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Críticas de antonalva
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Críticas 487
Críticas ordenadas por utilidad
7
1 de febrero de 2014
73 de 82 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué misterio el de la imaginación, el de la creación literaria, el de la creatividad de todo tipo! ¿De dónde nace, a qué se debe, por qué a veces parece más una pasión cuyo objetivo fundamental es enderezar algo que sentimos que estuvo mal? Misterios insondables de la vida, de la mente humana, de la naturaleza de las personas, abocadas a veces a reparar o reordenar los añicos de algo que se rompió ante nuestros atónitos y atormentados ojos o a expiar alguna culpa ajena aunque como niños nada pudimos hacer – y ahora como adultos repetimos aquello, desde la fábula, como queriendo cerrar una herida aún en carne viva y que nos devasta hasta el fin…

Esta cinta contiene varias películas a la vez. Por una parte está la batalla de egos entre Walt Disney (1901-1966) y la escritora australiana P.L. Travers (1899-1996) cuando el magnate norteamericano trató – por enésima vez – hacerse con los derechos para llevar a la gran pantalla el personaje más famoso salido de la pluma de la escritora, la memorable e inefable Mary Poppins. Pero también es el pormenorizado recuento de la infancia atormentada de la escritora en su Australia natal, donde presencia el declive y muerte de su adorado padre, con una agonía entre etílica y tuberculosa. Pero así mismo es el recuento e inventario implícito de todo aquello que nos aboca a fabular, a crear mundos fantásticos o ficciones de toda índole, como una forma de expiar alguna falta o de superar algún cataclismo del destino. O también es una amable y amena descripción de lo ingrato y arduo que puede ser el acto de escribir un guión y ensamblar todos los pormenores de una película hasta verla convertirse en realidad.

Y todo funciona bien y se funde en un hermoso relato entre la nostalgia, el amor, la gratitud, el reproche, el dolor, las huidas hacia delante, los mundos fabulosos de alborozo de mercadotecnia, los pequeños sinsabores trufados de amor paterno filial… En definitiva, se nos muestra un amplio abanico de tramas y sub-tramas, todas ellas bien urdidas y que tras una suntuosa y estomagante amabilidad de colorines no ocultan el poso indeleble de amargura o las lesiones calladas del alma que hemos ido recogiendo a lo largo del camino.

Mención expresa merece el espléndido reparto, todos ellos en estado de gracia. Especialmente memorable y adorable en su estirada vulnerabilidad brilla una felizmente recuperada Emma Thompson, absolutamente impresionante en su gama de matices y gestos. Casi a igual altura le dan la réplica tanto Tom Hanks, como Colin Farrell, Paul Giamatti y Jason Schwartzman. Ellos saben conferir las dosis de verdad que se esconde tras tanto oropel indigesto y celofán estomagante. Una muy bella película con sus dosis de profundidad y calado. Muy recomendable.
antonalva
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9
28 de octubre de 2018
90 de 117 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empecemos por el final: pocas veces se ha utilizado con tanto provecho una canción tan melancólica y quejumbrosa como ‘Procuro Olvidarte’ (de Manuel Alejandro) como colofón luminoso de una cinta tan repleta de incertidumbres y ausencias como es el caso. Retratar el vacío del alma es algo tan abstracto e intangible como querer sujetar la luz del día o domesticar las olas del mar… Y sin embargo consigue lo que pareciera imposible: ilustrar el desgarro interior cuando lo único que nos queda es languidecer exangües y ya no tenemos ni fuerzas para abrazar el vacío de una existencia falaz, ya para siempre quebrada.

El juego de espejos, calcos, simulaciones y reencarnaciones que nos propone Carlos Vermut es tan complejo como diáfano. Pudiera parecer laberíntico en cuanto a su indagación sobre el extravío y búsqueda de nuestra propia personalidad, pero en realidad nos ofrece una cristalina y lacerante radiografía de lo que significa vivir sin compasión, sin amor y sin misericordia. Cuando vivimos de espaldas a los demás – o ignorando sus necesidades, anhelos y congojas – nos volvemos en unos crueles trituradores de egos y aprovechamos cualquier oportunidad para explotar a los otros en nuestro íntimo y egoísta beneficio, sin darnos cuenta que en realidad estamos cavando nuestra propia tumba sobre la que se cierne una losa inexpugnable que nos lapidará para siempre y que nos impedirá alcanzar, saborear y disfrutar las satisfacciones y alegrías que creíamos reservadas sólo para nosotros y nuestros méritos.

