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España España · Barcelona
Críticas de Quim Casals
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Críticas 164
Críticas ordenadas por utilidad
9
26 de octubre de 2006
114 de 122 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque lamentablemente es difícil de visionar, sobretodo en su versión íntegra y restaurada, se trata en mi opinión de una de las más grandes obras del cine mudo —o, para ser más exactos del cine a secas—, comparable a "La pasión de Juana de Arco", "El acorazado Potemkin" o "El último".
Es, sin embargo, bastante más antigua que las otras que he citado, lo que le confiere si cabe más mérito a sus hallazgos expresivos. Entre ellos se encuentra, naturalmente, la visualización del carro mortal que atraviesa la noche y el mar en mágica sobreimpresión, creando imágenes emblemáticas que por sí mismas explican y definen, mejor que cualquier tratado, qué es el cine.
Pero más allá de la terrible belleza de esta secuencia inmortal, la película se alza como un todo a partir de un espléndido y muy complejo guión —que parte del problema del alcoholismo para desembocar en un sobrecogedor cuento moral—, unas interpretaciones siempre mesuradas y una puesta en escena limpia, rítmica y elegante secundada, como se ha dicho, por una genial fotografía donde los frecuentes trucajes nunca resultan gratuitos.
Como complemento, o para quien no pueda verla, tiene un gran interés "Creadores de imágenes", uno de los últimos trabajos exclusivamente para la televisión de Bergman, donde aparecen como personajes el propio Victor Sjöstrom, la autora de la novela original Selma Lagerlöf, y se proyectan precisamente fragmentos de "La carreta fantasma".
En fin, la sombra de Bergman en el cine sueco es tan —justamente— alargada, que a Sjöstrom se le suele recordar únicamente como el intérprete de "Fresas salvajes", pero no debería caer en el olvido su inmenso talento como director, parejo al de su coetáneo y también reivindicable Mauritz Stiller, autor de otra gran obra maestra como "El tesoro de Arne", donde destaca una procesión fúnebre sobre el hielo, que el mismísimo Eisenstein recreó en "Iván el Terrible".
Quim Casals
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9
7 de enero de 2017
133 de 165 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras un primer visionado, que sin ninguna duda no será el último por mucho tiempo, sostengo que “Silencio” va camino de convertirse en mi película preferida de Scorsese, lo cual no es poco para un artista del que tanto admiro su filmografía. Pero lo más hermoso que se desprende de esta apreciación (totalmente particular y sin ningún ánimo de objetividad, por supuesto) es cómo refuerza mi fe inquebrantable en el cine y en sus maestros. Pues buena parte de la cinefilia debe admitir que acostumbra a ser presa de la crisis de la fe: cuántos espectadores o críticos llevan años, lustros o hasta décadas, proclamando que la mejor película de Scorsese, o de Spielberg, o de Allen, o de Eastwood…, ya está hecha, que la hicieron hace ya demasiado tiempo y que desde entonces solo ofrecen una patética decadencia…

Creo que, como “Julieta” en el caso de Almodóvar, “Silencio”, que recordemos era un proyecto muy personal que a Scorsese la ha costado varias décadas poder llevar a cabo, ha llegado en el momento adecuado para él, el momento de una plenitud vital que permite una mirada despojada y esencial, aquella que a la que acceden los más grandes cuando ya no tienen nada que demostrar. Pues “Silencio” no precisa de la extraordinaria pirotecnia audiovisual con la que usualmente identificamos las formas de Scorsese (y que alcanza su zénit en la para mí todavía infravalorada “Casino”, en mi opinión un hito del montaje cinematográfico como forjador absoluto del relato, a la altura de lo que representó Eisenstein en su tiempo).

Bien al contrario, nos encontramos ante el film más depurado de su autor, donde cada imagen, de una plasticidad asombrosa en su concepción (la barca en un mar de niebla de “Cuentos de la luna pálida” revive ante nuestros ojos) es justamente la imagen justa. Cuesta, además, recordar en el cine moderno una película donde el trabajo minimalista con el sonido, tanto su presencia espectral como su ausencia, resulte tan importante.

He hablado, refiriéndome a la pericia técnica, de un cineasta que ya no necesita demostrar nada, pero esto puede extenderse al que quizás sea el gran valor del film, la mirada rosselliniana que no pretende demostrar, sino mostrar. Como en el lema de Renoir, Scorsese pone todo su empeño en exponer que cada cual tiene sus razones. Sobre la fe, sobre si Dios se manifiesta o calla, sobre el sentido de la misión evangelizadora en el otro extremo del mundo, sobre la reacción que eso produce en aquel pueblo, sobre todo eso, el espectador podrá, tras el visionado de la película, disertar libremente y profundamente.

