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Críticas de John Giraldo
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Críticas 115
Críticas ordenadas por utilidad
7
17 de agosto de 2018
40 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los Wayúu son los hijos del viento y la primavera. Son una nación con más de seiscientos mil integrantes y la primera fuerza indígena en Colombia. Su cosmogonía tiene fuerte relación con el territorio, sus ideas del mundo, les han permitido construir una identidad y una serie de principios, donde la mujer mantiene el linaje (un tipo de matriarcado) que cuenta con un papel de dominio. El Putchipü es el artífice y al tiempo la columna vertebral de la comunidad: traen y llevan la palabra, como el despliegue del viento y el mar. Esa base fundacional, de confiar en lo que se dice, les ha permitido sobrevivir luego de siglos como una cultura de diálogo. Aunque la historia debe contar que también ha habido (y hay) muchas guerras entre ellos, sus familias y clanes. No obstante, se sostienen por creer en el palabrero, tanto que se considera un patrimonio de la humanidad y sus ejemplos de paz/paces han trascendido. Esas intimidades, son las que podemos ver, como si fuera un documento etnográfico, a través de Pájaros de verano, la película de Cristina Gallego y Ciro Guerra. Aunque esa es una primera película, luego el vuelo como espectadores, nos llevan hacia otras latitudes.

Se trata de nuevo, como en las producciones de Ciro, de un viaje y una experiencia audiovisual muy enriquecedoras con ciertas incertidumbres, pasó en La sombra del caminante (2004), con el que deambulamos exorcizando culpas y demonios; se hizo el recorrido de los juglares y de una buena parte de la costa Caribe en Los viajes del viento (2009) y tuvimos un viaje cósmico e histórico en El abrazo de la serpiente (2015). Con un talante de fuerza narrativa, donde ya no se tiene en cuenta, tanto lo exótico de la historia, para contemplar dirían unos, sino que, a través de un ritmo sostenido y vibrante, nos mantiene expectantes de los sucesos, de la trama. Es una película con muchos pliegues y también -siendo el foco central- sobre la violencia, cruzada con el tráfico de drogas, en este caso, de marihuana, por allá a finales del 60 y principios del 70.

Más, una historia de familia, en el que se presume de poder potenciar el linaje y el honor. He ahí una segunda película, una experiencia trepidante, de gánsteres han dicho ya varios. Pudo haber sido otra la cultura, otro el contexto y obtendríamos testimonios muy similares de ese creciente negocio e industria del narcotráfico. La Guajira también habrá de narrarse, no sólo en modo de culturas y capacidades de sus comunidades, sino que también han convivido con el contrabando y otra serie de situaciones como el de ser zona limítrofe.

La película nos muestra la madurez del cine colombiano, como también sus clichés. Trascenderá lo contado en Pájaros de verano y como ya ocurrió en Cannes, europeos y espectadores de otros contextos, gozarán con el exotismo de culturas de las que poco saben. Más el atractivo de la violencia mezclada con drogas. El cóctel es explosivo y salta lo hecho en El abrazo de la serpiente, en el que primaba más lo étnico, en Pájaros, sus directores la hicieron, para decirle al mundo que son de Colombia, pero que hacen cine teniendo en cuenta la aldea global.

Pájaros de verano, cuenta con su propia capacidad de vuelo. No idealiza las comunidades indígenas, pero esa combinación de sus ceremonias y creencias con temas de índole macabra, deja muchas inquietudes y molestias. Y lo que hace de forma sagaz es articular los principios de los Wayúu y su enfrentamiento a un fenómeno que no sólo los reventó a ellos, sino a todos los colombianos. Pocas películas, para un tema de tantas dimensiones, han sido grabadas en Colombia, y con este matiz, no tenemos muchos antecedentes. Seguro volarán muy lejos, aunque desde cerca, se sienta que tal aire, no es como la primavera, que dicen ser los Wayúu. Ppor supuesto, Los Wayúu han sido condenados a vivir como marginales y de ellos se han aprovechado, y su cultura ha sido más el beneficio del museo que de su propia nación.

Ya La Guajira había sido tratada en cine. La eterna noche de las doce lunas (2013) se convierte como el preámbulo a Pájaros, dado que la película empieza con la ceremonia o el paso de ser niña a mujer en la cosmovisión Wayúu. Luego en la de Cristina y Ciro se encuentra un hombre -Rapayet- que pretende que una niña-mujer -Zaida- sea su prometida, y de repente pasamos a la película dos: el cortejo entre ella y él y las implicaciones de construir una familia. Vemos entonces, un paisaje de la árida tierra de La Guajira y como ciertos oasis la dejan más derruida, también esas costumbres y rituales: el aprecio a la vida, la manera de tomar la muerte, el pulso entre las familias mediadas por el palabrero, los diálogos en Wayunaiqui que nos muestran un modo del pensamiento de los Wayúu y ese cáncer incubado hasta en los pensamientos de cada colombiano como lo es el narcotráfico.

