Paul aguarda apaciblemente la llegada de la muerte, en cierta forma parece recordar al caballero de El Séptimo Sello, pero a diferencia de éste el primero no compite con ella en una partida de ajedrez, aunque ambos tienen algo en común: A lo largo de su vida han visto la muerte de cerca, muy de cerca, el caballero en sus cruzadas y viendo como la peste asola a su pueblo, y Paul en su función de guarda de El corredor de la muerte.
La Milla Verde está envuelta de un realismo mágico que parece evocar los mejores relatos de García Márquez, de hecho, a veces me planteo si sobre el espíritu de Stephen King planeó el alma del escritor colombiano pues todo me hace recordar a esas fábulas de coronoles que no tienen quien les escriba, a generales en laberintos, crónicas de muertes anunciadas, y a esos sempiternos cien años de soledad. John Coffey es la bondad infinita, es un milagro de la creación a la que, no sé si el infortunio o tal vez los designios divinos le llevan al corredor.
Paul después de tantos años no puede concebir lo que vislumbró aquel año de 1935, los misterios indescifrables e incongruentes que encierra la vida, y que John Coffey, un enviado de Dios, le hizo ver. Paul cree que su ciclo ya ha acabado, está cansado de vivir y espera la llegada de eso que Miguel Hernández calificó como la tercera herida, la de la muerte.