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Le secret de la chambre noire

Drama. Fantástico Jean empieza a trabajar como ayudante de un fotógrafo obsesionado con el arte arcaico de los daguerrotipos y atormentado por la muerte de su esposa, cuya presencia aún se nota entre las sombras. La primera película que Kiyoshi Kurosawa realiza fuera de Japón mezcla romanticismo e intriga, prolongando con naturalidad la concepción que el cineasta tiene de lo fantasmagórico. (FILMAFFINITY)
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
21 de febrero de 2017
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kiyoshi Kurosawa se aleja de su espacio común y conocido, Japón, para realizar un clásico instantáneo. No es su intención convertir Le secret de la chambre noire en un film inolvidable, son sus recursos, sacados del cine más clásico que mezcla drama, intriga o terror, lo que da ese aspecto añejo a una historia que vive en nuestra actualidad. Para ello Kurosawa monta un tríptico con el que manejar los tiempos de su relato: un arte antiguo, una culpa recurrente y una codicia contemporánea.

De modo inmersivo nos lleva a un barrio de las afueras de París para introducirnos en una vieja y enorme casa de reminiscencias góticas, de la que nos llega el olor rancio de un polvo inexistente sobre muebles majestuosos, donde un joven se presenta para cubrir un trabajo de aprendiz —uno de esos que parecen inexistentes ahora, la oportunidad del ignorante—. Dentro de la casa se abren las puertas de una nueva estancia y el olor es fuerte y penetrante, productos químicos y madera maciza, el lugar por excelencia de esta trama, en el cual el deleite tiene forma de daguerrotipos. Un fotógrafo ya de vuelta de todo, obsesionado con esta técnica fotográfica, utiliza a su hija como modelo, vestida con ropajes antiguos, con la intención de repetir obras perdidas, con la fijación de concebir inmortalidad sobre un baño de plata. La excepcionalidad de esta técnica es crear elementos únicos e irreproducibles, puesto que la misma lámina sobre la que se genera la imagen es tanto el positivo como el negativo, y su fragilidad es tal que no se aconseja su exposición. Al mismo tiempo para una reproducción perfecta necesita largas proyecciones del prototipo a reproducir en una misma postura. De ahí su título original, La femme de la plaque argentique (La mujer de la lámina de plata), que evoca esos estados de inmovilidad como paso que seguir ante la obtención de la imagen perenne (y errática, tal vez espectral, sólo queda recordar las fotografías que se hacían antaño a los muertos como si se tratara de muñecos de trapo en una exposición).

Con esta simple elección Kurosawa justifica una historia donde siempre encontramos puntos que conecten con el pasado, y con la simultaneidad que estas fotografías proporcionan, aunque a simple vista parezcan un elemento con el que adornar un misterio, una excusa para atormentar a los protagonistas.

Este tríptico se apoya en tres personajes que den vida a sus pilares: el fotógrafo interpretado por Olivier Gourmet que arrastra una obsesión con su mujer, la culpa; el aprendiz (Tahar Rahim) en el que impera una pasión sin rumbo definido, la codicia; y la modelo (hija, amante), a quien da vida Constance Rousseau, un nexo de unión para ambos, el sutil encuentro de almas y miradas inquietas que con su rostro inocente, de existencia por estrenar, siempre incide en lo voluble de los estados mentales ajenos, para ambos imprescindible con distintos matices. Tal como parece, Kurosawa no da puntada sin hilo.

Lo que sigue se basa en la intriga y la omnipresencia de la elegancia, cada personaje carga con unas intenciones que cuando convergen son capaces de transformar todo lo contado con anterioridad, para aportar dobleces y recovecos, siempre centrándonos en esa gran casa que parece respirar a un ritmo propio, vive por momentos para hablar de los muertos que alguna vez la habitaron o que en un futuro acogerá. Un gran caserón nunca puede defraudar como lecho de unos, como motivo de especulación de otros, pero siempre como escondite de secretos: un espacio para mentiras, otro reservado al romanticismo y todo tamizado con un despotismo inamovible. Si la mayoría ve una nueva lectura sobre las neuras de Hitchcock en la película, lo cierto es que su vertiente sobrenatural da algunos pasos más allá de lo obvio, aunque su construcción nos dé las pistas suficientes para llegar a conclusiones anticipadas.

