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España España · Barcelona
Voto de Ulher:
9
Ciencia ficción. Drama. Romance Narra una historia de amor no convencional, ambientada en un mundo distópico, en el que según las reglas establecidas, los solteros son arrestados y enviados a un lugar donde tienen que encontrar pareja en un plazo de 45 días. El tema central es la soledad, el temor a morir solo, a vivir solo, y también al temor a vivir con alguien. (FILMAFFINITY)
8 de diciembre de 2015
104 de 127 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una mujer aparca su coche. Se dirige a un campo donde pastan burros. Empuña un arma y, sin pensarlo dos veces, dispara a sangre fría contra un animal. La escena de apertura ya es toda una declaración de intenciones. Quienes conozcan el cine de Lanthimos no se extrañarán ante semejante desconcierto pero para los que se adentren por primera vez en la perversidad típica del director supondrá el primero de los mazazos. En su escasa filmografía habita la sátira sobre una sociedad claustrofóbica, sobre el individuo que se rige por la falta de libertad. Si con la desconcertante Canino (2009) hacía alarde del totalitarismo como medio educativo y en la aplastante Alps (2011) ofrecía un estudio sobre el papel que representamos dentro de la colectividad, en Langosta continúa mostrando esa personalidad tan marcada de sus anteriores obras. Personajes inexpresivos, cierta teatralidad en el lenguaje y un sadismo que bebe del Haneke más polémico.

Sin embargo, esa perversión busca ahora su víctima en otra de las necesidades que la comunidad ha creado para sobrevivir: amar y ser amado. Esa dicotomía universal que en la mano de Lanthimos no dura un suspiro. El griego arremete con severidad contra el amor cuestionándolo de puro y llano egoísmo. Por lo que respecta al amor ¿somos uno o somos dos? La mirada pesimista de Langosta se centra en el individualismo como paradigma de la felicidad. Una visión un tanto realista si entendemos las relaciones de pareja como una satisfacción personal, como una estabilidad emocional impuesta por una sociedad en la que no se tiene cabida si los sentimientos no son compartidos. Una hipócrita sociedad que prefiere ver al individuo autolesionándose física o emocionalmente en pro de dejar de ser descartes. Por que pobre de aquel que no consiga seguir los cánones de las reglas marcadas. Serán castigados con miradas prepotentes, lastimeras, cínicas. En este caso Lanthimos los convierte en animal, eso sí, a su libre elección. Todo un detalle.

El gran acierto de esta distópica película en la que las apariencias son lo más importante para sobrevivir, es que vuelca toda su mala baba en un espectador que no sabe si reír o llorar, si salirse de la sala o permanecer pegado a la butaca por lo que está pasando en la pantalla. No nos engañemos. Pocos están dispuestos a aceptar que un aparente desequilabrado exponga sus miserias con una vís cómica que ya quisieran muchos y encima reirle las gracias. En efecto, Langosta es un espejo pero no sólo para las parejas que verán en ese intento hemofílico su fin de semana ideal. Los solteros, esos marginados en busca de plaza, contemplarán con estupor cómo ni siquiera ellos que tanto han abogado por la libertad, no pueden sentirse libres. Y no lo son porque nadie lo es. Porque estamos obligados a sentirnos aceptados asumiendo cualquier intento de unión. En definitiva, el egoísmo del individuo impera sobre lo demás.

Langosta es crítica, ácida, inteligente. Su humor negro se aplaude y su mordaz sentido del ridículo la convierten en una nueva marcianada del cine griego. En el primer tramo se sabe eficaz pisando suelo firme. Posee un ritmo mucho más ágil que las predecesoras obras de Lanthimos. Sus encuadres perfeccionados y unas solventes interpretaciones -soberbia Weisz-, mientras que el guión fluye a golpe de metáfora y simbolismo. Una idea brillante llevada a cabo con maestría. Resultaba difícil mantener el nivel de sátira de su arranque y sin embargo cuando el texto cambia de página, la cinta no decae por sus sólidas bases. Continúa repartiendo bofetadas para terminar sangrando. Maravillosa escena final con la que el autor sentencia eso que llamamos amor.

Una vez más lo ha conseguido. Lanthimos genera debate. Tras las horas e incluso los días, la película no finaliza. Se queda latiendo y eso la hace aún más grande. Y es que estamos ante una cinta cuya forma puede incomodar pero si se consigue superar, apuesto a que el fondo duele más. Nos cuestionamos, por tanto, si el raro de Lanthimos es una persona equilabrada o los desequilabrados somos los demás.
Ulher
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