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House of Cards (Serie de TV)

Serie de TV. Drama. Thriller Serie de TV (2013-2018). 6 temporadas. 73 episodios. El implacable y manipulador congresista Francis Underwood (Kevin Spacey), con la complicidad de su calculadora mujer (Robin Wright), maneja con gran destreza los hilos de poder en Washington. Su intención es ocupar la Secretaría de Estado del nuevo gobierno. Sabe muy bien que los medios de comunicación son vitales para conseguir su propósito, por lo que decide convertirse en la ... [+]
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Críticas 82
Críticas ordenadas por utilidad
20 de febrero de 2013
81 de 93 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rajoy, Rubalcaba, Aguirre, Mas, Zapatero, Aznar, Díez, Bárcenas... Todos simples aficionados al lado de Francis Underwood, el político definitivo. Y desde ahora, damas y caballeros, uno de sus antihéroes favoritos.

Porque si algo tiene claro Francis, a diferencia de nuestros políticos patrios, es que el dinero es algo meramente accesorio y que palidece frente al recurso más valioso: el poder. Y sobre eso giran los trece capítulos de House of Cards; sobre el poder, sobre las artimañas traperas que se requieren para obtenerlo y sobre el grado de corrupción que supura al intentar mantenerlo.

Sus compañeros de partido, sus rivales, la prensa, los guardaespaldas y hasta su propio matrimonio no son más que herramientas que el titiritero Underwood hace bailar con el único fin de llegar lo más alto posible. Caiga quien caiga. Eso no quiere decir que nuestro querido congresista sea infalible, pero desde luego sí que resulta implacable en su lucha de poder.

Es por ello que sobre este personaje central, ejemplarmente llevado por Kevin Spacey, recae todo el peso de este remake financiado por el servicio online Netflix. Spacey, como ya hacía Ian Richardson en el original británico, detiene en ocasiones la trama para dirigirse directamente al espectador y hacer gala de su ilimitado cinismo en la explicación de sus planes. A veces, una sola mirada suya a cámara basta para expresar ironía, convicción, rabia o desidia.

Fría y sucia en su manera de presentar los movimientos entre bastidores, oscura (en las formas y en el fondo) y paciente a la hora de ir desvelando sus cartas. Una gran serie que se completa con nombres de la talla de David Fincher o Joel Schumacher tras la cámara. Un castillo de naipes donde los lobos llevan piel de lobo y no hay espacio para los corderos.
Gallego
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30 de junio de 2013
53 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
“House of Cards” nos presenta a su personaje principal practicando una eficaz eutanasia a un perro moribundo:

«Hay dos tipos de dolor... El tipo de dolor que te hace aún más fuerte y el dolor innecesario, el tipo de dolor que solo trae sufrimiento. No tengo paciencia para cosas innecesarias. En momentos como este se necesita a alguien que actúe, que haga las cosas desagradables, pero necesarias. Ya está. No más dolor.»

¿Por dónde empezar con una serie tan difícilmente abordable por su multitud de arpones lanzados en distintas direcciones? El propio poder debería ser el gran marco de un resonante cuadro y, rápidamente, Francis Underwood (Kevin Spacey) nos dará un recital de hábiles lecciones para facilitar la construcción del gran castillo de naipes que tiembla bajos sus pies:

«Eligió el dinero en lugar del poder. En esta ciudad, un error que cometen casi todos. El dinero es el McMansion en Sarasota que empieza a venirse abajo después de diez años. El poder es el viejo edificio de piedra que permanece durante siglos. No puedo respetar a alguien que no percibe la diferencia.»

