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España España · Granada
Críticas de Kikivall
Críticas 1.965
Críticas ordenadas por utilidad
8
16 de octubre de 2021
113 de 142 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la película Blanco es un carismático propietario de una empresa que fabrica balanzas industriales, individuo que, en consonancia con el producto que fabrica, pretende siempre que todo esté equilibrado. Es una empresa familiar en una ciudad de provincias española. El Sr. Blanco espera la visita de la comisión que va a otorgar el premio local de excelencia empresarial. Todo ha de estar perfecto para la tal visita. Eso sí, el Sr. Blanco es todo un psicopatón, o sea, respira y aspira por sus intereses por encima de cualquier otra eventualidad.

Blanco cuyo olfato le lleva siempre a su interés, observa que las cosas empiezan a perder orden y ponderación, pareciéndole que el asunto conspira contra el empresario; o sea, contra él. El jefe de producción enloquecido por los celos, un contable despedido con megáfono en mano delante de la fábrica, una becaria insinuante y peligrosa y él, el patrón, intentando aplacar la situación y sobre todo pasar por bueno.

Pero esa intención conciliadora y buenista del Sr. Blanco, empresario duro a la vez que comprensivo, le hace cruzar todas las líneas rojas imaginables, llevándole a conductas poco recomendables y sin duda amorales. La maldad y la perfidia conducen su día a día.

El asunto concluye en una sucesión de acontecimientos de impensadas consecuencias. Todos enredados en un juego en el cual el amo acaba por ser esclavo de sus deseos y el siervo dueño de su vacío. Al cabo, el que se salta esas “líneas rojas”, como le ocurre al Sr. Blanco -y a otros-, paga el peaje.

Bajo la dirección de un director entre lo social y lo político, Fernando León de Aranoa (Los lunes al sol, 2002, Concha de Oro de San Sebastián), la película divierte, hace reír, a la vez que suscita desesperación y mucha reflexión.

Con un guion del mismo Aranoa, la historia encadena un rosario de desastres que, en el fondo, son nuestro más íntimo y personal desastre. El libreto aborda aspectos diversos de la vida laboral, la política provinciana, las relaciones familiares, el trabajo, la amistad, la infidelidad, la responsabilidad y “esa zona áspera donde roza la ética de lo que conviene con lo que hay que hacer” (Oti).

Mandar es muy difícil y como apuntó Hegel cuando habló de la relación dialéctica amo–esclavo, la relación de dependencia entre el que manda y el que obedece es tan inestable que está abocada a fracasar en una dialéctica perversa, una relación que no suele acabar bien. Se puede decir que esta película es hegeliana antes que marxista, por su claridad a la hora analizar el vínculo amos- esclavos, patronos y obreros, en un callejón de difícil salida que no es sino pura contradicción y conclusión perversa.

Música sencilla muy bien traída, de Zeltia Montes. Excelente fotografía de Pau Esteve Birba. Genial Vanessa Marimbert en el montaje. Buena puesta en escena.

Pero el grueso está en el reparto. Más concretamente en el muy meritorio trabajo de un Javier Bardem que se transforma en el personaje y se hace con la película; Bardem llena de carisma al Sr. Blanco, de cinismo, de malicia, de inmoralidad, también de cierta extraña humanidad, de intuición y pragmatismo, “con un ojo te atrae y con el otro te repele” (Oti). Como el propio Barden ha declarado sobre el sujeto que encarna: “se sirve de su carisma y su presunta cercanía, y de su gracejo de barra de bar, para engatusar a la gente y salir indemne de sus actos”.

Eficiente Manolo Solo como como antiguo empleado y mano derecha del jefe. Almudena Amor está perfecta por físico y capacidad como becaria ascendente en un rol de muchacha lista en el peor sentido, que sabe gestionar muy bien sus ansias de poder; otra psicopatiilla con la pamema de la dignidad y el acoso (rentable). Estupenda Sonia Almarcha como esposa. Y acompañando muy bien Óscar de la Fuente (el reivindicativo impenitente), Fernando Albizu (guarda jurado), TarikRmili, Rafa Castejón o Celso Bugallo (muy bien como pobre empleado manipulado), y otros.