El lema con el que se promociona atrae: Si hay familia, hay honor. Si hay honor, hay palabra. Si hay palabra, hay paz. Diríamos desde el cine: Si hay historia, hay cine. Si hay cine, hay emoción. Si hay emoción, obtendremos espectadores. Si tenemos espectadores, hay cine.
John Giraldo
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10
22 de enero de 2018
43 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
Guillermo del Toro no pudo ser menos sutil y a la vez muy simbólico. Si habría que buscar un modo de recuperar esa cosa extraña, a veces insolente, y la más de las veces genuina y esplendida, como el amor, que mejor que acudir a un ser cuyas características no son las del mundo consagrado. Se trata de una película hecha con los temas que nos inquietan: los misterios de la ciencia, las ortodoxias de las relaciones entre hombres, el inicio de todos los enigmas: la vida, el final de nuestras certezas, y así, con un contexto de los años sesenta, donde hay un inmenso conflicto entre dos mundos: el soviético, que proclama el comunismo, y los Estados Unidos, quien será el defensor del capitalismo. Mientras, trascurre una serie de pugnas, una mujer, empleada de servicios varios en uno de los sitios de investigación secreta en Baltimore, entabla una curiosa manera de tejer sentido con una criatura. Entonces, Del Toro, hizo otra película ya clásica.

He visto sus extraños seres, por ejemplo, en El laberinto del fauno (2006), o en El espinazo del diablo (2001), también el imbatible Hellboy (2004- 2008), el animal luchador de lata y tecnología Pacific rim (2013), en cada uno de ellos, una vieja batalla, insondable, cuenta su cercanía y compromiso con los dramas de un fondo político, un estar conectado a las reivindicaciones sociales, humanas, de los seres anodinos, pero que logran sobreponerse.

Ahora, esos seres, con una carga siempre mítica, lo que tienen es un valor por lo ancestral, por aquellos aspectos que se desechan o no se les concede la importancia suficiente, y pasan como hostiles, en ciertos casos, o como triviales o incoherentes en otros. La forma del agua, aprisionada por unas necesidades de desarrollar un arma letal contra el enemigo, encarna, el padecimiento de esos mitos hechos cenizas en las calderas de la ciencia. En este caso, es una especie de reptil, o anfibio, o un camaleón, o todos esos y más, con su proximidad y esencia en el preciado líquido.

Pero también, como lo hiciera, González Iñárritu, cuando nos puso de frente en Babel, a una mujer de Japón, con la misma situación de Elisa, es decir, con su mudez, nos sugiere, con un grado de crítica, que lo más dramático o sobresaliente, no requiere palabras, es mejor, asumirlo sin la elocuencia de la voz, y vivirlo con la fortaleza de los hechos. Algo muy estrecho entre el amor no tiene como decirse, no hay con qué nombrarlo, no posee el tono de las articulaciones, tampoco se encuentra en el emblemático curso de los sentidos, sino que aflora con una fragancia fresca, en la que renacen los vínculos que ahondan en el ensimismamiento y en el descubrir con otro. De hecho el amor habla, y en esta película, Elisa, no sólo lo hace con esa bestia rara, sino también con su único amigo, y esos diálogos, wow, son de lo más diciente.

Desde luego, no hay amor sin murallas. Y los más canallas saltan, cercenan con vileza eso que nace y que al tiempo se halla escondido, entonces sobran las afirmaciones culminatorias de ese gendarme, del que también dicen, lo adoraban indígenas del Amazonas. La criatura -como los mitos- no eligen la boca de quien los usa, los convierten en conejillo de indias, ratones de laboratorio, con la suerte, quizás del asombro, de alguien quien les ofrece su poco de consuelo al desenpolvarlos. A ese ser de agua, una mujer, a diferencia de todos los demás, mientras limpia, y tiene como función no dejar rastro, lo mira de frente y sin atavíos. Se acerca con una confianza tal, que nos cautiva.

