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España España · sevilla
Críticas de Jlamotta
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Críticas 126
Críticas ordenadas por utilidad
10
17 de diciembre de 2012
79 de 114 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre he considerado a Paul Thomas Anderson un director obsesionado con la imperfección. Con la imperfección del alma humana, de la violencia, de nuestros valores, de nuestro cuerpo, de la forma de amar de los seres humanos. Esa imperfección se hizo extensible a la construcción y facturación de sus propios films, salpicados y modificados indirectamente por las decisiones erróneas de sus dramáticos y sufridores personajes, en constante persecución de un sueño imposible que daba lugar a una devastadora frustración. En cada nueva película, Anderson hace acopio de temas tabús para la hipócritamente conservadora sociedad americana. ¿Qué hay en común en todos ellos y qué también comparten con The Master? La imperfección de sus personajes, como Anderson utiliza cada segundo de metraje para alejarlos gradualmente de su condición de humanos hasta que están tan alejados de si mismos, a tanta distancia, que pueden divisarse como un punto en un gran espacio y acometer una completa separación de sus valores (si es que los tienen), sus errores, sus defectos y sus posibles vías de escape o redención. En ocasiones no hay salvación posible, ya sea por la engorrosa coyuntura (Magnolia) o por decisión propia (There Will Be Blood), pero lo importante es que han podido presenciarse como individuos ajenos a su persona por una vez (como lo haríamos en un sueño, por ejemplo) y han tenido opción. Ahí radica uno de los grandes dramas del cine de Anderson, sus personajes, sean decentes o demonios, siempre tienen opción de elegir el camino correcto o el menos malo. Pero su ceguera, orgullo o incompetencia los arrastra a un mar de autodestrucción, padecimiento y cólera. The Master está repleto de perfectas incorrecciones y contradicciones que, extrañamente, derivan en una película perfecta dentro de la filmografía del director norteamericano. Esa tesis doctoral sobre la violencia que es There Will Be Blood tiene aquí su continuación con la presentación de extraños brotes psicóticos aleatorios en el personaje que interpreta magistralmente Joaquin Phoenix. ¿De dónde viene la violencia? ¿Nacemos con ella? ¿La desarrollamos con el transcurrir natural de la vida? ¿Es nuestra naturaleza? Afortunadamente el realizador californiano no nos ofrece una única respuesta sino múltiples alusiones a nuestra evolución, nuestro origen animal, el impacto de la sociedad sobre el individuo, el condicionante del azar y la aleatoriedad. En un proceso tan cerebral como visceral, el autor de Sidney descompone emocionalmente a un ser humano, desproveyéndolo parcialmente de razón y autocrítica, para acometer una deconstrucción que permita su transformación, una mutación hacia lo opuesto de su naturaleza. El medio empleado para ello es la existencia de una amenazadora secta liderada por un hombre totalmente endiosado, culto, instruido, inmune a la objetividad ajena (salvo cuando esta es protagonizada por su esposa) y obsesionado, aunque no lo nombre directamente, con modificar la idea del superhombre de Nietzsche. Anderson dibuja a Lancaster Dodd como una persona con una escala de valores propios que considera pura y positiva cualquier idea que surja de su cabeza, condenando al escepticismo o al rechazo las reflexiones externas. Ese totalitarismo es la base de su credo, él su propio profeta y el ejercicio espiritual su medio de expresión con sus seguidores.

