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España España · Barcelona
Críticas de Ulher
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Críticas 151
Críticas ordenadas por utilidad
7
9 de octubre de 2010
88 de 119 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dicen que las comparaciones son odiosas y Guillem Morales lo sabrá ahora más que nunca. Hace seis años sorprendió a todos con una cinta de bajo presupuesto, claustrofóbica e incomprensible a la que ya se tacha de cine de culto. Desde el momento que se supo que iba a ser apadrinado por Guillermo del Toro, todas las miradas se dirigieron a la que iba a ser la segunda obra del alumno aventajado de la ESCAC.

Resulta inevitable comparar Los ojos de Julia con la ópera prima de Bayona. A pesar de los intentos de Morales de sostener que sólo tienen en común la actriz y la producción, no nos engañemos. Ambas cintas comparten al excelente director de fotografía Oscar Faura y al músico Fernando Velázquez. Pero más allá de aspectos técnicos, a los que no hay que reprocharles absolutamente nada, está la sensación de descontrol que inunda la pantalla. Un guión que se tropieza en cada peldaño, que únicamente busca los sobresaltos en la butaca y poco más. Porque si algo tiene Los ojos de Julia es que es puramente efectista. Consigue lo propuesto, sustos comerciales con alguna escena para el recuerdo. Pero no sólo es comparable con el éxito de Bayona. Morales parece, por momentos, rescatar El Habitante Incierto. Jugar con los espacios como el mayor de sus elementos proporcionan a la cinta el aire angustioso que supuso su primera obra. Pero si de algo presumía El Habitante Incierto es que no resuelve incógnitas para que cada uno las interprete cosa que este último trabajo lo deja bien masticado y el problema está en la rapidez con que es resuelta la trama, lo demás son sólo escenas logradas para el deleite del espectador palomitero.

El gran acierto de Los ojos de Julia es su protagonista. Aplaudí la decisión de Belén Rueda al abandonar esa basura televisiva de Los Serranos para dedicarse a ofrecer grandes interpretaciones como hasta la fecha. Y a pesar de que se nota cierto encasillamiento en su filmografía (El Orfanato, El Mal Ajeno) es preciso resaltar que esa mirada de susto se está convirtiendo en una marca. Si Belén Rueda está sublime no menos el siempre convincente Lluis Homar o la inigualable Julia Gutiérrez Caba.

Mucho se criticó en su día que El Orfanato era una copia insípida de Los Otros, ahora Morales debe asumir que a su nueva cinta le lluevan las críticas negativas al ser comparada con la obra de Bayona. Culpa de ello, además de lo mencionado, es que se use como reclamo en el cartel publicitario “El nuevo thriller de los productores de El Orfanato” De todos modos que no desespere, otros vendrán que bueno te harán.

Lo mejor: la escena en el vestuario femenino.
Lo peor: la innecesaria metáfora final.
Ulher
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8
16 de octubre de 2011
73 de 93 usuarios han encontrado esta crítica útil
Señoras, háganse con el vestido más vaporoso que encuentren. Caballeros, desempolven sus mocasines. Ha llegado el momento de viajar a los locos años 20 y dejarnos atrapar por una historia que desde el primer instante desprende aroma a obra maestra.

En los días que corren, dejar a una sala abarrotada sin habla (nunca mejor dicho) es todo un mérito. No hay nada como la innovación y el riesgo para salir por la puerta grande. El cine suele estar encantado de conocerse. Homenajes a sí mismo a lo largo de su historia no le han faltado. Sin embargo, apostar por una cinta muda y en riguroso blanco y negro no es la manera más común. Valor a Hazanavicius le sobra.

The artist gira en torno a George Valentin, la estrella más famosa del cine mudo venida a menos con la llegada del cine sonoro. La historia no es inédita. La cinta nos recuerda inmediatamente a Cantando bajo la lluvia (1950) y a El crepúsculo de los dioses (1950), aunque tampoco se esfuerza en disimularlo. Ahí radica su encanto. Estamos en la era del 3D y los efectos especiales y, a pesar de ello, un director casi desconocido opta por devolvernos la magia del cine en una de sus épocas más doradas. Una delicia de contenido con un envoltorio que la engrandece.

La nostalgia desprendida en cada fotograma y de la que son partícipes unos actores en estado de gracia (impagables Jean Dujardin y Bérénice Bejo) la convierten desde ya en una seria candidata a coronarse como mejor película en la próxima cita en el Kodak Theatre. Pero más allá de cualquier premio, la cinta está llamada a ser un clásico moderno. La poesía que irradian sus imágenes se une a la gran verdad que su director nos quiere contar. Esa senda por la que hemos de caminar para darnos cuenta de que es el propio individuo el equivocado y no el resto del mundo. En esa trayectoria contaminada por el orgullo más férreo es dónde la película despliega todo su poderío. Arte es lo que se respira en cada secuencia y que alcanza su esplendor en determinados momentos, como la pesadilla del protagonista.

