Menuda castaña que lleva el condenado. Condenado a muerte, pero qué risa que le da. Hasta que… vaya, su hijo presencia la ejecución… mal asunto. El condenado pierde la cabeza.

Tras esto, asistimos a un milagro. Un hombre escarchado vuelve a la vida. El experimento es rudimentario de narices, pero ¡funciona! A partir de ahora, el doctor Frankenstein es capaz de atrapar el alma de los muertos y meterla en un táper para cuando la necesite. Todo un hallazgo. Gracias a esto, el buen doctor podrá, no sólo devolver la vida a quien la perdió, sino también la belleza, a lo corporación dermoestética. Este hombre es una maravilla.

Pese a ser una peli de Frankenstein, el santo barón aquí no crea un monstruo.¿Por qué crear un monstruo, si se puede uno construir una tía buena?

Las pelis de la Hammer son científicamente inexactas a la par que grotescas. Pues sí, ¿qué pasa? Argumentos más idiotas hay por ahí que pretenden hacerse pasar por serios. Mil veces prefiero yo una peli de estas que una del Nolan, por ejemplo.

Por momentos, el doctor Frankenstein recuerda más a Sherlock Holmes, no sólo por la holmesiana cara de Cushing, tan enjuta y fascinante, sino porque aquí su asistente es un médico que le venera desde la más profunda perplejidad, y porque de vez en cuando se permite, sin pudor, poner tajantemente en tela de juicio las inteligencias ajenas.

Da igual, haga de lo que haga Peter Cushing, sólo por él merece la pena ver la peli que sea. Dirige Terence Fisher; otro gran aliciente para mitómanos de la serie B.