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Argentina Argentina · Buenos Aires
Críticas de Charly Barny
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Críticas 195
Críticas ordenadas por utilidad
5
10 de agosto de 2018
19 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
No conocía el cine de Ortega más allá de algún episodio aislado que vi por televisión de Historia de un Clan y de El Marginal. Había visto en él capacidad narrativa, una mirada atractiva sobre lo social que excedía el marco televisivo para generar un auténtico interés sobre sus propuestas, con un despliegue de producción y un interés por los espacios abiertos que pocas veces se habían visto en nuestras series.
En El Angel, Ortega recurre a la historia criminal de nuestro país. Se inspira en la carrera delictiva de Carlos Robledo Puch, un joven de 18 años que conmocionó la sociedad argentina a principios de la década del 70 con una serie de robos y asesinatos que terminaron irremediablemente llevándolo a la cárcel con una condena de reclusión perpetua, desarrollándola en forma libre sin atenerse demasiado a los hechos históricos, tratando de crear una versión propia de la personalidad del delincuente.
No obstante ello, el personaje principal nunca alcanza carnadura propia. La mirada de Ortega sobre Robledo Puch (encarnado por Lorenzo Ferro) hace recordar a otra mirada, la que Visconti echaba sobre Dirk Bogarde en Muerte en Venecia cuando éste, sentado en una reposera de playa, se dedicaba a contemplar la belleza de Tadzio (Björn Andresen) en un film que justamente reflexionaba sobre perdida de la juventud y la llegada de la vejez. En este caso, la adolescencia que da paso a la adultez.
Muy poco que ver tiene esta visión con la recreación de la carrera delictiva de un joven asesino, absolutamente inmoral, incapaz de valorar una vida, y dar rienda suelta a un instinto asesino más propio de un animal que de un ser humano. Ortega lo sigue y lo contempla tratando de encontrar en él rasgos de una humanidad de los cuales carece. En esa mirada contemplativa, el film va perdiendo todo su interés dado que la historia está basada en hechos reales y por lo tanto conocida por una gran parte del público potencial.
Lorenzo Ferro no logra dar carnadura al personaje principal. Su actuación es poner la cara, transitar algunos pasos de baile, y mostrar su frialdad en cada asesinato. El resto de su actuación carece de rasgos humanos. Su personaje es plano. Si bien estamos ante la historia de un asesino frio y sanguinario, también es la historia de un adolescente descubriendo la vida y sobre todo la sexualidad. La importancia que a estos acontecimientos le otorga el director es mínima. De la misma manera pinta la relación con sus padres, dos seres que parecen pintados dentro de una casa incapaces siquiera de intuir las tendencias y correrías criminales de su hijo. Las relaciones familiares parecieran ser nulas e intrascendentes.
La pintura de época que presenta es otro punto débil de film. Ortega elude todo compromiso político y social en medio de una época que justamente se caracterizó por su violencia. Los hechos policiales que tuvieron como protagonista a Robledo Puch sucedieron durante todo 1971 y terminaron el 4 de febrero de 1972 con su detención, prácticamente 6 meses después del asesinato del General Aramburu que puede ser tomado como el punto de partido de una represión política social sin precedentes en Argentina.
La banda sonora, sin música de carácter incidental, esta paradójicamente poblada de hits de la época en versiones posteriores poco conocidas. La cantidad de temas incluidos, salvo La Balada del Angel por Astor Piazzola, no juega un papel fundamental en la recreación de la atmosfera del film.
Cuesta entender la motivación de Ortega de realizar un film sobre una persona real transformándola en un personaje absolutamente desenganchado de la realidad política social del país. La pintura del personaje principal es absolutamente exterior. Una personalidad simplemente criminal. No existe posibilidad alguna de relacionar a ese personaje como un símbolo de la crueldad porque esas características nunca aparecen de manera consientes en el film. Ortega sigue a su personaje en su carrera criminal fuera de todo contexto salvo en la escena donde los criminales son detenidos por la policía por manejar sin documentos pero que el director recrea como una travesura más de dos muchachos jóvenes atolondrados en la plenitud de su juventud. De ninguna manera la escena trasciende el peligro de la detención en consideración del momento político que se vivía en el cual la sospecha comenzaba a estar a la orden del día.
