Una de las amorfidades cinematográficas más grandes y arrebatadoras que he visto jamás.

Algún estreñido o escolapio seguro que se cebaría con ella alegando que el protagonista da lástima, que ha envejecido mal y que es muy discursiva y obvia.

Y bien, el estreñido y el escolapio acertará, y probablemente acabe escribiendo un libro sobre 50.000 películas como el que Motta y yo veneramos de un tipo de cuyo nombre no quiero acordarme, pero no se puede negar a esta película magia, tensión, humor y escenas buenísimas.

En concreto, el momento en el que se calza las gafas el pasmarote con bíceps es absolutamente glorioso.

Por lo demás, ver películas de Carpintero siempre tiene el aliciente añadido de luego chequear las notas de Caimán, un hombre exultante y definitivamente entregado a la causa de su ídolo.