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Críticas de Archilupo
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Críticas 439
Críticas ordenadas por utilidad
10
25 de septiembre de 2010
84 de 110 usuarios han encontrado esta crítica útil
Loado sea Herrmann, que envuelve en atmósfera lo que vemos,
como por ejemplo a Kim Novak aparecer por primera vez,
una espalda de seda y pan;
aparecer, caminar y detenerse para dibujar su perfil contra el fondo rojo.
Nosotros, nuestro corazón, se detiene entonces, con el de Scottie,
el detective propenso al vértigo,
detenido o a ritmo sumamente despacioso,
mientras sigue al Jaguar verde de la mujer platino
en las encrucijadas pendientes de San Francisco, una tras otra y otra,
en espiral,
como la espiral del peinado y la de los títulos de Saul Bass,
hipnótica, mareante.
Kim-Madeleine poseída, se dice, por un fantasma del diecinueve,
la solitaria Carlota, triste y suicida,
por eso se muestra como fascinante extraterrestre o ultramundana,
recién llegada a lo real,
sin saber quién es o siéndolo de modo vacilante y amnésico.
James-Scottie cree comprender el misterio,
intuye un enigma asequible en los sueños perturbadores,
es Lancelot y Amadís y la quiere curar con su amor apasionado,
encendido tras desnudarla al salvarla de las aguas y poner sus ropas a secar,
amor que resuena en el espacio, donde el oleaje bate contra las rocas
al llegar el primer beso;
en los espacios de plasticidad sublime destilada del celuloide,
la mansión de los apartamentos palaciegos,
el cementerio poblado de difuntos invisibles,
las calles que caen vertiginosas hacia el fondo con isla,
el museo desierto y majestuoso,
el puente rojo, la misión española y el bosque de sequoyas,
su fantasmal luz de cuento donde ella parece esfumarse,
en el límite de un mundo otro,
espacios donde expandirse un amor desbocado,
tembloroso de asomarse al reino de los espectros,
porque de entre los muertos parece proceder ella,
liberada por los espíritus para una nueva estancia terrenal,
avistada en la calle, también de verde,
y también la ventana que se abre, igual,
el cuerpo de él lo sabe, y lo sabe la pesadilla de flashes rojos
que señalan al colgante y la tumba vacía,
el cuerpo lo sabe pero el intelecto no logra encajarlo,
el espíritu está y no está,
el aura de actitudes, miradas, gestos, intermitente,
mas todos los besos son el mismo beso:
para vértigo el del beso y la fusión
que transporta literalmente a otro lugar en un vuelo,
lo cuenta la cámara giratoria,
el pobre James-Scottie, el bueno de James en trance
con su amor obstinado, su corazonada insobornable
empujando a través de la impostura,
el corazón de ella latiendo contra el témpano de la falsificación,
su perfil idéntico recortado contra el neón verde,
los pechos sueltos bajo el vestido verde,
la escalera que aguarda peldaño a peldaño
un quimérico culminar la ascensión
y un desesperado afán de verdad.

Dios, haz que olvide esta película para volverla a ver y ser de nuevo seducido, subyugado, colmado y sobrepasado,
por primera vez descubrir a Kim Novak caminar despacio y detenerse
a dibujar contra el fondo rojo
su perfil llegado de entre los espíritus.
Archilupo
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8
22 de febrero de 2009
62 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) Tras practicar como asistente de Bresson y dirigir con Cousteau un documental submarino, Malle acometió un debut difícil al adaptar una compleja novela de trama doble entrelazada. Se apoyó en un gran guión, de Nimier y suyo; en el excelente fotógrafo habitual de Melville, Decaë; en buenas interpretaciones (sobre todo Jeanne Moreau), y en la decisiva música que Miles Davis improvisó sobre el visionado para acoplarla.

2) Malle no sólo maneja los abundantes detalles —en el argumento todo lo importante ocurre por los pelos, por detalles que se entrecruzan— sino que lo consigue sin renunciar a la elegancia del estilo, sin el menor apuro, sin que ninguna de las numerosas piezas parezca encajada con calzador, forzadamente.

3) La historia no se aparta de los esquemas usuales en los ‘polar’ (policíaco negro francés): unos amantes planean matar al marido de ella pero, aunque todo está estudiado al milímetro para que parezca suicidio, la fatalidad conspira contra el crimen perfecto, tal como anuncia la fugaz aparición de un gato negro en el momento principal.