Mención especial para Dujardin. Renunciar a memorizar un guión escrito por una serie de movimientos coreografiados es una tarea a la que pocos pueden optar. El esfuerzo requerido del lenguaje corporal es el hueso más duro de roer de todo actor y aquí las miradas, carcajadas y tropiezos del actor francés emanan más que talento.

The Artist supone una verdadera proeza al trasladar al respetable hasta las butacas que fueron testigos de la transición del cine mudo al sonoro. Tanto, que una vez alcanzados los títulos de crédito, el espectador tiene la necesidad irremediable de revisar todo aquel cine mudo que hizo más felices aquellos años.

Lo mejor: la permanente sonrisa del espectador durante toda la proyección.
Lo peor: que muchos se queden con el “se parece a ...”
Ulher
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7
9 de diciembre de 2012
59 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
Barcelona. Una tarde cualquiera de un mes cualquiera. Seis hombres que superan la treintena en seis encuentros necesarios, fortuitos o no, que funcionan como un espejo en el que reflejar sus miserias. Seis pálidas miradas, tan patéticas como cercanas. Identificables, sinceras, destinadas a sonrojar a las de su especie. Porque si algo necesita el cine de Gay es la predisposición de su público a dejarse intimidar, eso sí, con una copa de vino para que entre broma y broma el hachazo duela menos. Y es de aplaudir la entrega con la que el respetable se enfrenta a Una pistola en cada mano. Sin escudos, con una pudorosa sonrisa que en ocasiones se disfraza de carcajada.

Al Rey lo que es del Rey. Cesc Gay vuelve a repetir fórmula y a pesar de ello no resulta agotador. La estructura narrativa se asemeja a la de la espléndida En la ciudad (2003) aunque aquí los diferentes episodios cuentan con un final si no tenemos en cuenta la forzada secuencia que cierra la película. Cada jugada con la que el cineasta quiere demostrar la diferencia de sexos en términos sociológicos está bien estudiada. No ha sido necesario adaptar ningún texto sino poner en boca de un soberbio elenco las vivencias de cualquier viandante de cualquier país desarrollado en los tiempos que corren. Si bien es cierto que esas palabras adolecen de un contenido más crítico con la sociedad en la que se desarrollan, Gay opta por distinta senda y se centra en el existencialismo del macho de a pie.

Para disfrutar al completo de Una pistola en cada mano, hemos de dejar a un lado el sexismo machacón de la obra. La generalización expuesta debe entenderse como crítica de refuerzo positivo y no ir en su propio detrimento. Partiendo de esta premisa, el cineasta catalán logra aunar en cinco episodios verdades como puños. Que el sexo masculino difiere en un alto grado del femenino ya lo sabíamos y Gay no viene a crear cátedra sino a sentenciar que la idiotez masculina se puede escribir con mayúsculas en cuanto el hombre no quiere etiquetar su conducta.

Lo mejor: un reparto que vive todas y cada uno de las palabras que salen de sus bocas.
Lo peor: podía haber sido más ácida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ulher
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9
12 de diciembre de 2013
49 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Alguna vez te has parado a pensar en todo aquello que estás perdiendo por el simple hecho de pertenecer a una sociedad que no mira atrás ni para coger impulso? Trabajamos concienzudamente en buscar lo que nos hace sentir bien. La inspiración que nutre nuestros deseos. Pero ponemos demasiado empeño en ello y obviamos el ahora. Nadamos en una corriente que impide alcanzar la meta porque de eso se trata. Una vez alcanzado el logro, éste de disipa por arte de magia y arranca una nueva pantalla. Queramos o no, estamos sometidos a esa sociedad que juega con nosotros sin delicadeza y de poco sirve la nostalgia pues las modas imperantes despejan cualquier acercamiento a la melancolía y ahí es donde camuflamos nuestra verdad. Lo artificial, el cinismo y la hipocresía en un aquelarre que no deja ver la luz al verdadero yo.

