Soylent Green: título setentero, crítico, visionario y especulador de tiempos venideros donde las condiciones planetarias, y por ende humanas, fluctúan por circunstancias de carestía, abandono, anarquía y vacío de poder. La película resulta ser un ejercicio imaginario que coloca la postura ética y moral de la vida a un peldaño secundario, y todo el planteamiento social radica en la fortaleza de los más poderosos y la iniquidad más angustiosa y precaria del pueblo llano. Un aspecto a destacar del film de Fleischer es su estética ecléctica. A veces los escenarios y los personajes lindan el western -basta observar la guisa que muestra un Heston más hierático que una roca-, el mundo medieval y un "retro-futurismo" que lo más difícil de todo lo consigue: nada chirría en exceso y lo generado aparece con un aspecto original y atractivo.

La sociedad que nos aparece reflejada es una ficción distópica a todas luces. Lo peor es que existen ciertos rasgos, algunas tendencias sociales, empresariales que ya no nos resultan lejanas y eso, ciertamente, ocasiona rubor y sobre todo indignación.

Argumentalmente extraño que la trama no se centrase más en abordar temas y conceptos de mayor calado en lugar de enfocar la luz con mayor intensidad en el thriller policíaco; por lo demás un título que me ha dejado un rastro notable con escenas y situaciones de alto nivel emotivo.

El tortuoso universo de las emociones, el intrincado sendero de los temores en el capítulo personal de cada ser, el rescoldo doloroso con la propia identidad es un prolijo motivo de estudio y trabajo de artistas y pensadores de todos los tiempos. La mirada de Tarkovski en la cinta Salker contribuye a colocar una fascinante pica en el seno de ese turbio y cenagoso campo que supone la oscultación de la realidad, en especial, de sus indefinidas sombras. Con una fotografía poderosa, brumosa, un guión repleto de metáforas abocadas a la reflexión y un ritmo denso, la película soviética perturba y planta la simiente de la indagación por el arco majestusoso de las ideas.
¡Contemplad éste título! Estoy convencido que más de uno/a no retornará a su ordinario túnel de bienestar.
STALKER (CCCP-1979. Andréi Tarkovski)

Deleite para los cinéfilos sumergirse en esta producción ya mítica de los 80. Y es que esta creación audiovisual, encabezada por la excelente pericia de Peter Medak, nació para ser banderola de un cine que combinaba como ninguno la calidad artística con el éxito de taquilla.

El título es arropado por una trama bien gestionada; con un ritmo sólido no trepidante pero incapaz de diluirse a medida que el metraje transcurre. La ambientación y la tensión se tejen con sincronía a través de una adecuación musical extraordinaria a cargo de Rick Wilkins.

Es curioso percibir cómo el subgénero de las Casas Encantadas y lo Sobrenatural en esta muestra alcanza un nivel tan elevado —a mi juicio un escalón por debajo de títulos como “El Resplandor” y “Poltergeist”— y que luego generaría en la proliferación de filmes que copiaron clichés y elementos dentro de una mediocridad apabullante.

Para los amantes de este cine, están de enhorabuena con la degustación de la cinta. Se mantendrán atentos en el goce de un clásico que tolera perfectamente el enmohecimiento del tiempo, sin (eso espero) demasiadas pesadillas.

Más allá de una exquisita fotografía, más allá de una trama sencilla y repleta al cien por cien de conatos líricos, más allá de una sinfonía certera en la canalización emocional de los personajes -donde uno no sabe quién sale más perdido o desorientado-, ésta la pieza coral que no cesa de brillar y descollar destellos en floración de un cine elaborado, artesanalmente, para conmover y provocar el pensamiento desde el hecho casual, cotidiano, fortuito.
Sin duda es un privilegio disfrutar del cine en éstas condiciones.

Es la primera toma de contacto con el señor Attenborough y, para ser la primera, no ha podido dejar mejor rejonazo emotivo en mi pequeño capazo de debilidades fílmicas. Con una disposición preciosista en la fotografía, y un guión bien realizado sin excesivas licencias a las sorpresas por parte de William Nicholson, la película ofrece sesgos atractivos -incluso de cierta profundidad- del escritor C.S Lewis con planteamientos vitales y universales anexos al sentido de la vida con la aparición del dolor, el sufrimiento, la fe, y las relaciones y rupturas con nuestros fantasmas personales, a veces desoladores. El director nos regala un alegato en formato muy elegante de un personaje y un entorno oxidados por un academicismo restrictivo que, sólo, con la llegada del enamoramiento en el cuerpo de un ser irredento, comienza a resurgir.
Es posible que con un ritmo de narración con algún impulso más dinámico en algunos parajes, y la carga melodramática excesiva del territorio final del film, estaríamos analizando un título de un nivel de calidad muy notable. Aún así, volumen cinéfilo muy apto para amantes de la literatura y personas que disfruten de propuestas interpretativas tan acertadas como la de Anthony Hopkins.