El film de Ortega me decepcionó. La pintura de la época solo está sugerida por la banda sonora a través de los innumerables hits que acompañan a las imágenes. La dictadura de aquella época y el comienzo de los movimientos subversivos son ignorados. El personaje principal deambula por la película generando una violencia que nunca se acaba de entender si proviene de una mente enferma, de un desinterés por la vida, o si es un icono de una sociedad enferma cuyos únicos referentes son los propios padres de los protagonistas.
Charly Barny
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5
17 de septiembre de 2018
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película de Tobal responde a un subgénero dentro del film de suspenso: las películas de juicio. Hay obras maestras en la historia de cine a la que “Acusada” le hace su pequeño homenaje. Si recordamos Testigo de Cargo (1957) de Billy Wilder debemos encontrar uno de los mejores ejemplos. Tampoco debemos olvidar Doce Hombres en Pugna (del mismo año), Matar un Ruiseñor (1962), Será Justicia (1982), Cuestión de Honor (1992), y tantas otras donde el cine americano lleva una delantera absoluta aunque los italianos también se lucieron con Sacco y Vanzetti de Giuliano Montaldo, los iraníes con La Separación de Ashgar Farhadi, los israelíes con El Divorcio de Viviane Ansalem y recientemente los franceses con Custodia Compartida de Xavier Legrand.
El mayor logro de Tobal es hacer una película entretenida. No es un mérito menor. El film se deja ver de principio hasta final aunque claramente se sospecha cual va a ser el veredicto del tribunal desde el inicio mismo de la película. Hay un argumento bien trabajado desde la cuestión del género. Un episodio confuso durante el cual muere una joven en una fiesta casera donde abundan el alcohol y las drogas que forma parte esencial del misterio del relato. Pero la cuestión es que la muerte no es ni accidental ni natural. La joven dueña de casa muere asesinada a cuchilladas. Lo cual transforma a la película en un clásico ¿Who Done It?, o sea, ¿Quién lo hizo?
Hasta acá todo bien. Film prolijo, legible, que mantiene bien el suspenso, con actuaciones correctas, los actores protagónicos convencidos de sus papeles, pero que no agrega nada más que una experiencia a un director debutante.
Aunque la película no tenga otras pretensiones que las de proveer un buen entretenimiento al espectador y abrirle la puerta grande a su protagonista principal, no obstante no podemos obviar que está colmada de los clichés de siempre del cine argentino. La previsibilidad de los acontecimientos, la pintura estereotipada de los personajes, la ambientación de los espacios, describen un estilo de vida acomodado. La acusada del título, como todas las demás que participan de la fiesta negra, es una chica de la alta sociedad argentina. La descripción de esa clase responde a cada uno de los estereotipos que fija el cine argentino, a la cual, por definición, la considera corrupta, ladrona, perezosa, escandalosa, entregadora y cipaya, transformando involuntariamente a la película en una crítica impiadosa y torpe, que al tirar por elevación, la hace responsable de todos los males que afectan al país, un país destrozado de pies a cabeza desde hace muchos años dándose el lujo de encabezar todos los rankings negativos con que se mide a un país en el mundo.
Tal vez no ha sido la intención ni de los guionistas ni del director hacer una semblanza sobre la Argentina. Sin embargo, lo más interesante de la película resulta la visón que transmite de una sociedad corrupta que alcanza a todos sus estamentos, donde la incapacidad para determinar una responsabilidad es imposible, donde la labor de la justicia no alcanza nunca sus objetivos, donde el crimen queda siempre impune, donde nadie labura y la creación de riqueza brilla por su ausencia, donde la riqueza circula de unos a otros pero no se reproduce, en la cual los nuevos ricos hacen plata a costilla de lo demás sin generar riqueza alguna.
Es paradigmático en el film que el personaje de Sbaraglia, el padre de la familia cuya hija es la acusada del título del film, es un niño bien de la sociedad que ha formado una familia heredando todo lo que ni siquiera ha hecho su padre sino sus abuelos. Y lo peor es que el juicio que se lleva contra su hija, terminará dilapidando en manos de los abogados defensores toda una fortuna donde la creación de riqueza brilla por su ausencia. Casa donde viven, fin de semana y campos heredados solo servirán para pagar un juicio que posiblemente nunca llegue a la verdad. Y es que la verdad ni la justicia importan. Solo importa la absolución del personaje. El qué dirán, la mancha del apellido, la situación traumática vivida por la adolescente parecen solo cuestiones secundarias.
