Anime de culto, thriller sobrenatural, batalla psicológica y justiciera entre aspirantes a dioses y hombres, «Death Note» forma ya parte del mito.

Soy de los que piensan que los últimos trece capítulos son un añadido que estropea el conjunto, no porque sean estrictamente malos, sino porque los veinticinco anteriores se desarrollan entre lo bueno y lo mejor, llegando por momentos a obra maestra. Al final treinta y siete capítulos o doce volúmenes, como prefiramos, son demasiados, y uno tiene la sensación de que Tsugami Ōba (autor que es una incógnita en sí mismo) se quedó sin ideas y alargó por motivos comerciales lo que no sabía cómo alargar. Lástima.

Entre los múltiples aciertos de «Death Note» se encuentra sin duda el protagonista Light Yagami, villano declarado desde el primer capítulo. Light no es un criminal cualquiera sino un magnífico psicópata con una inteligencia superior, un sentido de la justicia que fácilmente puede engañarte y un poder de atracción irresistible. Como he dicho otras veces, no es necesario ser bondadoso para ser impactante y despertar interés. Así, Kira es el alma de «Death Note» con su helada psicopatía sin concesiones. Kira no se traiciona a sí mismo, ni nos toma a nosotros por tontos, demostrando emociones y comportamientos que no le corresponden a su metódica, lógica, egoísta, ambiciosa y psicopática personalidad. El resultado es un grandioso personaje de una coherencia extrema que merece a mi parecer otro final acorde con su categoría maligna y psicológica. De hecho, no puedo más que preguntarme medio enternecida qué hubiera sido de Light Yagami si no llega a encontrar el cuaderno de muerte. Piénsalo mientras él corre y atardece.

Con un protagonista así, el coprotagonista lo tenía difícil para estar a su nivel, pero es que entonces conocemos a L. Su verdadero nombre no tiene importancia. Él será siempre L, el de los ojos apagados, ojerosos e inmensos, un misterio sin respuestas en una permanente abstracción de azúcar y soledad. Su recuerdo produce dolor y su presencia encorvada de tacto azul es la imagen misma de la auténtica e implacable justicia. Esas campanas en la lejanía y esa bellísima pupila que se queda quieta enfrentando la sobrecogedora verdad es uno de los instantes más logrados de la serie. A Light le queremos como personaje, a L simplemente le amamos. Tampoco a él le han hecho justicia con su desenlace, qué le vamos a hacer.

Animación de calidad donde destaca el diseño de los Shinigami, a cual más original y aterrador, gracias al ilustrador Takeshi Obata, así como la fotografía fría y nublada. El guión de los veinticinco primeros capítulos no tiene fisuras y solo en los trece últimos todo parece perder sentido, con una recta final que aún con todo sigue manteniendo la intriga. Además, podrían haber ahondando en su vertiente filosófica, debate que se esboza al principio y que se echa de menos durante toda la serie.

Madura y con esa difícil virtud del encanto. Cuidado con el aburrimiento de los dioses. Y de los Hombres.