Francis rompe la cuarta pared para dirigirse a su audiencia, nos habla… y nos convertimos en cómplices de sus maquinaciones y habilidosos complots. Muchos planos y discursos nos evocan a “Boardwalk Empire” e incluso a las tramas políticas de lo mejor que vimos en “Boss”, pero el concepto aquí es diferente. Nos gusta observar la maldad… y esta vez la maldad nos observa a los ojos para remitirnos al cierre de “American Horror Story: Asylum”: «Solo recuerde... que si mira al mal a la cara, el mal va a mirarla directamente a usted». Aquí el mal nos da la bienvenida a Washington y nos introduce en su mundo mientras que Netflix declara sus intenciones: no habrá paz para los malvados… porque aquí los malvados somos los testigos y espectadores. “House of cards” nos habla de la adaptación del mal, no importa el traje ni el escenario… la maliciosa sombra siempre sabrá recorrer su camino y así yacen el recital de secundarios y conspiraciones. Desde un autodestructivo congresista, utilizado como un kleenex empapado en alcohol, drogas y prostitutas (Corey Stoll), hasta una arribista periodista en busca de fama (Kate Mara). Todo vale dentro de una partida en la que las cartas de la baraja están marcadas y en la el crupier nos sonríe conociendo nuestro fatídico destino. Lo brillante de la adaptación de la serie de BBC es que combina perfectamente la esencia de una película de estafadores (de guante blanco) con una ramificación política tanto en su vertiente dramática como conspirativa y, aunque la parte troncal de la primera temporada pueda perder fuelle, sus primeros y últimos capítulos son tremendamente notables.

El mismísimo diablo contoneara grácilmente su rabo entre despacho y despacho de Washington y cuevas gubernamentales repletas de serpientes, peligrosas víboras y ladrones profesionales con traje y corbata, para formalizar su venganza y asalto de poder. Interesa que para conseguir dichos objetivos la política ansíe manipular los medios de información mientras que se constata su crecimiento viral y virtual del cuarto poder.

Estamos ante una producción elegante y con mucho talento tanto en guión, dirección e interpretación con capítulos perpetrados por David Fincher o Joel Schumacher. De acuerdo, nada nuevo dentro de la excelencia catódica de la televisión pero la línea continuista de ese nuevo orden de oscuridad política parece más fuerte e incisiva en esta ficción. Nos interesa, por lo tanto, la construcción del personaje y ese castillo de naipes que va levantando para constar su venganza… utilizando y descartando naipes a su antojo. Tiene su cinismo pero prefiera cierta concisión para solventar la credibilidad de un mundo tan oscuro como el nuestro. El juego de máscaras ni es tan revolucionario ni especial aparentemente pero podría recordarnos al “Valmont” de Milos Forman, donde los personajes nunca dicen la verdad y exponen la mentira sibilina codificada. La Marquesa de Merteuil y el Vizconde de Valmont están felizmente casados y habitan en las cloacas de Washington enmascarando su oscura naturaleza y ansias de poder. Los lobos aúllan y han comenzado por devorar primero los corazones de los espectadores que quedaron prendados viendo los ojos de las hambrientas bestias deseosas de poder que pasean por “House of cards”. «Solo recuerde... que si mira al mal a la cara, el mal va a mirarle directamente a usted».
Maldito Bastardo
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23 de noviembre de 2018
39 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kevin Spacey aparte, 'House Of Cards' arrancó realmente magnética a todos los niveles. Robin Wright daba la réplica de forma bestial. Kate Mara componía un personaje secundario que se tornaba protagónico con cada nueva pincelada. La dirección y el estilo visual estaba por encima de la gran mayoría de productos televisivos. Y como viene siendo marca de la casa: un final que dejaba con ganas de mucho más.

La segunda temporada es la mejor para mí. La culminación perfecta de los entresijos presentados y desarrollados en la primera. Desde esa escena inolvidable y abre bocas en el metro uno sabe que lo que va a venir va a ser sin ningún tipo de control ni convencionalismo. Hasta su plano final podría haber sido un final de fiesta desolador e implacable.

Pero no. Lo mismo de siempre. Ya sea en Netflix, en Showtime, en Fox. El alargamiento y sus consecuencias. Recordemos que la original era una miniserie de inicio, estructura y final cerrados repartidos en tres entregas. Aquí esta tercera temporada cede fuerza y comienza a resentirse tanto en ideas como en desarrollo. La cuarta era mejor, pero se alejaba de lo sombrío e íntimo de las dos primeras. Ya era definitivamente más comercial.

El declive definitivo de la serie no llegó con el escándalo ya sabido a voces de Spacey. Llegó con una quinta temporada vacía y decepcionante, que prácticamente traicionaba o ponía de cara a la pared cada ideal por los que la serie se había sustentando desde sus principios. Y ya luego la sexta, es de comer aparte. Mira que tenía una división de episodios reducida, a una Robin Wright desatada y a un clima actual del #MeToo a favor. Pues nada, los argumentos son risibles a más no poder. Y aburridos, todo un crimen para el tipo de serie que es ésta. Culminando con un broche final triste y completamente olvidable.

