Desde un principio, en el que me sentí dentro del camino al pueblo, la película me absorbió. La belleza que extrae de los paisajes, del pueblo, de las gentes. La sugerencia en las formas, la invitación a participar concediéndonos siempre una posición en la escena (o prohibiéndonosla). El cariño y respeto en la descripción, y crítica, de la sociedad rural.
Todo ello te arrastra de tal manera que olvidas un ritmo, como siempre en Kiarostami, lento y repetitivo. Me quedo con esa forma de contar que ya no sorprende por que la hemos visto en sus obras anteriores, pero que sigue embriagando; con esas sorpresas que te encuentras en el recorrido por una pequeña aldea, mucho menos homogénea y previsible de lo que uno esperaba; con metáforas incómodas como la idea de llevar un fémur humano en el salpicadero del coche; con la contraposición entre lo urbano y lo rural. Del primero critica las prisas, la superficialidad personificada en un grupo de hombres que de este viaje no se llevará más que el sabor de unas cuantas fresas. Del segundo el conservadurismo y el machismo donde la mujer sólo puede servir el té a su propio hombre.
Y, por supuesto, me quedo con el amor a la vida que rezuma la obra de Kiarostami a cada fotograma, evidenciado una vez más por contraposición a la muerte.

Sin palabras, Marker me ha dejado sin palabras. Jodidamente buena película de guerra.

La idea del juego es brutal. No se trata de un arcade de guerra en el que tienes que ganar como sea, juntar armas y venga para adelante, no. Tienes que acabar perdiendo la guerra tal como ocurrió históricamente.

Eso puede parecer una chorrada, nada, dejarse matar y punto. En absoluto, el jugador ha de ir alcanzando y comprendiendo (a través de cinco niveles) el estado psicológico de los derrotados/masacrados/suicidados. Y en este punto, lo que la película cuenta y cómo lo cuenta... en el propio film se dice algo así como "no puede haber películas de guerra porque las películas de guerra no huelen como la guerra". El laconismo del superviviente japonés, ahora predicador cristiano, cuando se justifica: "cuando los occidentales sufren un trauma se hacen budistas, nosotros nos hacemos cristianos"... no sé ni como acabar la crítica. Sólo decir que la revisión de la batalla de Okinawa se hace con una inteligencia y una sensibilidad moral arrolladoras.

Cualquier fotograma de esta película serviría para pegar en la pared. Los colores y las formas están estudiadas obsesivamente, trasmiten tanta belleza que acabamos viendo ese reducido y viejo apartamento como si de un palace-loft o algo por el estilo se tratara. La vida en una pequeña ciudad vietnamita, sumergida en un paradisíaco entorno natural que se impone a las edificaciones por cada ventana, por cada hueco, se nos presenta como ideal, pese a la ausencia de cuestiones tan básicas como el agua corriente. Tiene razón mi madre cuando dice que una planta bien colocada llena una sala como no lo haría el mejor mueble, si además colocas el objetivo detrás de ella, pensarás que estás en un paraje selvático civilizado con cuatro paredes y algún cuadro. Cuando la lluvia inunda las calles, todo parece limpio y hasta jurarías que ese agua cristalina que surcan las ágiles bicicletas huele bien, no como la clorada de nuestros vulgares grifos.

En el argumento la situación es similar. Un drama muy estudiado en cada detalle que de nuevo consigue trasmitirnos algo que no existe. No hay grandes historias, ni creo que ideas demasiado brillantes. Si acaso destacar el affair de la hermana mayor, el autoimponerse una relación de silencio con su amante le da un cierto encanto envuelto de misterio. Pero todo está contado con sumo cuidado, con precisión puntillosa tanto en los diálogos como en el ritmo.
Una curiosidad, me sorprendió la occidentalización de la sociedad en detalles como el uso de la guitarra en sus cantos o el omnipresente cigarrillo. Usado éste con una elegancia digna del Hollywood de Bogart y Bacall.

¿Los defectos?. Pues que pasada media hora empiezas a pensar que aquí hay algo que no encaja. No es sólo el cúmulo de artificios para conseguir presentar el lado “bonito” de la vida. Hay detalles que fallan, los actores pasan por encima de los problemas de forma poco natural, la vida parece que no dejase huella en ellos. Terminada la película, sólo la hermana embarazada y el fotógrafo demuestran una evolución coherente. Algunas sorpresas del guión no se sostienen, por ejemplo, no me creo que alguien que se despierta todos los días escuchando a la Velvet Underground sea tan extremadamente inocente en temas sexuales como para no relacionar el embarazo con la menstruación.

El balance final deja el poso de dos horas muy agradables, con ritmo, sin los temidos parones del cine asiático, pero con un fondo indefinible de falsedad que impide que te la acabes de creer del todo. La nota, quizás un poco alta, se la doy por el dominio que demuestra de toda la parte técnica y también por que tiene mérito saber encontrar el lado bello de las cosas.

Solo por los diez primeros minutos, por la sencillez de ese rito tribal y sobrecogedor del rezo, por la dolorosa sonrisa que se nos dibuja ante el feliz viaje de ese tranvía imaginario, la película ya es una obra maestra.

Después, acepto que Dodes Ka-Den tiene fallos, incluso muchos. Coincido con críticas anteriores en la sobreactuación típicamente japonesa de los borrachos. Aunque el intercambio de parejas de estos dos matrimonios, incluso el juego de colores, también trasmite esa sensación confusa entre dolor y simpatía. Probablemente el chico del tranvía y estas parejas sean las únicas historias de esta película que aportan alegría, siendo el resto esencialmente tristes o, en el mejor de los casos, moralizantes.

Coincido también en la elegancia que pierde la película mostrando unas imágenes de la casa soñada que tan fácilmente podía haberse ahorrado. Por cierto sorpresa e incredulidad ante el error de encuadre, a media película, mostrando el escenario por encima del decorado del cielo en un director que ha demostrado su perfeccionismo repetidas veces. Si este fallo fue deliberado, no he entendido su significado.

Por lo demás, Kurosawa demuestra en su primera incursión en el color que es capaz de sacarle provecho, no solo para lo obvio, es decir, para recrearse mostrando imágenes de gran belleza, que lo hace. Va más allá, jugando con las luces y el maquillaje de forma magistral, especialmente a la hora de trasmitir las sensaciones e historia de cada personaje a través de su rostro.

Película/documental de muy agradable visionado por la belleza de sus imágenes. Precioso el plano fijo del paisaje con árbol al fondo. Me sorprende no haber leído ninguna comparación con el cine de medio oriente. Parece lógico encontrar en éste una fuente de influencia: la sencillez, la naturalidad frente al paso del tiempo, el respeto del observador que no juzga...
Encuentro magistral la forma en que se encajan sucesos históricos de la magnitud de la existencia de los dinosaurios, la dictadura franquista o la conquista de los romanos. Realmente nos sobrecogen presentados en este escenario de aparentes invariabilidad e insignificancia.
Me sobra la narradora, sus textos rara vez aportan algo y lo hacen de una forma un tanto ñoña que no está a la altura del conjunto.

Con respecto a algunas críticas anteriores, considero que no es un argumento válido escudarse en la familiaridad para ensalzar una película, sería equivalente a defender, dentro del cine profesional, el vídeo de la primera comunión de mi hijo.
Tampoco comparto la admiración por la inteligencia y brillantez de los diálogos. Son lo que son, merecen todo el respeto, pero no van más allá de la obviedad. De hecho creo que la directora lo que pretende con ellos es mostrarnos la relatividad de las cosas, no adoctrinarnos sobre política o filosofía.