“Red State” fue promocionada en su día como la primera incursión en el subgénero terrorífico de Kevin Smith, comediante oficial de la Generación X. Vistas con cierta perspectiva, ambas etiquetas se antojan un tanto pobres. Porque, pese a los ribetes de humor —tan negro que cuesta, incluso, reconocerlos— con que Smith pespuntea la tremebunda historia, las ambiciones de esta película apuntan bastante más alto de lo que invitaba a suponer el tonto “slasher” adolescente que quiso (mal) vendérsenos.
El autor de “Clerks” (ídem, 1994) podrá estar más o menos acertado, pero nunca resulta inocuo. Con “Red State” hace —de nuevo— una crítica feroz a algunos de los numerosos ángulos muertos del “American Way of Life”. Si su brillante opera prima ponía el foco en el trabajo basura y la falta de oportunidades para los jóvenes, son aquí objeto de su mirada corrosiva el fanatismo cenutrio de la América profunda, las corruptelas y la incompetencia de las autoridades locales, los abusos de un poder federal igual de inoperante y, lo que es particularmente grave, el enfermizo “feedback” legitimador que se establece entre las tres capas de tan aberrante lasaña.
Smith se revela, además, como un cineasta notablemente dotado para las escenas de acción. El larguísimo tiroteo con que se resuelve la tensión acumulada está rodado con la pericia de un Peckinpah. No me extrañaría, de hecho, que haya tenido en mente el apoteósico colofón de “The Wild Bunch” (Grupo salvaje, 1969).
En fin, sin menoscabo del saludable sentido del espectáculo que manifiesta su director, “Red State” escarba en las pústulas de una sociedad al borde de la sepsis. Las mismas pústulas que estallaron en la última elección presidencial, el pasado noviembre. Está por ver hasta dónde se extiende la infección.