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Voto de Ferdydurke:
5
5,8
1.287
Aventuras. Drama. Bélico
Afganistán. Una pequeña unidad de soldados ingleses instalada en una colina con vistas a la presa Kajaki. Una patrulla de tres hombres se dispone a deshabilitar un control de carretera talibanes. Al caminar por el lecho seco del rio Kajaki uno de ellos pisa una mina anti-persona. Sus compañeros acuden rápidamente en su ayuda para posteriormente darse cuenta de que están atrapados en una zona altamente repleta de estas mortales minas. ... [+]
24 de octubre de 2016
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me esperaba algo peor, por ignota y poco apreciada. Y cuando estaba en lo mejor, a eso de la mitad, se perdió, alargó y estancó; acabó y me decepcionó. Un carrusel, una montaña rusa: de la nada al cielo y al agujero otra vez, y bueno, no está mal del todo finalmente.
De entre las muchas manifestaciones de la desgracia humana, la mina es una de las más crueles, arteras y retorcidas que existen, agazapada bajo la tierra, esperando su oportunidad, destripando, mutilando y carcomiendo de forma cobarde, técnica y tétrica; como si hubiera colonizado el cuerpo drogado, hasta arriba de crack, de un cirujano lleno de bisturís y malas ideas, azotado por el rencor y la insidia, con el alma invadida por la mezquindad y la pericia carnicera. Un ente metálico, sibilino y despiadado que prefiere cercenar y desmembrar antes que matar, es más cruel, que se toma su tiempo y no conoce la prisa, que nos sabe débiles y asustados y abusa. Casi abstracto en su poder preciso y abrumador, ominoso, en su inadvertida presencia mortuoria, enfermiza. Es locura y claridad. Sabiduría mala.
Pues esta película es un canto, de dolor y pena, a esas minas y a su quirúrgica y mayor capacidad de destrucción, cuando se expanden y se convierten en campo, reproducidas, mimetizadas y aterradoras, familia numerosa y asesina, manada hambrienta de lobos feroces, pirañas sádicas, alacranes, llamaradas, mutación y muerte.
Pero seamos más rigurosos, precisemos. Esta no es una película de guerra ni de aventuras militares. Luz de gas. Craso error. Es de terror, puro espanto psicológico, sin ambages. Y ese es su mayor mérito. El comienzo tenso, a la espera del susto, del monstruo, del martirio; el desarrollo infernal, como un aquelarre sacrificial o una orgía funeraria; y el cierre convencional, tímido, obvio, rendido.
Gran fotografía, deslumbrante y árido paisaje, lunar, apocalíptico, y mucho oficio para un resultado apreciable que peca también de cierta mansedumbre llorosa y tópica, previsible en su final discurrir, en su agonía mutilada.
De entre las muchas manifestaciones de la desgracia humana, la mina es una de las más crueles, arteras y retorcidas que existen, agazapada bajo la tierra, esperando su oportunidad, destripando, mutilando y carcomiendo de forma cobarde, técnica y tétrica; como si hubiera colonizado el cuerpo drogado, hasta arriba de crack, de un cirujano lleno de bisturís y malas ideas, azotado por el rencor y la insidia, con el alma invadida por la mezquindad y la pericia carnicera. Un ente metálico, sibilino y despiadado que prefiere cercenar y desmembrar antes que matar, es más cruel, que se toma su tiempo y no conoce la prisa, que nos sabe débiles y asustados y abusa. Casi abstracto en su poder preciso y abrumador, ominoso, en su inadvertida presencia mortuoria, enfermiza. Es locura y claridad. Sabiduría mala.
Pues esta película es un canto, de dolor y pena, a esas minas y a su quirúrgica y mayor capacidad de destrucción, cuando se expanden y se convierten en campo, reproducidas, mimetizadas y aterradoras, familia numerosa y asesina, manada hambrienta de lobos feroces, pirañas sádicas, alacranes, llamaradas, mutación y muerte.
