Andrew Dosunmu no tenía bastante con la dura realidad de Kyra*(1) que se permite el lujo de cargar tanto las tintas que las convierte en inasumibles para gran parte del respetable, y eso lo logra haciendo uso de todos los elementos propios del cine independiente del más categórico: lobreguez constante, lentitud narrativa, escenas presumiblemente huecas y planos imposibles.

La película no engaña a nadie, pues basta el primer segundo para saber de qué palo va "¿Dónde está Kyra?". Es distante, lenta, casi antipática. Por cómo trata a los personajes y a los propios espectadores, casi de refilón, sin ofrecerles ningún aliciente, más allá de Michelle, claro. A propósito, ¿Quién nos iba a decir que veríamos, en ese rostro esculpido por los dioses, a alguien ajado, consumido, prácticamente cadavérico? ¿Quién nos iba a decir que sus celebrados pómulos iban a denotar tal angustia? ¿Quién nos iba a decir que esa encomiable delgadez serían insignia de la mayor de las desesperaciones?

Para todos los que pueden pensar que se trata de una actriz que sólo participa en mega producciones de Hollywood encarnando personajes frívolos y siempre atractivos, ricos y victoriosos, aquí demuestra un compromiso asombroso que incluso yo desconocía. Confieso que jamás imaginé verla en una alcantarilla como esta, pues la película es tan radical que parece francesa, alemana o incluso polaca y, el personaje, el sueño húmedo de Jennifer Jason Leigh. Pero la Pfeiffer va y te lo hace igual de bien o incluso mejor.

Una producción realmente angustiante, en la que lo importante no es lo que le ocurre a Kyra o cómo terminará el asunto, sino empaparnos de esas vidas miserables que están entre nosotros. Entrar en su mundo y deprimirnos con ella. Y lo logran.