Una cinta que combina en forma magistral dramatismo y fantasía.
A pesar de poseer un metraje extenso de casi 3 horas de duración, la película mantiene el entusiasmo del espectador en todo momento gracias al inconfundible estilo narrativo de Stephen King, a la magnífica puesta en escena de Frank Darabont (quien vuelve a repetir con otro éxito después de “The Shawshank Redemption”) y al estupendo trabajo desde los desempeños protagónicos liderados por el siempre correcto Tom Hanks y por el impactante aporte desde los secundarios (con nominación al Oscar inclusive) del gigante Michael Clarke Duncan. Aunque todos brindan un compacto bloque desde lo artístico y las actuaciones.
La historia es absorbente, porque tiene mucho de emoción gracias a variantes ágiles que no dejan de ser divertidas por momentos mientras que en otras circunstancias las alternativas narrativas llegan a mover hasta las lágrimas, sin dejar de asombrarnos con algunos ratos de misticismo y magia sobrenatural.
En el filme se confunden lo macabro y ruin con la inocencia y la nobleza de corazón. Así la amplia gama de personajes hacen que el guión no decaiga en ningún momento, la película es atractiva desde la propuesta narrativa en sí como desde la estética impactante de su fotografía, sin olvidarnos de la intensa y dramática partitura de Thomas Newman que acompaña muy bien a las imágenes y a cada situación en especial.
Así, tenemos un filme triste y conmovedor por naturaleza, sorprendente por algunos giros del relato y con una agraciada cuota de humor para descomprimir la tensión imperante.