La serie entretenía e incluso a veces podía parecer que en un principio tenía ciertos destellos de originalidad. Todos nos partíamos el culo con las excentricidades de Resines, Bonilla y Fiti e incluso nos hacia cierta gracia (muy al principio) hasta el "mayormente".

Pero no nos engañemos. Quién llevaba a millones de espectadores a poner Tele5 todos los martes era Fran Perea. El tío era tan absolutamente gilipollas que conseguía que todos nos quedáramos a ver sus escenas para ver con que nueva subnormalidad nos iba a sorprender. Esto me recordaba cuando me quedaba viendo el programa infantil de Leticia Sabater incrédulo ante lo que veían mis ojos.

Prueba de ello es que se fue Perea y la audiencia bajó radicalmente. Ya no había entretenimiento y el trío de paletos estaban ya muy trillados. Los únicos espectadores que aún la veían eran los depravados fans de la preadolescencia de Teté que, con dos copas de más y no sin vergüenza, se confesaban con las ya míticas frases de "Si pesa más que un pollo, ¡me la fo%&) o la de "No pasa nada, si se puede subir sola a la cama" que iban seguidas de jaleos y abucheos a partes iguales.

Y después murió Belén Rueda y le pusieron a Resines a la Jaidy Mitchell, con lo que la serie se volvió ya completamente inverosímil.
Me gustaría encontrar al dueño de alguna tasca, calvo, feo gordo y paleto, que tenga como mujer a una profesora cañón quince años más joven que él. Y el Fiti con la Verbeke. En fín lo que yo decía. A Jauja lo deberían llamar a partir de ahora Santa Justa. O SJK, como prefieran.

Y cuando parecía que ya nada podría sorprendernos, llegó el apoteósico final.