Viendo la nota final, parece que pueden salvarse los muebles por ella. Pero sabiendo que empezó siendo sobresaliente, se comprende el motivo de mi descontento y mi decepción. Otra serie más, otra oportunidad de cuadrar el círculo perdida más.
TeAmargo
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22 de septiembre de 2013
32 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
«Los príncipes que han hecho grandes cosas son los que menos han mantenido su palabra» y «Los hombre obran el mal, a menos que la necesidad los obligue a obrar bien» son algunas de las frases que escribió Maquiavelo en su famoso tratado de doctrina política 'El príncipe' allá por 1513. Exactamente quinientos años después, estas parecen ser también las máximas que guían el comportamiento de los personajes de 'House of Cards', radiografía de las intrigas políticas que hacen de Washington DC un auténtico nido de víboras. Con nueve candidaturas a los premios Emmy -todo un hito para una serie online- se ha convertido en la revelación de la temporada.

La plataforma de streaming Netflix no ha escatimado esfuerzos para lograr un producto de excelente acabado que cuenta además con actores y directores de primera fila (Kevin Spacey, Robin Wright, David Fincher) y que impresiona desde su brillante cabecera. En ella se nos muestra un poderoso contraste de lentos movimientos de cámara captando imágenes aceleradas al compás de una música de tempo igualmente rápido –probablemente para transmitir el frenético devenir de la vida en la capital estadounidense-, una significativa ausencia de figuras humanas y unas vistas del Capitolio desde todo tipo de ángulos, algunos no por casualidad cutres y sucios. No obstante, si bien la factura es verdaderamente admirable, bajo esta bruñida superficie 'House of Cards' esconde algunos déficits que le impiden ser la gran serie que podría haber sido.

La trama se centra en el congresista Frank Underwood (soberbio y carismático Kevin Spacey) y sus retorcidas estratagemas para medrar políticamente tras un desengaño que tiene lugar en el primer capítulo y que lo espolea hasta límites que sobrepasan cualquier consideración ética. Junto a él, su fría y ambiciosa esposa Claire (igualmente magnífica Robin Wright) está también decidida a conseguir que las aspiraciones de ambos lleguen a buen puerto, sin importar los medios que tengan que utilizar para ello. La tercera en discordia es Zoe Barnes (Kate Mara), joven y atractiva periodista que, a cambio de beneficios profesionales, ayuda a Frank en su plan (y se lo tira, dicho sea de paso), pese a no tener ni idea de en qué consiste.

Se inicia así una escalada de ardides y traiciones que está tratada con un evidente cinismo y una cierta dosis de comicidad, sobre todo en los apartes en los que Frank Underwood se dirige al espectador. Aunque este juego metaficticio puede resultar tan divertido como a veces cansino, admito que las burlonas muecas de autocomplacencia del protagonista tienen su gracia.

El problema surge cuando, conforme avanza la historia, este cinismo del que hace gala la serie comienza a parecer una pose para quedar bien más que una actitud real y el atractivo se va diluyendo porque los guionistas nos dan más de lo mismo. En este sentido, se echa en falta algún tipo de conclusión (muy bien, el sistema está podrido… y, ¿qué?) o un conflicto dramático que otorgue mayor resonancia emocional al relato. La reciente 'Los Idus de marzo', película igualmente ambientada en el mundo de los tejemanejes en el poder, tampoco descubría la pólvora, pero subrayaba dilemas morales que enriquecían el conjunto y que aquí brillan por su ausencia.

En 'House of Cards', sin embargo, todo es unidireccional: Frank y Claire Underwood son dos cabrones a los que prácticamente todo les sale bien, y no hay ni conflictos ni dilemas, exceptuando los de una figura secundaria (Peter Russo) que acaba irritando por su increíble estupidez o los puntuales atisbos de remordimiento de Claire. En la misma línea, resultan fallidos otros intentos de humanizar a los personajes (el coñazo de las figuritas de papiroflexia, las ansias por una vida más bohemia con un amante, la nostalgia por una relación homosexual) que quedan reducidos a superficiales gestos de cara a la galería que carecen de autenticidad.