Mucho se ha hablado de The Master como un film que adapta y denuncia los métodos de la famosa iglesia de la Cienciología. Considero a Anderson un tipo inteligente y no me creí que fuera capaz de dedicarle 137 minutos a denunciar una creencia en lugar de mostrarla y permitir un juicio independiente y libre por parte de los espectadores. Evidentemente, escoge la segunda opción y contamos con el poder de decisión que nos hubieran negado otros autores como Loach, Stone o Costa-Gavras. La destrucción del hombre y su escala de valores es el cimiento primordial de estos grupos religiosos que suelen seleccionar personas altamente influenciables o volátiles con el objetivo de sumar seguidores rápidamente y posicionar su poder de convocatoria sobre ellos y, sobre todo, ante la sociedad. Freddie Quell (Phoenix), un juguete roto por las secuelas de la guerra, es un borracho trastornado al que le cuesta mantener un trabajo normal. Anderson nos hace hincapié en el hecho de que se encuentre alejado de su familia, con un trauma amoroso inconcluso y con el alma perdida entre bandazos. Es el sujeto perfecto para incubar en él el deseo de permanecer a un grupo. Que el encuentro entre los dos hombres se produzca de manera fortuita puede parecer una anécdota pero Anderson le ha otorgado constantemente al azar un papel fundamental en su filmografía como causante de desgracias e, igualmente, como germen de una relación tormentosa entre dos o más personas. ¿Por qué entra Quell en ese barco? ¿Por qué Dodd no lo expulsa inmediatamente? ¿Cómo han llegado a coincidir dos seres tan extremadamente opuestos pero tan contradictoriamente similares en el mismo espacio, lugar y tiempo? El azar no tiene causa, solo ocurre y es esa sensación de inseguridad la que rige nuestro destino, sin saber si nuestros actos nos llevarán o librarán del mismo. Quell experimenta lo mismo, no sabe si entregarse a la causa o rechazarla, si de verdad cree en ella o únicamente en la brillante mente de Dodd, personaje hipnótico y enfermizo, como la propia película. El absorbente guión de Anderson plantea la negación de la naturaleza animal del hombre y el uso de las regresiones como base del entendimiento de la vida por parte de la secta, prevaleciendo siempre el interior al exterior, la mente al cuerpo. Aspectos que chocan con la obsesión por el sexo y el deseo carnal de Quell, produciéndose una batalla intelectual, espiritual y física. La ausencia de las propias habilidades que si posee el contrincante, provoca en ambos una fascinación y repulsión mutua, a modo de delirante relación (casi) homoerótica.

No es spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jlamotta
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8
13 de diciembre de 2012
64 de 86 usuarios han encontrado esta crítica útil
No soy un gran aficionado al género musical, que considero vulgarmente explotado en la última década para fines puramente comerciales, dejando a un lado cualquier atisbo de pericia artística. Burlesque, Nine, Mamma Mia o Across the Universe son una buena muestra de ello. Sin embargo, también han surgido raros especímenes que dignificaban el género basándose en un respeto firme al mismo. Sweeney Tood, Hairspray o Rent pertenecen a este último grupo. El género musical es complejo, difícil de tratar pero a la vez, con la ventaja añadida de que suele contar con un gran número de aficionados fieles a lo largo y ancho del planeta. Recordemos que el musical conforma, junto con el western y el thriller/cine negro (mis dos géneros favoritos, por cierto), el trío de géneros puros de la historia cinematográfica. Es decir, los tres son poseedores de un tipo de cine que engloba a todos los tipos de cine que existen. El musical (así como el western y el thriller) es una perfecta sartén donde cocinar la comedia, la crítica social, la lucha de clases, el bien y el mal, el amor, la venganza y un largo etcétera. Como bien dice el maestro Scorsese, fueron los primeros géneros que conquistaron el corazón del público ya que, desde su insultante sencillez formal, se podían verter en ellos corrosivas y subliminales críticas a la sociedad y realizar diagnósticos detallados de la condición humana, para bien o para mal. Los Miserables, de la mano del ganador del Óscar por The King,s Speech, Tom Hooper, no iba a ser menos y aprovecha inteligentemente el jugoso material del que dispone para tratar temas como la religión, la ética, la justicia, la pena de muerte y un pormenorizado tratamiento sobre la dualidad típica entre el bien y el mal. Los fans de la novela pueden estar tranquilos porque no se ha perdido nada en el camino a la adaptación. Los temas de Víctor Hugo no solo sobreviven el cambio de medio, formato y género, sino que se beneficia de una extensa ampliación de los mismos, provocado por el gran altavoz para los sentimientos que es la música. El guión de William Nicholson es extremadamente cuidadoso en el trato de la obra original, tratando en todo momento de no resultar obvio ni condescendiente, esforzándose por mantener el mensaje subversivo de la trama, preocupándose más por no restar que por sumar. Y es que poco más se le puede sumar a una de las grandes obras literarias de todos los tiempos que no sea una correcta y eficaz traslación de la misma sin difuminar su argumento. Pero lo que realmente va a determinar si Los Miserables es un éxito o un fracaso no es su fidelidad a la novela original, ni siquiera con la obra de teatro que alcanza cada año cifras mareantes de espectadores, sino la habilidad como cantantes de sus intérpretes y su apartado visual, que es lo que se ve a simple vista. Y he de decir que el film no es que cumpla con creces en estos dos casos, sino que roza la perfección. Empecemos analizando el fantástico reparto.


