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Críticas de Kasanovic
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Críticas 400
Críticas ordenadas por utilidad
6
5 de julio de 2014
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
En muchas ocasiones, los que crecimos en el mundo post-Guerra Fría no nos damos cuenta de lo que debió suponer la caída del Muro de Berlín para los ciudadanos de Berlín y, por extensión, para los de ambas Alemanias. Motivos ideológicos aparte, la idea de que un colectivo homogéneo de personas se vea disgregado por el deseo de cuatro grandes potencias ajenas a su propio país, parece más de ficción que de realidad. Aquellos que, por fortuna, no vivimos tal episodio histórico, tenemos al cine para contarnos lo que sucedió. Y una de las últimas películas que tratan este tema es West, dirigida por Christian Schwochow y cuyo guión ha adaptado su propia madre Heide a partir de la novela original de Julia Franck.

West comienza con un flash-back donde vemos a una pareja feliz con su hijo en la Alemania del Oeste. Un par de minutos después, la acción ya salta al tiempo real donde el hombre ha desaparecido y ha sido sustituido por otro al volante de un coche. Nelly y Alexej, madre e hijo, se meten en el coche con la intención de cruzar la frontera hacia la República Federal de Alemania, un territorio que les puede ayudar a cicatrizar heridas del pasado y que además, al menos en el plano teórico, les puede ofrecer las condiciones de vida propias de un sistema moderno (alias capitalista). No sin dificultades consiguen cruzar la frontera, pero… Lo que les espera al otro lado dista de ser un mundo feliz. Nelly y su hijo son acogidos en un centro de refugiados cuya calidad de vida no es demasiado alta, por lo que su sueño tendrá que esperar al menos hasta que ella consiga un trabajo.

El planteamiento de la película la verdad es que supera el notable, por ambientación y porque utilizando no demasiados diálogos nos meten en la trama de una manera bastante efectiva. Sin embargo, conforme pasan los minutos el interés va decayendo y decayendo hasta que llegamos a un final que prácticamente ya casi nos produce un poco de indiferencia. En efecto, la cinta alcanza tantos altibajos que el ritmo de la misma impide enganchar al espectador. No es un problema tanto de guión, ya que más o menos la historia avanza por dónde debe (bastante previsible, eso sí), sino de montaje, alargando algunas escenas más de lo debido y cortando de sopetón otras que gozaban de más interés.

En medio de esta ligera borrasca, destaca la figura de la actriz Jördis Triebel interpretando a Nelly. Inmenso trabajo el suyo, que dota de fuerza y vigor a un personaje que, si bien sobre el papel ya era bastante bueno, logra mejorarlo a través de tibias miradas y una voz que rompe de manera decisiva en ciertas escenas dramáticas. Es complicado imaginar que ese mismo papel hubiera sido interpretado mejor por otra actriz. El que aquí les escribe desconocía por completo su carrera hasta que después de ver la película echó un vistazo por Internet y descubrió que la mujer había ganado unos cuantos premios interpretativos, incluido el que este mismo año le otorgó la Academia de Cine Alemán por su papel aquí en West.

Volviendo a la película, hay que reconocer que minutos después de su visionado el sabor de boca es bastante más bueno que malo, pese al claro bajón que experimenta. La sensación de haber asistido a un impactante drama que llegó a ser un hecho real, ver las antiguas cicatrices de un país que hoy está considerado como el mandamás de Europa, todo experimentado sobre la piel de la magnífica Triebel, convierten a West en una película bastante más que recomendable tanto como documento histórico y como drama. Lástima que la acción no esté tan bien llevada durante toda la película como en la primera media hora, porque de lo contrario estaríamos hablando de algo mucho más grande.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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5
24 de diciembre de 2016
14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los mayores horrores que dejó la Segunda Guerra Mundial lejos de las líneas de batalla estuvo representado por las múltiples violaciones a las mujeres de los territorios ocupados o liberados. Polonia fue uno de los países que más presenció esta clase de crímenes, especialmente cuando el Ejército Rojo traspasó sus fronteras camino del aniquilamiento de la Alemania nazi. Cifras a un lado, en esta epidemia de ataques sexuales ni siquiera permanecían a salvo aquellas monjas que pasaban sus días en un convento.

La historia real de unas monjas violadas por las tropas soviéticas es narrada por la cineasta Anne Fontaine en Las inocentes, una película ambientada en verano de 1945, exactamente nueve meses después de las violaciones. Muchas de estas víctimas pagaron doblemente las consecuencias del crimen, ya que quedaron embarazadas. Mathilde, médica francesa de la Cruz Roja, será quien asista a las monjas en el parto al tiempo que observa el difícil dilema de estas mujeres a la hora de compaginar el fruto de una terrible experiencia con una profunda fe religiosa.

