a modo de pasajes deliciosa y malévolamente divertidos y sugerentes. Es cierto que sigue flaqueando cuando le da por hacer tirabuzones argumentales o cuando intenta ponerse más sobria de lo necesario, pero seamos honestos, una película que decide guardarse una canción como Murder on the dancefloor para su escena final tampoco es que sea el paradigma de la seriedad. Su manera de caricaturizar y de burlarse de la clase social a la que pertenece la familia de Felix es de todo menos sutil, pero nadie ha dicho que la sutileza sea condición sine qua non para alcanzar la grandeza. Scorsese nunca ha sido sutil. Ni Park Chan-wook. Ni Tarantino. Ni Ruben Östlund. Ni Spike Lee. Al final lo que importa no es lo que cuentas, sino cómo lo cuentas, y desde luego Fennell sentencia con cada escena, pero no lo hace desde la condescendencia, sino que sus ideas, en lugar de acariciar, te electrocutan.

Y si a nivel narrativo Saltburn es una descarga eléctrica, qué decir de su aparato visual, la mejora más evidente con respecto al trabajo anterior de Fennell. Probablemente se haya notado la presencia de Linus Sandgren como director de fotografía (colaborador de confianza de Damian Chazelle), pero el ojo de Fennell para la composición, la narrativa visual y la exuberancia cromática no deben ser desestimados. La cámara, vigorosa y dinámica, capaz de hacer virguerías pero también de quedarse clavada cuando la escena lo requiere. El montaje, vibrante y tenso, tan afilado en ocasiones como la pluma que escribió el guion. La apropiadamente ampulosa puesta en escena, que da vida a un castillo señorial y opulento pero también lleno de espacios vacíos, un mastodonte de otra época donde la familia Catton, con sus sirvientes y sus ceremonias, parece vivir su vida ajena a los vaivenes del mundo real, un aislamiento que se hace más acusado con la elección de ese ceñido aspect ratio de 1.37:1.

Y sin embargo, el punto fuerte de la película, en mi opinión, no está ni en el muy sólido (aunque algo manido) guion ni en el más que notable apartado visual, sino en las fabulosas interpretaciones de uno los elencos más potentes del año. La máxima de que no hay nadie mejor que un actor para dirigir a otros actores parece volver a cumplirse con Fennell, que sabe sacar el máximo provecho de todo su reparto. Secundarios de lujo como Richard E. Grant y Carey Mulligan dejan su marca con sus breves intervenciones. Jacob Elordi, que con su imponente físico tiene la mitad del trabajo hecho, conquista a la cámara haciendo de Felix, tal vez el más cuerdo de todos los personajes de este universo enfermizo. Rosamund Pike deslumbra por completo como Elspeth en el que probablemente sea su mejor trabajo desde Perdida, y además tiene pinta de pasárselo de maravilla siendo tan mala bicha. Y lo de Barry Keoghan es un recital de principio a fin. No existe otro actor en su generación tan sintonizado con lo raro, lo retorcido y lo inquietante. Keoghan (quien tampoco es un intérprete particularmente sutil) resulta hipnótico retratando a un Oliver ambivalente, poco fiable (como nos hacer saber la cámara desde la primera escena) pero fascinante de contemplar. Ya sé que los premios no significan nada, pero aun así me va a dar mucha lástima ver cómo los Oscar lo ningunean en favor de otras actuaciones mucho más académicas y previsibles cuando, en mi modesta opinión, tanto él como Pike deberían ser unos nominados indiscutibles.

En resumen, Saltburn tiene todas las hechuras de futura película de culto, y estoy convencido de que va a dejar indiferente a muy pocos. Es el trabajo que una cineasta que busca, por encima de todo, pasárselo bien con una dosis obscena de morbo y mamoneo. Es tan indecente, tan lasciva, tan demencial y tiene tan poca vergüenza que, si no entras en su rollo, te echa a patadas sin miramientos. Pero también creo que los que, como yo, os metáis de lleno en la propuesta de Fennell encontraréis un trabajo tremendamente disfrutable, con grandes interpretaciones por parte de todo el reparto, una explosiva puesta en escena y una trama morbosa, estimulante y bien contada a pesar de algunas cabriolas narrativas que están algo cogidas con pinzas y de ser tan delicada como una patada en el pecho.