El mundo está lleno de buenas intenciones. La película también. Lali Espósito se luce haciendo todos los mohines necesarios como para que su actuación parezca realmente una actuación. Sbaraglia opera y cumple. Inés Esteves pasa intrascendente con sus gestos de niña llorona. Los que salvan sus papeles son sin duda Daniel Fanego como el abogado defensor, y Gerardo Romano como el fiscal. Los rubros técnicos son sólidos. Tanto la fotografía como la banda musical aportan tanto a los climas de la película como al porvenir grisáceo que les espera a los protagonistas. En síntesis, una visión deprimente de una corrupción que atraviesa desde lo más alto a lo más bajo, la sociedad entera.
Charly Barny
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8
1 de noviembre de 2019
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un antes y un después. Dos momentos diferenciados por un golpe terrorista perpetuado en un Parque de París.
En el antes, Amanda, una pequeña niña de unos 7 años, mimosa e inteligente, magníficamente interpretada por Isaura Multrier, comienza a ir al colegio. Su madre, Sandrine y su Tio Vincent se turnan para esperarla a la salida del colegio coordinando los horarios disponibles en función de sus obligaciones laborales. El film describe la vida cotidiana de tres personas comunes, simples cuyas rutinas transcurren sin demasiadas emociones, donde el hecho más importante sobrevivir día a día y ver crecer a esa niña cuyos padres están separados.
Sandrine es traductora y maestra de inglés en una academia. Para ganar unos francos más, hace traducciones en su casa. Vincent trabaja para la Municipalidad de Paris podando árboles y arreglando canteros. En sus momentos libres, ayuda en una inmobiliaria. Su vida carece de mayores responsabilidades. Es un hombre joven en busca de aventuras.
De golpe, un fin de semana en un parque, la tragedia se cierne en torno a ellos. La madre de la niña muere, su padre no aparece, y su Tio Vincent se debe hacer cargo de su crianza no sin antes pensar en un internado.
En el después, la película se concentra en la recomposición de los sobrevivientes donde la asumir nuevas responsabilidades y recolocar los afectos estará en primer lugar. Es una descripción minuciosa de pequeños momentos que intentan volver a unir todo aquello que se ha roto, que se ha modificado en esas almas que han sobrevivido a la tragedia, pero que les ha cambiado brusca y definitivamente toda su vida.
Ya nadie puede ni vuelve a ser el mismo. Volver a encontrarse aparece como una prioridad. Habrá una serie de reencuentros. El primero, el de Vincent consigo mismo. Debe hacerse cargo de la pequeña Amanda. Esta solo y carece de medios pero toma conciencia que lo peor ya ha pasado. Ahora es un momento necesario de la reconstrucción de lo que ha quedado. Los sentimientos hechos añicos y vivir con la ausencia de los seres perdidos es lo que hay que aprender.
El film es minucioso y está construido de pequeños momentos. Es un film íntimo, donde lo que ocurre es una catarata de sentimientos encontrados donde no queda lugar para ir hacia atrás sino solo para adelante. Volver a ser y hacerse cargo. Muestra la necesidad de madurar aceleradamente, de asumir la realidad aunque lo cambios sean dolorosos. De buscar y reunir a la familia como apoyo de toda la estructura social.
No solo es admirable el trabajo de los autores del guion (el propio director y Maud Ameline), que han logado una estructura muy sólida que sostiene una avalancha de sentimientos encontrados narrados a partir de la necesidad de reconstruir la vida cotidiana. Pero lo más interesante, es que la película es capaz de transmitir el espectador esos sentimientos a través de pequeños gestos, una palabra, una sonrisa, una lagrima, una canción que suena, el reencuentro con alguien lejano que hace mucho que no se ve, un simple recuerdo que aparece. Es el otro lado de un drama contemporáneo.
La actuación de la niña Isaure Multrier es fundamental en la transmisión de esos sentimientos que a veces se esconden para ocultar la tristeza que sentimos. La película guarda en todo momento un gran equilibrio narrativo, pero ante todo descuella en mostrar sutilmente todo aquello que está oculto en el alma y no es visible a los ojos.
Charly Barny
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7
29 de febrero de 2020
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El nuevo film del cineasta Elia Suleiman parece preguntarse por qué si en todos lados pasan cosas absurdas, los palestinos, en particular, tienen que vivir en un absurdo permanente.