Más allá del heroísmo que Fontaine pretende inculcar en la protagonista del film, Las inocentes dedica buena parte de su metraje a contar cómo las monjas afrontan de manera distinta esta difícil situación. La madre superiora tiene claro que la fe debe prevalecer sobre cualquier asunto, mientras que diversas hermanas, como la que acude en busca de Mathilde, no están por la labor de quedarse sentadas esperando a que Dios lo resuelva todo. La película tiene como fondo, pues, una vieja historia entre el conservadurismo de los que tienen el control y aquellos que desean un cambio.

Sin pretensión de redundar en la losa moral pasada y presente que tienen que afrontar las monjas, Fontaine opta por centrar su objetivo en un mensaje con tintes esperanzadores acerca del futuro de estas mujeres y sus nuevos hijos. Para ello, la directora utiliza al personaje de Mathilde como una especie de reflejo femenino con características no tan diferentes a las que observamos en las religiosas, pese a que su preferencia por la ciencia y sus raíces comunistas al principio pudieran indicar lo contrario. La protagonista lleva a cabo un ejercicio de fe mayor que el de las propias monjas, una circunstancia que se apreciará de manera aun más clarividente tras la escena más angustiosa de la película.

El mayor problema de Las inocentes no está por tanto en su base, más o menos acertada pero indudablemente loable, sino en cómo traslada al espectador la parte emocional del film. A ratos aséptica, otras veces dramática, la cinta no termina de definir su personalidad cinematográfica, resultando en un conjunto de buenas secuencias sin un claro patrón. El desenlace es una clara expresión de esta circunstancia, ya que pretende resaltar una emotividad que minutos atrás se perdió en otras reflexiones. Ni siquiera Lou de Laâge, quien sigue el buen rumbo actoral demostrado en la sublime Respire, puede remediar esta pérdida de empatía.

Lo gélido es lo que termina cosechando un mejor efecto en Las inocentes. Desde el punto de vista de ambientación, narración e interpretaciones, cuando Fontaine huye de lo emotivo y nos invita a contemplar su obra desde una perspectiva más alejada —cosa que sucede durante la primera mitad de película— es cuando el film alcanza su pleno sentido en lo visual. Es posible que, de haber seguido esta línea, Las inocentes hubiera encontrado un terreno en el que expresar más certeramente una historia que por desgracia se podría contar en muchas guerras. Lo que al final queda es un trabajo confuso en su guión y estilo, de fácil visionado a pesar de sus defectos pero con escasa fuerza dramática para impactar en los que estamos al otro lado de la pantalla.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para Cine Maldito
Kasanovic
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6
4 de julio de 2014
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si tuviéramos que repasar cada barbarie que los nazis cometieron antes y durante la Segunda Guerra Mundial, posiblemente nos acabaríamos quedando muy cortos de espacio. Pero lo que de verdad asusta, al menos para los que (por fortuna) no pudimos vivir ese conflicto en un tiempo y lugar cercanos, es que de vez en cuando descubrimos un nuevo capítulo tan sorprendente como terrorífico. En este caso, hablamos de Lebensborn, una organización creada al amparo de las SS que, con el objetivo final de perpetuar la raza aria, tenía como una de sus ramas la de juntar a hombres alemanes con mujeres noruegas, a las que se las consideraba herederas del espíritu vikingo fuerte y recio, para procrear hijos arios. En la práctica, es algo que parece casi sacado de la ficción, más aún si tenemos en cuenta que tras el conflicto bélico muchos de los niños que surgieron de tales emparejamientos quedaron desamparados, a merced incluso de la Stasi.

Ése es el tema que toma como raíz la película alemana Dos vidas, en la que Georg Mass y Judith Kaufmann dirigen y co-escriben el guión a partir de la novela original de Hannelore Hippe. Basada en hechos reales, la película gira en torno a la vida de Katrine Evensen, una de las hijas nacidas al albor del proyecto Lebensborn que por fortuna pudo formar una familia y lleva una vida tranquila en Noruega tras encontrar a su madre biológica. Pero el Muro de Berlín acaba de caer y el caso de personas como ella saldrá de nuevo a la luz cuando se abra una investigación para esclarecer todo este asunto llevado a cabo por los nazis y más tarde aprovechado por la RDA.

La película tiene un inicio complicado, porque en los primeros minutos asistimos a un desfile de nombres, acciones y hechos pasados tales que resulta difícil aglutinar todos en el cerebro. Es clave no desesperar y dar la película por imposible, sino que hay que hacer un esfuerzo por seguir el hilo de los acontecimientos porque al final todo acabará encajando, por mucho que uno crea al principio que no se está enterando de nada. Pero más que un defecto, habría que definir tal planteamiento como una virtud, por ofrecer algo bastante más visceral que no el típico guión in crescendo de otras producciones.

