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España España · Barcelona
Críticas de Tithoes
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Críticas 180
Críticas ordenadas por utilidad
8
28 de noviembre de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: el sinfín de frases lapidarias que alberga tan contundente metraje, evidentes como “la comedia es subjetiva” y reveladoras como “no imagino que mi muerte me traiga más dolores que mi vida”, la mayoría recogidas en la agenda de un protagonista que despierta tanto desdén en la sociedad como empatía en el espectador; la primorosa interpretación de un Joaquin Phoenix en, valga la contradicción, estado de gracia, un actor sin apenas fisuras en su trayectoria al que muchos auguraban un rotundo fracaso tras anunciarse su asunción del relevo de Heath Ledger encarnando al villano más popular del universo de DC Comics y que borda su disfuncional cometido como nunca antes lo había logrado nadie excepto el ya citado difunto intérprete; la certeza de que el León de Oro con el que se alzó la propuesta en el prestigioso Festival de Venecia 2019 es solo el primero de muchos, no solo por alejarse con sumo acierto de la temática de superhéroes en la que se circunscribe la intrahistoria que se desarrolla sino por el cúmulo de mensajes de toda índole que concierne a la diferencia entre clases y asuntos derivados de los oscuros suburbios de una ciudad corrompida por arrogantes magnates que simulan interesarse por los más desfavorecidos sin tan siquiera contemplar invertir tan cruda situación.

Lo peor: el pausado ritmo que prima en gran parte de la cinta hará que más de uno desconecte a intervalos de la misma con la consecuente pérdida de información, y es que las secuencias danzatorias son muy artísticas pero también redundantes cuando ya se han observado varias veces y el grado de interés que suscitan va disminuyendo paulatinamente, ocupando un preciado tiempo que podría dedicarse a explicar mejor algunos encuentros vinculados con eventos clásicos de la franquicia o a mostrar más el gran número de textos que aparecen en pantalla; el absurdo sentido del humor de Todd Phillips que, pese a denotar un inaudito talento en el siempre complicado género dramático con unos orígenes oscuros e impactantes, vuelve a recurrir a escenas ácidas sin cabida alguna como la de la puerta automática o la del pestillo; la percepción de tratarse de un producto con inmensa personalidad pero también malintencionada imperfección, pecando de una pretenciosidad tal que cada palabra pronunciada y cada gesto efectuado parece querer trascender incluso más allá de sus enormes posibilidades, restando a la postre para una secuela algunas preguntas sin respuesta como el destino de la racial vecina después de determinada visita y la crianza del sufridor querubín tras cierto encierro.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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4
18 de abril de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: el vínculo directo entre la producción que ocupa y la magistral saga Expediente Warren, haciéndose alusión explícita al mismo al término de una cinta que se vale del clásico matrimonio entre fe e iglesia (cuya condena al divorcio social se ha ido consolidando con el paso de los años) para contentar sin suficientes alicientes propios; la horripilante abadía de clausura rumana en la que acontecen los sucesos narrados y todo lo que la rodea, convirtiéndose en la auténtica protagonista de la película; la labor de Bonnie Aarons que, junto a los efectos audiovisuales y el sinfín de tributos religiosos, agita e inquieta.

Lo peor: la repugnante costumbre (supuestamente para rechazar insidiosas fuerzas) que, a la postre, sirve para combatir al mal ancestral (concretamente desde principios de los cincuenta) que atormenta a la humanidad en un alarde de escaso rigor argumental; la incursión de cierto integrante francocanadiense que, lejos de amenizar la velada, dilapida cualquier atisbo de concebirla verdaderamente estremecedora; la escueta duración logra que no se eternice el profano entretenimiento pero, sin embargo, los giros de guión se fuerzan tanto que no fructifican en una historia digna del aclamado universo en el que se circunscribe.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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3
7 de enero de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la revisión en sí misma no resulta nada convincente en ningún aspecto pero puede emplearse para rememorar, sino presentar a quienes desconocían su existencia, la película francesa original dirigida por Pascal Laugier, una obra de dureza extrema abalada y censurada a nivel mundial (todo lo contrario de la fama que se otorgará a la presente tanto por parte de público como de crítica); el ritmo del primer tercio no entusiasma pero tampoco aburre como sí lo hacen los dos siguientes, iniciándose el filme de manera medianamente interesante y derivando paulatinamente hacia una vertiente comercial disfrazada de falsa intelectualidad de infinita mediocridad; la duración, apenas ochenta y dos minutos, hace que la pérdida de tiempo no sea tan existencial como el mensaje que penosmente se trata de defender.