Calificación: Notable/Imprescindible
Dabi
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7
3 de diciembre de 2023
70 de 91 usuarios han encontrado esta crítica útil
May December (me niego a referirme a ella como "Secretos de un escándalo") es el noveno largometraje de ficción del reputado Todd Haynes, un cineasta que dio sus primeros pasos formando parte del llamado New Queer Cinema de los 90 y que, aunque no haya tenido una carrera particularmente regular, nos ha regalado trabajos espectaculares a lo largo de los años. Para mí, un estreno de Haynes siempre es algo que esperar con ganas. Y aunque no sea una película perfecta, tengo que salir que yo he salido muy satisfecho con la propuesta de Haynes.

Cuesta comentar todo lo que hace a May December grande sin entrar en spoilers, pero de entrada, no sorprende encontrarse a Todd Haynes interesado por un tema como este. May December (basada en una muy truculenta historia real) nos invita a explorar la relación de un matrimonio nacido del abuso, a través de la mirada ajena de una actriz. Haynes siempre ha sentido fascinación por adentrarse en la psicología de personajes (a menudo mujeres) repudiados por la sociedad y traumatizados por las circunstancias, y, en su universo, el deseo sexual se ha revelado en más de una ocasión como una fuerza desencadenante, imparable y, a menudo, destructiva. Es comprensible, pues, que Haynes, tratando de ser lo más imparcial posible (la figura de Elizabeth como espectadora externa no es baladí), se muestre tan interesado en diseccionar y entender la dinámica establecida entre Gracie y Joe. Tiene su gracia que, finalmente, la conclusión a la que llega se alinee perfectamente con la impresión más inmediata: es una relación podrida y abusiva desde su concepción. Y, a pesar de eso, no me da la sensación de estar viendo una película "de mensaje". No es un sermón. Las ideas que se plantean, y cómo se plantean, invitan a la reflexión.

La presentación de May December es lo que, desde la primera escena, choca y desequilibra. Tanto la crítica como el público se han empeñado en calificarla de "camp" desde que se estrenó en Cannes. Tal vez por esa fotografía ligeramente brumosa, que le da a la historia una cualidad irreal y superficial, muy apropiada para el baile de máscaras y subterfugios que nos presenta Haynes. O tal vez por ese notorio y robótico empleo del zoom, inhumano e imprescindible para alejar la mirada de la cámara. O por esa efectista banda sonora de pianos ominosos, una partitura que reconfigura la música de El mensajero y que, a ratos, podría colarse sin desentonar en una peli de John Carpenter, y colocar este piano en un melodrama, como si el exterior y el interior no terminaran de casar, es, desde luego, una decisión deliberada. O por ese jugueteo ocasional con lo irónico y lo grotesco cuando el núcleo temático de la historia es tan trágico y tan perturbador. A mí me cuesta considerarla camp (sobre todo cuando la gente ni siquiera se pone de acuerdo en qué significa la palabra camp), pero está claro que May December no es sutil es sus decisiones estilísticas, ni mucho menos. Los juegos de espejos y reflejos, los planos enteros frontales que acercan más a la obra a la asepsia enrarecida de Safe que a la calidez de Carol. El cuidado máximo en la puesta en escena y en la localización, de una pulcritud exquisita, a pesar de que los personajes parezcan, a ratos, completamente despegados de su entorno. Los planos largos, la inteligente colocación de los actores en el encuadre (esa escena en la tienda de ropa es absolutamente brillante). Haynes demuestra, una vez más, ser un realizador de primer nivel, y aunque alguna decisión pueda no convencer, no hay duda de que esta May December no podría haber salido de la mente de ningún otro.

El guion, firmado por el debutante Samy Burch, es un contrapunto. Si el ojo de Haynes es ostentoso y sensacionalista, la pluma de Burch es sutil y paciente. Y lo es, por suerte, con todos los personajes que conforman el tridente de la historia. Elizabeth es, a priori, quien representa al espectador. La actriz que llega con la intención de estudiar y aprender. Y sin embargo, poco a poco, vamos viendo que hay mucho más detrás de la fachada. El proceso de vampirización, plano conjunto ante el espejo incluido, remite a Bergman y a su obra maestra Persona. Su poder disruptivo desencadena una tormenta. En el lado opuesto del triángulo, tenemos a Joe, un joven tan alto, tan atractivo, tan corpóreo y, sin embargo, tan invisible. El más grande, y el que menos espacio ocupa. No es, por las circunstancias, un individuo formado. Ese "es lo que hacemos los adultos", de Elizabeth hacia él, es un aguijón envenenado. Y en el centro del huracán, una Gracie que, tal vez, sea la más fácil de juzgar y la más difícil de comprender. Los tres actores hacen una labor más que sólida en sus respectivos roles, algo que no sorprende en actrices de primerísima división como Moore y Portman, pero también hay que quitarse el sombrero ante el trabajo de Charles Melton, ya que, al fin y al cabo, él es la víctima y el ancla emocional de May December. Con este personaje, en saber hacerse pequeño está la clave.