Su película está regida por la mirada, la cual, se concentra en un sinfín de situaciones que remiten a una gran obra del absurdo. Este film situacional, que con esa mirada tan poco convencional y llena de humor, se transforma en una pieza inteligente e interesante.

Conoce tu comarca y conocerás el mundo. El film comienza en Nazaret, lugar de nacimiento del director y luego se abre hacia Paris y Nueva York. En la medida que la película avanza, sale de su comarca y se abre al mundo. Las escenas de Paris y Nueva York profundizan en la idea de un absurdo que va más allá de la propia comarca.

El propio Suleiman es el actor principal de su película, la cual nunca pierde el sentido del humor, uno muy especial que cruza toda la película impregnándola con un cuestionamiento tal que provoca indudablemente la reflexión sobre lo que sabemos pero de lo cual no se habla. El nivel del absurdo prevalece sobre la ironía.

El Oráculo de Delfos decía “Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses”. El director comienza un viaje que lo lleva primero a Paris y luego a Nueva York, para terminar volviendo a Nazaret. En el periplo, la idea de identidad de un pueblo se desdibuja desde la mirada de lo global.

El conflicto árabe israelí está presente a lo largo de toda la película pero no es expuesto como algo manifiesto sino como un absurdo que incluso podría minimizarse. Queda claro que la mayoría de la gente prefiere vivir en paz y solo las posiciones extremas lo impiden.

Con mucha influencia del humor del francés Jaques Tati (Mi Tío, Play Time), la película es la mirada entre extraña e irónica de un palestino que no puede terminar de entender el mundo en el que vive. Su film es muy personal, con gustos muy personales como la inserción inesperada de una canción clásica de Nina Simone que alude a alguien que siempre está corriendo, que se siente humillado y ya no puede soportarlo. Es además, una obra donde prevalece la ironía, donde la mirada y la observación de lo que pasa define la película.

La mirada de Suleiman es la de alguien que conoce el mundo, alguien capaz de poder mirar desde afuera. En ese enfoque podemos encontrar una mirada universalista sin dejar de lado un conflicto específico que sin duda reclama una solución pacífica.

Suleiman intenta tomar distancia como si quisiera ver la cosa desde afuera sin siquiera ser parte de ella. Ello es casi imposible. No obstante, logra totalmente que el espectador reflexione sobre el problema desde una posición prácticamente imparcial. Pero la gran cuestión que deja flotando el film del palestino es si ese viaje por el mundo moderno que da su personaje, acaso no despersonaliza en esa apariencia de universalización que presentan las grandes urbes que visita. En ese sentido, cabe preguntarse cuánto de valor tiene todavía la causa palestina.