Lo peor: el hecho de que se anuncie la cinta a través de méritos pasados e intervinientes secundarios como productores e inversores no hace sino evidenciar la poca curiosidad que genera la misma en un principio, y es que mejorar la perfección de la genuina era una empresa concebida imposible desde su propia concepción; el nivel interpretativo roza la indecencia absoluta, tanto por parte de los actores adultos como de los jóvenes, en especial la dupla femenina que protagoniza una poética relación de amistad limítrofe con el sentimiento amoroso más pasional; la serie de novedades introducidas resultan tan pretenciosas como erróneas y, por si esto fuera poco, los detalles que se respetan de aquella son plagiados desde una perspectiva negativa.

Daniel Espinosa
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6
15 de octubre de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: el logro de hacer de la sobreactuación una loable base interpretativa, lo cual consigue firmar el intruso del metraje, un Dan Stevens que borda su papel (mucho más complejo de lo que a priori parece) de ocasional salvador, algo tan meritorio como la labor del antagonista, un Michael Sheen que ejerce de convincente predicador sin despeinarse (textualmente); el planteamiento de la entrada de recursos en la clase de sociedades como la tratada (aquella en la que todos son “hermanos” y el juramento de una vida plena exenta de armas, guerras, dolor y sufrimiento por parte de alguien que se autoproclama líder y abandera compasión, libertad e igualdad después de admitir haber sido tildado de conspirador, radical y traidor promueve a los fervientes adeptos a confiarle su suerte) es fundamentalista e inspirador, colaborando simbólicas reflexiones (“no existe nada puro”, “la promesa de una divinidad no es sino una ilusión”...) y las religiosas citas (“el poder de su resurrección yace en su sufrimiento”, “cuidaos del falso profeta que acude a vosotros con piel de cordero pero cuya alma oscura no es sino la de un lobo”...) a un agónico e interesante viaje al seno de la maldad hecha persona mediante gente blasfema prisionera de su fe; la reputación de Gareth Evans, por más que la crítica especializada haya tratado de enturbiarla con alegatos tan exagerados como la violencia aquí observada (tal vez escasa atendiendo al director del cual proviene el producto extrema cuando se emplea), apenas sufre variaciones al tratarse de una incursión a las sectas muy personal que mantiene intacto el espíritu del autor a pesar de ver la luz bajo el sello de la plataforma Netflix, conviniendo aclarar para aquellos propesos a la sensibilidad que ningún animal resultó herido durante todo el rodaje.

