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La vida y nada más

Drama Regina es una madre soltera que vive al norte del estado de Florida con sus dos hijos, tratando de llegar a fin de mes al tiempo que lucha contra la rutina y las dificultades del día a día. Su hijo mayor, Andrew, de 14 años, está lleno de desprecio hacia su madre, y únicamente la amenaza de la justicia les unirá y cambiará sus vidas para siempre. (FILMAFFINITY)
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Críticas 13
Críticas ordenadas por utilidad
11 de octubre de 2017
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estimable film de género social, que no gustó especialmente a los acreditados en el Festival de Cine Internacional de Donostia 2017, al menos mayoritariamente, pero que es más que honesta y digna y posee una convicción a prueba de balas.
Se dijo, bueno yo lo oí, que para narrar esta historia no era necesario irse a Los Estados Unidos de Norteamérica, que aquí, en España, ya hay localidades, ciudades, con estos problemas.
Bueno, no voy a entrar en polémicas, pero su visión me satisfizo, no en vano creo que claramente es interesante y resulta veraz, yendo su interés y amenidad de menos a más.
Su primera mitad sí que se puede considerar como un puro melodrama donde madre, hijo y amante de la madre entran en continuos conflictos y chocan sus personalidades.
Sin embargo, más tarde asistimos a una historia de pago para con la justicia y redención de diversos pecados y actuaciones erróneas, viéndose con claridad cómo se las gasta la Justicia Yanki para con los chicos jóvenes que se apartan del camino modélico.
Esta parte tiene fuerza y resulta amena, elevándose la calidad media de la cinta.
Al final, asistimos a un ejercicio de estilo más bien modesto, que no debe caer en saco roto por su intensidad emocional.
Está bien, con sus limitaciones y posibles fallos, pero resulta creíble.
El Jurado del Festival de Cine de Donostia-San Sebastián le ha otorgado dos premios importantes: el Premio SIGNIS y el premio FIPRESCI (este dentro de la sección "Premios Paralelos").

https://filmsencajatonta.blogspot.com.es
Constancio
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8 de octubre de 2017
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y a las 19:00 vi en el Principal la última del día, otro plato de cine patrio en Sección oficial, esta vez compitiendo: el drama social La vida y nada más, dirigida por el español residente y formado en Estados Unidos Antonio Méndez Esparza, que sitúa su relato en América, protagonizado por amateurs norteamericanos angloparlantes. Regina es una mujer afroamericana joven y madre soltera, que vaga de un trabajo precario a otro y luchando para salir adelante y cuidar con dignidad de sus dos hijos. El mayor, Andrew, de 14 años, es mozo callado y conflictivo, que amenaza con seguir la turbia senda de delincuencia del padre y cuya relación con su madre ni podría ser peor. Ingredientes para un cóctel que sólo puede desencadenar en tragedia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Néstor Juez
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3 de diciembre de 2017
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director madrileño afincado en Florida Antonio Méndez Esparza nos presenta su segundo largometraje, después de que hace unos años nos sorprendiera con su opera prima “ Aquí y allá" que fue presenta en el festival de cine de Cannes y donde logró el premio Fipresci de la Semana de la crítica. La película que nos ocupa, fue presenta en la Sección oficial del Festival de cine de San Sebastián.

La historia que nos cuenta, puede ser pasar en cualquier familia tanto afroamericana como europea. Nos presenta a Regina, madre soltera afroamericana de extracción humilde, que trabaja todos los turnos que puede como camarera, y no dispone de casi tiempo libre, porque todas las horas las emplea para trabajar y sacar a su familia adelante.

Tiene dos hijos, el mayor Andrew, que todavía no ha cumplido la mayoría de edad, ya tiene en su haber varios delitos, y como siga en ese camino puede acabar en la cárcel, lugar en el cual esta su padre desde hace unos años.

El director nos ha querido mostrar la necesidad de vivir y de salir adelante, por eso nos ha querido mostrar el valor de estos personajes en pequeños fragmentos de sus vidas cotidianas, en sus acciones habituales y los conflictos que van surgiendo día a día.

Mediante los diferentes planos y secuencias se va construyendo la realidad de unos personajes, que en realidad están en proceso de construcción de sus propias vidas.

El guion ha sido escrito para que sea interpretado por un grupo de actores no profesionales, y a medida que la historia va pasando, ese guion inicial va cambiando y se va adaptando a los personajes. Hay mucha espontaneidad e improvisación.

Lo que más destacaría es la capacidad del director en dirigir a los actores, el trabajo tanto de Regina Williams como de Andrew Bleechington está lleno de verdad y los dos hacen unas interpretaciones impecables.

