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Voto de Kick'Em Ars:
8
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Ciencia ficción
A mitad de los años treinta, la Segunda Guerra Mundial no ha estallado todavía, pero parece sentirse en el aire que se respira. Cuando llegue, acontecimiento inexorable para los futurólogos, supondrá una conmoción que dará origen a un futuro de desastres en el que se impondrá como única forma de gobierno la más feroz de las dictaduras. (FILMAFFINITY)
20 de enero de 2007
36 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con guión del pionero de la literatura científica Herbert George Wells, basado en su propia novela The shape of things to come de 1933, Things to come es una película cuya principal virtud es la inventiva visual y expositiva, que le convierte en paradigma del cine de especulación científica y de crítica social. El discurso anti-utópico de Wells sobre la evolución de la humanidad tal vez posea una densidad excesiva. Pero, salvo algunos soliloquios en forma de alegato que hacen demasiado evidente el mensaje y le aproximan a la demagogia, la película avanza sin pausa a través de las etapas “históricas” del futuro que propone el guión (ni más ni menos que una centuria de predicciones, entre 1936 y 2036) gracias al estupendo contrapunto visual.
Los decorados, las maquetas, las transparencias, el vestuario, incluso las interpretaciones, contribuyen a crear un espectáculo de universos temporales contrastables entre sí, en una urbe imaginaria (sin duda, Londres) llamada “Everytown”.
Los decorados, las maquetas, las transparencias, el vestuario, incluso las interpretaciones, contribuyen a crear un espectáculo de universos temporales contrastables entre sí, en una urbe imaginaria (sin duda, Londres) llamada “Everytown”.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
1. El indolente mundo de preguerra, el mundo contemporáneo (1936). Aunque la ciudad está empapelada de carteles agoreros sobre la inminencia de la guerra, los ciudadanos pasean, cantan, sonríen y celebran la Navidad con despreocupación manifiesta hasta que el bombardeo aéreo convierte la ciudad en un infierno. Los planos se aprietan y muestran la destrucción y la muerte sin tapujos; por ejemplo, el niño que juega al desfile militar al albor del bombardeo en un impresionante plano que le muestra diminuto bajo una parada de soldados y sus sombras fantasmales, es mostrado al final muerto entre escombros y cascotes.
2. El degradado submundo medieval de los caudillos belicistas (1970). Entre las ruinas de la ciudad sobreviven personas de rostros deteriorados, con vestiduras toscas y andrajosas, carentes de todo bien, material o espiritual. No se priva el filme, empero, de recurrir al humor para describir la regresión del mundo civilizado: un desaliñado “ciudadano” presume de flamante vehículo, de su autonomía y de su velocidad; se pone al volante y un movimiento de cámara abre el plano y muestra que el coche tiene un tiro formado por dos escuálidos equinos que arrancan al oír un austero ¡arre!.
3. El frío mundo hipertecnificado de los ingenieros científicos (2036). El entorno tecnológico y arquitectónico padece de gigantismo: las máquinas que horadan la tierra, el colosal cañón de lanzamiento del cohete interplanetario y, sobre todo, la descomunal ciudad subterránea de diseño vanguardista por la que la masa de ciudadanos se mueve como un ser con vida propia, máxime si un orador entusiasta le fascina con su verborrea halagadora y catastrofista.
2. El degradado submundo medieval de los caudillos belicistas (1970). Entre las ruinas de la ciudad sobreviven personas de rostros deteriorados, con vestiduras toscas y andrajosas, carentes de todo bien, material o espiritual. No se priva el filme, empero, de recurrir al humor para describir la regresión del mundo civilizado: un desaliñado “ciudadano” presume de flamante vehículo, de su autonomía y de su velocidad; se pone al volante y un movimiento de cámara abre el plano y muestra que el coche tiene un tiro formado por dos escuálidos equinos que arrancan al oír un austero ¡arre!.
3. El frío mundo hipertecnificado de los ingenieros científicos (2036). El entorno tecnológico y arquitectónico padece de gigantismo: las máquinas que horadan la tierra, el colosal cañón de lanzamiento del cohete interplanetario y, sobre todo, la descomunal ciudad subterránea de diseño vanguardista por la que la masa de ciudadanos se mueve como un ser con vida propia, máxime si un orador entusiasta le fascina con su verborrea halagadora y catastrofista.