Si hay alguien que salga reforzado en esta producción británica, ese es sin duda Hugh Jackman. El protagonista de The Prestige está más que curtido en el teatro musical con obras como Beauty and the Beast, Oklahoma o Sunset Boulevard, conquistando el reconocimiento de críticos y público, a la vez que agasaja premios por doquier. Es por ello que el australiano se transforma en un auténtico animal cuando su vida depende de su voz y no es que de lo mejor de si mismo, es que se merienda a cualquiera que se encuentre cerca suyo, se llame Russell Crowe (uno de mis actores preferidos, infravalorado injustamente), Anne Hathaway o Amanda Seyfried. Jackman da una lección interpretativa histórica basándose en una entonación y pronunciación perfecta, un grandioso derroche de carisma y una contención casi mística. De hecho, su no presencia condiciona bastante la película, ya que esperamos ansiosos una nueva aparición y una nueva oportunidad para dejarnos boquiabiertos (no sé si doblarán esta película o no, pero verla doblada merece la pena de muerte). Absolutamente impresionante y desgarrador en las piezas Valjean,s Soliloquy, Valjean,s Confession y Who Am I?. No anda muy lejos en merecimiento de elogios Anne Hathaway, la cual se somete a un salto emocional sin red tan profundo que nos permite contemplar hasta el último recoveco de su atormentada alma. Su versión del I Dreamed a Dream ya es historia del séptimo arte, gracias a ella sin duda, pero sin olvidar el acierto formal de Hooper, que le permite partir de cero y llegar a cien con la elaboración de un plano corto mantenido durante sus dolorosos y trágicos cinco minutos de duración. El tercero en discordia es el brioso Crowe, a quien se le nota al principio algo desubicado y sufridor, pero que eleva su rendimiento con el paso de los minutos de manera mastodóntica para acabar a un nivel altísimo, un auténtico clímax interpretativo. En el caso del ganador del Óscar por Gladiator (Ridley Scott, 2000), su presencia y mirada imponen más que su voz, es lógico, no solo por no ser un experto en la materia (a pesar de haber participado en el musical Grease hace treinta años y haber sido vocalista y guitarrista de la banda de rock 30 Odd Foot Of Grunts) sino porque su imponente planta es una declaración de intenciones difícil de superar con cualquier otro elemento. Para el recuerdo, su magnífico y crepuscular Javert,s Soliloquy. Mención aparte merecen los divertidísimos Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter, erigiéndose como una muy necesaria pareja cómica entre tanto drama, mostrando una gran compenetración y haciendo de su química un valor seguro. Sus apariciones musicales no tienen desperdicio y ambos asumen con naturalidad su secundario papel deshinibidor de la trama principal. Sin duda alguna, los personajes menos interesantes y cuya trama ralentiza el ritmo interno del film, son los encarnados por Amanda Seyfried, Eddie Reydmayne y Samantha Barks.

Sigo en spoiler sin ser spoiler
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Jlamotta
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4
16 de noviembre de 2011
53 de 78 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Señor de los Anillos y Harry Potter han sido bendición y castigo para el fenómeno de masas Crepúsculo. Por un lado, la explosión de ambas sagas en los cines allanó el camino a la novela de la escritora mormona Stephenie Meyer, debido a la sed de sagas literarias para adolescentes del público. Pero, obviamente, sufre cuando es inevitablemente comparada a aquellas, muy superiores (sobre todo la perteneciente a Tolkien). Pero hoy en día no importa tanto la calidad del proyecto como la posibilidad de saquear sin tapujos a su público exponencial, siendo alumnos aventajados de la rata más legendaria que existe: George Lucas. Particularmente, no soy fan de las películas interpretadas por Stewart y Pattinson, y las primeras partes me parecieron una absoluta estupidez, salvando detalles técnicos. En esta ocasión, han acertado en uno de los puntos donde siempre erraban: La dirección. Catherine Hardwicke y David Slade son unos inútiles (aunque Slade rozó el cielo con Hard Candy) y el bueno de Chris Weitz se mostró absolutamente devorado por la franquicia quedando reducido a mero títere. Pero llegó Bill Condon, cineasta que será objeto de burlas por su apellido sin trascender que dirigió Dioses y Monstruos, Kinsey y que le proporcionó una bocanada de aire fresco al musical negro con Dreamgirls. Y con él, profesionales de la talla de Carter Burwell (True Grit), Guillermo Navarro (El Laberinto del Fauno) o Michael Wilkinson (Watchmen). El director neoyorquino imprime un ritmo pausado y estilizado al torpe libreto de Melissa Rosenberg, sabiendo reconducir con sus composiciones de plano situaciones poco menos que vergonzantes por momentos.

