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Somos una familia

Drama Jerome Varenne (Mathieu Amalric) es un financiero francés que vive en Shanghái con su compañera sentimental y profesional Chen-Li (Gemma Chan). En un breve viaje de negocios a París, se entera por su madre y su hermano de que la casa de su infancia se va a vender. Para impedirlo y saber de primera mano qué es lo que realmente está ocurriendo decide ir al pueblo. Lo que no sabe es que ese viaje cambiará para siempre el curso de su vida. (FILMAFFINITY) [+]
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
16 de junio de 2016
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jean-Paul Rappenau, un cuarto de siglo después de haber rodado la excelente Cyrano de Bergerac, vuelve ahora con una película intrascendente, Belles familles (Grandes familias).

Dicen que Jean Rostand, el autor de Cyrano de Bergerac, fue devorado por esta pieza teatral. Y seguramente es cierto porque nunca más volvió a componer ninguna otra que se aproximara a aquella –a pesar de que lo intentó– y si su nombre ha pasado a la historia de la literatura francesa es sólo por ella, por ninguna otra más. Será una maldición del Cyrano, porque, hasta ahora recordábamos también a Jean-Paul Rappenau como el genial director de la versión cinematográfica de la obra de Rostand en 1991, más que por cualquier otra de sus películas.

¿A que viene todo esto? A que Rappenau, un cuarto de siglo después de haber rodado la que podemos calificar como mejor versión cinematográfica de la obra de Rostand, vuelve ahora con una película intrascendente, Belles familles (Grandes familias). Esta película podía ser admisible como ópera prima de cualquier director de nueva hornada, pero no de alguien que pasará a la historia del cine galo por dirigir aquel Cyrano protagonizado por el mejor Depardieu.

No es que sea una mala película. Es, simplemente, una película intrascendente. ¿A quién se la podríamos recomendar? No, desde luego a los que recuerdan al Rappeneau de otros tiempos y que se verán ampliamente defraudados. Quizás a los que, peinando canas, en un tiempo remoto, les hizo gracia Louis de Funes, aquel Gendarme de Saint-Tropez, desgarrado, histérico y gesticulante (aquí, en Grandes Familias, la gesticulación de los actores y la rapidez de sus movimientos, forman parte de una sobreactuación excesiva). Podría gustarles también a los amantes impenitentes del cine francés, a pesar de que esté en crisis. Quizás la podríamos recomendar, finalmente, a los que no tienen nada que hacer en una calurosa tarde de verano y optan por refugiarse en una sala dotada de aire acondicionado. Realmente, no se nos ocurre a nadie más que pudiera salir satisfecho tras ver esta película.

Lo hemos dicho muchas veces y lo volveremos a decir otras muchas más: una película empieza a ser aceptable a partir de un buen guión. Si falla el guión todo lo demás falla también y aunque un guión aceptable, no garantiza una “gran película”, habitualmente el resultado final merece verse. Grandes actores, presupuestos desmesurados y directores de campanillas no logran sacar adelante películas aceptables a partir de guiones mediocres o simplemente malos. Aceptar esto es asumir un criterio de calidad objetivo para mesurar el valor de cada película. En esta película falla el guión: previsible, sin apenas destellos de ingenio, era difícil sacar de ese guión algo más de lo que nos ofrece Rappenau. Lo censurable es que él mismo es co-autor del guión. Y a ese guión le falta mucha maduración.

De hecho, no es la única carencia de la película. Es frecuente que el crítico tras ver una película tienda a encontrar algún aspecto salvable y lo resalte en su crítica. En unas ocasiones se trata de la fotografía, de las localizaciones o de la genialidad de algunos encuadres. Otras veces del trabajo de los actores y del casting. De la banda sonora, quizás. O el montaje, sin ir más lejos. Pero, en ésta cinta, en Grandes Familias, cuando se encienten las luces y acaban los créditos, nada absolutamente queda por encima de la más sucinta mediocridad y todo se mantiene en esos parámetros intrascendentes.

