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Los diez mandamientos

Drama Primera épica bíblica de la historia de Moisés dirigida por el propio Cecil B. DeMille, y que se superaría a sí mismo con creces en su remake de 1956. Se narra la historia de Moisés desde su enfrentamiento a Ramsés y la aparición de las plagas de Egipto, hasta su éxodo liderando al pueblo judío hacia la Tierra Prometida, así como la revelación de los Diez Mandamientos en el monte Sinaí. El film tiene una segunda parte que analiza la ... [+]
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Críticas 8
Críticas ordenadas por utilidad
22 de septiembre de 2012
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Decir que la del 56 es un "remake" de esta cinta es, como poco, discutible. La historia bíblica es, como bien indican los propios créditos de la cinta, un prólogo que precede a la verdadera historia: la de la familia "actual" -actual de los años 20, vamos, ayer-. Esta "verdadera historia" es, a mi modo de ver, la que lastra la película.

Sin embargo, los primeros 40 minutos -que constituyen la epopeya bíblica- están muy logrados. Técnicamente, esta parte es perfecta (esto no significa que la segunda no lo sea, pero no destaca en absoluto por motivos que después expondré) , con unos efectos increíbles para la época en la que fue rodada (impresionantes los milagros, e.g) y una sucesión de escenas bien hilvanadas. ¿Su defecto? demasiado corta, es casi un resumen de lo que serían "Los Diez Mandamientos de 1956.

Pero la película, más que cualquier otra cosa, es una alegoría acerca de la observancia de los diez mandamientos y de como su olvido significa la caída en desgracia de las gentes. Aquí es donde viene la parte mala de la peli, a saber:

Poniendo en contexto, la familia que protagoniza la segunda parte está formada por una madre integrista-terrorista cristiano-dependiente y dos hijos: uno de ellos, un cristiano moderado, un buen hombre; el otro, un descreído sinvergüenza. Además nos encontramos con una chica homeless que es también una atea convencida.

Es aquí donde tengo que ir a los spoiler porque claaaaro, nadie se imagina como puede continuar un melodrama de los años veinte...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
BorNaPe
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20 de octubre de 2019
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera parte del metraje consiste en un impresionante documento cinematográfico rodado por C.B. DeMille como obra solemne, grandiosa y con evidente voluntad imperecedera.
Su estilo narrativo posee gran fluidez y enorme eficacia visual que se ve acrecentada por la sobresaliente ambientación y por su dominio tanto de de primeros planos como de los espacios abiertos cuando la cámara aborda la panorámica.
El guión de J. MacPherson incorpora una magnífica selección y filmación de pasajes del Antiguo Testamento en los que abundan los movimientos de masas y escenas sobrecogedoras dotadas de enorme sentido dramático y épico.

En la segunda parte se presenta una película convencional -melodrama pío de carácter costumbrista- que posee buena capacidad de fabulación y un interesante desarrollo pero que carece de la grandiosidad y balance excepcional del relato anterior.
Debe señalarse la excelente interpretación por parte de los protagonistas en una historia de calado psicológico que adolece en exceso de un ingenuo maniqueísmo, tal vez por su pretendido significado didáctico.
ABSENTA
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12 de abril de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reconocido más por su versión de 1956 sobre los textos del Éxodo y con esa icónica secuencia de Charlton Heston como Moises dando paso a las aguas el Mar Rojo en su huida de Egipto y búsqueda de la Tierra Prometida, Cecil B. De Mille ya había dirigido con cuarenta y cuatro años de edad una no menos ambiciosa versión de los mismos textos en los lejanos, mudos pero esplendoros años veinte en que el realizador de “Las Cruzadas” (The Crusades, 1935) y “El Mayor Espectáculo del Mundo” (The Greatest Show on Earth, 1952) ideó con unos decorados y efectos especiales muy dignos de una gran producción de la época.