Hay quien ha llegado a comparar a esta obra con las novelas de espías del gran John Le Carré, y lo cierto es que razón no falta en esta idea porque ese tono oscuro está presente durante todo el metraje, tanto en el texto, situado en un contexto de Guerra Fría donde es difícil discernir quién es quién, como en lo visual, sobre todo gracias al uso de una fotografía “sucia” para las escenas en flash-back, algo que le sienta perfectamente al relato. No son tan justas, sin embargo, las comparaciones con el gran thriller alemán de lo que llevamos de siglo. Dos vidas saldría claramente perjudicada en un duelo con La vida de los otros, tanto en habilidad narrativa como en la descripción de los personajes, por no hablar del poso que deja una y otra película tras sus respectivos visionados. Se echa en falta un poco más de picante a la hora de narrar ciertas situaciones, cuya ejecución peca de excesiva frialdad.

Así, Dos vidas se presenta como un producto impecable por fuera pero con el que no es fácil empatizar. Es de esas películas que se nota que están bien realizadas, máxime cuando están basadas en hechos reales como en este caso, algo que siempre genera un punto extra de dificultad. Pero resulta complicado el recordar detalles concretos de la trama horas después de su visionado por el poco terreno que le da al espectador en el plano emocional. En definitiva, como documento histórico es una pieza casi imprescindible por contar, y bien además, otra de las huellas que los nazis dejaron tras su paso, pero le falta bastante del llamado “ingrediente cinematográfico”, transmitir la historia de manera idónea como para que el espectador la pueda conservar en algún lugar de su memoria como una gratificante experiencia cinematográfica.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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5
20 de abril de 2018
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los fuegos artificiales centran la atención de un grupo de chavales de una localidad japonesa. Contemplar semejante espectáculo pirotécnico es fundamental para Norimichi y sus colegas, que se enfrascan en un prologando debate acerca de si estos fuegos de artificio son redondos o planos. Sin embargo, cerca de ellos hay una compañera que se encuentra ante una mezcla de sentimientos. Nazuna trata de equilibrar su fuerte espíritu con la melancolía que le produce saber que muy pronto tendrá que mudarse de casa, ya que su madre se ha echado un nuevo novio. La relación entre Norimichi y Nazuna, tan inocentemente nipona, se verá alterada por un curioso elemento esférico que tiene la propiedad de alterar el curso de los acontecimientos.

FireWorks (Uchiage Hanabi, Shita kara miru ka? Yoko kara miru ka?) es el título de la película que responde a semejante línea argumental, en la que por cierto participa el conocido realizador japonés Shinji Iwai (conocido, por ejemplo, por Hana y Alice). Los directores de esta obra son, empero, Nobuyuki Takeuchi y Akiyuki Shinbo, que bajo un colorido estilo de animación tratan de poner en práctica una historia rica en cambios de escenario y situaciones. Historia que se ha comparado con la de Your Name, la gran obra de Makoto Shinaki y reciente éxito del cine de animación japonés. Es cierto que FireWorks comparte una misma base respecto a la mencionada cinta en tanto que ambas parten de un romance en el que los viajes espacio-temporales juegan un papel decisivo. Pero, dejando de lado ese detalle no tienen demasiado que ver una con otra ni cosechan el mismo resultado cualitativo, inferior en el caso de la obra de Takeuchi y Shinbo sobre todo por su predilección a caminar en círculos rodeando el mismo asunto.

En efecto, si algo se puede captar de FireWorks en sus minutos iniciales es que esta no va a ser una película demasiado sencilla de abarcar, al menos en un primer visionado. A diferencia de otras cintas que tratan la cuestión de los viajes en el tiempo con la premisa “¿qué cambiarías si pudieras volver atrás?” como pretexto básico para ejecutarla, el trabajo de Takeuchi y Shinbo no se caracteriza por su claridad expositiva a la hora de plasmar directamente ese tema, sino que intenta desarrollar la trama como si de verdad importase todo menos los propios viajes temporales. Dicho así puede resultar lioso y la realidad es que, efectivamente, lo es. Pese a que goza de un estilo visual muy bonito (aunque ciertos elementos diseñados en 3D pueden llegar a desmerecer el conjunto), la historia está bien planteada y los personajes aparentar ser criaturas a las que se le puede sacar cierto jugo cinematográfico, el film no sabe aprovechar esas bondades y se encamina hacia un relato muy confuso. Lo que en principio parecía desmarcarse como uno de los puntos fuertes de la obra, el hecho de no saber hacia qué punto se encaminará la trama una vez entra en juego la variabilidad del espectro temporal, deviene en un cóctel de escenas que hace detonar el ritmo narrativo y provoca cierto desasosiego.