Asimismo, las líneas argumentales secundarias carecen también de sustancia y son meras comparsas que acaban importando bastante poco. Solo en los dos últimos episodios, cuando las manipulaciones de Frank Underwood se vuelven contra él y la niñata periodista comienza a investigar el fregado en el que ella fue pieza clave, aparece una trama paralela que adquiere tanta entidad como la principal y cuya tensión está además potenciada por un trepidante montaje. Eso sí, si rascamos, volveremos a darnos cuenta de que, aun estando lograda, esta trama también adolece de una falta de profundidad, porque, a ver, ¿a qué viene que a la periodista, que desde el principio era consciente de que estaba participando en una conspiración, le dé ahora por querer averiguar los pormenores de esa conspiración y desenmascarar al congresista? ¿Arrepentimiento? ¿Despecho? ¿Ambición profesional? Ninguna de estas opciones explica realmente las motivaciones de Zoe Barnes, y a esto contribuye también la pobre interpretación de Kate Mara, aunque también es posible que este personaje estuviera mal escrito desde el principio y la actriz poco haya podido hacer.

Con todo, es innegable que en este tramo final, la serie gana en interés y pulso narrativo y su ritmo se vuelve realmente vertiginoso, algo que hasta entonces solo ocurría de modo intermitente, y a veces además con recursos facilones, como hacer que Kevin Spacey explique sus tretas a una velocidad de mil palabras por segundo, dando una falsa impresión tanto de ritmo como de complejidad.

En resumidas cuentas, estamos ante una propuesta de brillante factura, muy bien interpretada, resultona, mordaz, por momentos ingeniosa, pero que se toma demasiado en serio a sí misma y transmite la sensación de creerse más inteligente de lo que en realidad es. Le faltan alma y calado. Puestos a elegir una serie sobre luchas de poder, corrupción y puñaladas traperas con sexo de por medio, me quedo con la inmensa 'Juego de tronos', de apariencia menos solemne pero mucho más redonda.
Hitchcock10
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12 de febrero de 2013
38 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Allá por 1990, tal vez recuerden, Ian Richardson miraba en primer plano a la cámara y, rompiendo esa llamada cuarta pared ficcional, desenmascaraba la corrupción política que habitaba los rescoldos del Thatcherismo. Más de 20 años más tarde, Netflix, relanza "House of cards" con nuevas caras y un nuevo contexto.
Los puristas, los nostálgicos -o los contrarios al desarrollo de la compañía Netflix-, poco perdonarán la osadía de remozar viejos laureles. Para quien esto escribe, sin embargo, el remake vale la pena.
Con la primera temporada en el bolsillo, me atrevería a recomendar la serie a todos aquellos que han gozado de una mirada cínica del poder o de los Estados Unidos.

Para ser una plataforma relativamente reciente, Netflix se ha lanzado a una inversión ambiciosa. El plantel actoral y de directores es realmente notable. La concurrencia de Kevin Spacey y Robin Wright, y la pericia de David Fincher en la dirección son de lo más saludable que he visto en la televisión americana reciente. De ellos emana un tono cínico, áspero y amargo, una tensión, que exacerban el componente satírico de la versión original. Las notas de humor (sí a la inglesa, pero humor al fin y al cabo) suavizaban las aristas del relato, no, empero, en la versión americana donde el acíbar demarcan la ruta de la serie. Esas aristas producen a veces un resultado desigual, pero consistente.

A pesar de la solidez general de la serie en su primera temporada, es preciso compartir con los compañeros algunas dudas relativas. Aun siendo notable, la serie no alcanza la profundidad de productos como "The Wire", por ejemplo. En "House of Cards" falta una coralidad de peso y es, en última instancia, un producto relativamente superficial que pivota sobre el eje del personaje de Underwood (Spacey).

Por otro lado, la tendencia del guión a habitar las sábanas de variopintos romances, también desdice algo de una serie que a veces parece tratar el mundo de la política más como un decorado que como el verdadero meollo del asunto. En lugar de una reflexión social seria (sobre educación, desigualdad social, etc.) la política aparece a veces como mera excusa.

Serie notable en cualquier caso. Veremos que nos trae la segunda temporada.
Lucien
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