Lo peor: el cúmulo de absurdeces (disparos gestuales, huidas infantiles, inmortalidades repentinas, tablones sueltos..., siendo la más indecente la frase “sé la luz que me guíe en la oscuridad”) que acontecen en la remota aldea isleña impiden concebir la película como una alternativa válida a otras tantas que aúnan maldiciones, purificaciones, secretos, sublevaciones, supersticiones, torturas, y tributos de mejor modo, ya sean más convencionales como El bosque o contundentes como The sacrament; la entidad extraída directamente del videojuego Resident evil 5 (difiere de otra perteneciente a la cuarta entrega por la máscara aunque ambos portan una motosierra), no por su impacto sino por la forma en la que se introduce en la cinta, totalmente abrupta e injustificada más que para evidenciar que paraíso e infierno guardan una relación muy estrecha e impía; la parte sentimental, encarnada por una pareja de jóvenes paganos con aspiraciones de índole terrenal y afán de independencia territorial, no deja de ser una subtrama más resuelta de grotesco modo, tan poco consecuente (demasiada coincidencia y mayor precipitación) como el resto de metraje, pudiéndose fraccionar el ritmo en cuatro grandes bloques (dividió por cuartos de media hora cada uno de ellos) catalogándose de arrollador, sosegado, desesperante y desbordante respectivamente; el avance revela demasiado contenido de la intrahistoria principal (en especial en cuanto a depravados rituales e importantes impases se refiere), no siendo más que una frustrante e innecesaria concesión anticipada de futuribles positivas sensaciones.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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4
5 de octubre de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: el talento del responsable, hasta ahora autor de innumerables cortometrajes inspirados en películas de pseudoterror (tales como Resident evil y Silent hill), para sugestionar al espectador generándole la sensación de que algo va a suceder cuando, si bien es cierto que ocurren muchas cosas a lo largo de la trama, el ritmo no es ni mucho menos frenético, ofreciendo asimismo un buen número de muertes (la mayoría insinuadas y no plasmadas) cuya sutileza tensiona e impacta para evidenciar que aquel con afán de superioridad (probablemente por complejos internos de, precisamente, lo contrario) se comportará en consecuencia incluso en la situación más impensable; el relato de la secuencia de acción narrada vía radio es detallista e intensa, muy posiblemente la única que convendría destacar entre tanto convencionalismo (desde la presentación de los personajes, precipitada y superficial, hasta el origen del virus, típico e insostenible), convirtiéndose los bellos paisajes romanos en tan inconsistentes (no se aprovechan en absoluto) como las actuaciones (durante la crítica se pone especial énfasis en este aspecto al ser el más catastrófico), no lográndose diferenciar entre terror y dramatismo en los rostros del reparto; el maquillaje luce formidable en las caracterizaciones de los infectados, infundiendo respeto a base de técnicas artesanales ya que, para satisfacción de aquellos más nostálgicos (o simplemente valedores del verdadero mérito del cine clásico), los efectos digitales apenas tienen cabida, una decisión sin duda encomiable (a la par que arriesgada) en los tiempos que corren.

Lo peor: la cobertura en el interior del teóricamente infranqueable ascensor es perfecta (la comunicación con el exterior es curiosamente nítida para facilitar el devenir del guión), lo cual sorprende (negativamente al no ser creíble) tanto como que el mismo no disponga de un sensor de humo (qué casualidad que fumar sin mesura sea el mayor de los placeres terrenales para un protagonista que ningún interés suscita debido a, como se señalará acto seguido con mayor exactitud, su apatía), repitiéndose la fórmula de valerse de un único y claustrofóbico espacio como ya se hiciera Rodrigo Cortés en Buried (de hecho el presente producto es un mediocre híbrido entre la misma y La trampa del mal de John Dowdle), eso sí, un resultado bien distinto; el semblante del reputado y egoísta (por qué será que ambos términos suelen confluir también en la vida real) hombre de negocios de nacionalidad italiana (procedencia explicativa de su adulador carácter) que, tras una noche repleta de altercados (no de índole terrorista sino caníbal), debe enfrentarse a un inesperado reto de supervivencia en el que aprenderá a respetarse a sí mismo y a valorar lo que posee (la figura de la mujer complaciente no hace sino confirmar la escasa imaginación argumental), siendo esto maravilloso sobre el papel pero no en su traslación a la pantalla, pues el nivel interpretativo de Alessandro Roja deja mucho que desear; el desenlace, que recoge el valor del litro de leche más costoso de la historia (cuando se proceda al visionado se entenderá el comentario), es un burdo homenaje a 28 días después sin entidad propia, no traduciéndose en una de las peores propuestas del género (las hay a centenares) pero sí en una prescindible, y es que pésimas decisiones (como perder de vista a una gran amenaza corpórea conscientemente o entregar un arma reglamentaria por la empuñadura profesionalmente) e incomprensibles absurdeces (como que las llamadas telefónicas se finalicen automáticamente al producirse un ataque o emplear un palo de golf aparecido de la nada cual portentoso artefacto) abundan sobremanera.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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