O sea, está muy bien eso de elegir a personas reales como protagonistas de ficciones varias, pero el guión de Parker (y la dirección) deja mucho que desear. En efecto, Welles filmó en Italia Cagliostro (mediocre película) después de su tempestuoso divorcio de Rita Hayworth, a las órdenes del mediocre Gregory Ratoff, y afirma la leyenda que él en persona dirigió sus escenas, algo fácil de creer. Es posible incluso que la Democracia Cristiana y la mafia (o sea, lo mismo) intentaran manipularlo en provecho propio, y hasta es posible que conociera a algún agente de la CIA tan repugnante como el incorporado por Walken. Pero la trama de Parker es insulsa y camina cogida por los pelos (tan sólo la escena en que Welles se convierte en el Mago posee cierta chispa). Danny Huston, aunque correcto, no da el personaje, y los demás actores se limitan a deambular por las escenas sin demasiada convicción. Paz Vega está guapa, of course, pero cuando sale Anna Galiena... En fin, ya sé que es una debilidad personal, pero la eclipsa por completo. Esos ojos, esa boca... Bien, estáis avisados. No malgastéis dos horas de vuestro precioso tiempo en esta insensatez.

Hay películas fallidas a las que uno habría deseado mejor suerte: B. Monkey es una de ellas. Se trata, por una parte, de un thriller clásico de drogas, atracos y venganzas. Por otro, de una historia de amor desesperada entre dos personas condenadas a no entenderse, pero que aún así se esfuerzan por vencer todos los obstáculos. Por supuesto, B. Monkey (magnética Asia Argento) es posible que no esté en sus cabales y padezca el síndrome de Peter Pan en versión femenina, incluso que su CI sea inferior al de una persona normal, sea lo que sea eso. En cualquier caso, es un alma desesperada por amar y ser amada, lo cual la empuja a situaciones límites con Rhys Meyers (un psicótico de manual) y Everett (un colgado de manual). En medio de todo eso, un buen chico, como suele decirse, con todas las probabilidades en su contra, que se enamora a morir (casi) de la susodicha. Digamos que la mayonesa no acaba de cuajar y cada película va por su lado, con un final ciertamente operístico, o casi. Le damos el aprobado por Rupert Everett, magnífico como casi siempre, y Asia Argento, su boca carnosa y la desenvoltura con la que se desnuda. No es de extrañar que a él no se le suba al principio: acojona.

Para los que hemos conocido Berlín, y la amamos, este primitivo (pero no tanto) documental significa la oportunidad de acceder a una ciudad que ni hemos conocido, ni conoceremos jamás. Probablemente, todos los que participaron en ella, incluidos los viandantes, están criando malvas, y después de los bombardeos de WW2, todo se reconstruyó de la nada. No obstante, que nadie espere una sucesión de postales, sino más bien una plasmación de la vida en una ciudad, que resulta ser Berlín, a través de sus habitantes, montada en cinco actos y animada por la música de Edmund Meisel, ese chico de Acorazado Potemkin. Pese a los tropecientos años transcurridos desde su filmación, me ha parecido de una frescura y modernidad que ya quisieran para sí muchas obras actuales pretendidamente rompedoras. Y no cabe duda de que, para Ruttmann, la ciudad es de los trabajadores más que de los opulentos y rentistas, a los que contempla con cierta displicencia. Una prueba más de que el cine mudo, ahora de moda entre los snobs por The Artist, nunca dejará de depararnos sorpresas.

El 5 es por el trío protagonista (aunque el personaje de la Tautou es de bofetada, varias a ser posible, aunque me llamen maltratador... Sería para que se despertara un poco del trance, caramba). La acción trancurre en Sète, localidad amable por la que siento cierta debilidad, y la anécdota es vieja, vieja diplodocus. Pero la peli es francesa, y posee el discreto encanto de la cursilería, y me gusta la chica algo borderline de la peluquería, y ver a la Baye todavía de buen ver, valga la redundancia. Hay escenas que bordean el ridículo, otras que chapotean en él y, en fin, como dice uno de los usuarios, sirve para verla una noche en que no te apetece cine para iniciar una segunda sesión. Prefiero esto que Judd Apatow, qué queréis que os diga.

En la película hay un homenaje directo al gran (e irregular) Dino Risi, al que interpreta su propio hijo, Marco Risi, también director. Nos encontramos en el rodaje de La moglie del prete, con Mastroianni y la Loren. Eran los buenos viejos tiempos de la alta comedia italiana (que también podía ser amarga; recordemos La escapada, Todos a casa, La gran guerra, El éxito, Vida difícil, En nombre del pueblo italiano, y tantas otras), que ya nunca volverán, fallecidos los grandes directores (sólo Scola sigue al pie del cañón) y sus irrepetibles actores (Sordi, Gassman, Tognazzi, Mastroianni, Manfredi). La prima cosa bella intenta hacerse eco de aquella época, de una forma de hacer y sentir las películas, y fracasa con honor. De aquellos tiempos de Nicola Bari recupera a la excelsa Stefania Sandrelli, la matrona por excelencia, aquella de cuyos pechos bebimos todos en la oscuridad de las salas (¡qué más habríamos querido), y que hoy se reafirma como una comediante de talla excepcional (no lo digo con segundas), que se come a sus compañeros de reparto cuando comparte escena.
La prima cosa bella es un bonito intento de homenajear a sus mayores. Espero ver la siguiente película de Paolo Virzi, a ver qué sendero toma.