La crítica a la guerra, a los dirigentes o a las instituciones militares está presente, con algunos argumentos inteligentes, aunque cayendo en la obviedad en ocasiones y con cierta ambigüedad en otras, lo cual tampoco es malo, pues no todo es blanco o negro y plantear un debate más que una crítica feroz es una postura muy válida. Pero sí que supone quedarse sin orientación en determinados aspectos, sin llegar a encontrar una voz o un mensaje claro.

Ese es el mayor problema de La última bandera, su falta de personalidad, algo no muy propio de Linklater. El estilo de la película no tiene nada de particular, al contrario, resulta convencional y correcto. No corre riesgos, ni entrando en críticas excesivamente lacerantes ni con un dramatismo y un dolor exagerado. Es más, incluye toques de comedia que la aligeran y, aunque le restan intensidad, sí que funcionan como metáfora de la necesidad de conciliar el dolor con, en este caso, el humor.

Esos protagonistas, de hecho, son lo más destacado de la cinta, con unos Steve Carell, Bryan Cranston y Laurence Fishbourne más que correctos. Es gracias a su presencia en pantalla que la película se hace llevadera, mas no consiguen evitar que sus dos horas de metraje se hagan un poquito largas por momentos. Y es que, con una narración lineal y sencilla y con una trama que no explota por completo su contenido, es cierto que la película se alarga sin necesidad. No es pesada, en realidad tiene tramos que podríamos considerar muy entretenidos y con bastante emoción, pero sí que podría haberse aprovechado mejor. La historia, el director y los actores lo permitían.

Lo mejor: las interpretaciones protagonistas y algunas licencias cómicas, sobre todo a cargo del personaje de Cranston
Lo peor: que no tenga una personalidad ni estilo propios

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La historia de Dickens es extraordinaria. Con esto ya tenemos la base para una gran película. El problema es que para llevarla al cine hay que ser muy bueno, porque la historia es tremendamente compleja. Mike Newell lo intenta, pero quizá le quede un poco grande. Es por eso que la película no transcurre como un todo; se acelera, avanza a saltos, transmite inseguridad…
No obstante, si excusamos lo anterior, la obra es buena; la interpretación de Ralph Fiennes y, sobre todo y como siempre, de Helena Bonham Carter son extraordinarios. Asimismo, son sobresalientes el diseño de vestuario, el maquillaje y la ambientación.
No debemos olvidarnos de la adaptación que en 1998 realizó Alfonso Cuarón con Ethan Hawke, Gwyneth Paltrow y Robert De Niro, que en comparación, sale perdiendo con esta. Mientras la de Cuarón narra la historia ambientándose en el siglo XX, la de Newell se centra en la época imaginada por Dickens, lo que le añade mayor dificultad, pero también un mayor atractivo.
Vemos, por lo tanto, que esta historia aún puede dar mucho de sí, y que todavía puede dar lugar a una gran obra maestra. El camino marcado por este filme es el correcto, pero aún es largo. De momento, disfrutemos con la obra que tenemos: mejorable, seguro, pero muy buena, sin duda.

Reconocámoslo, casi el único motivo para ver esta serie es ese, que salen actores y actrices (o intentos de ello) que están tremendos, extraño que con 16 años puedas tener una musculatura o un cuerpo tan escultural como el de est@s.
La historia tiene de real lo mismo que de original, nada. Es muy fácil inventarse situaciones tan inverosímiles y a la vez tan burdas como las que aparecen y intentar hacernos creer que los institutos de hoy en día son así.
Lo único en común entre este instituto y uno actual será que la falta de educación y de cultura de los alumnos, que no tienen ni idea de nada y que pueden ver series tan estúpidas y sentirse sabios. Por cierto, dudo mucho que alguna de las personas que ven esta serie con asiduidad, especialmente los jóvenes, sepan quien era Zurbarán. Me parece triste que cuando estudien a este pintor del Siglo de Oro español en clase, solo lo reconozcan por ser el nombre de un instituto de folletín juvenil.
En fin, que no hay nada en esta serie que nos incite a verla, si exceptuamos claro, los cuerpos de los personajes, ya que en casi todo los capítulos hay alguna referencia al sexo. Hemos vuelto a los años del destape cuando ver un ombligo por televisión era lo mejor, y eso, como dice Antena 3, nos pone.

Esta película, sencilla, pero no por ello menos deliciosa, es un claro ejemplo del valor que tienen esos héroes cotidianos, olvidados en algunas ocasiones y marginados en otras, como nuestro pequeño amigo Simon Birch.
Una historia, hasta cierto punto impredecible, que no compleja, aderezada con ciertos toques de humor, inesperada, sorprendente, y, sobre todo, emocionante, muy emocionante. La forma tan ligera y respetuosa de tratar la religión y el retrato que hace del Maine de principios de los 60 son de lo más agradable de la película.
En definitiva, una historia contada por niños, pero no destinada a niños, pues somos los mayores los que solemos olvidar el valor de las cosas pequeñas.

No es una obra para nada ambiciosa, basada en una animación muy simple, que podría realizar casi cualquier niño, pero que llega a ser divertida, y en la cual reside parte de su encanto. Al mismo tiempo, a pesar de no durar más de dos minutos, y de la ya citada animación, se aprecia cierto sentimiento de miedo y angustia, derivado, sobre todo, del buen sonido.
Lo mejor, por lo tanto, dicho sonido, que no parece propio de este pequeño cortometraje.
Lo peor, la historia posiblemente, pues encontramos poco más que al personaje protagonista perseguido por una sombra.