Con uno de esos títulos horribles que de triunfar la propuesta acabará por convertirse en icónico, Sam Esmail, ha encontrado su gallina de los huevos de oro. Aún esta por ver si son solo chapados. De momento vive de las rentas de un piloto sorprendente, original y muy bien llevado en el que los movimientos antisistemas ponen de manifiesto la podredumbre de todo el tinglado que nos gobierna a nivel global, apostando por que la misma tecnología que nos mantiene en el redil puede ser utilizada para abrir las puertas del mismo. Esmail, recoge la cosecha de otras muchas propuestas anteriores, desde "V de vendetta" a "American Psycho", pasando por "Lost", entre otras y las mezcla con subtramas del más puro telefilm trillado en algunos episodios.
La complejidad del guión, apoyado por un excelente trabajo de su protagonista Rami Malek y un excelente malvado al que da vida Martin Wallströn junto con una visión del mundo informático más cercano a la libertad de Linux que al encarrilamiento de Windows, aprovecha la última crisis de turno para ganar muchas simpatías y abocarla a serie de culto.
Sin embargo y mientras la segunda o próximas temporadas no demuestren lo contrario, los presupuestos iniciales han perdido fuelle y la cosa se ha ido disolviendo en una, aparente, huida hacia adelante que a servidor le parece un órdago de farol. Si queremos descubrir las cartas de Esmail no nos queda otra que seguir jugando atentos a la pantalla.

TEMPORADAS 2, 3 Y 4

A pesar de que me sorprendió y me gustó la primera temporada, en el aire quedaron serias dudas de si aquello era una paja mental de Sam Esmail (1977) en cuanto a un fondo que no distaba mucho de lo que planteaba David Fincher en "El club de la lucha" (1999). Todo está inventado. Pero lo gozoso del asunto en este caso no es el fondo, que también, sino la forma en como lo cuenta Esmail. Todo un alarde estilístico que es capaz de hipnotizarte con la debida colaboración de un elenco entregado (el personaje de Bobby Cannavale es impagable) y una bso en todos sus aspectos dramáticos junto con la playlist (lista de temas no originales) para enmarcar.

Independientemente de la trama laberíntica general y las múltiples subtramas, repetitivas en ocasiones pero siempre adrenalíticas, cada episodio compone un menú de gourmet que hay que degustar y saborear sin prisas, disfrutando más de la presentación y los evocadores efluvios que del sabor propiamente dicho. Mr. Robot ha sabido echar el cierre sin que acabemos empachados y nos deja un regusto de lo mejorcito que hemos probado.

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