El resultado quedó como la soberbia y lustrada pieza de celuloide relegada por su reconocida, extensa y algo pomposa “hermana pequeña” de 1956, pincelada de technicolor y trufada de estrellas hollywodienses como Chatlton Heston y Yul Brynner. Es en cambio esta primera adaptación de 1925 la que más confiere una visión ejemplarizada sobre las tablas de la Ley con dos historias que dividen la película: la de Moisés guiando su pueblo libre lo más lejos de Egipto posible y la segunda en la edad moderna como una reinterpretación de la primera con la madre y sus dos hijos con opiniones diferentes y enfrentadas sobre la devoción a Dios y la Fe. El papel que desempeñan ambos en la construcción de una iglesia será la prueba de valor que les mostrará donde termina la verdadera Fe y empieza la malsana ambición de conquistar el éxito a cualquier precio.

Como conclusión y pese a formar parte de una etapa muy primaria en la Historia del Cine, es uno de los mejores trabajos de DeMille pese a la carga moral que destila, especialmente en el segundo segmento de la película.
Natxo Borràs
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13 de abril de 2018
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Película dividida en dos partes. La primera viene ya dado con las plegas hechas exceptuando la última, de la muerte de los primogénitos, hasta que baja Moisés con las tablas. Con trozos de pasajes bíblicos que los narra en película. Hasta aquí sencillo. Lo sorprendente y de por eso le doy toda mi nota, es que los escenarios son increíbles, los decorados, los efectos especiales increíblemente bien conseguidos para su época.

DeMille, un deboto aférrime, ya que hizo más películas bíblicas, contando con la versión más famosa de los mandamientos de 1956, donde únicamente se basa en la parte bíblica.

En esta versión, la segunda parte, es quizás la más criticada (y quizás por eso en 1956 la dejó de lado). Porque queda muy flojo y si me permitís, muy tonta. Se basa en los 10 mandamientos todo el rato, como si en la biblia no hubiera otras partes. A parte de lo predicible que resulta todo.

Algo se puede rescatar, pero me resulta demasiado moralista.
edugrn
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15 de abril de 2018
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77/22(31/03/18) Exitosa y notable superproducción (silente) bíblica (costo final de $ 1,475,836.93, y recaudó $ 4,169,798.38) de uno de los pioneros de los grandiosos péplums, el productor y director de Cecil B. DeMille.. Film escrito por Jeanie MacPherson (“Rey de Reyes” o “Las Cruzadas”), divide su relato en dos partes, una primera recrea la historia bíblica del Éxodo a partir de que Moisés (Theodore Roberts) trata con Ramsés que deje a su pueblo (judío) salir de Egipto, resulta este metraje fastuosa epopeya de resonancias bíblicas, monumentales en su despliegue de masa de gente, sus grandiosos decorados, sus maravillosos efectos visuales (teniendo en cuenta el año), con la Columna de Fuego, por la impresionante apertura de las Aguas del Mar Rojo, la Escritura de los Mandamientos con el dedo de Dios en la cima del Sinaí, y el posterior ataque de Ira de Dios contra el libertinaje, componiendo cuadros de gran belleza visuales tan ampulosa y majestuosa que cuando llega la segunda llega un bajón. DeMille al parecer aprendió que al público lo que le gustaba era este tramo, por ello cuando la rehízo en 1956 se dedicó en exclusiva al Éxodo, de la que esta parece un resumen; La segunda (cubre dos terceras partes) es una historia contemporánea, a través de dos hermanos McTavish (reminiscencias de caracteres a lo Caín y Abel), dispares y una madre ultra-religiosa se hace una alegoría en reinterpretar los 10 Mandamientos, melodrama incisivo, con espectacular momento en la caída de un templo, pero con moralismo metido a empujones, además de no encajar en la dualidad, pues cuando se pasa de la antigüedad a la modernidad se desinfla y el espectador queda desconcertado, le cuesta entrar en lo que es otra película, cojea orgánicamente. Ello en un todo que nos habla desde una visión judeo-cristiana de la observancia de los 10 mandamientos, de cómo el ignorarlos nos lleva al caos, al desamparo, y a la decadencia moral, donde lo más destacable es el modo en que el argumento contrapone el enfoque radical de que hay que tener miedo al castigo de romper los Mandamientos, ello en sintonía con el Antiguo Testamento (simbolizado en Martha, la Madre encarnada con mucho vigor en Edythe Chapman), frente al Amor, la comprensión y el perdón como señala el Nuevo Testamento (simbolizado en John, el hermano carpintero encarnado con ímpetu en Richard Dix), y en medio el ateísmo y el culto al Becerro de Oro (simbolizado en Dan, el hermano constructor encarnado con mucha energía en Rod LaRocque), ello mientras se edifica (nada casual) una Iglesia. Primera de la trilogía bíblica de DeMille, seguido por “El rey de reyes” (1927) y “La señal de la cruz” (1932).