Ahora bien, la duda surge cuando me pregunto a quién debo recomendar esta película. Francamente, no diría que me atreva a recomendarla a todos los admiradores de Scorsese. A muchos sin duda les gustará, pero habrá otros, quizá más que los primeros, a los que es posible que no les guste o les guste bastante menos que otras de sus películas, precisamente porque al estar del todo alejada de su característico tempo crispado e hipervitamínico, les parezca tediosa o aburrida.

El tema, casi tres horas donde como quien dice no hay una sola escena donde no se hable de Dios, del cristianismo y de la fe, es el otro gran problema para su recomendación. Que nadie se lleve a engaño, estamos ante una propuesta eminentemente espiritual. Obviamente, no se precisa ser creyente o agnóstico para entrar en ella, pero parece de sentido común pensar que llenará más y proporcionará mayor placer –o dolor— e interrogantes significativos al espectador con ciertas inquietudes sobre lo trascendente, o con un cierto interés antropológico sobre el papel de las religiones a lo largo de la historia, que al espectador totalmente indiferente u hostil ante estas materias.

En definitiva, y cerrando el círculo con el que he iniciado estas líneas, me limitaré a recomendarla, y no sin precauciones, a todos aquellos que conserven intacta, y cultiven con esmero y cariño, su fe en el Cine.
Quim Casals
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10
26 de octubre de 2005
133 de 168 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aparentemente, no es El desprecio el prototipo de película de Godard, en tanto que apenas se hallan en ella sus rasgos estilísticos más reconocibles: el montaje entrecortado, los cambios bruscos de tono y de género, el ritmo sincopado, el uso de carteles, el humor grotesco, etc. Bien al contrario, se trata de una estilizada historia contada básicamente a través de elegantes planos-secuencia de brillante y hermosa textura fotográfica, asemejándose a la estética del cine clásico "convencional".
Pertenece también a la primera etapa de su obra, que podríamos denominar "narrativa", en el sentido que todavía "cuenta una historia" con una linealidad argumental definida que el espectador puede seguir sin ningún problema.
Pero, precisamente porqué Godard no filma una película "de Godard" —como ya había hecho en más de una ocasión limitándose, en el fondo, a dar lo que ya se esperaba de él— se muestra más valiente y audaz que nunca.
En mi opinión, asistimos a su primera obra de auténtica madurez, donde se muestra menos interesado en llamar la atención sobre sí mismo que en adecuar, de manera magistral, lo que cuenta con la manera de contarlo. De ahí que el impecable discurso fílmico nos lleve inexorablemente al discurso de fondo más genuino y, probablemente, más complejo de este autor: la disección de los problemas de comunicación en la pareja, el pesimismo existencial, los sentimientos contradictorios respecto del cine y de la industria del cine... se muestran en El desprecio de manera más desnuda y menos artificiosa que nunca, libre también de los momentos pedantescos que de vez en cuando lastran algunas de sus obras. E incluso consigue que una actriz tan limitada como B.B. nos parezca insustituible en su rol.
Mención especial merece la partitura de Georges Delerue, a mi juicio una de las más hermosas de la historia y que consigue que cualquier evocación de El desprecio —como ocurre con El tercer hombre o Solo ante el peligro— no pueda llevarse a cabo sin rememorar a su vez la maravillosa música que la acompaña.
Quim Casals
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9
17 de diciembre de 2009
103 de 109 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con todas las posibilidades que concede un altísimo presupuesto, y a través de unas crudas imágenes en un magistral blanco y negro, engarzadas en un montaje que se me antoja ejemplar, el director Lu Chuan expone la masacre de Nanjing por parte del ejército japonés en 1937.

Aunque las primeras referencias, sobre todo a nivel formal, que a uno le vienen a la cabeza después del visionado sean "La lista de Schindler" o "Salvar al soldado Ryan", con el paso de los días advierto quizás un mayor paralelismo con obras como "El pianista" o la más antigua "Uno rojo: división de choque", en cuanto a una sequedad expositiva que se basta a sí misma para impresionar vivamente al espectador, sin necesidad de recurrir a determinados artificios, posiblemente de un carácter más efectista, simplista o incluso maniqueo.