El guión se torna cobarde a la hora de adaptar los capítulos más delicados de la historia, como el momento crucial en el que los crepusculinos mantienen su primera relación sexual (obviamente y como no podía ser de otra manera) después de la empalagosa y azucarada boda entre ambos. La fina línea que separa los accidentes domésticos del maltrato de género ha sido considerada demasiada peligrosa por los productores de la cinta, suavizando las partes más escabrosas, lo que me parece una absoluta cobardía. Dejando de lado este aspecto, se tarda demasiado en arrancar, dando la sensación de importarles más los fans del libro que el espectador neutro, cosa que me parece bien porque ese es su público, pero luego no pretendan evitar las malas críticas de quien se siente excluido.

Sigo en spoiler pero no es spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jlamotta
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5
8 de octubre de 2012
52 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
Glenn Ford interpreta a un agente de policía llamado Dave Bannion absorbido por su trabajo en una gran urbe infestada de crimen y caos. Se pasa el día de aquí para allá codeándose con los delincuentes más peligrosos y sucios. No tiene grandes ingresos pero le da para vivir de forma decente en una bonita casa con sus únicos placeres, su mujer y su hija. Es fácil llegar a empatizar con un personaje así. Los momentos que Ford pasa en su hogar con su familia rebosan azúcar, felicidad y sensación de bienestar. Lang decide integrar a estas escenas una suave y optimista melodía compuesta por Daniele Amfitheatrof, lo que proporciona al conjunto un tono onírico, casi divino. Sin embargo, la misma melodía se torna cruda cuando Ford pisa las calles, en una clara división de su personalidad y ambientes. Un día, con toda la familia en casa, su mujer, interpretada por Jocelyn Brando, le pide a su marido las llaves de su coche para salir a comprar. Mientras tanto, éste se queda en casa jugando con su hija y Lang vuelve a recurrir al uso de la música en su vertiente más almibarada. De repente, oímos una explosión que proviene del patio. Una bomba pegada al coche que iba dirigida a Ford acaba con la vida de su mujer. Desde ese momento, Lang decide cambiar la selección musical virando a tonos apesadumbrados y llenos de tensión. Ni siquiera con la aparición en pantalla de la mujer de mala vida encarnada por Gloria Grahame se tiene piedad del personaje. Ford ha cambiado y con ello la película entera incluyendo, por supuesto, la música. Donde antes se amplificaban los sentimientos, ahora se oprimen. Donde antes todo era blanco, ahora es negro. Donde antes tenía sentido utilizar elementos delicados, ahora no lo tiene y, por ello, son descartados. La película en cuestión es Los Sobornados (The Big Heat, 1953). Sé que esto parecerá un rollo infumable, pero no se me ocurre una forma mejor de dejar en evidencia la desfachatez de Bayona en el apartado sonoro que con esta simple comparación. Para empezar, quiero dejar claro que la creación musical de Fernando Velázquez me parece acertada y con un par de temas preciosos y emotivos. Mi ataque va dirigido al uso que se hace de ella. Bayona tiene un claro problema a la hora de construir algo tan básico para un film de estas características como es la empatía. En el momento en que uno de los hijos de los personajes de McGregor y Watts utiliza la palabra "jet lag", sabes que ese niño es más afortunado que el 80% de la población de Tailandia. Lógicamente no quieres que le pase nada malo (no deja de ser un niño sin responsabilidad con la vida que le ha tocado vivir) pero Bayona nos lo presenta a él y a toda su familia en un Resort de lujo con todas las comodidades, sabiendo que viven en Japón, que Watts se puede permitir cuidar de sus hijos al no ejercer su carrera de medicina, y que McGregor tiene un trabajo en una compañía de nivel mundial que le hace estar claramente por encima del resto y, sobre todo, de nosotros (el público). El hecho de que los personajes sean ricos y poderosos no implica que tengamos que odiarlos o que no podamos conectar con ellos. El problema viene cuando en esa presentación que acabo de citar, la música triste, compasiva y digna de la última travesía del Titánic, nos quiere obligar a sentir pena por ellos. Y yo me pregunto...¿Pena de qué?

