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Una educación parisina

Drama. Romance Étienne se muda a París para estudiar cine en la universidad. Allí conoce a Mathias y a Jean-Noël, que comparten su misma pasión. Sin embargo, a lo largo del año, sus aspiraciones se verán truncadas, ya que deberá atravesar pruebas de amistad, amorosas y artísticas.
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
15 de junio de 2022
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película no puede ser más ejemplificadora del existencialismo francés. Epítome del tópico de ‘cine europeo’.

Blanco y negro, melancolía, filosofía. Jóvenes con ganas de cambiar el mundo, con corazones revolucionarios; buscando su lugar y filosofando igual que lo hicieron otros antes que ellos, sus padres, sus abuelos, hasta perderse en la noche de los tiempos. Boinas, bufandas, cigarros, adoquines, notas tristes de piano entre las farolas de París.

Es bella, es tranquila, reflexiva. Pero se hace larga, pues no innova en ningún aspecto, no tiene un discurso novedoso o rompedor, ni personajes originales. No existen los momentos amenos, ni las conversaciones ligeras. El manto de solemnidad y trascendencia lo cubre todo. Eso sí, sabe conectar con la inquietud cultural de los jóvenes, especialmente los ‘artistas’ e inconformistas. Por ello se llega a recrear de forma vana en la pedantería, lo cual es difícil de esquivar pues sus propios protagonistas y secundarios son intensos, atormentados, serios como sólo pueden serlo unos personajes parisinos en blanco y negro.
Saffron
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20 de julio de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Mes provinciales” es una película que quieres que te guste. Lo necesitas, no puede ser de otra manera. Por su impecable fotografía en blanco y negro. Por los deliciosos motivos musicales extraídos de Bach. Por el protagonista que compone el joven Andranic Manet, soñador de pelo largo, mezcla imposible de Antoine Doinel y David Foster Wallace. Pero, sobre todo, por su languidez “alla” Rohmer —o Truffaut— y por su cinefilia, confesa y conspicua.
Sin embargo, adolece de un academicismo excesivo, contradictorio, de hecho, con el espíritu “amateur” y espontáneo que alentaba en la “nouvelle vague”, de la que el film de Jean-Paul Civeyrac se anhela heredero “millennial”. Resulta especialmente molesto escuchar a esa pandilla de niños-bien pontificando sobre lo divino y lo humano sin piedad ni pudor. Un exhibicionismo erudito que, en la mayoría de ocasiones no persigue otro fin que el muy natural —más, si cabe, a ciertas edades—, si bien paradójicamente prosaico, de pillar cacho. Ahora, “quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.
En efecto, el encanto “bildungsroman” que dimana, la veracidad con que vienen representadas las maravillosas tonterías que todos hemos perpetrado a los veinte años y la reminiscente identificación con los sentimientos que embargan a los personajes hacen remontar el vuelo de esta cinta anacrónica a conciencia —incluso en su metraje: dos horas largas— y encantada de conocerse, tanto o más que ese insufrible Mathias Valence interpretado por Corentin Fila. Obsesionado por convertirse en el Jean-Luc Godard de su generación, encarna una enervante caricatura, amanerado manojo de tics sin la única contrapartida posible al respecto, la del talento. Probablemente sea un efecto buscado. Así lo espero, al menos.
Carorpar
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