4) Al igual que en Melville o Chabrol, los personajes, sujetos a incertidumbre, tienen perfiles morales imprecisos que no permiten etiquetarlos como buenos o malos. Malle, que se limitaba a aplicar lo aprendido con Bresson para trazar un relato claro y preciso con que emular a Hitchcock, no entra en especulaciones sobre la gramática del cine. Sin embargo, hay en esta película elementos formales anticipadores de la Nouvelle Vague, a dos años de “Hiroshima…” y “Los 400 golpes” (1959): los equipos móviles permiten rodar fuera de estudios, con mayor flexibilidad, en exteriores naturales que son casi siempre la calle. Algunas tomas de prueba se incluyen en el montaje, aportando improvisada frescura: así varios extraordinarios minutos del callejeo nocturno de Florence (Jeanne Moreau), que imprimen al ritmo narrativo otras modulaciones.
Malle siguió desde este comienzo un camino personal, sin integrarse en grupos o escuelas, ni ser tampoco reconocido por ellos, pero esta película se ha ido decantando como un consistente clásico de su género, que incluye además bellas secuencias, como la recién mencionada de la Moreau vagando ensimismada por las calles de París, entre luces de escaparates y bares mientras suenan su monólogo interno y la trompeta con sordina de Miles Davis, escena cuya modernidad sigue patente.

5) No se queda el film en brillante ejercicio de estilo: hay una metafísica en las horas de angustia de Florence, que pierde bruscamente la comunicación con el hombre con quien en esos minutos se está jugando el futuro, y lucha por orientarse entre intuiciones ansiosas y espejismos provocados por la visión de cierto automóvil. Hay también resonancia profunda en la “desaparición” involuntaria del cómplice durante unas horas cruciales mientras en el mundo exterior un joven delincuente le suplanta con nefasta inconsciencia, mostrando cómo el azar barre los frágiles planes humanos.

(8,5)
Archilupo
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10
6 de febrero de 2010
69 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Madame de…” se titula con la fórmula de anonimato que disimula la identidad de una aristócrata, involucrada en frívolos enredos en la Francia de finales del XIX.

Podría subtitularse “Historia de unos pendientes”. Tales piezas, formadas por diamantes de enorme valor, van de mano en mano, en recorrido lleno de formidables coincidencias durante el que se cargan con fuertes simbolismos personales y sirven de elegante hilo conductor al relato.

Tan elegante como los planos largos de una cámara que no se detiene un instante en el travelling; planos suntuosos, equilibrados, en escenarios y decorados detalladísimos, sin incurrir en lo majestuoso.

El mismo equilibrio con que la historia oscila entre la comedia y la tragedia para discurrir por ese filo, a ritmo musical. La narración avanza como esos valses que bailan interminablemente los protagonistas. La cámara y la sucesión de acontecimientos parecen seguir esa cadencia vienesa (para Ophuls, la ciudad por excelencia).

El amor, el destino, la mentira y el perdón, girando circulares, a ritmo de vals.

Los tres actores que arman el triángulo (Danielle Darreux, Charles Boyer y Vittorio de Sica) trabajan a excelente nivel y consiguen que, llegada la culminación del conflicto, la tensión sea máxima.

También contribuye la acertada economía con que se adaptan de la novela original los diálogos.

El Ophuls que dirige esta película es un indiscutible artista. Refinado y culto, aporta lirismo, meditación, preciosismo, melancolía, ligereza, romanticismo, humor, vitalidad, drama y fantasía, todo armonizado con gusto exquisito y encanto irresistible en un conjunto que se puede denominar sin vacilación Arte.

Quien no haya visto aún “Madame de…” es afortunado: tiene aún por delante la ocasión de gozar por primera vez de esta obra maestra.
Archilupo
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9
28 de diciembre de 2009
61 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra autofinanciada por Bergman, comprime en algo menos de tres horas un serial televisivo de seis capítulos, abreviados y convertidos en secciones de la película, con elocuentes títulos: ”Inocencia y pánico”, “El arte de esconder bajo la alfombra”, “Paula”, “Valle de lágrimas”, “Analfabetos” y “En plena noche, en una casa a oscuras”, todos protagonizados por la misma pareja.

Johan y Marianne son entrevistados como matrimonio típico y ejemplar. La periodista mira a la cámara; ellos también, y se presentan mientras son fotografiados junto a sus dos hijas. Hablan de cada uno, de sus respectivas profesiones, de su similar procedencia de un hogar de clase media, de los diez años que llevan de matrimonio sereno y equilibrado, de la dedicación a las niñas.
Días después, y como contrapunto, un matrimonio amigo invitado a cenar se emborracha y monta una pelotera. Se tiran los trastos, se cantan las cuarenta y deciden divorciarse, ante el consternado silencio de los anfitriones.