Una comedia, en fin, con los materiales propios del drama en un filme cuasi de terror con el empresario que codician afán y riqueza, pero también con trabajadores que anhelan y son igualmente egoístas. “Todos esclavos de nuestro deseo de ser amos” (Martínez).

Creo que nadie sale indemne en esta historia: ni el patrón, ni algunos trabajadores, ni los políticos de un sigo u otro, ni los periodistas, ni los guardas jurados, todos de cuidado.

Película estupenda que incluso sabe hacer disfrutar y reír, de tan disparatado y real como resulta todo lo que cuenta.
Kikivall
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9
28 de abril de 2019
49 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Contra todo pronóstico, habida cuenta tanta mala crítica ‘oficial’ que había leído, pude convencer a mi mujer para que me acompañara a ver esta película que yo intuía interesante. Y la verdad, esta intuición mía que en ocasiones no falla, acertó, y a ambos nos gustó mucho esta cinta de historia, arte, amor y docenas de sorpresas más.

Es una película grandes dimensiones, que aborda aspectos diversos y complejos. Parte el film con Hitler recién aterrizado ante el fervor de la multitud; muestra el terrible bombardeo de Dresde; y en cuanto al transcurrir histórico, llega hasta 1966 en la moderna Alemania Federal. Ello sin olvidar que todo está ligado a la búsqueda de la identidad, así como a la mirada inicialmente titubeante de un artista en el contexto de una Alemania estalinista que impone sus estándares pictóricos y artísticos; y para que de nada falte analiza la locura, el azar y la comprensión presentida, más que la comprensión racional.

Me ha parecido de excelencia la dirección de Florian Henckel von Donnersmarck, guiada por un guión del propio Henckel muy bien trabado e interesante. Música adecuada de Max Richter y una sobresaliente, o mejor genial fotografía de Caleb Deschanel, que aporta una gran belleza visual al film. Es meritoria igualmente la puesta en escena, vestuario y atrezo de época.

El reparto es excelente. Podemos ver a Tom Schilling que está más que convincente y natural como Kurt Barnet, el joven artista huido de la RDA y personaje protagonista. Magnífica y bonita Paula Beer, la muchacha esposa del artista, Ellie Seeband. Pero es Sebastien Koch quien más alto vuela en una interpretación impecable como el maléfico Dr. Carl Seeban, médico de las SS que sabe acomodarse a los nuevos tiempos con la astucia de un zorro tras haber cometido mil y unas tropelías criminales en su pasado. Actores de reparto muy buenos.

El arco de historia que aborda la película muestra elementos interesantes con relación al arte. Sobre cómo las grandes dictaduras como la comunista hacen prevalecer su idea estética en forma de una belleza ruda, al servicio de sus ideales, lo cual anteriormente había hecho Hitler y que luego calcó Stalin con grandes murales de imágenes fuertes de proletarios sosteniendo la hoz y el martillo caminando en pos del socialismo, y considerando perversa cualquiera otra manifestación artística considerada decadente y burguesa. Esto fue así. Yo mismo, hace añares, en una visita a la URSS, pude comprobar la horripilante estética socialista y cómo, en el mismísimo Museo del Hermitage se arrumbaban en las últimas salas pinturas de Wasily Kandinsky, Peter Mitchev, Marc Chagall u otros reputados artistas mal considerados por el Staff.

Pero lo que para mí tiene mayor interés son las coincidencias de los protagonistas que confluyen en un punto donde se entrelazan historias tenebrosas y criminales de dos o tres décadas antes. Lo curioso es que el guión de Henckel acierta a concluir en descubrimientos que el protagonista, el joven pintor, va a ir haciendo conducido por su olfato y ciertos elementos azarosos que lo ponen en el camino de ordenar elementos de un puzzle que él recuerda vagamente de su primera infancia y su tierna relación con su tía.