¿Qué sería de un buen clásico de fantasmas sin una escena enterrada entre las marchitas plantas de un invernadero? Por momentos las redenciones de los personajes me recuerdan a Suspense (The Innocents) de Jack Clayton, aunque aquí la pureza no juegue un partido importante, justo al contrario. Es la opción de negar lo evidente la que ayuda a recrear esa inocencia perdida de la que todos parecen presos.

Kiyoshi Kurosawa no trata de engañarnos con Le secret de la chambre noire, no se sirve del susto premeditado ni de la sorpresa introducida a golpe de cañón, sus vaivenes por distintos registros son ligeros y adaptables, porque siempre remiten a un mismo punto, pareciendo equidistante cualquier escenario que les separe de ese gran caserón, donde todo debe ocurrir. En ocasiones su forma de traernos a la actualidad parece rebuscada y carente de sentido, pero por lo visto no quería perder la oportunidad de introducir una crítica social sobre la que basar el instinto de supervivencia. Su reducido elenco es más que suficiente cuando lo que intenta es evolucionar los personajes hasta su desgaste emocional, rayando siempre la locura y el histrionismo, pasados de vueltas como si se encontraran encerrados en la representación de una tragedia griega, más sentidos de lo habitual, perdidos en sus propias cabezas sin llegar a conformar, al final, una imagen clara de lo que allí sucede.

El director ha salido de su Japón natal, sí, pero nadie se ha dado cuenta al saber aprovechar los recursos para que nada resultara ajeno en esta evocadora narración donde la culpa es masculina y el tormento femenino, que parece surgir de uno de los daguerrotipos allí expuestos, un reflejo de la realidad sutil y frágil, que quedará para la posteridad encerrado entre tinieblas. Le secret de la chambre noire representa una decadencia marchita y distinguida que da pie al recuerdo de que cualquier tiempo pasado (en el cine) siempre fue mejor. Al ver cualquier otra película ya cambiaremos de idea.

Crítica para www.cinemaldito.com
@CineMaldito
mnemea
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14 de septiembre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jean espera sentado en el vestíbulo de la mansión, en silencio. De repente, la cámara se aleja de él y se desliza parsimoniosa sobre las escaleras hasta enfocar una habitación que desconocemos, y cuya puerta parece abrirse poco a poco a nosotros, invitándonos a entrar en ella...

No han pasado ni cinco minutos de metraje y ya podemos palpar el misterio en la atmósfera. Un buen aviso de que el talento de Kiyoshi Kurosawa para helarnos los huesos sigue intacto. Lo cierto es que el nipón siempre ha conservado dicho talento, y es que, desde que hiciera "Sweet Home" a finales de los '80, pocos realizadores han sabido manejar la intriga y el terror con tanta sensibilidad como él, por algo su obra ha despertado tanta admiración entre los seguidores del género y títulos como "Kairo" o "Loft" se han convertido ya en principales referentes para el "j-horror".
Pudiendo ser nombrados una numerosa cantidad de directores que se han influenciado de su estilo (como Takashi Shimizu, Takeshi Furusawa, Sion Sono, Hideo Nakata o el mismísimo Takashi Miike). Tras la irregular pero no menos interesante "Journey to the Shore", Kurosawa entraría con buen pie en el 2.016 empezando con "Creepy", la cual marcaría su regreso triunfal al "thriller" de suspense y acabaría posicionándose entre sus mejores trabajos, pero aún más sorprendente fue la decisión del director de embarcarse, ese mismo año, en un proyecto fuera de su país natal por primera vez.

El guión, escrito por él mismo, encontraría el lugar de la acción en Francia, derivando en una producción francesa-japonesa resultado de la asociación entre Michiko Yoshitake y Jérome Dopffer. Esta historia de amor y suspense da comienzo cuando el joven Jean es contratado como asistente por Stéphane, un paranoico y otrora prestigioso fotógrafo que vive en una mansión en las afueras y que poco a poco ha ido perdiendo la razón a causa de la muerte de su esposa Denise. Jean terminará enamorándose de la hija de Stéphane, Marie, y decide a ayudarla en una empresa bastante complicada:
Vender la propiedad y mudarse juntos a Tolousse...no obstante, extraños acontecimientos sucedidos en la mansión trastocarán la vida de los tres protagonistas, cuya percepción de la realidad acabará confundiéndose. Encontrando puntos en común con "Jennie", el clásico de los '40 de William Dieterle, e influenciado por el cine de su admirado Hitchcock y presentando un estilo que puede evocar a Polanski, Chabrol, Hossein e incluso a Bergman (todo en una vena muy europea), Kurosawa crea una bella y extraña combinación de drama e intriga mientras trae a colación uno de los temas más recurrentes de su cine.

