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Voto de Fernando Puertas:
8
Drama Rumanía, 1987: el país se encuentra bajo el férreo régimen comunista de Ceaușescu. Otilia y Gabita son estudiantes y comparten habitación en una residencia. Gabita está embarazada, pero no quiere tenerlo. Las jóvenes acuerdan un encuentro con un tal Mr. Bebe para que le practique un aborto ilegal en la habitación de un hotel. (FILMAFFINITY)
28 de diciembre de 2010
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La visión que el cine ofrece del periodo histórico en el que el comunismo llega a su fin varía desde la pseudo-nostalgia de lo que pudo ser y no fue que muestra Good Bye, Lenin! (Wolfgang Becker, 2003) hasta la denuncia de lo que, a ojos del director, constituyó el imperio del terror en manos de la todopoderosa Stasi, visión que ofrece La vida de los otros (Florian Henckel-Donnersmarck, 2006), ambas, por cierto, ambientadas en Alemania, cuya caída del Muro se convirtió en el símbolo de los mencionados derrota del comunismo y fin de la Historia.
La película que comentamos también nos devuelve a finales de los ochenta, esta vez en Rumanía, en lo últimos días del Gobierno del que fuera bautizado como el vampiro de los Cárpatos, el comunista Nicolae Ceaucescu.
Magistralmente escrita y dirigida por Cristian Mungiu, 4 meses, 3 semanas y 2 días cuenta de manera nada nostálgica la historia de dos estudiantes llamadas Otilia (Anamaria Marinca) y Gabita (Laura Vasiliu), esta última embarazada, que acuden a un médico para que, de forma clandestina, le practique un aborto a Gabita.
Mediante una dirección tan extremadamente realista como opresiva, la cámara nos muestra la forma en que las dos jóvenes se enfrentan en su día a día a la burocracia del Estado socialista rumano, donde los sobornos y la clandestinidad para salir adelante están a la orden del día.
La realización es correcta, sencilla y sin complicaciones, quizá cercana al Dogma 95, sin música y sin luz artificial, lo que hace que en alguna ocasión la oscuridad sea chirriante. Nos encontramos con largos planos fijos generales absolutamente democráticos con la mirada del espectador, también con cámara al hombro y en más de una ocasión planos-secuencia, que no hacen sino probar la altísima gama de cada uno de los actores que aparecen en la pantalla, del mismo modo que lo veíamos en La mirada de Ulises de Angelopoulos. A este respecto conviene también señalar que la perfecta construcción de cada uno de los personajes se hace patente en cada segundo de metraje. No existe el cartón-piedra, todo es real, y la magia del cine aflora ocupando cada uno de los espacios, por recónditos que sean.
Una excelente obra que, aunque se le puede poner alguna que otra pega, si es representativa del resto de cine que se hace en Rumanía, deja prueba fehaciente de la buena salud de la que goza el cine rumano.
Fernando Puertas
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