El quid de la cuestión reside en una escena en la cual, el protagonista, ya muchacho, desde lo alto de un árbol acierta a tener una iluminación y, yendo a toda prisa hacia su casa, viene en decirle a su padre que lo ha comprendido ‘todo’, como que todo está relacionado; es como si el joven hubiera tenido un profundo y clarificador insigth, un momento de eureka, de haber descubierto que hay una ‘totalidad’ que permite ver clarividentemente la universalidad del mundo y de las cosas. El “insight” es un clamor interno que provoca cambios en la persona, pues no solamente afecta la conciencia del artista del film, sino la relación de todo con todo, tomando como base su mirada abierta, serena y de conjunto, que viene a concluir que los elementos aislados constituyen una ‘forma’ ordenada y clarificadora, una realidad percibida en forma reconstructiva dentro de un orden orgánico. Como expresa el joven pintor, una serie de números tomados sin orden no son nada, pero si constituyen la serie ordenada de un premio de la lotería, éstos adquieren un sentido y una dimensión insólita. Este es el hallazgo instintivo e inconsciente que el artista Kurt Barnet hace al final de la historia. Descubrir el nódulo de la verdad y de su vida, a través de indicios fortuitos que él va ordenando con su pintura apoyada en los vagos recuerdos de sus primeros años.

Mi parecer es que siendo una cinta de más de tres horas, mantiene la atención y el interés todo el metraje. Es una obra poliédrica, con lecturas diversas sobre aspectos muy variados y complejos relacionados con la historia, el arte o la psicología. Todo ello está narrado con gran pericia y rigor.
Kikivall
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7
29 de septiembre de 2019
60 de 83 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una bandera de España, en blanco y negro, ocupa toda la pantalla hasta que, de a poco, se colorea en bandera republicana. Así da comienzo esta película que hace un recorrido por los inicios de nuestra guerra civil, justo cuando Franco fue nombrado Jefe del Estado de la zona nacional.

Amenábar coloca el timón del film en la figura de uno de nuestros más reconocidos intelectuales, Don Miguel de Unamuno, eterno Rector en la Universidad de Salamanca y personaje cumbre de nuestro pensamiento, lúcido, mordaz, sufriente, dudoso, claro y honorable. En Unamuno cobra fuerza esa idea del español paradójico, si bien la obra unamuniana siempre fue directa contra el poder y sobre todo contra la mediocridad, la brutalidad y la iniquidad. La contradicción unamuniana siempre desemboca en coherencia, coherencia que convence y que son, como él dijo “gritos de pasión”.

Años atrás había sido uno de los intelectuales más críticos con el rey y la dictadura de Primo de Rivera. Un Unamuno enarbolando la razón, ‘doliéndole’ la España que veía, que apoyó la fundación de la era Republicana como socialista. La misma República que explotó en ira y muerte contra inocentes: hombres de bien, religiosos, iglesias en llamas y barbarie. ‘No es eso, no es eso’, que dijo Ortega. Por todo eso, Unamuno apostó por los sublevados, a los cuales suponía pacificadores de las tropelías del Frente Popular. Mas los insurrectos resultaron ser igual de arbitrarios y criminales. Por eso, Unamuno se revolvió también contra aquel movimiento militar y contra Franco que, como él decía, ‘vencía’ pero no ‘convencía’. La película evidencia, así, la difícil tesitura de un pensador libre que se encontró entre dos vendavales: el bolchevismo de la República y el fascismo que vino a suplantarla. Muy difícil asunto para cualquier ser humano, por sublime intelecto que tenga.

La película se desarrolla en el verano de 1936. Miguel de Unamuno apoyando al general Franco que prometía traer el orden al país. Destituido de su cargo de Rector por el Gobierno de la República, con los sublevados Unamuno es restituido de nuevo en su cargo por la Junta de Defensa Nacional. Pero la deriva sangrienta de la nueva autoridad hace que Unamuno no pueda callar.