Nos ofrece una exploración sobre las cárceles del corazón que arrasan con todo y acaban convirtiendo en un erial el utópico mundo que nos rodea. Habitamos una existencia que ya nos es ajena, tratamos de permanecer inasequibles al desaliento cuando hace tiempo que se nos ha escapado, sin darnos cuenta, el último hálito de vida. Creemos que nos encontramos llenos de fuerza y energía cuando ya solo somos una flor marchita, sin raíces, sin vigor y sin futuro. Pálidas orquídeas de invernadero que quizás florecen orgullosas e imperturbables pero que en realidad no son sino la falacia de una exuberancia congelada, ajadas por falta de oxígeno, de tierra y de nutrientes. Nada más triste que el éxito en soledad o la gloria en la cumbre si eres incapaz de agradecer y compartir cada uno de tus dones y virtudes con quien de verdad te importa o a quien todo lo debes.

Esta impresionante cinta sobre la desdicha de la fama – o el vacío del fracaso – no sería tan perfecta y perturbadora si no contase con unas actrices sublimes. Quizás sea Eva Llorach quien robe la función, pero todas ellas (Najwa Nimri, Carme Elías y Natalia de Molina), desde registros muy diferentes, se complementan y engrandecen con astucia.
antonalva
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8
3 de abril de 2016
66 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Bendito sea el maestro Yasujirô Ozu y bendita sea la fértil y acogedora sombra que aún nos reconforta! Quizás esta vez al director Hirokazu Kore-eda se le haya ido algo la mano con la sacarina y resulte autoindulgente y demasiado autocomplaciente con la historia que se trae entre manos, pero la verdad es que funciona no sólo como una pieza de cámara admirable, llena de sensibilidad y ternura, sino que tiene además la fragancia a los clásicos perdurables por su simplicidad, delicadeza y calidez. Es un relato sobre tres hermanas que devienen en cuatro, pero también es el relato de una orfandad y también es el relato de una reconciliación familiar o el relato de cómo los lazos entre unas hermanas puede darle sentido a la vida.

La cámara parece ser una más de la familia. Quizás a alguno se le ocurriría decir que estamos ante una familia desestructurada, pero si algo fluye en ella – aunque a veces se haya quedado estancado – es amor. Y eso le da sentido a todo lo que vemos, espiamos, compartimos y admiramos. La abnegación – a veces limítrofe con la obcecación – o la ceguera forman parte de este microcosmos que presenciamos, que deambula entre la muerte, los desamores, la pérdida, los reencuentros, las cenas o comidas, las lluvias torrenciales, los paisajes añorados, los recuerdos compartidos o los secretos revelados. Todo lo mínimo y trivial tiene cabida en esta obra sin argumento aparente, sin trama reconocible más allá de lo anecdótico y fugaz que configuran el devenir cotidiano de cualquier ser humano.

Capturar lo poético no es tarea fácil cuando de lo que se habla es de lo prosaico de la vida, del encadenado de jornadas cotidianas sin otro fulgor ni otro sobresalto que los desayunos, comidas y cenas insignificantes, de las jornadas laborales o escolares que llenan nuestros cobraderos de cabeza y que en su monotonía parece carecer de relevancia o de trascendencia, de las visitas a los bares o restaurantes que habitamos desde siempre sin saberlo, de los ritos cotidianos de cualquier familia de cualquier parte del mundo, independiente de su religión, creencia, latitud, laxitud o problemas. Extraer la poesía de unos kimonos recobrados, exprimir todo el aroma y el gusto a un licor afanosamente elaborado y conservado… parece tarea sencilla pero demuestra la mirada y el temple de un maestro que ama a sus personajes y sus fluctuaciones.

La sencillez de una obra de arte emotiva, noble, sincera y perdurable. Pudiera parecer poca cosa pero lo contiene todo. Gracias.
antonalva
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8
22 de noviembre de 2014
66 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante un estudio paciente, delicado y minucioso del carácter de un – en apariencia – anodino y gris funcionario municipal. Su tarea consiste en encontrar a familiares o amigos de aquellas personas que han fallecido en soledad y abandono, con la esperanza de que alguien reclame sus cuerpos o al menos asista al sobrio sepelio, costeado por las menguantes arcas municipales. Concienzudo y metódico hasta la obsesión, calmoso y laborioso hasta la exasperación, su cometido es su razón de ser e impregna de sentido toda su callada y ascética existencia. Podría parecer que su labor es improductiva e inútil en un mundo tan tergiversado y sojuzgado por los resultados inmediatos, con una productividad reducida a ratios de eficiencia y rapidez de procedimientos. El objetivo de acompañar a los muertos, darles una despedida digna y serena se pierde de vista, no resulta rentable.