Y esto es más grave todavía en la medida en que algunos espectadores tienden a volverse cada vez más exigentes. La reiteración de películas mediocres empieza a ser preocupante para el cine francés, especialmente porque las cinematografías emergentes de algunos países “aprietan fuerte” (tal es el caso, en estos momentos, de los cines nórdicos y no solamente en la gran pantalla, sino también en TV-movies y en series televisivas).

De hecho, no sabemos muy bien si lo que el director-guionista pretendía era hacer de Grandes Familias una comedia o un drama (para lo primero ha faltado ingenio, para lo segundo intensidad), quizás una tragicomedia o un producto ecléctico que satisficiera a todos. Sea lo que fuere, no le ha salido bien.

Grandes Familias no aportará laureles a su director de quien hubiéramos esperado algo con más calidad. Los actores cumplen sin esforzarse, la música irrelevante, la fotografía modesta, la dirección sin energía, el montaje rutinario, el resultado apto solamente para un público poco exigente. Quizás ese sea el grupo de espectadores a los que mejor conviene ver esta película. Si usted responde a este rasgo, véala y seguro que no le defrauda. Pero si pide algo mas, sepa, desde ahora, que no lo encontrará. Y es una pena porque nos gustaría que en Europa se filmara un cine de calidad, ambicioso y brillante, capaz de cerrar el paso a la triste mediocridad que constituye el 80% del cine norteamericano que nos llega.

En Francia la “comedia de bulevar” es como en España fue la “comedia madrileña”. Parece como si, necesariamente, debiera hacer reír, simplemente porque algunos productos del mismo género hicieron reír en otro tiempo. Pero la fórmula no siempre funciona y en este caso, después de 10 años de ausencia de Rappeneau de la dirección, la sensación que da es de no estar en forma.

Cuando un director estrena su ópera prima, hasta el crítico más despiadado tiene tendencia a ser condescendiente con él. A fin de cuentas, el director neonato tiene una larga carrera por delante y no es cuestión de desmoralizarlo, sino, más bien de estimularlo reconociendo sus cualidades e instándole a mejorar. ¿Qué podríamos decir sobre Rappenau, el director que empezó tan alto con su Cyrano que le ha resultado imposible revalidar aquel nivel que logró hace un cuarto de siglo? ¿Será porque aquella película fue la más cara del cine francés hasta aquel momento?