Esos somos los espectadores de las duras historias del Toro, unos inciertos, que van prestando la magia en sus ojos, para ampliar sus reducidos episodios, y promoverlos con ese lienzo hecho de fábulas. Nos da el premio de reducirnos a viajar desde una silla, luego seguiremos los caminos, descalzos de ingenuidades, sin desviarnos de los azares. Aunque no falta el suspenso, ese accionar medio detectivesco, donde las confabulaciones no sobran, también las conspiraciones, esas honduras de terror, que pueden, quizás, suavizarse. La forma del agua, se hizo con esos ingredientes: un poco de misterio, una relación de proximidades, una vanidad del mundo de los políticos, ese pensar ojeroso y ególatra de los científicos, una humildad sin tregua, de hecho, el cóctel es bastante híbrido, en el que hasta una mezcla de humor también cabe.

La forma de todas las formas, también pudo ser otro título, la forma de la rareza, la forma de los extraños, de modo que esa es la forma de hacer cine, con la pasión de los que no encajan. Si consideramos que la forma es la expresión de ese cincel con el que se dice, entonces Guillermo del Toro nos martilla de frente y en las emociones, con esa forma de hacer cine. No se la pierdan, porque sin ponerlo de manifiesto, esa historia nos devuelve a nuestro origen.
John Giraldo
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7
20 de marzo de 2011
17 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Invité a mi hijo a cine. Le dije: vamos a ver Los colores de la montaña, el título le sonó. Luego mi hijo mientras realizaba un juego con agua en el patio de la casa, su amigo, el vecino, le preguntó que si jugaban, mi hijo le dijo que no porque iría con su familia a ver cine, le preguntó por la película, al decirle, su amigo le contestó: ah no esa película no me gusta, luego al rato le dijo: si es colombiana menos mi papá dicen que todas son de violencia. Mi hijo no respondió nada, fuimos a ver Los colores de la montaña y en efecto es otra película sobre la violencia, pero como ninguna otra, contada por los niños. Pero tampoco es cualquier película sobre la violencia, es la más violenta de todas, pero con un hecho sorprendente: el conflicto armado está ahí, pero apenas como una zozobra.

No hay como dejar al margen la violencia, ni menos impedir que se margine de las producciones artísticas, la violencia es punto angular de los colombianos, pero qué significativo resulta que se nos cuenten historias donde el conflicto sea tan severo y para ello no haya que mostrarlo con la imperiosa necesidad de la sangre, las balas o la suculenta tragedia.
Vamos al grano. Los colores de la montaña, es un relato donde todo se articula mediante un balón que le regalan a Manuel, un niño quien se divierte jugando fútbol en los fríos días de una de las tantas montañas de Colombia, y digo una de tantas, pues puede ser cualquiera, luego el conflicto de toda la película será obtener de nuevo el balón ya que cayó en un campo minado.

Estábamos en el teatro, me generó expectativa entrar y ver la sala casi llena. Personas distintas, vi familias completas, parejas, jóvenes, y varios niños como mi hijo. La película tiene algo que convoca: los infantes, y bien escogidos fueron, más el hecho de ver un film que sin ser desmesurado en violencia, es paradójicamente la más violenta de todas. El público ríe con Poca Luz, un albino, un niño miope y genial, se intriga con una escuela donde se leen letreros primero de uno de los actores del conflicto, luego el de otro, y después, la crueldad del desplazamiento.

El público se sorprende porque una profesora tiene en la escuela rural todos los grados en uno, y es como si ver ordeñar una vaca fuera un exotismo, pero así es, ciertas realidades aunque próximas cuando son develadas como en una película sugieren más cercanía. Y así como otros rasgos, la película va calando entre un público que ríe y se intriga. Mi hijo tuvo pavor, en dos escenas me pidió que le tapara los ojos y él se colocaba las manos en sus oídos. Lo que quiere decir que le generó pánico, lo más particular es que aunque se ve tímidamente la sangre lo más fuerte son las atmósferas. He ahí la fortaleza de la película. Además no tiene inclinaciones, más que con aquellos niños quienes desde su ojos, desde su necesidad de diversión ven pasar detrás de un balón lo agreste de las condiciones en las que viven.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
John Giraldo
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9
15 de septiembre de 2011
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Había un viejo vigilante en nuestra aldea. En sus rondas nocturnas gritaba: todo está bien. Y todos dormíamos tranquilos, luego, hubo un robo. ¡Y descubrimos que no podía ver por la noche! Gritaba simplemente, todo está bien, y nos sentíamos seguros. Ese día comprendí que el corazón se manipula fácilmente. Tienes que engañarlo. Por muy grande que sea el problema, dile a tu corazón: -Todo está bien-”.
Rancho, protagonista de la película