En el film se prodiga un personaje entre grotesco y siniestro: José Millán-Astray, fundador de la Legión. En un momento principal del film, el general M.-A. le suelta Unamuno: "Ustedes, los intelectuales, son muy valientes detrás de sus libros, en su trincheras". A lo cual responde Unamuno: "Hay otras maneras de ser valiente". Ahora ya estamos ante un Unamuno menos endiosado y egocéntrico, un hombre que expresa su repulsa hacia los nuevos vencedores, una persona más próxima al sufrimiento y la enorme desgracia de sus semejantes, paisanos, amigos, discípulos y ciudadanía, esos que pagan siempre lo que eufemísticamente llamamos “daños colaterales” de las contiendas armadas.

La dirección de Alejandro Amenábar es meritoria, narrador excelente siempre en el detalle, movimientos circulares de la cámara y primeros planos de enorme interés para el relato, colocando la cámara en el lugar justo para dar intensidad a cada plano; un artista que donde mejor se encuentra es en el cine de género y para quien el espectador es razón primordial.

Trabado guión del propio Amenábar junto a Alejandro Hernández y una sugerente a la vez que excesiva música, también de Amenábar; maravilla de fotografía de Alex Catalán. Intachable puesta en escena con el bello entorno salmantino de fondo. Todo lo cual arropa la producción de manera elegante y efectiva.

El reparto es descomunal, con un apasionado Karra Elejalde que modela su interpretación para recrear a un complicado Unamuno de manera sobresaliente. Santi Priego se atreve y nos ofrece a un Franco medido en cada gesto y a la perfección que muestra a un hombre ambicioso, astuto, frío, receloso y sobre todo endiosado y capaz de cualquier cosa por llegar a lo más alto. Y Eduard Fernández es Millán-Astray, sujeto primario que roza lo grotesco, colérico e histrión, anti-intelectual, orgulloso de sus cicatrices de guerra, muy peligroso y fiel a Franco. Acompañando Santi Prego, Patricia López, Inma Cuevas, Nathalie Poza, Luis Bermejo, Mireia Rey, Tito Valverde, Luis Callejo, Luis Zahera, Carlos Serrano-Clark, Ainhoa Santamaría, Itziar Aizpuru y Pep Tosar.

Y tras la progresión previa, para el final está el enfrentamiento, alboroto y clímax dramático en el paraninfo de la Universidad salmantina, cuando Millán-Astray, arropado por el poder y la caterva de falangistas y legionarios que lo jalean grita su: ¡"Viva la muerte”! mientras Unamuno, tomando la palabra dice, entre otras: "Venceréis porque tenéis la fuerza bruta, pero no convenceréis, porque para convencer tendríais que persuadir, y para persuadir no tenéis lo que hace falta: la razón y el derecho". Esta es, finalmente, la sustancia de la cinta: la prevalencia de la razón, una razón que a nuestro eminente Unamuno le fue negada, teniendo que salir del Paraninfo aquel 12 de octubre de 1936, Día de la Raza, de la mano de la esposa de Franco, que le evitó males mayores.

Sin grandilocuencia ni maniqueísmo, en un punto medio, esta historia trágica está contada sobriamente, con emoción, con racionalidad también, de forma contenida pero igualmente arriesgando con el mensaje implícito, bastante aventurado, de que siempre hay la posibilidad de que las hostilidades se reediten en España. En mi opinión esto es bastante improbable. Hoy somos unos españoles más preparados, cultos y amantes de la paz y la concordia. Tal vez sean los políticos quienes tengan que moderar sus discursos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Kikivall
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6
9 de mayo de 2021
41 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última película de Fernando Trueba sigue la novela de Héctor Abad Faciolince, de título homónimo. El film es básicamente un tratado sobre el recuerdo construido desde las emociones, una memoria sentimental cargada de añoranza y afectos. Una semblanza sobre el Dr. Abad, el padre del novelista, el médico activista social y político en el Medellín de los años setenta y asesinado por sicarios en 1987.