El film hace un fresco (manipulador) sobre el pecado, reflejado en dos momentos del film paralelos, está la fiesta del culto al Becerro de Oro, que deriva en el baile orgiástico esto relacionándolo con el bloque moderno cuando el constructor está con la mujer asiática (Sally Lung encarnada con perversidad por Nita Naldi) venida de una isla-leprosería del Pacífico (Molokai- Hawái), al parecer en esa década todo lo asiático se relacionaba con lo pecaminoso y ominoso. La Ira de Dios es reflejada, por un lado Moisés arremetiendo con un seísmo contra la degradación del culto al falso ídolo, haciendo que la tierra se trague a los pecadores, y en el tramo moderno tiene su cumbre cuando la corrupción y codicia son “castigados” con el derrumbe (bíblico, y nada mejor para ello…) de una gran Iglesia. Esto sirve para que el director nos hable desde nuestra tradición y educación judeo-cristiana de que a cada pecado tendremos nuestra punición, para ofrecernos una lección moral.

La primera parte en Tierra Santa se siente como un puñado de viñetas híper-conocidas presentadas de modo operístico, con mucho histrionismo, sobre todo de Theodore Roberts como Moisés, incluso para el cine mudo: Este segmento comienza in media res, se salta la infancia del guía espiritual hebreo, omitiendo su conversión y evolución, aquí ya es el líder judío, anciano de barba blanca gloriosa, son su túnica y báculo, dando DeMille por sentado que todos conocen de donde viene, incluso cuando arranca el film nueve de las diez plagas han asolado Egipto, quedando ya como último recurso (divino-vengativo) la de la muerte de todos los primogénitos; Es la brillantez de puesta en escena donde el realizador apabulla, con esas grandiosas paredes de la ciudad egipcia altas y gruesas; vemos masas ingentes (de extras) por el desierto (recreado en las Dunas Nipomo de California), otorga realismo vibrante; La separación de De Mille del Mar Rojo parece una pequeña multitud que marcha entre dos gigantes, paredes temblorosas de gelatina (lo que era); Moisés en lo alto del Monte Sinaí, a base de destellos sobre el cielo y piedra, la voz de Dios se representa a través de diez explosiones en el cielo, tras de cada bola de fuego, las palabras de un mandamiento; Y abajo del Sinaí la veneración del becerro de oro es una bacanal sexual que termina en una masacre por mor esta vez de a apertura de la tierra en un terremoto símbolo de un Dios vengativo. Destacable es el uso en este tramo de intertítulos en base a citas bíblicas, y con efluvios lapidarios.
El bloque moderno, es más mundano, refleja el modo de vida de los años veinte, su bullicio, su gusto por la música de los incipientes tocadiscos, el jazz como elemento pecaminoso. Con una presentación ágil y penetrante de personajes: La viuda Martha McTavish, rígida guardiana de las enseñanzas del Antiguo Testamento, una radical de la ortodoxia que no es capaz de ver la redención, solo el castigo como medio de entrar en (su) razón cristiana; Su hijo Dan es un ateo egoísta que se ríe del cristianismo y de sus Diez Mandamientos y está dispuesto a romperlos si hace falta para alcanzar sus ambiciosos objetivos materialistas (el Becerro de Oro). Es más fácil hoy día empatizar con el jovial, divertido y pícaro Dan que con el soso y mojigato John (no sé en su día);… (SIGUE EN SPOILER)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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