Ahí es cuando entra en juego la brutal manipulación emocional que impregna cada fotograma del film. El director de El Orfanato sabe que hemos visto el trailer donde la familia sufre la devastadora ira de un Tsunami. Sabe que la historia es conocida por la mayoría. Y lo peor de todo, sabe que es una HISTORIA REAL y, por lo tanto, se aprovecha de esa coyuntura para jugar con la maleable mente del espectador impresionado ante las historias de superación personal basadas en la realidad. El componente de realidad hace que nos pongamos en su pellejo, ya que le pudo pasar a cualquiera (a cualquiera que tenga una casa en Japón y se pueda permitir estas vacaciones). Es similar a los personajes encarnados por Bruce Willis. El bueno de Bruce lleva décadas interpretando casi siempre al mismo personaje (para mi disfrute personal, todo sea dicho), por lo que no es necesaria ninguna introducción al mismo ni florituras preliminares. En el caso de Lo Imposible es lo mismo. Al ser una historia de conocimiento público, Bayona opta por tres brochazos de guión y va a lo que le interesa, la pena. Y repito, ¿Pena de qué? ¿Por qué tenemos que sentir pena por unos personajes que no conocemos, qué no se han dignado a presentarnos, que lo único que hacen es hacer lo que yo (el público) no puedo hacer? ¿Acaso no hubiera sido más honesto presentarlos como las personas normales que son, sin ningún tipo de incentivo emocional y dejar que sean las personas que ocupan la butaca los que decidan sus propios sentimientos? Pues Juan Antonio opina que no, que no somos suficientemente inteligentes para elegir nuestros pensamientos y emociones, que él debe guiarnos a través de planos forzados y antinaturales, idealizando cada situación de la forma más rocambolesca posible y subrayando cualquier conato de tristeza para que sea diez veces más intenso (consiguiendo, en mi caso, lo contrario).

Sigo en spoiler sin ser spoiler
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Jlamotta
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8
1 de mayo de 2010
41 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay que darle una oportunidad a cualquier película. A priorí, una película de superheroes que no son superheroes, con nicolas cage(con lo que ello conlleva) y christopher mintz-plasse como justiciero enmascarado no parecia una buena opción sea cual sea tu gusto cinematográfico. pero aquí tenemos un guión original en su planteamiento y desarrollo, con unos personajes que realmente te importan, escenas de acción que hacen de iron man algo rancio, acomodado y estúpido; y unas magníficas y dignas interpretaciones (recalco lo de digno por lo excéntrico del conjunto).

Lo más destacado es su originalidad. Una especie de Watchmen y American Splendor mezclado con El caballero oscuro(que bien ha hecho este film a las películas de super heroes). Porque si en Watchmen se planteaba quien vigilaba a los vigilantes, aquí se plantea que pasaría si la gente que admira los comics, películas y videojuegos de super heroes intentara emularlos, con todo lo que ello conlleva. No todo es glamour, reconocimiento y problemas personales estúpidos(no señalo a nadie hombre araña), aquí los personajes realmente pagan la osadía de emular a sus heroes. Muerte, destrucción familiar y demás tragedias es lo que tienen que asumir los pesonajes. Obviamente, el estilo un poco buenrollista suaviza estos dramas pero no los elimina.

Punto y aparte merecen las escenas de acción, rodadas con un ritmo salvaje y con una musicalidad digna de destacar(si vinieran firmadas por Tarantino a algunos críticos se les caería la baba). No se escatima en violencia, sangre y determinación. A pesar de estar protagonizada por adolescentes, eso no hace más que acrecentar la sensación de que todo duele más, es más fisico y más real que si lo sufriera el Steven Seagal de turno. Los homenajes a Leone y El caballero oscuro(sobre todo a su banda sonora) aportan simpatía por la sencillez y humildad con que están hechos.

Nicolas Cage está bastante bien dotando a su personaje de madurez y poniendo el contrapunto a tanto niño. Mintz-Plasse sigue siendo un gran descubrimiento por el patetismo que inundan todos sus personajes. Mark Strong nos quita esa impresión de malo de postal que arrastraba desde la fallida Sherlock Holmes. Aaron Johnson asume con sencillez y tablas el protagonismo. Y la robaplanos Chloe Moretz quedará marcada por mucho tiempo por este papel. Sádica, dulce, asesina, madura, un personaje redondo interpretado brillantemente.

Sigo un poco más en spoiler pero no es spoiler.
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Jlamotta
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