El Cine en la Sombra
Amor DiBó
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16 de noviembre de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
No coincido con la crítica nacional ni con los usuarios y cinéfilos de filmaffinity. Alguien se remonta a Cyrano en su recuerdo, cuando J.P. Rappeneau pertenece a la generación de Chabrol, Godard, Truffaut, Rohmer (años mayor) etc. Su primer corto es de 1958, buen año de cosecha cinematográfica y sus guiones de la misma época ("Zazzie"..de Malle). No pretendo con estas palabras decir que su cine esté a la altura de las innovaciones e importancia de las grandes obras de la "Nouvelle Vague" ni de la obra de Rohmer que sobrevuela "Belles Families". Es un artesano/autor de tono menor que ha dado algunas obras estimables pero que al final de su vida, doce años despues de su anterior film y a los 84 años, hace ésta para mi estimable y personal obra. Entiendo, a tenor de sus propias palabras, que la obra es un homenaje al cine francés, a las ciudades de provincia, a un estilo de vida, y a un estilo de melodrama/comedia; privilegiando ésta última sobre el drama. De ahí el tono ligero que nos lleva en volandas durante todo el film para acabar en ese final coral donde todo "recupera" su sitio al igual que algunos directores, reconciliándose con la vida y con su obra. De acuerdo: no es Huston y su obra no es "The Dead", tampoco Joyce estaba detrás, pero al igual que Vernuil o Resnais hacen mutis por el foro con un cine personal, donde por el momento en que se realiza, no hay lugar para las aristas; el film tiene mucho de la influencia de Marivaux, Moliere o la comedia de vodevil con un aderezo sentimental homenaje a un tiempo ido que fue el suyo. Todo un estilo de un cine francés tanto anterior como el posterior a la Nouvelle Vague.
Hay aromas del mejor Renoir, de los experimentos, mas radicales, de los últimos films de Resnais. Estos grandes nombres no son para justificar mis palabras y aunque su obra no llegue a las alturas de los grandes, pertenece a la esencia de esa Francia retratada por sus contemporaneos de entrada en el cine.
rocamadur01
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23 de julio de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A sus venerables 83 años, Jean-Paul Rappeneau, luminaria del cine francés desde 1960 (Zazie dans le métro), guionista y director, a quien debemos el mejor Cyrano jamás filmado, volvió a la dirección después de 12 años para realizar una comedieta cercana al vodevil, que gira en torno a los dolores de cabeza que produce una casa solariega cuyo propietario tenía esposa, hijos, amante e hija con ésta. Muy galo, en suma. Peleas, correrías, amores furtivos, amores no tan furtivos, equívocos, intrigas políticas, en fin, todos los ingredientes propios de aquellas apolilladas (hoy) comedias de Pierre de Marivaux, reivindicado en los últimos tiempos. Si bien podría decirse que el guión está cogido con imperdibles, es en la agilidad de la cámara y en las interpretaciones de gente solvente donde se basa el encanto de la obra. Aunque Lellouche va pasado de rosca, algo habitual en él, Amalric se muestra comedido, Nicole Garcia convincente, y entrañable como siempre el gran André Dussollier. No puedo dejar de mencionar a la fascinante Marine Vacth, cuyo culo ocupa ya un lugar de honor en mi panteón de traseros ilustres. Son sólo unos segundos, pero conviene atesorarlos y suplicar que vengan más. Martin Rappeneau, hijo de Jean-Paul, firma una banda sonora deudora de Alexandre Desplat (me hizo dudar incluso) que contribuye a alegrar la función.
Por supuesto, no se trata de una gran película, sino tan sólo un capricho que ha querido permitirse un octogenario veterano del cine francés en el ocaso de su vida. Probablemente, estoy siendo generoso, pero en ocasiones no me importa.
Eduardo
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18 de febrero de 2017
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película es solo el lucimiento actoral de Mathieu Amaric, que hay que reconocer trabaja muy bien, pero sólo destaca su labor en un argumento tan embrollado como aburrido. La herencia de una mansión en un pueblo, hace que la viuda, sus dos hijos, un amigo de la infancia de uno de ellos, la amante del dueño de la casa y la hija de ella, el alcalde del pueblo donde quedaba esa casa, la disputa con éste para usar esos terrenos, hace que toda esta gente luche para saber qué hacer con esta dichosa casa.
Da tantas vueltas la peli que te mareas, el protagonista, M. Amaric, se la pasa más corriendo y viajando en coche que otra cosa, una novia china que no encaja en ningún momento en la trama, una historia que no te conmueve, no te atrapa, no te entretiene, solo aburre y esperas ansiosa que de una vez por todas se termine.
Marine Vacth con su belleza hace más llevadera la peli sobre todo para la platea masculina, nunca se destaca como en "Joven y Bonita", dónde hace un protagónico excelente, aquí solo se luce un poco y nada más.
Son casi dos horas de ver una película que de un tema muy simple como la herencia de una casa, hicieron una historia totalmente enrollada, aburrida y sin saber realmente para qué la hicieron...una pena.
Carolina
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29 de diciembre de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La trama es trivial y tópica. Una herencia, un pueblo, un negocio inmobiliario
Resulta que ha muerto el médico dueño del casoplón. Y hay que venderla.
Viene un hijo de China, con una china, que no pega ni con cola.
La gente se enamora aquí en cinco minutos y se desamora en poco menos.
Todo muy tópico y muy largo.
Se nota el oficio de Rappeneau pero poco más.
yoparam
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