Seamos honestos, porque una película sea del año 1931 y marcase una cierta época (en lo iconográfico, y en perjuicio de la verdadera imagen del Drácula de Stoker) no puede ser elevada de manera indudable al altar de las intocables obras maestras. El 7,1 de nota media que tiene en Filmaffinity es francamente doloroso (si las comparamos con los cientos de largometrajes mucho mejores y peor valorados).

La "Drácula" de Browning ha envejecido realmente mal, pero es que quedó desfasada demasiado pronto (y no hace falta irse a "La diligencia" o a "Ciudadano Kane", es que excelsas películas anteriores ya demostraban mayor vigor, audacia y ritmo que ella, como la "Amanecer" de Murnau en 1927, por no hablar de "M", de Fritz Lang, de ese mismo 1931). No sé si es culpa de la vodevilesca actuación del pobre Lugosi o de la poca pericia de Tod Browning, director que acusó el paso del cine mudo al sonoro y pasaba por varios baches (su última película data de 1939, aunque murió mucho más tarde, en 1962), pero los aciertos del inicio de la película (ambientación, decorados, música) quedan en nada cuando vemos al austrohúngaro poniendo esos ojos y caminando y hablando tan lentamente, como si estuviera convaleciente de alguna enfermedad o caída.

Como exasperadamente lenta es "Drácula". Lenta, sin pulso, inocente y carente de violencia, malicia o terror, a años luz de la insuperable novela que adapta (es más, a veces parece una comedia, o cuando el conde pasea por Londres como un excéntrico millonario, sombrero de copa incluido) y que en demasiados momentos es casi una película muda. Resulta entrañable en sus imperfecciones y esforzadas argucias pero no se le puede poner un 8 a una película sólo por eso.