Con todo lo señalado, lo cierto es que FireWorks deja más dudas que soluciones a lo largo de su hora y media de metraje. Quizá el problema pueda tener que ver con el hecho de presentar ciertos detalles a priori atractivos (como la confusión que rodea la vida de Nazuna frente a la apacible existencia de Norimichi) pero luego no terminar de explotarlos, como si los directores confiasen en que la fuerza y magnetismo de los viajes temporales acabaría por solucionar el entramado dramático de la cinta. No es así, sin embargo, y pese a que el film cuenta con varios aspectos interesantes, en su conjunto queda por debajo de la buena sintonía que han transmitido otros trabajos de la animación japonesa en los últimos tiempos.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para Cine Maldito
Kasanovic
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5
8 de julio de 2017
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Janine, según manifestará su propio padre, es una persona que “lo tiene todo para ser feliz”. No parece una afirmación descabellada a ojos de alguien materialista y que además desconozca el discurrir de la rutina diaria de la protagonista, ya que posee un trabajo acomodado en un banco con perspectivas de seguir creciendo, va bien económicamente y su novio Martí es un importante publicista. Sin embargo, todos sabemos que la felicidad es un concepto subjetivo y bastante irregular, que puede arruinarse con una mala noticia o al ser víctima de un asalto. Eso es lo que le sucede a Janine cuando dos jóvenes la agreden sexualmente en el Metro de Barcelona. Las secuelas psicológicas del delito sufrido llevarán a la mujer a buscar refugio en su pueblo natal, pero ni siquiera allí parece encontrar la paz psicológica.

Brava es el segundo largometraje de Roser Aguilar, cineasta barcelonesa cuyo antecedente en este terreno data de hace diez años con su ópera prima Lo mejor de mí. En este caso, Aguilar vuelve a centrarse en el plano psicológico de una mujer frente a su entorno, aunque en este caso es la protagonista quien sufre las heridas. Y esta lo hace manteniendo un cierto secreto, tanto a la hora de confesar que ha sido víctima de un asalto como de los hechos concretos del mismo. Janine está sola ante la desgracia vivida, ya que su marido actúa con desafecto al recibir la noticia y ni su padre ni Pierre, amigo de este, parecen descifrar el motivo de su palpable inestabilidad emocional.

Sería difícil analizar Brava sin mencionar lo que nos ofrece su actriz protagonista, una Laia Marull que interpreta con mucho oficio todos los registros emocionales que su papel requiere a lo largo de la película. El mérito es que casi todo lo hace a través de su mirada, sus gestos, elaborando un personaje cuyo sufrimiento interior resulta crudamente veraz en la pantalla. La mencionada soledad de Janine al atravesar las secuelas del asalto se manifiesta a la perfección a través de Marull sin necesidad de llevar las situaciones al extremo, simplemente poniendo en detalle algunas situaciones que por desgracia pueden llegar a suceder en la vida de cualquier mujer.

Además de intentar reflejar las secuelas que una agresión sexual puede tener para una mujer, Brava también reflexiona sobre el papel del hombre en todo este relato. Los propios criminales, el joven que percibe la escena pero decide no ayudar, aquellos que en su pueblo la contemplan como un trofeo o los que pertenecen a su entorno más próximo componen los diferentes retratos que Aguilar realiza sobre el papel del género masculino en estos casos. Lejos de la burda generalización, la directora traza unos perfiles creíbles, en los que incluso aquellos personajes con mayor sensibilidad (como Pierre) apenas pueden acercarse al plano emocional que rodea a Janine.

Pese a todo ello, Brava no termina de constituirse como un film plenamente cohesionado. El perfil de Janine, aunque bien esbozado y mejor ejecutado por Marull, tiene ecos de indefinición en algunos momentos, especialmente en la relación con Martí (cuyo papel queda un poco olvidado) y con Pierre (otro personaje bien trazado pero con ciertas lagunas en su desarrollo). También descoloca parte de su reacción en lo que se refiere a la investigación policial de los hechos, especialmente cuando avanza la película. Aunque la cadencia de situaciones es adecuada y Aguilar ni se precipita ni se toma excesiva demora en la narración, Brava pierde tensión con el paso de los minutos. El papel de Janine, bien escrito y descrito, mantiene un desarrollo firme e incluso alcanza uno de sus momentos clave al final de la cinta, pero queda aislado respecto al ámbito general de la película.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para Cine Maldito
Kasanovic
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