Y es, cómo no, la posibilidad de una mística confluencia entre el mundo de los espíritus y los seres humanos, y la posibilidad de éstos para compartir el mismo plano de realidad, lo que remite directamente a anteriores films del director como "Kairo" o "Journey to the Shore" (con la que hay más de un paralelismo). Como todo buen poeta de la imagen que se precie, Kurosawa insinúa lo escondido y practica la interpenetración de lo visible y lo invisible. Su romántica fantasía se presta a diversos símbolos y metáforas y atribuye una identidad a la naturaleza de lo fantasmagórico.
De hecho, todo el film se encuentra bajo el signo de la premonición, de la amenaza, de lo irracional engarzado en lo cotidiano, haciendo gala de lo inquietante y sumergiéndonos así en un mundo donde todo es misterio, desde que la etérea figura de Marie sube lentamente por los escalones ante el expectante Jean. La propia mansión, en cuyos rincones se esconde la letanía de un terror subterráneo, ligado a trágicos recuerdos de un turbio pasado y a la presencia de la muerte, funciona como portal de entrada a ese mundo. Lo que impresiona de "Le Secret de la Chambre Noire" es la libertad y fuerza del cineasta para jugar con la aparente linealidad de la estructura narrativa.

Una estructura siempre atravesada por intensidades, trazos que arañan lo irreal, formas que se abren camino en el inconsciente y pesadillas procedentes del más allá. Kurosawa no abandona sus habituales técnicas: maneja con sutileza su cámara, la desliza por el espacio, se detiene a observar los detalles, se esfuerza en crear un ambiente en que su público siempre se sienta confundido y acechado, y su punto de vista con respecto a sus personajes sigue siendo tremendamente objetivo y distante.
Esta norma parece romperse con Jean, que de algún modo sirve de guía para el espectador, y que además termina encarnando esa permanente ambigüedad que se presenta en el film (¿quién vive en una ilusión?, ¿Jean o Stéphane?). Tahar Rahim encarna de maravilla este papel, aunque el protagonismo se lo acaba llevando la delicada Constance Rousseau, cuya presencia es del todo hipnótica; brillante Olivier Gourmet en un complicado personaje que resulta al mismo tiempo escalofriante y detestable.

Aunque el interés de la trama se diluya en ocasiones por la intervención de segundos argumentos y el final acabe siendo de lo más confuso (típico del director), la poética macabra, la mezcla de romanticismo, drama y fantasía y el talento de Kurosawa para hacer sentir terror (basta con acordarse de cuando Denise acecha a Stéphane en el invernadero) convierten a la película, a medio camino entre "Creepy" y "Journey to the Shore", en un elegante y perturbador cuento gótico que apremia al espectador a imbuirse en su atmósfera de inexplicables misterios y sensibles dimensiones.
Chris Jiménez
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20 de mayo de 2017
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El festival de Sitges es un receptorio anual de una vasta cantidad de películas, muchas de ellas de gran interés y cuya distribución posterior será limitada, por lo que resulta complicado visionarlas en otro contexto. Pero gracias a la Filmoteca española y su iniciativa de Cinéditos pudimos disfrutar en la pantalla madrileña del Doré, cómo ya hicieron con la estupenda Nocturama, de la película que nos ocupa: el drama fantástico Daguerrotipo, primer filme en francés del realizador nipón Kiyoshi Kurosawa. Una película de la que nada se ha hablado y de la poco se sabe, pero sobre la que hablaron muy bien algunos medios y profesionales de mi entorno digital que cubrieron el festival. Su reparto, que reunía a Rahim y al excelente Mathieu Amalric, y su premisa sobre fotografía pretérita captaron pronto mi interés.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Néstor Juez
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