Por: John Harold Giraldo Herrera
[email protected]

Del cine hindú reconozco soy neófito. Sus películas pese a que son la mayoría producidas en el mundo, unas 1300 al año, es decir, unas 4 por día, una estadística diciente, son muy poco conocidas en occidente, al parecer se cuelan las que incorporen una mimesis de las películas gringas. Hollywood puede producir unas mil películas, es decir 3 diarias. Pero la estadística es apenas un dato para ubicar un contexto. Lo sustancial es que de Bollywood conocemos muy poco porque sus películas terminan siendo caseras, de esas pocas que llegan al extranjero hay una que me ha impactado. Se trata de la historia de tres amigos estudiantes universitarios, cuyas vidas nos generarán tanto críticas al estado de cosas, como vías para el escape.

Cada película que uno ve marca una trayectoria, ofrece un camino, un centenar de imágenes que quedarán rodando entre nosotros. Cada película es un encuentro, una forma de relacionarse con el mundo, con el propio mundo. Cada película se convierte -dependiendo de sus posibilidades expresivas y del género en que se inscriba- en un pacto entre quien la ve y quien la ha hecho. Un pacto donde uno sabe que está manipulado, pero donde también existe la cautivación y la posibilidad de reconocimiento de diversos escenarios, entre ellos, el de la propia existencia. Y he visto una película de la cual se desprende una idea de sujeto, se muestra de manera efusiva un modo de ser. Se trata de la película 3 idiotas, realizada por la más grande industria del cine del mundo: La India. Su director Rajkumar Hirani ha hecho una película para el deleite de los sentidos.

Pero más allá de generar un espectáculo, la película recae sobre una serie de ideas adversas al ser: se nace como máquina y al parecer estamos predeterminados a cumplir con los objetivos de otros y no con los nuestros. Se nace para entrar en una especie de círculo donde los demás esperan de uno y uno deberá acatar una serie de normas. Se vive condicionado con unos poderes que infringen las pautas: las instituciones ponen el canon, la sociedad los regula, la escuela los formaliza. En esta película -3 idiotas- sus protagonistas infringen las normas.



sigo en spoiler
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John Giraldo
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7
2 de abril de 2012
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
“A menos que alguien se interese de verdad nada va a mejorar”
Dr. Seuss
Por: John Harold Giraldo Herrera
[email protected]
Docente universitario y periodista

Una vez empezaron a cobrarnos el agua, antes la bebíamos sin pagar, era nuestra. Luego vino un alguien que se la adueñó y ahora nos la cobran en bolsas, frascos, recipientes de plástico y el líquido preciado tiene un costo tan similar al de la leche. Ahora, ¿qué tal que nos toque comprar el aire? La respuesta no parece lejos de: una vez nos lo cobraran; hoy se ofrecen aires acondicionados por los que hay pagar, en algunos sitios la gente compra oxígeno. Y esa es la premisa de la película Lorax: en una ciudad donde todos viven en una capsula en apariencia felices cobran el aire, los árboles los venden artificiales para inflarlos, con diversos colores y luces. La ciudad luce espléndida y un señor es el amo y señor, se ha enriquecido vendiendo aire. Como la ciudad está encerrada, por temor a salir a descubrir lo que hay afuera, no hay muchas preguntas, solo rutinas, salvo la inquietante nostalgia de una niña –Audrey- que pinta árboles en su casa como cree que eran y se precia de encontrar alguno. Aparece Ted un niño quien gusta de Audrey, ahora por deseos de conquistarla hará lo que sea por encontrar un árbol.

Una vez es un personaje que vive en las afueras. Su deseo de conquistar dinero pudo más que el de proteger los árboles, aunque hizo mucha plata es el causante de que otros vivan encerrados. De modo que Ted, tendrá que ir a buscarlo para preguntarle dónde encontrar un árbol, es la forma de conquistar Ted a Audrey, como quizás de devolverles las creencias a los otros. La película entonces se instala de entrada en una especie de apocalipsis: el mundo es cruel y puede acabarse. Pero a menos que, un alguien intente no cambiarlo sino infringir una semilla de convicción de defensa de la tierra, todo podrá ser distinto.

Lorax, en busca de la trúfula perdida, es una película para niños, su mensaje les llega para compenetrarse con la vida, defender el ambiente y creer en un mundo mejor, pero al tiempo divierte a los grandes, les entrega un aire de confort, recupera las fuerzas para no desfallecer y obtienen un espejo –fabulesco- del mundo, de nosotros mismos, de nuestras acciones.

sigo en spoiler
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John Giraldo
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