http://thecharlysmovies.blogspot.com
Charly Barny
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7
19 de agosto de 2019
15 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
A partir de una novela escrita por Eduardo Saccheri, la cual recibió el premio Alfaguara 2016, que se inspira muy libremente en los sucesos que generó el corralito financiero de diciembre de 2001, Sebastián Borensztein encara su quinto largometraje con suerte diversa.
Reuniendo un gran elenco de notables actores capaces de componer personajes al borde de la caricatura, hace correr una fluida trama de características corales, imbuida de un espíritu de necesidad de justicia que termina generando una especie de venganza.
Los giles a que alude el título del film no son otros que las propias víctimas que generan las pésimos manejos de las arcas públicas de los sucesivos gobiernos que nos han tocado en turno, que aplicando políticas de carácter populista con el ánimo de contener al pueblo terminan por vaciar las arcas del Estado y en consecuencia se ven en la necesidad a recurrir al viejo recurso de hacer una macro devaluación del peso y congelar depósitos bancarios para devolverlos 10 años después.
El film habla indirectamente de la injusticia social que provocan estas políticas y desarrolla, basándose en los personajes de Saccheri, un grupo muy querible de victimas de aquel flagelo compuesto por diferentes prototipos del ser nacional, inclusive con distintas afinidades políticas, que llegan a unirse fraternalmente para recuperar el dinero que el corralito financiero les ha quitado haciendo justicia mediante una venganza en la cual el propio estafador se vuelve víctima de un robo.
Esta cuestión de la unión de caracteres tan diversos es tal vez unos de los puntos más fuertes y positivos que experimenta el film, dejando muy claro que la unión hace la fuerza, pero también, enfatizando que no solo la fuerza logra el objetivo sino también el respeto del uno por el otro, donde el escuchar a los demás no solo infunde respeto sino nutre a uno mismo.
Con un guión que se estructura en base a una narración clásica tipo western suburbano, los mayores méritos de la película se encuentran en el gran entretenimiento que proporciona desde principio a fin del relato. Condimentada con personajes muy bien delineados dentro de un tono tendiente al grotesco criollo, con diálogos agiles, replicas punzantes y graciosas, y con actuaciones que sin lugar a dudas componen personajes delirantes que resultaran inolvidables, el film avanza casi sin obstáculos hacia el aplauso mayoritario de la platea.
No obstante ello, la gran crítica que cabe cuestionar es la mirada naif que provocan estos seres desangelados, solos, perdidos, desorientados. Parecerían ignorar que si votan populismo, a la larga, recibirán populismo. El Estado Nacional gasta más que lo que recauda, genera déficit fiscal, y obviamente, toma deudas o lo que es peor, emite dinero sin respaldo. El peso se devalúa, la economía genera inflación, la gente toma conciencia, comienzan las corridas bancarias, y finalmente el Estado, impone un “corralito” a los depósitos bancarios tomando a todos por sorpresa.
El guión de Borensztein toma estos elementos, los banaliza, crea personajes que por definición son víctimas sociales, y los une en torno a un proyecto que no es más que otro robo, esta vez, a un estafador. No por ser un estafador la acción de restitución deja de ser otro delito. Entramos en aquel dicho que dice que el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón.
No sé si la intención de Saccheri o de Borensztein fue señalar el carácter inmoral de toda una sociedad. Honestamente creo que no. Pero la película termina siendo banal al meter a todos sus personajes en una misma bolsa de la que raramente podrían sacar un resultado que tuviera que ver con el respeto de la ley y la satisfacción de un clamor de justicia. Y lo que es peor, se justifica a quien hace justicia por mano propia cuando en realidad, el contrato social ha determinado que la justicia estará en manos de los jueces.
Por otra parte, cabe agregar que un gil es una persona fácil de engañar. Una mirada más profunda del film deja entrever que no siempre las víctimas son giles sino personas que han estado dispuestas a tomar un riesgo mayor, a pensar que “total va a pasar nada” o “el Estado no puede quebrar”. Pero la historia continúa y se repite. La perseverancia en el error de apreciación es lo que nos lleva a esas situaciones sin salida.
Entretenida, siempre interesante, con grandes actuaciones de todo el elenco, Borensztein consigue realizar un film que sin duda será exitoso pero que tal vez esté por debajo de sus anteriores trabajos, especialmente de Un Cuento Chino, y deja un gran interrogante sobre la moral social en Argentina. Robar a un ladrón no constituye un acto de justicia.
Charly Barny
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