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España España · Badajoz
Voto de Weis:
7
Drama Nafás (Nelofer Pazira) es una bella mujer afgana que, desde Canadá donde ahora vive, ha decidido emprender el largo viaje hasta Kandahar, para buscar a una hermana de la que ha sabido que ha intentado suicidarse. En el trayecto, Nafás tropezará con una serie de variopintos personajes... y nosotros presenciaremos la condición de la mujer en aquellas lejanas tierras signadas por la guerra. Película que refleja la situación de Afganistán ... [+]
6 de febrero de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hoy, al igual que ayer, hace un mes o 10 años, la realidad de Afganistán es bien conocida en Occidente a causa de las guerras que se libran incesantemente en su territorio, pero cuando Makhmalbaf decidió filmar Kandahar su propósito fue denunciar una situación social entonces casi ignorada. El prestigioso realizador iraní presentó su film en el último Festival de Cannes del pasado mes de mayo causando un fuerte impacto por su testimonio sobre la desesperante condición de mujeres y hombres que viven en un país desolado, acosado por la enfermedad, el hambre, la postergación de la mujer y las secuelas de su guerra con la Unión Soviética. Después de los hechos del 11 de septiembre, esta situación pasó al dominio de la opinión pública, pues la película tuvo el dudoso acierto de ser estrenada en una época en la que las tierras afganas estaban siendo atacadas por los Estados Unidos.

Esta película cuenta una historia real e íntima sobre Nafas, una periodista que hace 10 años emigró a Canadá, decide volver a su patria en busca de su hermana menor, que ha permanecido en la ciudad de Kandahar, lugar sagrado talibán. Desesperada por la condición dramática de la mujer –que en cada momento es identificada como una cárcel– la muchacha le ha anunciado su suicidio. Nafas entra a Afganistán desde Irán, pero el viaje en rescate de su hermana se convertirá en una ardua lucha. Ante la imposibilidad para una mujer de viajar sola por los caminos, y casi sin medios de transporte, deberá afrontar una y otra dificultad, supeditada a la voluntad y ayuda de los hombres, adultos y niños: deberá sobrellevar el desierto, los asaltos, la enfermedad, las patrullas de inspección y el hambre bajo el burka que la cubre completamente.

Como es habitual en el cine iraní, tomando como ejemplos las eminentes figuras de los directores Abbas Kiarostami y Majid Majidi, el cine de Makhmalbaf se mueve entre la ficción y el documental: la historia tiene un origen real, la actriz que interpreta a Nafas revive su propio pasado, pues ella se había acercado al director con su drama pidiéndole ayuda para llegar a Kandahar a salvar a una amiga desesperada. Ningún actor es profesional, motivo que da lugar a una mayor implicación del espectador con lo real. Sin embargo, la improvisación y la espontaneidad agregan una dosis extra de realidad fenomenológica y dramatismo.
Quienes hayan podido descubrir y visionar una película llamada El círculo, de Jafar Panahi, podrán caer en la cuenta de que el cine iraní siempre es sinónimo de compromiso, denuncia y grito reivindicativo que se confirma en Kandahar, aunque cinematográficamente este film no tiene los valores de aquél.

Hoy sabemos que la mujer afgana no puede mostrar su cuerpo ni su rostro en público, para salvaguardar su honor, y tampoco puede ir a la escuela. Pero no deja de asombrarnos la consulta al médico, quien ante una enfermedad no puede ver –mucho menos tocar- a la paciente, sino tan sólo preguntar los síntomas a un niño, que oficia de intérprete, para elaborar un diagnóstico. Resulta una mirada valiente, crítica y reveladora sobre los fundamentos en los que se ha convertido la mujer afgana cubierta por su burka, negras las viudas, multicolores las demás, como si el color pudiera paliar el ocultamiento. Resulta difícil a la mentalidad occidental aceptar que esas son pautas culturales válidas para todo un grupo étnico, pero Kandahar elige no profundizar en este sentido.

Makhmalbaf filma magistralmente esos inmensos espacios de la nada, y el movimiento de las masas que irrumpen en el vacío, en una película atemporal. Y también echa una mirada esteticista sobre lo que más lastima, pues el paisaje es la metafísica de la ruina: barrizales, chozas, boquetes, humaredas, harapos, grietas, flaqueza, árboles secos, cascotes y arena. Es particularmente patética –e impúdica- la escena en un campamento de la Cruz Roja, donde un enorme grupo de campesinos espera sobre sus muletas las piernas artificiales que reemplazarán las que han perdido al pisar alguna de los millones de minas que siembran todo el territorio, y exhiben sus mutilaciones. Y esa escena se complementa con la imagen de las piernas de plástico que, arrojadas desde un helicóptero, caen en paracaídas sobre la arena.
La música oriental, melancólica y sugerente, acentúa la desolación de cada evento, la traslación de esos multicolores grupos de mujeres anónimas por el desierto. Si bien, hace ya más de diez años, la CNN anunciaba que la realidad afgana mejoraría después de la guerra, no es éste el mensaje que transmite la película, que no alienta esperanzas para esas mujeres, presas eternamente en la cárcel de sus burkas.

Es por tanto una obra desgarradora y profunda, contada con la más valerosa de las miradas y enjundias, que supone un grito de guerra que lucha por los desfavorecidos y los miserables en un régimen político-religioso al que se ha permitido extremar su inherente machismo hasta un grado apoteósico.
Finalizo con la cita textual de la escritora islámica Ayaan Hirsi Ali que resume, de mejor modo alguno, la desgracia de nacer mujer en Irán: “la única esperanza verdadera para los musulmanes reside en que practiquen la autocrítica y que pongan a prueba los valores morales recogidos en el Corán, sólo así podrán romper la jaula en la que están encerradas sus mujeres, y por añadidura ellos mismos”.
Weis
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