El padre del novelista Héctor Abad, un hombre humano, el médico Héctor Abad Gómez, carismático líder social y hombre de familia que empeñó su vida en ayudar a los demás, cuyos logros principales fueron las vacunas generalizadas para niños, la potabilización del agua para la población necesitada y la sanidad pública.

El relato del hijo, adaptado y hecho guion por David Trueba, refleja la admiración al padre, un padre que educa, que besa y acaricia, que lee cuentos antes de dormir. Porque mientras en la calle impera la ley salvaje de la violencia, de puertas para adentro, el Dr. Abad se encarga de que las normas estén guiadas por la tolerancia, papel clave de su pedagogía, y la búsqueda de la belleza.

El director Fernando Trueba, en un alarde academicista quizá por demás, hace un cine bello pero atrapado en algún espacio indefinido y parecen sus películas, incluida esta, en una época indefinida y suspendida en el tiempo.

Lo que hace nuestro director es partir en dos la cinta. Por un lado una bonita y entrañable familia de risas y meriendas campestres, intimidad, hijo e hijas que ríen, juegan, cantan y hacen alguna trastada, la vida pasada rodada en color.

La otra parte es la más actual y contrariamente a la época antigua aparece blanco y negro, tal vez porque los tonos grises sirven mejor para captar la tragedia, la violencia, la faceta negativa, la muerte, la decepción y de nuevo el olvido.

En el reparto descuella la interpretación portentosa de un Javier Cámara convertido en médico colombiano; se ve el esfuerzo y las horas de Cámara para construir al personaje. Hay otros actores y actrices donde cabe destacar a una estupenda Patricia Tamayo contenida y sensacional en el papel de esposa abnegada; o a Juan Pablo Urrego en la caracterización del hijo joven.

Como digo, es una película con claro fondo de cinta de familia, de relación paterna-filial, de loa desbordada y apasionada, de abstracción y magnificación de lo familiar. Los Gómez son dichosos, todo es dulzura y vida, el paraíso en la tierra o como dice Romero Santos: “Sonrisas sin lágrimas”.

Planos secuencias con coreografía dentro del hogar y un intento tenaz de capturar la vida doméstica, con un estilo impostado que puede resultar acaramelado, en lo cual colaboran la música hiperemotiva de Zbigniew Preisner y la preciosista fotografía de Sergio Iván Castaño con sabor a miel.

Salvando las diferencias no es difícil adivinar la influencia de John Ford en Qué verde era mi valle (1941) o del archiconocido film de Robert Mulligan Matar a un ruiseñor (1962). En fin, en cualquier caso resulta alentador que alguien como Trueba continúe hablando de los buenos sentimientos, hoy tan devaluados.

Pero la cámara se acerca también en la faceta de un médico comprometido que no quiere renunciar ni dejar de exponerse al peligro que conlleva la defensa de los indigentes, pedir justicia, un tipo honesto, cabal y humano considerado por los conservadores como un marxista subversivo y por la izquierda un aliado del fascismo.

Y unos versos de Borges encontrados al padre el día de sus asesinato y que son hoy el epitafio de la tumba.

"Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres, y que no veremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte, y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso con esperanza en aquel hombre

que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo".

JLB
Kikivall
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6
26 de mayo de 2019
33 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sébastien Marnier consigue desde el primer momento, con un cine original, naturalista y perturbador, conducir un thriller de suspense, centrado en un colegio de élite y con adolescentes superdotados, engreídos y prepotentes.

En una de las primeras escenas, un profesor sin mediar palabra se tira por la ventana del aula dejando pasmado al espectador, no así algunos de los jovenzuelos, que miran con desdén y siniestra frialdad la escena.

Pierre, un nuevo profesor ‘interino’, hará de sustituto. Desde la secuencia inicial, despiadada y manifiestamente hostil de parte de los jóvenes, se hace la presentación del personaje de Pierre en travelling desde atrás, lo cual que el espectador buceará a partir de entonces en un viaje cargado de confabulaciones que no sabrá bien a dónde le llevará.

