Pocas ganas tenía yo de verme delante de "Happy end", una película cuya etiqueta -cine experimental- justifica mi recelo. Y sin embargo aquí me encuentro, defendiéndola, recién puestas las ocho estrellitas a una película que empieza por el final, o no, tal vez sería mejor afirmar que el principio de la película es el final de una historia y que hasta que no acaba no sabemos cómo empieza esa historia. Parece un lío y ciertamente lo es, porque además los diálogos también están al revés, es decir, escuchamos primero la respuesta y luego conocemos la pregunta. No es fácil justificar una valoración elevada, pero si algo tengo claro sobre "Happy end" es que siendo una comedia todo discurre y fluye sin complejos, consigue enganchar a través de la imagen, porque ver a los comensales sacar de la boca la comida para dejarla en el plato no es algo que estemos acostumbrados, lo mismo que ver a una persona revivir en lo que es el acto de morirse visto al revés.

La historia no tiene nada del otro mundo, es decir, vista de forma normal no dejaría de ser un vodevil mediocre. Pero resulta que en Checoslovaquia en sus años sesenta existía cierto sector cultural muy adelantado, tanto que hacían cosas nunca vistas antes, cosas como esta película. Menos mal que "Happy end" no se va a mucho más de los sesenta minutos, hasta en eso acertó su realizador. Justo y exacto, nada menos que lo necesario. No hay ningún inicio en la historia del cine como el de esta película, con un primer plano de la cabeza cortada del protagonista. Lo que sigue es un largometraje repleto de escenas difíciles de imaginar y que una vez vistas son imposibles de explicar. Suerte de la voz en off (hasta en eso acierta el realizador) que hace que no nos perdamos. Las ironías abofetean constantemente y al final de la película, lo que es el principio de la historia que se nos explica, dan ganas de verla otra vez, del revés por supuesto.