Pero seamos más rigurosos, precisemos. Esta no es una película de guerra ni de aventuras militares. Luz de gas. Craso error. Es de terror, puro espanto psicológico, sin ambages. Y ese es su mayor mérito. El comienzo tenso, a la espera del susto, del monstruo, del martirio; el desarrollo infernal, como un aquelarre sacrificial o una orgía funeraria; y el cierre convencional, tímido, obvio, rendido.
Gran fotografía, deslumbrante y árido paisaje, lunar, apocalíptico, y mucho oficio para un resultado apreciable que peca también de cierta mansedumbre llorosa y tópica, previsible en su final discurrir, en su agonía mutilada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La gradación del horror recuerda poderosamente al de "La chaqueta metálica", como van cayendo poco a poco, casi de uno en uno, impotentes ante una amenaza incontrolable e inesperada, sin nombre ni sentido.
Otra imaginación posible, por el lugar desolado, sería la marciana, como si estuvieran en el planeta rojo, rodeados de bichos terribles y mortíferos (o en cualquier otro peligroso rincón de la galaxia, "Starship Troopers" en el horizonte, aunque allí había una chanza que aquí no cabe ni debe). O embarrados en arenas movedizas. O acosados por depredadores ("Depredador") del desierto. O atrapados por un escuadrón de alevosos y socarrones alienígenas (¿"Mars Attacks!"?). O con Sigourney Weaver en el regreso definitivo al moridero.
Otra cosa buena es la ausencia de un enemigo, luchan contra fantasmas, objetos, instrumentos, contra un tiempo pasado, contra elementos puestos allí hace mucho, sin fecha ni motivo concreto, un rival impersonal, un hueco, un vacío.
La guerra absurda (esperan, no creemos que a Godot, pero ahí se quedan), detenida, sin muchedumbres (con desierto pero sin tártaros), sin batallas, escuadra hacia la muerte, ni siquiera escaramuzas, moderna y majadera, sin épica ni héroes, convertida en un diabólico juego de ajedrez en el que las fichas las mueve el azar y la desesperación y en la que el mal es nadie, todos, cada piedra o pliegue del pedregoso terreno, cada paso mal dado, como lotería fúnebre.
El hombre reducido a trozos de carne esparcidos en tierra extranjera, sacrificados por causas que ni comprenden ni preguntan ni pueden.
Piezas jóvenes desguazadas, exterminadas, transformadas en bricolaje y despiece, devoradas en el matadero del sinsentido y la barbarie, ofrecidas al altar de la nada.
Punto. Puto. Pum.
Otra imaginación posible, por el lugar desolado, sería la marciana, como si estuvieran en el planeta rojo, rodeados de bichos terribles y mortíferos (o en cualquier otro peligroso rincón de la galaxia, "Starship Troopers" en el horizonte, aunque allí había una chanza que aquí no cabe ni debe). O embarrados en arenas movedizas. O acosados por depredadores ("Depredador") del desierto. O atrapados por un escuadrón de alevosos y socarrones alienígenas (¿"Mars Attacks!"?). O con Sigourney Weaver en el regreso definitivo al moridero.
Otra cosa buena es la ausencia de un enemigo, luchan contra fantasmas, objetos, instrumentos, contra un tiempo pasado, contra elementos puestos allí hace mucho, sin fecha ni motivo concreto, un rival impersonal, un hueco, un vacío.
La guerra absurda (esperan, no creemos que a Godot, pero ahí se quedan), detenida, sin muchedumbres (con desierto pero sin tártaros), sin batallas, escuadra hacia la muerte, ni siquiera escaramuzas, moderna y majadera, sin épica ni héroes, convertida en un diabólico juego de ajedrez en el que las fichas las mueve el azar y la desesperación y en la que el mal es nadie, todos, cada piedra o pliegue del pedregoso terreno, cada paso mal dado, como lotería fúnebre.
El hombre reducido a trozos de carne esparcidos en tierra extranjera, sacrificados por causas que ni comprenden ni preguntan ni pueden.
Piezas jóvenes desguazadas, exterminadas, transformadas en bricolaje y despiece, devoradas en el matadero del sinsentido y la barbarie, ofrecidas al altar de la nada.
Punto. Puto. Pum.