Remake de una película bastante floja de 1972: "Rompehuesos", dirigida por Robert Aldrich y protagonizada por Burt Reynolds.

Como desgraciadamente viene siendo habitual en el cine estadounidense, el remake resulta ser bastante inferior al original.

Todo resulta tan desagradable, torpe y previsible como sólo pueden conseguirlo las películas americanas destinadas al "gran público" (ese que ha sido educado con series televisivas absolutamente mediocres), por no hablar de las escenas decididamente racistas del filme (no se puede decir que la mirada de esta historia sea la misma sobre los presos negros que sobre los presos blancos).

Infumable.

Creo que lo peor de esta película es la constante impresión de "ya visto" que nos acompaña desde el comienzo del film.

Con todas sus limitaciones, "El traje" me pareció una apuesta más interesante por parte de Alberto Rodríguez.

Son ya demasiados los filmes herederos de "Los cuatrocientos golpes" que nos pasean por la marginalidad que empuja a los jóvenes a la delincuencia (dentro del cine español pienso en "Deprisa, deprisa", "Perros callejeros"...).

En este sentido "7 vírgenes" no aporta muchas cosas nuevas, aparte del momento y el lugar en el que transcurre la acción.

Formalmente no se puede decir que la película esté mal. Se ajusta a los patrones de este subgénero de un modo bastante solvente, lo cual sirve por un lado para cubrir satisfactoriamente ciertos mínimos de calidad, pero por otro lado desperdicia una oportunidad de acercarse a este universo de un modo más innovador.

Juan José Ballesta vuelve a hacer de Juan José Ballesta, lo cual le va muy bien a "7 vírgenes", pero --desde mi punto de vista-- cuestiona bastante el galardón recibido recientemente en el Festival de San Sebastián en perjuicio de los excelentes trabajos de Ricardo Darín, Steve Coogan o Patrick Chesnais. Distinción que la prensa llegó a calificar de "gesto demagógico" dentro de un palmarés que resultó ser "una de las decisiones más desafortunadas que se recuerdan".

Pasable.

No sé si la culpa es de él o si es nuestra, pero se le han celebrado tanto las gracias a Santiago Segura que el hombre parecería ser que acabó creyendo que para ganarse nuestro aplauso y el dinerillo de nuestras entradas le era suficiente con hacer cualquier cosa. Que le bastaba con tirarse un pedo para que España se tronchara de la risa.

Sólo así puede entenderse que con tantas oportunidades servidas en bandeja, este productor-director-guionista-protagonista haya despachado esta tercera entrega de Torrente de un modo tan plano.

Un triste espectáculo que pone en evidencia las claras limitaciones de Segura para desarrollar las historias de un personaje que se merecía algo mejor.