La gran belleza, lleva a cuestas todo este pesimismo. Alberga el aroma de la derrota, de la corteza del tiempo y sin embargo uno no deja de maravillarse ante semejante ejercicio artístico. Porque la magia del cine no sólo radica en trasladarnos a universos lejanos. Sirve también como doctrina y cuando toca los palos que zarandean la conciencia del individuo, el golpe se hace más duro. A lo largo de sus poderosas dos horas y media de metraje, el filme invita a la reflexión de lo que somos, fuimos y nos queda por ser, hurgando en la herida de nuestros miedos. Una ceremonia en la que la soledad y la cuenta atrás lucen en el frontal de un altar en el que Sorrentino despliega con lucidez una feroz crítica a la impostura del arte contemporáneo y a las capas de maquillaje que cubren el vacío. Contundente análisis de la sociedad ferviente en la ciudad eterna que aquí se exhibe más bella que nunca aún reflejando la decadencia en su mayor esplendor.

Jep Gambardella, un novelista de antaño, forma parte del circo de esa nueva aristocracia. Ha escondido sus sueños de juventud en los saraos nocturnos, incapaz de encontrar la belleza que siendo un muchacho distinguió en un acantilado y que le sirvió como fuente de inspiración. Ahora no es más que un sesentón forrado dispuesto a tirarse a cualquier cincuentona con media neurona y a pasar sus últimos días rodeado del fariseísmo imperante de las nuevas masas. Una vacuidad que contamina su talento. Con él vamos tanteando la belleza en sus diversas formas, adentrándonos en las empedradas callejuelas de una Roma que se niega a marchitar, para descubrir, a través de diversos personajes con los que no es difícil empatizar, su cara verdadera, sus crisis, su talento, y su verdad. Una realidad consciente en este cínico don nadie al que da vida un estupendo Toni Servillo.

Es evidente que en La gran belleza resuenan los ecos de Fellini y no se esfuerza en disimularlo. La superficialidad actualizada de las altas esferas de entonces son objeto del látigo de Sorrentino. También la filosofía sobre el existencialismo propio de Bergman y los encuadres de Visconti o Kubrick. Sin embargo, con todo ello el filme del napolitano tiene el carácter y personalidad suficientes para encumbrar a La gran belleza a ser uno de los estrenos más potentes del año. Su hipnótica fotografía sobre la que se cuentan escasos pestañeos, su excesivo guión en forma de dardo de la que no escapa la religión de ayer ni la Italia berlusconiana de hoy, sus contrastes musicales en cuestión de minutos y sus magistrales interpretaciones dirigidas por un maestro de ceremonias en su mayor esplendor, consiguen que suframos de Síndrome de Stendhal como el turista estupefacto que destapa esta joya.

Para aquellos que entiendan el cine como una lección de vida.

Lo mejor: su invitación a la fiesta de la reflexión.
Lo peor: que sus excesos puedan despistar hasta el punto de tropezar y no ver más allá.
Ulher
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6
3 de febrero de 2010
58 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Se pueden encontrar diferencias entre Precious y un telefilme de sobremesa al uso? Lee Daniels, en su segunda y última cinta nos ofrece un recital dramático tan exagerado como pretencioso. Esos excesos que plagan el metraje de Precious la convierten en un manido drama donde poco importa el desenlace. Resulta bastante difícil de digerir ciertas escenas y aun sin haber hecho la digestión de las mismas, nos vomitan más penas hasta que la compasión del espectador se convierte en incredulidad.
La única diferencia, como decía, con respecto a un telefilme se halla en las interpretaciones. Sólo eso. Mo´nique consigue encarnar un personaje tan aberrante de una manera natural logrando crear ese sentimiento de odio en el espectador. Sus escenas constituyen los momentos cumbres de la cinta. Lo que se recordará de Precious es esa inmensa Mo´nique, que si ninguna sorpresa lo impide, abrazará su estatuilla como mejor actriz de reparto en poco más de un mes. Llega a ser tanto lo que transmite su personaje que el resto del reparto queda en un segundo plano incluida la protagonista de la cinta. La desconocida Gabourey Sidibe no alcanza lo requerido , la sobre actuación a la que está sometida no deja vislumbrar en ella lo que se nos ha vendido. Es muy complicado meterse en la piel de una analfabeta, violada por su padre, con maltratos de todo tipo por parte de su madre, obesa, menospreciada por la calle, con dos hijos de su padre, uno con síndrome de Down, seropositiva ...cansa ¿verdad?. Imposible abarcar tanto.
La presencia de la Ana Rosa Quintana americana no sólo está presente en la producción de la cinta, la presentadora tiene el descaro de robar cuatro minutos al guión para promocionarse a pesar de no hacerle falta.

Lo mejor: Mo´nique haciendo historia dando una de las interpretaciones que mas odio puede generar.
Lo peor: lo pretencioso que resulta el guión.
Ulher
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