En resumen diré que May December me ha parecido un trabajo de enormes virtudes, a pesar de jugar con tonos y de hacer cabriolas que no son fáciles de clavar y que no siempre se fusionan sin costuras. No va a ser del gusto de todos, y probablemente muchos espectadores que busquen un mensaje más claro y más contundente no salgan convencidos con el enfoque distante y con la falta de respuestas, pero a mí me gusta mucho el resultado final. May December es triste y es inquietante, y tiene una forma muy particular de analizar las relaciones de poder, las consecuencias del abuso, la romantización amarillista y la consumición morbosa de lo trágico. No es perfecta, pero es sin duda valiente y ambiciosa, tiene un aparato visual muy potente, profundidad temática e interpretaciones a la altura. Y algo que yo agradezco mucho: es un trabajo que no se olvida al día siguiente.

Calificación: Notable
Dabi
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4
30 de septiembre de 2023
21 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Brian Duffield es un cineasta norteamericano que, hace tres años, deslumbró a la crítica con la muy resultona comedia adolescente Espontánea, película que significó su debut como director, pero lo cierto es que, si te pones a buscar, Duffield no es tan nuevo en la industria como puede parecer. Lleva años trabajando como guionista, y si vemos sus créditos en esa rama, la verdad es que ya su currículum empieza a ser un poco más irregular. Nadie te salvará es su segundo trabajo como realizador, y qué queréis que os diga, yo no puedo decir que haya salido entusiasmado de la experiencia.

Estoy convencidísimo de que si Nadie te salvará no hubiera utilizado el truquito de la falta de diálogos como foco en su campaña publicitaria, lo más probable es que hubiera pasado totalmente desapercibida, más que nada porque, si quitas eso, lo que queda tampoco da para mucho. El grueso de Nadie te salvará es la típica historia de invasiones en la que la protagonista sale indemne de situaciones cuestionables y consigue eludir a sus perseguidores contra toda lógica. Cuando la peli lleva media hora, yo ya estoy deseando que acabe, la verdad. Sí que es cierto que el conflicto humano al que se enfrenta Brynn es algo más interesante y su conclusión es ciertamente lo más sugerente y original de toda la propuesta narrativa (aunque cuesta un poco entender cómo y por qué hemos llegado a ella), pero para alcanzar el desenlace tenemos que atravesar el tramo central de un guion que suda sangre y tinta para llegar a la hora y media de duración y que llega a la línea de meta con la lengua fuera y al borde del desmayo.

En el resto de la película tampoco encuentro nada digno de destacar. El estilo visual es algo impersonal, desde los esperados planos cenitales con drones a una paleta de colores apagada y un diseño de los aliens que, de tan poco creativo, parece hecho por una inteligencia artificial. En cuanto a Kaitlyn Dever, de la que se está hablando mucho, pues a ver. Bien. Yo soy de los que cree que, cuando un intérprete no tiene diálogos, le es más fácil ser solvente, pero más difícil ser sobresaliente. De esta manera, Dever hace un trabajo sólido y digno, pero nada que me impresione. Gesticula mucho e interioriza lo justo, lo cual es una elección artística inteligente dado el carácter de la historia que se pretende contar, pero puedo imaginarme a quince o veinte actrices de su generación realizando una labor, como mínimo, igual de solvente con un personaje como este.

En resumen, Nadie te salvará me parece un trabajo que va muy justito en todos los aspectos. No hace nada terriblemente mal, pero tampoco plantea un enfoque llamativo en ningún apartado. La vi anoche y probablemente en dos días me haya olvidado de ella por completo. Así que nada, vista y a otra cosa. Poco más que decir.

Calificación: Insuficiente
Dabi
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