Definidos esos extremos en la primera sección, Johan y Marianne ocupan ellos solos las cinco siguientes, en distintas épocas, agotando ante el espectador (como si la cámara que los presentó en el reportaje inicial siguiera ahí, filmándolos) todas las posibilidades de relación mutua comprendidas entre ambos extremos, y aún más.
Con gran riqueza de matices psicológicos, desarrollados en extraordinario recital por Erland Josephson y Liv Ullmann, Bergman radiografía la práctica totalidad de los aspectos de la vida matrimonial, algunos de ellos odiosos, al aparecer la violencia mental, incluso repulsivos, al aparecer la física.
El rencor, los celos retrospectivos, la complicidad, las personas terceras, la insatisfacción afectiva y sexual, la claustrofobia del vínculo, el compromiso, los ataques y contraataques, la fusión, la maraña de los compromisos familiares y sociales, la ternura, la incomunicación crónica, las suspicacias y susceptibilidades… todo tiene su momento en el exhaustivo despliegue de situaciones, en las que el director vuelca el compulsivo análisis, la autocrítica obsesiva.

Con el paso de los años, y en medio de altibajos, ambos personajes continúan relacionándose, más allá de la institución matrimonial y de otras instituciones aledañas como el Divorcio o la Fidelidad.
Ya no son el marido y la esposa, ni siquiera pareja, sino dos seres que siguen conociéndose, a fuerza de comprenderse en el espejo del Tiempo.

En esta importante película habría que señalar, además del valor artístico (especialmente en el orden teatral, por la calidad del texto y la fuerza dramática, y en el orden interpretativo, por las excelentes actuaciones respectivas), el valor antropológico, por así decir.
Archilupo
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8
3 de noviembre de 2008
63 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
(1) La Realidad Objetiva es un ideal del XIX. (…)Una objetividad más relativa se ajusta al conocimiento mediante aproximaciones incisivas, prospecciones parciales: mediante fragmentos, condicionados además por la subjetividad de quien conoce.

(2) Al presentar los cuarenta y tantos fragmentos o minicapítulos, Haneke intenta reducir esa subjetividad a su límite cero. Aplica el conocido efecto de glaciación emocional.

(5) Fragmentos: apuntes vigorosos, con la caligrafía expresiva y rotunda del plano único, con frecuencia fijo, y sin editar.

(7) Archipiélago de fragmentos, separados por el Mar de las Elipsis, por estrechos que son cortes negros. Islas que se alejan entre sí, como un viejo universo en expansión. El espectador debe nadar y bucear para ir de una a otra.

(11) Variaciones sobre la insularidad, la insolidaridad. Tema recurrente: la incomunicación entre individuos, entre grupos étnicos y sociales.

(18) El primer y el último fragmento son como paréntesis englobadores: niños sordomudos hablando en su código de señas, y no siempre comprendiéndose.

(22) En un bulevar parisino, un agrio incidente enreda varias vidas durante unos minutos. La película las sigue por sus islas existenciales.

(25) La comunicación sólo surge cuando la agresividad se desborda, en descarga más o menos violenta.

(27) El fotógrafo de guerra no se acopla a la vida civilizada, en supuesta paz e incomunicada por los códigos de interacción, sus interpretaciones interminables.

(28) En su país, los rumanos hacen vida comunitaria. Bailan y cantan, celebran bodas, se abrazan al encontrarse, lloran juntos, levantan poco a poco los ladrillos de sus casas, en calles de tierra… Una mujer de la familia recauda dinero mendigando penosamente en la escena parisina del incidente.

(31) En TV, un reportaje sobre los ready-made de Duchamp. Lo interrumpen alaridos infantiles en el piso vecino. ¿Claves de conducta para reaccionar? No se encuentran. ¿Fórmulas para dar el pésame en el entierro? Sí.

(35) Una actriz que sólo expresa emociones reales al actuar…

(37) Unir cuarenta y tantos puntos con una línea. Resultado: rostro humano borroso, entre asustado y enfurecido.

(38) Recomendable traje de neopreno para moverse por las gélidas aguas entre las islas.

(40) Los bárbaros transitaban los permeables muros del imperio.

(42) En los últimos capítulos, sin palabras, suena el fondo continuo de la tamborrada multirracial, el rumor creciente de una rabia sorda. ¿Llamada a la insurrección, como el tam-tam de la selva en las viejas películas de aventuras?

(43) ¿Hay algún continente?
Archilupo
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