Sobre todo consigue que el espectador desde la distancia, juzgue la vida de estos personajes, se meta en sus problemas, en su dolor y en muchos tramos en la tristeza que producen sus actos.

Lo mejor: La verdad que transmite.
Lo peor: Que el público no sepa agradecer películas como esta.
LASO83
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1 de febrero de 2018
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
No inventa nada y tampoco lo pretende. Es un retrato honesto y sin artificios de un drama que no es exclusivamente racial y con el que todos podemos vernos identificados en mayor o menor medida. El sentirse perdido en la adolescencia, sin referentes; el trabajar sin cesar para que aun así no te valoren; el miedo al cambio... Esos son los pilares de la película, que narra con acierto el director. Además, el reparto está realmente creíble y los diálogos fluyen con naturalidad.

No obstante, hay algún pequeño momento en el que el ritmo se hace algo aburrido, y tiene algunos cortes de montaje un poco bruscos que te impiden asimilar el mal trago de algunas escenas, cosa que resulta contraproducente. Pero son detalles superficiales dentro de una película profunda y que merece más visibilidad.
Rober
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15 de marzo de 2018
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La coming of age ha tomado formas muy distintas durante los últimos años, convirtiéndose en uno de esos (sub)géneros estimables desde cualquier perspectiva y abordables a partir de géneros de lo más dispares. Su consecución ha llevado una temática tan rica en matices y extrañamente sugerente a hablarnos sobre las consecuencias de un periplo de vital importancia. Antonio Méndez Esparza opta en su nuevo largometraje, La vida y nada más, por un enfoque crudo, disipando desde el drama algo más que consecuencias, y buscando hallar en sus posibles causas un espacio mediante el cual dar forma a ese crecimiento —problemático, en el caso que nos ocupa—.

El autor de Aquí y allá retrata así un núcleo familiar disgregado. La ausencia de una figura paterna y su fortuito reemplazo jerarquizan un contexto donde el comportamiento inconstante y rebelde del protagonista choca de forma frontal con el temperamento de una madre superada en cierto modo por las circunstancias —otra hija a la que atender, la absorción de un trabajo ineludible para afrontar gastos…— y un entorno que resulta ser más complejo de lo que a priori parece.

Con unos pocos elementos, pues, expone el cineasta las claves de su segundo film, haciendo del trabajo tras las cámaras un importante bastión para afrontarlo. De estilo pausado, una austeridad que se palpa en todos los sentidos —desde la economía de plano hasta la ausencia absoluta de acompañamiento sonoro— e incluso escenarios que no buscan potenciar sus virtudes como tal, la cinta establece en ese aspecto una línea de lo más coherente que nos emplaza directamente a una destacada labor actoral.

La vida y nada más se apoya de este modo en una faceta de la que sale airosa gracias a un elenco que se siente especialmente trascendente, y en realidad lo es. Porque, ante todo, estamos ante una cinta de personajes, que incurre no tanto en una descripción lograda y milimetrada —las circunstancias tampoco lo requieren—, sino más bien en relaciones y situaciones que terminan dinamitando tanto el propio ambiente como un relato que, apoyándose frontalmente en sus actores, no siente atadura alguna en ese sentido.

Méndez Esparza transforma su mirada seca, realista y sin ornamentos en una palpable virtud del conjunto, y lo refuerza precisamente donde debe recaer el peso de un film de estas características.

No obstante, y si comentaba que los personajes funcionan a través de las relaciones entabladas y las situaciones descritas, su gran debe está en un desarrollo que no encuentra la fluidez ni certeza necesarias. Coartado, por un lado, desde una continuidad que socava en determinados momentos la cohesión adecuada para otorgar una base sólida, el transcurso de esa crónica descrita se pierde también en una cierta morosidad y reiteración que en realidad no aporta soluciones —a lo sumo, un tenue reflejo de personalidad— más allá de reforzar ese buscado verismo.

Ello no convierte La vida y nada más ni mucho menos en una película fallida, ya que al menos a través de sus constantes se obtiene un carácter que, aunque propio, tampoco revela novedad alguna, más bien una inquebrantable forma de hacer y creer en el cine. Y es en esa forma donde Antonio Méndez Esparza encuentra un reducto a través del cual redirigir un ideario de lo más interesante que, de seguir trabajando con la constancia demostrada, a buen seguro revelará con el tiempo un cine tan poderoso como el desplegado en esa última secuencia cuyo efecto se desvanece por defectos que es sólo cuestión de tiempo pulir.


Crítica para www.cinemaldito.com
@CineMaldito
Grandine
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