Poco respiro da esta narración, inundada de horror hasta donde llega la capacidad más detestable del ser humano. Es ante todo un relato coral, que nos lleva al devenir de una serie de personajes, punteado por la mirada de un soldado japonés; una mirada, como la nuestra, cada vez más atónita ante el creciente afán de destrucción.

Probablemente, una de las características más notorias del mejor cine asiático de los últimos años (pensemos en Yimou, por ejemplo), y que lo diferencia de otras cinematografías, sea el rigor en la concepción del encuadre y la disposición de sus elementos, lo cual genera en el espectador una impresión de gran belleza estética. La película de Lu Chuan no es una excepción de esta tendencia. Y, aunque parezca paradójico —o quizás sea éste otro de los eternos enigmas del arte— esta belleza no entra en contradicción con los terribles hechos que se narran (algo similar, en otro sentido, ocurre en "La isla", de Kim Ki-duk, deslumbrante poema visual con masoquistas escenas de autolesiones).

El hermoso título, "Ciudad de vida y muerte", que diríase extraído de una novela rusa del siglo XIX, me parece completamente acertado en su síntesis del sentido del film. Mucha violencia y muerte hallamos en él, pero al mismo tiempo sobrevuela, exiguo pero incesante, como la llama de una vela que se resiste a desaparecer, el espíritu de la vida, de la esperanza, la solidaridad, el sacrificio. En este sentido, podemos destacar la aparición del alemán John Rabe, el llamado "Schindler de China", aunque quizás el ejemplo más contundente lo encontramos en el inmenso sacrificio de todas las mujeres que deciden prostituir sus cuerpos como única manera de evitar un puñado de muertes.

En la exaltación última de este profundo humanismo se halla, a mi juicio, la grandeza de la película, para mí una de las mejores del cine contemporáneo y una cima del bélico de todas las épocas (asumiendo que mi juicio sobre este género está sesgado por unos principios éticos que me llevan a rechazar las obras apologéticas, en favor de aquellas que denuncian la absurdidad y el sinsentido de la guerra).
Quim Casals
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8
10 de mayo de 2011
96 de 105 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es éste uno de mis Hitchcock preferidos, seguramente el que más de ese grupo de películas que él mismo denominaba "familiares", donde la faceta de entretenimiento lúdico —como "Alarma en el expreso", "Atrapa a un ladrón" o "Con la muerte en los talones"— se impone finalmente sobre otras consideraciones.

El resultado es así un thriller de suspense donde nunca se rehúyen las notas de humor —pese a que el suceso de partida sea tan dramático como el secuestro de un niño— y que a mi entender es un muestrario ejemplar del cronométrico talento del maestro. Destaca, claro está, la secuencia del Albert Hall, sin discusión una de las más imponentes "grandes escenas" de toda su carrera.

Pero como mucho y muy bien desde hace décadas se ha diseccionado el arte del director inglés, por esta vez prefiero centrarme en la reivindicación del aspecto comúnmente más atacado en este film, la elección de Doris Day (y por ende la idiosincrasia de su personaje, Jo).

En mi opinión, la actriz ofrece una muy solvente interpretación, dominando los nada fáciles registros que se le exigen: la reacción al enterarse del secuestro de su hijo, su expresión ante el dilema moral interno que la invade durante el concierto o la manifestación de la complejidad de sus sensaciones cuando canta el "Qué será, será", son una prueba de eficiencia que dudo mucho hubiese superado Tippi Hedren, por ejemplo.

En cuanto a la tipología del personaje, no puede negarse que es la protagonista más "asexuada" de la filmografía del director, y seguramente en ese contraste con la prototípica rubia hitchcockiana (gélida por fuera, fogosa por dentro, que seduce tanto al protagonista en la ficción como al espectador a través de la pantalla) se explique la decepción que a muchos produce (y su inevitable asociación mental con comedias amilbaradas contribuye a acentuar ese efecto). Sin embargo, bajo ese engañoso disfraz de "matrona", bajo esa sólo aparente representante del más conservador "American Way of Life" (la cantante que ha renunciado por el peso de las convenciones sociales a su próspera carrera para centrarse en su rol de fidelísima esposa y madre) aparece una de las mujeres más sagaces, inteligentes y activamente responsable de la resolución de la trama criminal de todo el cine de Hitchcock. Veámoslo, como no puede ser de otra manera, en la zona spoiler (aviso: contiene otro spoiler sobre "Vértigo"):
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Quim Casals
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