Cinta atípica, peculiar y muy original, alejada de cualquier apresuramiento narrativo, de todo efectismo visual, va calando muy hondo poco a poco, casi sin darte cuenta. La discreta presencia de su protagonista apenas oculta su inmenso corazón y su profunda ternura, basta con rascar un poquito para que salga a la luz su altruista generosidad que no se compensa con dinero ni busca otra remuneración que hacer el bien a sus semejantes, sin aspavientos, sin darle importancia, sin querer obtener nada a cambio. Qué rara y atípica se nos hace la bondad de nuestros conciudadanos, cuando todo parece tener precio y estar tasado, pero nadie sabe valorar lo importante, lo esencial, lo trascendente.

Esta singular y logradísima película corre el riesgo de pasar desapercibida para un público ahíto de mercadotecnia, embotado de banalidad, estragado de ruido, explosiones, efectos especiales, parafernalia de saldo y sagas clónicas de nulo interés y desorbitado presupuesto. Es la prueba sangrante de que tan sólo hace falta un personaje interesante, una historia bien trabada, atender a la sinceridad de los vericuetos argumentales, para dar en la diana de la turbación. Sin fórmulas trilladas, sin plantillas adocenadas, sin alardes ni alharacas, sin afectación deshumanizada. Basta con escuchar los sentimientos y reflejarlos con naturalidad y sencillez.

Sin duda, es una cinta minoritaria, pero los espectadores en busca de tesoros fortuitos se verán recompensados. Alberga uno de los finales más emotivos, honestos y jubilosos que recuerdo, donde la emoción se desborda, sin subrayados, ni falsificación. Un manjar para gourmets del buen cine.
antonalva
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6
4 de septiembre de 2016
74 de 86 usuarios han encontrado esta crítica útil
El persistente desencanto que me han causado casi todas las últimas películas de Woody Allen se ha visto interrumpido con esta cinta encantadora, que si bien adolece de algunas de las características de su cine más reciente – diálogos superficiales y ayunos de garra, personajes sin interés ni enjundia, tramas ñoñas y deslavazadas, dirección garbancera y adocenada – alcanza algo muy digno de alabanza: crear un tono crepuscular y melancólico que seduce sin apenas esfuerzo aparente. Y además casi todos los actores elegidos (sobre todo, Jesse Eisenberg y Kristen Stewart) transmiten convicción y entusiasmo en sus respectivos cometidos. No hay nada novedoso ni reseñable, pero el conjunto se deja ver con simpatía y agradecida complicidad. Todos sus tics resultan disculpables, como si estuviéramos visitando a un familiar añoso al que le perdonamos que nos cuente siempre – con ligeras variaciones – las mismas batallitas.

Además, la atractiva fotografía del maestro Vittorio Storaro añade potentes dosis de embrujo y ensoñación al proyecto y si bien no es nada realista – tampoco lo pretende – saca el máximo partido tanto a las localizaciones como a los personajes, bañando todo en un halo seductor de calidez que se vuelve irresistible. Pocas veces han sido los años treinta del siglo pasado retratados con tanta belleza y nostalgia que uno desearía haber vivido aquel mágico momento por lo plástico y atractivo de la recreación lograda. Se le puede excusar a Allen su arraigada languidez y sus obstinadas repeticiones (de personajes, temas y tramas) por la adorable factura que consigue. Es más una experiencia estética que no una narración exigente – que bascula entre el romanticismo y el desengaño – aunque los atisbos de tristeza que impregnan la historia resulten atrayentes.

Para los fans irreductibles del director, seguro que es un festín sin parangón. Pero para los que dejamos de serlo hace ya unos veinte años, se trata más bien de una amable recuperación de ciertas fragancias inequívocas que nos remiten al Allen de antaño, aunque no alcance – quizás por una excesiva complacencia o simplicidad – a convertirse en algo más que un agradable entremés burbujeante, entretenido y simpático, bien elaborado pero sin demasiada originalidad ni calado. Resulta muy ameno de ver – sobre todo por el buen hacer del elenco y la radiante fotografía – pero se antoja un producto demasiado artificioso y relamido, con aciertos parciales innegables pero que no acaban de cuajar en una obra perdurable.
antonalva
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