Estos adolescentes fríos e inexpresivos tienen mucha mala bilis y es obvio desde el principio que encierran un secreto. Pierre no tarda en darse cuenta del carácter hostil de sus alumnos, que son seis, chicos y chicas, que urden algo enigmático. En este clima denso de alumnos aviesos y un colegio magno que los mima a modo de triunfo, Marnier va incrementando la tensión de forma pausada, in crescendo, dando lugar a múltiples sospechas en impensadas direcciones. Esta sensación de angustia que prevé algo terrible, unido a la dificultad intrínseca del grupo de alumnos, hacen que el novato profesor se sienta abrumado llegando a la pesadilla y al delirio.

La dirección Sébastien Marnier me ha parecido interesante hasta casi el final. El director francés nos introduce de forma convincente y atribulada, en una fábula naturalista y paranoica, dentro de una componenda que parece anticipar algo desasosegante. Con la creación de este clima, Marnier se mueve en el formato de cine de suspense y por su originalidad, de cine de autor. Prevalece el principio de que un buen misterio ataviado con la ambientación adecuada, puede servir de base incluso al más flojo de los relatos. Así, un tenebroso punto de partida nos va llevando con intriga y realismo, seduciendo malévolamente, en un marco escolar de cuidado que sirve como asidero de atención.

El guión del propio Marnier junto a Elise Griffon, resulta de adaptar la novela del francés Christophe Dufossé de 2002 titulada: “L'Heure de la sortie” (‘La hora de la salida’). Un libreto para thriller de misterio del cual el espectador espera una solución airosa.

La espléndida y a ratos inquietante música de Zombie Zombie, así como la fotografía mate de Romain Carcanade, hacen que la cinta tenga un perfil de producto arriesgado, distinto y bordeando lo fantástico.

En el reparto, Laurent Lafite hace una meritoria interpretación contenida y a la vez expresiva, sin muchos alardes gestuales ni verbales; es quizá uno de sus mejores papeles. Junto a él un reparto de actores y actrices y un casting de jóvenes actores que hacen un loable trabajo coral.

Pero, ¿qué queda de la pretensión de azoramiento de la obra? ¿A dónde nos lleva el relato?

La cosa es que Marnier se va disgregando y tomando caminos desde mi modo de ver erráticos, lo cual corrobora que el encadenamiento de sucesos perturbadores a los que asistimos no termina de cerrar en un discurso equilibrado o palmario. El resultado carece de una clausura eficiente y da sensación de incompletitud, pues su apocalíptica parte final no casa con la cadena de maquinaciones humanas precedentes. El extremo de unos chicos que parecen prepararse para salvar al planeta de la degradación a la que está sometido, no es suficiente para un final insólito. La conflictiva relación entre los muchachos y el profesor carece de recorrido y de recursos para que el enigma que atraviesa la trama se concrete en algún punto de terror y zozobra. Eso, como digo, no ocurre y todo se precipita en una destrucción apocalíptica que produce perplejidad. Recordando a San Juan de la Cruz se me ocurre decir: “Entréme do no supe/ y quedéme no sabiendo/ toda sciencia trascendiendo”.

De modo que tras haber esperado en vano que algo suceda, todo se apresura repentinamente, como si fuera necesario a toda costa completar esta narrativa dándole una dimensión racional y de masiva catástrofe, un desastre ecológico de dimensiones oceánicas, algo que pone en solfa todo: al género humano, la educación en general, etc. Pero, según mi opinión, la cosa deviene fiasco monumental. El gran mensaje ecologista no es para mí suficiente.

Al libreto le falta historia y el film da un cerrojazo tan inesperado como impreciso para los mimbres con que se fue tejiendo la trama, que era ante todo una trama de gran desasosiego afectivo y de relación dentro de un encuadre educativo.
Kikivall
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